El domingo amaneció helado -el termómetro colocado junto a La Olma marcaba 5 bajo cero- pero la luz que se proyectaba desde el este prometía un día soleado.
Calzado con las raquetas, la ascensión hasta el Lago de las Lomas resultó ser una delicia. La nieve estaba dura, durísima, pero la progresión fue rápida y cómoda.
Las Agujas de Cardaño, siempre espectaculares, brillaban sobre un fondo de brillante azul. Al rgresar a casa recuerdo y busco un fragmento de
La vida simple, de Sylvain Tesson, que parece escrito precisamente para reflejar este momento:
"A mil metros de altura, trepo por las aristas rocosas que flanquean las vaguadas. El dentado de las dorsales graníticas se recorta sobre el lago. Algunos de mis amigos viven sólo para eso: para alcanzar alturas donde el aire pica en la nariz, para vivir suspendidos entre el cielo y la tierra, en un reino de formas abstractas, sin olor. Cuando bajan a los valles, la vida les parece oler mal. En la ciudad, los alpinistas son desdichados".
A los pies de las Agujas, el Pozo de las Lomas se encontraba totalmente helado. Huellas de pasos habían dibujado un rastro sobre la nieve que lo cubre. Sentí la tentación de descender hasta él y caminar sobre las aguas congeladas, repitiendo, a una escala infinitamente menor, las caminatas de Tesson sobre el inmenso lago Baikal. Pero mi objetivo esa mañana era subir a Peña Prieta.
Pero la nieve estaba demasiado dura y hacía de cada paso una apuesta contra la ley de la gravedad. La ladera que asciende hasta el Alto de La Panda, que en verano permite asomarse a las Lagunas de Fuentes Carrionas, en la cabecera del Valle de Pineda, mediante un largo pero llevadero zig-zag entre las pedrizas, era ahora una enorme panza congelada, sobre la que las puntas de losc rampones apenas si dejaban huella. Ascendiendo con mucho cuidado (de regreso creo que he sido un tanto imprudente, pero de regreso), continué hasta el pico Tres Provincias, y allí decidí dar la vuelta, preocupado por el descenso. En efecto, la bajada por la ladera de La Panda tuve que hacerla de espaldas, cara a la montaña, clavando con cuidado el piolet y los crampones para no resbalar pendiente abajo. El destrepe se me hizo eterno.
Cuando llegué de nuevo a Las Lomas me encontré con un nutrido grupo de montañeros con los que me crucé la noche anterior en el pueblo. También querían ir hasta Peña Prieta. Les dije que el hielo que cubría La Panda convertía su ascenso en una actividad muy delicada. Mientras me sentaba a comer unas mandarinas, observé cómo uno de ellos lograba ir ganando altura muy lentamente por el lado izquierdo de la panza, mientras los demás probaban suerte por distintas rutas, sin éxito: ganaban unos metros, se detenian, descendían, volvían a intentarlo y de nuevo se veían obligados a descender.
Mientras bajaba hacia Cardaño de Arriba un helicóptero sobrevoló el valle. Cuando llegué al pueblo me dijjeron que se había producido un accidente de montaña. Creo que dos de los
montañeros accidentados en esa zona ese día formaban parte del grupo con el que me cucé en Las Lomas. Iban bien equipados y se notaba que tenían experiencia.
Podía haber sido yo.
*****
Ayer martes cambié los altos por el valle. Durante el lunes cayó una bonita nevada, y aunque a la noche subió la temperatura y se puso a llover, por la mañana todo estaba cubierto de nieve. ¿Y quién puede resistirse a una buena caminata sobre nieve virgen?
No me hizo falta andar mucho para empezar a ver huellas de lobo, de varios lobos, y siguiéndolas llegue hasta un prado con nieve pisoteada por pezuñas y patas, ensangrentada con los restos de un venado joven recientemente devorado.
No desconozco las incomodidades y los prejuicios que la existencia del lobo significan para los esforzados ganaderos que intentan mantener una precaria economía rural en estas zonas de montaña. Pero la persistencia del lobo, su presencia en estas montañas, es un regalo impagable.
Entre los libros que guardo como un tesoro está el titulado El lobo ibérico: Biología y mitología, escrito por el naturalista Ramón Grande del Brío, y publicado por Ediciones Blume en 1984. Al finalizar la primera parte del libro, en la que el autor aborda diversos aspectos biológicos, ecológicos y de comportamiento del lobo, podemos leer que este animal "no podrá sobrevivir en un futuro, si al mismo tiempo no <> su hábitat natural". Y al final de la segunda parte del libro, la dedicada al mito del lobo, escribe: "El lobo podra, tal vez, ser erradicado de su ambiente natural por el hombre, pero a éste le resultará mucho más difícil desterrarlo del mundo de la imaginación".
Esperemos que esta hermosa y dura Montaña Palentina reciba toda la ayuda necesaria para que en ella puedan seguir convivendo lobos y seres humanos; para que un hábitat natural tan precioso permita la existencia real de los lobos, alimento fecundo de nuestra imaginación desde la Prehistoria.