miércoles, 29 de julio de 2015

Una diputada foral que no banaliza ni simplifica la cuestión del empleo

Teresa Laespada posa en la ribera de Zorrozaurre.

Excelente la entrevista a Teresa Laespada, diputada foral de Empleo, Inserción Social e Igualdad, que hoy publica EL CORREO. Reproduzco aquí el grueso de sus declaraciones, sobre empleo e inclusión social, en respuesta a las preguntas del periodista Jesús J. Hernández. Pero otros apartados abordados, como la igualdad de género o la inmigración, son también de mucho interés.

- Acaba de llegar y ha comenzado una ronda con agentes sociales.
- Sí, ya hemos estado con CCOO y LAB y nos veremos con los demás sindicatos y la patronal. Se trata de abrir una vía de comunicación para escuchar, sobre todo, a quienes están todos los días en la pelea de la empleabilidad. Les he prometido que tendrán siempre la puerta abierta.
- El empleo sigue siendo una de las mayores preocupaciones de los vizcaínos.
- Sí, es verdad. Lo expresó el propio Unai Rementeria en su investidura: no podemos decir que la economía mejora mientras la gente no tenga trabajo. El empleo, y de calidad, es prioritario para nosotros.
- ¿Qué lectura hace de esa última EPA que apunta una mejoría?
- Hay voces autorizadas que están diciendo que no ha habido tanto una creación del empleo como una distribución. Debemos ir hacia una creación neta, real; no vale con repartir ni dividir las jornadas. Igual hay que replantearse, como en Suecia, pasar de las ocho horas diarias a seis, y los suecos lo plantean sin merma de sueldo. No podemos organizar el empleo como en el siglo XX.
- ¿Porqué?
- Porque decirnos una cosa y la contraria. Apoyamos la automatización y la tecnificación de las empresas y eso evidentemente suprime puestos de trabajo. Es muy posible que de aquí a unos cuantos años no haya empleo para todos. Y hay que ponerse en ese escenario y hacer una reflexión serena. La realidad es muy clara: no va a haber empleo para todos. Por eso es tan importante que los mecanismos de inserción estén vinculados al trabajo. Deben ir en paralelo para fomentar su inclusión y para garantizar la dignidad de todos. ¿Esto supone conformarse con la tasa de paro? No, por Dios. Hay que bajarla como sea.
- ¿Qué planes concretos baraja?
- Me preocupan los mayores de 50 años, los jóvenes, y no es lo mismo uno de 18 que uno de 2S, y las mujeres, que tenemos unas cifras que mejoran menos que las generales.
- «No hay mejor política social que crear empleo». ¿Comparte esa máxima?
- En parte es verdad, pero no completamente. Ojalá fuera así. Desde la revolución industrial, el trabajo es el elemento central de inserción social. Y eso comienza a quebrarse a finales del siglo XX, cuando se nos caen las fábricas de la Margen Izquierda y la tarea de 50.000 la hacen 500. La productividad se dispara, pero nuestra gente se queda en casa. Hay que darle una vuelta a esa idea. ¿El empleo es la mejor inserción social? Estamos todavía en esa ola, pero vamos seguramente hacia una sociedad donde no seguirá siendo así. Por lo que decíamos antes, que no va a haber empleo para todos, lo que no quiere decir que no haya recursos económicos. La presión fiscal y la progresivídad deberán tener en cuenta a esos que entran y salen habitualmente del mercado laboral. Habrá que proteger a esos colectivos.
- ¿Hablamos de subir impuestos?
- Sí. Es que yo no entiendo que se pida bajarlos cuando queremos cada vez mayores cotas de bienestar. Yo quiero una sanidad, una educación y un sistema de protección social magnífico.
- La precariedad hace que, para algunos, trabajar ya no baste.
- Aproximadamente una tercera parte de la RGI en Euskadi se destina a complementar sueldos que no llegan al Salario Mínimo Interprofesional. Más claro no se puede decir. Tenemos trabajadores que se esfuerzan y que no llegan a esos 648 euros. Eso es tremebundo. Gente que trabaja y no puede vivir de su empleo. Hay que presionar para que todo el que trabaje tenga un sueldo digno y viva de él.
- Y eso, ¿cómo se hace?
- Pues supongo que la patronal tendrá algo que decir en esto. No se pueden rebajar más algunos niveles salariales. Para nada. Ni ofrecer trabajos como el que vi el otro día, de un colegio profesional, buscando un profesional cualificado, licenciado, pagando 400 euros por seis horas. Eso no se puede consentir.
- Precisamente en Empleo hemos visto una imagen muy llamativa la semana pasada en Balmaseda y Zalla. ¿Le gusta el sistema del bombo para repartir trabajos?
- No me gusta. Hay que pensar un poco este tipo de sistemas. Aunque se guardaron cuotas de proporcionalidad entre hombres y mujeres, perceptores de la RGI y mayores, hay que perfilar también a las personas. Porque, de lo contrario, parece que tener un empleo es un chollo. No podemos llevar las cosas a esa banalidad. A mí no me gusta. Respeto lo que hizo el concejal de
Balmaseda, que supongo que se encontró con un montón de expedientes, pero creo que era necesaria una actuación más precisa. Si hay varios con el perfil necesario, hay otros criterios  válidos, como que todos los miembros del hogar estén en paro o que alguno tenga  posibilidades de encontrar otro empleo.
- El alcalde de Zalla llegó a asegurar que así se evitaban suspicacias.
- Es que nos ponemos la venda antes que la herida. Como queremos, y es natural, que toda actuación sea transparente, algo que era necesario y que debió llegar antes, pues ahora nos pasamos en transparencia en cosas sin sentido. Esta es una de ellas. No se puede repartir los empleos como churros, porque no lo son. Son el sustento de una familia. Con sinceridad, no me gusta.
- Empleo, Inserción Social e Igualdad. ¿Cuál será su bandera?
- Los derechos de la ciudadanía, el derecho de todos a vivir en plenitud y con calidad de vida. Con un empleo, con apoyos cuando no lo hay, en igualdad desde un concepto de diversidad al que debemos dar el salto, incluyendo la inmigración, la discriminación racial, las diferentes orientaciones sexuales y sin perder de vista la solidaridad con el tercer y cuarto mundo. Un conjunto que habla de la dignidad de las personas. Y sin olvidar que hay casos en que todos esos factores se suman: mujer, inmigrante, sin empleo y en un colectivo desfavorecido.
-También es dramática la imagen de los 'sin techo'.
- Sí. En Inserción Social vamos a buscar pisos, albergues, soluciones para esa gente que está en una grave situación de exclusión social. ¿Seremos capaces de terminar con el 'sinhogarismo' en Bizkaia? Pues a mí me encantaría. Una sociedad avanzada no se puede permitir que la gente viva en la calle. Hay que encontrar la solución y sabemos que no es fácil. Porque no se trata de abrir más albergues. Las condiciones psiquiátricas de algunos hacen difícil trabajar con ellos, la convivencia exige que haya una serie de normas y muchos no logran adaptarse... todo eso sucede pero hay que darles una solución. Como escenario, quizá como sueño, me gustaría que al acabar esta legislatura todas las personas residentes en Bizkaia tuviesen un hogar.

domingo, 26 de julio de 2015

Después de matar a un ruiseñor


"En Maycomb existía ciertamente un sistema de castas..." (Harper Lee, Matar a un ruiseñor).

Ayer leí de una sentada Ven y pon un centinela, la muy discutida novela de Harper Lee. Abrí el libro con muchas reservas, con temor incluso. Todo en la peripecia que hay tras su edición me sonaba extraño. Se trataba, según parece, de una primera versión que, tras ser revisaba por un editor fue devuelta a Harper Lee para que la reescribiera, centrándose en los pasajes en los que Scout recuerda su infancia (que también aquí son memorables), reescritura de la que saldría Matar a un ruiseñor. Desaparecida su autora de la vida pública desde 1964, el manuscrito de aquella primera novela estuvo olvidado en un cajón hasta que lo descubrió una abogada, que convenció a una muy anciana y enferma Harper Lee de que merecía la pena publicarlo ahora ... Todo me sonaba a montaje para sacar un buen dinero jugando con la fama de Matar a un ruiseñor.
Y luego estaba el tema de Atticus: ¿cómo se le podía presentar como un sureño prejuicioso y racista? Pese a todo, empecé y terminé la novela y me emocioné con ella, no tanto como con su hermana mayor, pero sí lo suficiente como para recomendar su lectura.

Me ha gustado mucho la interpretación que de esta obra hace el historiador Joseph Crespino en un artículo publicado hoy por EL PAÍS con el título "Atticus Finch da clases de historia": "El Atticus Finch de Matar a un ruiseñor siempre fue un personaje abrumado. En 1960, cuando se publicó la novela, el Sur acababa de poner fin a una década de reacciones feroces. ¿Dónde estaban los sureños blancos decentes, se preguntaba mucha gente, capaces de dirigir la región en esos tiempos de crisis? Atticus Finch, estoico y con conciencia cívica, dio esperanza a los estadounidenses. Pero el precio de ese consuelo fue dar respuestas fáciles a problemas complejos. Independientemente de sus fallos como obra de ficción, ampliamente afeados por la crítica, Ve y pon un centinela aporta a Atticus Finch una complejidad moral y política que era muy necesaria".

Creo que Crespino da en el clavo. Atticus parece haber cambiado hasta traicionarse, pero tal vez no sea así. Tal vez, simplemente, sea imposible ser un Atticus a lo largo de toda una vida."¿Quieres que tus hijos vayan a una escuela que haya bajado el nivel para integrar a niños negros?". Atticus no es un racista del Klan, a quienes por otra parte rechaza. Atticus no acepta que se use la violencia contra los negros. Pero, como les ocurre a tanto multiculturalistas de clase media, prefiere mantener las distancias.

La que no ha cambiado es la maravillosa Scout. Su alegato contra el racismo paternalista de su hasta ese momento venerado padre ("Han progresado muchísimo en lo que respecta a adaptarse a las costumbres de los blancos, pero aún les falta mucho camino por recorrer. Iban bien, avanzando a un ritmo que eran capaces de asimilar, y nunca había habido tantos que pudieran votar. Entonces llegó la NAACP con sus exigencias estrafalarias y sus lamentables ideas de gobierno...", se defiende un acobardado y desconocido Atticus) alcanza dimensiones dramáticas:

"Estamos de acuerdo en que están atrasados, en que son analfabetos, en que son sucios y ridículos y vagos y unos inútiles, en que son como niños, en que son estúpidos, algunos de ellos, pero no estamos de acuerdo en una cosa y nunca lo estaremos. Tú niegas que sean humanos. [...] Tú les niegas la esperanza. Cualquier hombre en este mundo, Atticus, cualquier hombre que tenga cabeza, brazos y piernas, nació con esperanza en el corazón. Eso no vas a encontrarlo en la Constitución, yo lo aprendí en la iglesia, en alguna parte. Son personas sencillas, la mayoría de ellos, pero eso no les hace menos humanos. Tú les estás diciendo que Jesús los ama, pero no mucho. Estás utilizando medios perversos para justificar unos fines que, según tú, redundan en el bien de la mayoría. Tus fines bien pueden ser correctos (me parece que yo también creo en ellos, pero no puedes usar a las personas como si fueran peones, Atticus. No puedes. Hitler y toda esa panda de rusos han hecho algunas cosas buenas por su países, pero de paso han masacrado a decenas de millones de personas... [...] Tú no eres mejor que él. Maldita sea, no lo eres. Solo intentas aniquilar sus almas, en lugar de sus cuerpos".

Un Atticus humanizado y una Scout superlativa: es lo que cabía esperar a partir de su relación paterno-filial en Matar a un ruiseñor. Una esplendorosa y esperanzadora evolución de Atticus, que tal vez fuera un humanista racional, pero que ahora se ve superado por su hija, humanista visceral, ciega para los colores: "Eres daltónica, Jean Louise -le dice su tío Jack al final del libro-. Siempre lo has sido y siempre lo serás. Las únicas diferencias que ves entre un ser humano y otro son diferencias de aspecto, de inteligencia, de carácter y esas cosas. Nunca te han empujado a mirar a la gente como raza, y ahora que la raza es el tema candente, sigues siendo incapaz de pensar en términos de raza. Tú solo ves personas". Un daltonismo que es lo opuesto al racismo color-blind de su padre, construido sobre las supuestas limitaciones culturales de la población negra.

Mientras escribo este comentario escucho la música compuesta por Elmer Bernstein para la película dirigida por Robert Mulligan. ¡Qué maravilla de música, de película y de novelas! ¡Quién pudiera descubrirlas por primera vez este verano, como cuando Jean Louise Finch conoció Maycomb, esa "población antigua y fatigada", por primera vez ... Así que he decidido volver a leer Matar un ruiseñor, más que nada para volver a vacunarme contra ese Atticus ambiguo que yo también llevo dentro.