Pero no es preciso hacer cumbres para disfrutar de una auténtica experiencia de alta montaña.
Esta mañana he hecho la travesía circular del Espigüete. Miguel Ruiz Ausín la presenta en su libro Nuevas rutas por la Montaña Palentina (Ediciones Cálamo, Palencia 2008), pero yo la he modificado para intensificar y prolongar las sensaciones montañeras. Es muy importante la labor que personas como Ruiz Ausín hacen para dar a conocer las maravillas naturales de estas tierras. Otra guía suya, Rutas por la Montaña Palentina (Ediciones Cálamo, Palencia 1998), fue la primera que me permitió, hace ya diez años, ampliar mis horizontes montañeros más allá de Curavacas y Espigüete, lo único que conocía por entonces de esta zona.
He aparcado el coche entre Puente Agudín y el aparcamiento de Pino Llano, hasta donde he llegado caminando por la carretera al fin de coger la senda que desde el parking lleva hasta la cascada de Mazobres. Antes de llegar al salto de agua, justo cuando la mole rocosa del Espigüete gira hacia el noroeste, se abandona la senda de Mazobres y se toma un sendero que vira hacia la izquierda, señalado sólo por un par de hitos. Ahí empieza el camino que asciende hasta el collado de Arra (1.993 mts.), pasando por la sugerente Sima del Anillo, un amplio sumidero que forma un embudo desde el que se accede a una gruta karstica de 790 metros de recorrido y 304 metros de profundidad (la quinta en España en profundidad y la primera de Castilla y León).
En otro lugar este hermoso sendero estaría señalizado,
mínimamente limpio (hay tramos casi impracticables), y la sima estaría
publicitada y preparada para ser visitada con las necesarias medidas de
seguridad. Ascender por él nos permite tener unas vistas extraordinarias de la
impresionante cara norte del Espigüete.
Es una auténtica pena el abandono en el que se encuentra esta hermosa
Montaña Palentina, plena de posibilidades por explotar conciliando desarrollo
local y protección del medio ambiente. Pero todo se confía a una quimérica
estación de esquí en San Glorio. ¿No hemos aprendido nada de estos años pasados
de locura inmobiliaria?
Desde el collado del Arra seguimos bordeando el gigante calizo, por
pedreras surcadas por ligeros rastros de rebecos, teniendo siempre a nuestra izquierda
la desconocida cara oeste de la montaña, sobre la que empezaba a asomar el sol. Si hay fuerzas y ganas, podemos trepar hasta una brecha que nos permite asomarnos, desde un mirador vertiginoso, hacia la cara sur.
Si no, continuamos por la pedrera, en dirección a un resalte rocoso,
bajo el cual una pequeña elevación exhibe una barra metálica, tal vez a modo de
mojón fronterizo entre el enclave palentino de Cardaño de Abajo y el leonés de
Valverde de la Sierra.
Aquí es donde mi propuesta se separa de la de Miguel Ruiz Ausín, quien recomienda descender (en su caso ascender, ya que en la guía el recorrido se inicia en Cardaño) al pueblo por la pista que sube desde Cardaño de Abajo hasta el alto de Cruz Armada (1.632 mts.), ruta habitual para ascender al Espigüete.
Atravesamos el resalte intentando no perder mucha altura, ya que la idea es recorrer toda la cara sur sin descender hasta la mencionada pista. El camino se hace duro, sin un sendero claro, siempre por terrenos bastante inclinados, de piedra y escoba. Lo importante es no descender demasiado, buscando la ruta menos engorrosa.
Si hemos tenido éxito en la tarea, acabaremos cruzando horizontalmente
la pedrera que sirve como vía normal para ascender a la cumbre por su cara sur.
Seguimos avanzando, localizando el sendero que, esté sí bien marcado y señalado
con abundantes hitos, recorre la cara sur de la montaña hasta acabar girando al
este más o menos a la altura (a mucha altura) de Puente Agudín.
Como digo, el sendero está bien trazado y resulta muy cómodo.
Siguiéndolo, llegaremos hasta un encantador valle, donde quedan restos de dos
chozos.
A partir de aquí la cosa se complica. Seguimos el sendero marcado y los hitos indicadores, salimos del valle ascendiendo un pequeño desnivel herboso y pronto, entre los árboles, un hito nos indica que debemos lanzarnos bosque abajo hasta encontrar la carretera donde hemos dejado el coche, 200 o 300 metros más abajo.
No hay que dudarlo. Es, sin embargo, la parte más incómoda de la travesía. A ratos metido entre bosque bajo, a ratos resbalando por una torrentera, si hay suerte –hoy la ha habido- llegaremos sin empurarnos mucho a la carretera.
Han sido cinco horas y cuarto (puede ser menos si nos ahorramos la trepada para asomarnos desde la cara oeste a la sur) de auténtico disfrute.