El primero de la cuerda
Traducción de Rosa Fernández-Arroyo
Desnivel, 2019
"Aquel drama sucedía en la montaña, pero ella, impávida y soberana, montaba guardia sobre los valles de los alrededores, insensible a los pensamientos de los hombres que moraban en sus flancos, escondiéndose del frío, acurrucados en sus cabañas de piedra.
Solo turbaba su milenaria vigilancia, de tarde en tarde, el rugido sordo de las avalanchas o el estrépito seco de las caídas de piedras desprendidas por un rehielo demasiado brusco".
Publicada originalmente en 1941 y dedicada a los guías de Chamonix, se trata de una novela que hará las delicias de cualquier persona aficionada a la montaña.
La historia empieza en 1925. Pierre Servettaz ha perdido a su padre, reputado guía chamoniard, en un trágico accidente en las peligrosas paredes de los Drus. Paradójicamente, este drama echará por tierra los planes de su madre, que ha intentado alejarlo de la peligrosa profesión de guía para que se dedique a gestionar el hostal familiar. Pero también él sufrirá un accidente que amenazará con retirarlo de la alta montaña.
Gigantes de granito, paredes imposibles y glaciares inmensos, angostas chimeneas, grietas traicioneras e inestables cornisas de hielo, tormentas devastadoras y frío insoportable... Pero también amistades indelebles y sentido del compromiso, tradiciones y vida cotidiana en unas poblaciones de montaña a las que aún no había llegado el turismo de masas.
"En aquel lugar, por un efecto de la perspectiva, la muralla parece curvarse sobre sí misma, plegarse, afilarse, y, tomando impulso en su amplia base, bien apuntalada sobre los valles glaciares, se levanta como un surtidor hasta el cielo y lo perfora en un solo movimiento, como si quisiera alcanzar los misterios del más allá. El escalador se siente muy pequeño, minúsculo, aplastado por las dimensiones inhumanas de la montaña. Si, llevado por el azar de una repisa, se asoma al espantoso precipicio del Nant-Blanc, incluso aunque tenga el espíritu bien templado, siente la sensación atroz del vacío sin fondo, siente la impresión -más embriagadora que el vértigo- de que, si cayera, su cuerpo extendido en el aire no tocaría con la pared ni una sola vez hasta llegar a la enorme rimaya que separa la roca del atormentado glaciar. Sobre la cresta, unas pequeñas y extrañas agujas, aceradas, se retuercen en forma de hoja de sierra, como en una súplica desesperada. Al amanecer y a la puesta del sol, se encienden y crepitan, rosas al alba y púrpuras en el crepúsculo. Las gentes de aquí las llaman Les Flammes de Pierre".
Carga con tu mochila, escoge tu mejor cuerda, aprieta bien los crampones y disponte a experimentar lo que fue el alpinismo en aquella época clásica, tras las portentosas escaladas a finales del XIX y principios del XX de Edward Whymper, Albert Mummery, Charles Gos, Francis Fox Tuckett, Émile Fontaine o Johann Joseph Bennen (muy recomendable la lectura del libro de Fergus Fleming Killing Dragons: The Conquest of the Alps, Granta Books, 2001), en la que no existía nada de lo que hoy nos facilita (y asegura) el disfrute y hasta la propia vida en la alta montaña.