sábado, 7 de septiembre de 2024

H de halcón

Helen Macdonald
H de halcón
Traducción de Joan Eloi Roca
Ático de los Libros, 2016 (3ª ed.)

"Traje el azor a mi mundo y luego pretendí vivir en el suyo. Ahora la sensación es distinta: compartimos felizmente nuestras vidas y sabemos que están separadas. Me miro las manos. Tengo cicatrices. Delgadas líneas blancas.Una es de sus uñas cuando el hambre la volvió agresiva; parece un aviso hecho carne. Otra es un desgarro hecho por el endrino aquella vez que atravesé el matorral para encontrar al azor que creía perdido. Hay otras cicatrices pero no son visibles. Son las que no me hizo ella. Son las que me ayudó a curar".


Mi relación con este libro ha sido curiosa. En cuanto se publicó, en 2015, se posó majestuoso en un estante de la Librería Cámara. Su portada poderosa, esa edición tan atractiva con ese aire de libro antiguo, lo hacía visualmente muy atractivo. Lo tuve entre mis manos en varias ocasiones, pero no me decidía a llevármelo. Tal vez porque lo interpreté como un libro centrado en la historia del adiestramiento de un ave de presa y a mí, tengo que confesarlo, la cetrería siempre me ha producido un profundo malestar. Pensar en esas aves tan impresionantes, tan libres, sometidas al capricho humano... 

En noviembre de 2018 disfruté con la lectura de El peregrino, de J.A Baker, una apasionante crónica sobre la observación de halcones peregrinos. Más argumentos a favor del salvajismo frente a la domesticación. Y un día, H de halcón voló de los estantes de Cámara y desapareció.

Entonces, en 2021, leí Vuelos vespertinos, de Helen Macdonald. Me fascinó la manera en la que la autora combinaba la escritura de naturaleza y la introspección. Y lo firmaba la autora de H de halcón. Lamenté mis dudas anteriores, pedí a Cámara que me localizaran un ejemplar y cuando, esta vez, volví a tenerlo entre mis manos, lo leí no como quien los adiestra sino como quien se deleita observando el vuelo libre de los halcones en plena naturaleza. Desde entonces ha anidado en mi biblioteca.
 
En este libro la autora, con su apreciable capacidad para transitar entre la experiencia biográfica y la observación naturalista, narra cómo tras el fallecimiento de su padre, con quien había tenido una relación muy estrecha, decidió criar y adiestrar un azor. Como nos cuenta, desde que era muy niña había sentido especial interés por las aves y, también, por la cetrería: "Cuando descubrí que existía la cetrería, las cosas dejaron de ser amorfas y religiosas. Dije a mis sufridos padres que de mayor quería ser cetrera y me propuse aprender cuanto pudiera de ese oficio milagroso. Papá y yo buscábamos libros de cetrería durante nuestras excursiones familiares y, uno a uno, los grandes libros del género entraron en casa, trofeos de segunda mano envueltos en bolsas de papel y comprados en librerías que hace tiempo que han desaparecido". Entre esos libros la autora destaca El azor, de T.H. White, autor también de una de las mejores series de novelas del ciclo artúrico. La experiencia de la autora y la narrada por White se entremezclan ("Mis motivos eran distintos a los de White, pero recorrimos el mismo camino").

Pero adiestrar a un azor ("afeitar o hacer, en jerga cetrera") no es tarea fácil: "Criar azores no es para los débiles de espíritu. Algunos amigos míos lo han intentado y han acabado negando incrédulos con la cabeza tras una sola temporada y rascándose sus recién adquiridas canas en una especie de estupor postraumático"). Helen Macdonald es capaz de transmitir toda la incertidumbre y el miedo, pero también la felicidad que surge de su relación con su azor, con "Mabel".

No ha cambiado mi juicio sobre la cetrería ("Sé que algunos de mis amigos piensan que tener un azor es moralmente discutible, pero no podría amar ni comprender a las aves de presa tanto como las comprendo y amo si solo las viera en pantallas"), su domesticación me sigue pareciendo una crueldad absolutamente prescindible. Pero este libro es mucho más que la historia del adiestramiento de un ave salvaje. Merece la pena.

Elogio del caminar

Leslie Stephen
Elogio del caminar
Ilustraciones de Manuel Marsol
Traducción de Andrés Catalán
Nórdica, 2024

"Es posible que me arrepienta en algún momento de algunos placeres que no merecen tal calificación, pero el placer que aquí me ocupa es señalada y fundamentalmente inocente. Caminar es a las actividades lúdicas lo que labrar y pescar es a la industria: es primitivo y simple; nos pone en contacto con la madre tierra y la sencilla naturaleza; no requiere de un equipo complejo ni de un entusiasmo fuera de lo común. Resulta adecuado incluso para los poetas y filósofos, y quien quiera disfrutarlo ha de estar al menos predispuesto a convertirse en un devoto de la «querúbica Contemplación»".


Delicioso ensayo del filósofo Leslie Stephen, padre de Virginia Woolf y pionero del alpinismo británico. Publicado originalmente en 1898, se trata de una firme reivindicación de la slow mountain y, más en general, del caminar reposado y contemplativo como actividad no solo física y mental, sino profundamente espiritual. Como una actividad que tiene sentido por sí misma, sin necesidad de vincularla al logro de no se qué hitos o hazañas:

"Por supuesto, se da el caso de caminantes profesionales que establecen «récords» y buscan el aplauso de las masas. Cuando leo las maravillosas hazañas del inmortal capitán Barclay [caminante escocés que ganó un premio de mil guineas por caminar mil millas en mil horas] siento una respetuosa admiración, pero me temo que su motivación se deba más a la vanidad que a las emociones que disfrutan las inteligencias más elevadas. El verdadero caminante es alguien a quien el empeño le resulta en sí mismo placentero; que ciertamente no es tan petulante como para sentirse por encima de cierta complacencia en la capacidad física necesaria, pero que subordina el esfuerzo muscular de las piernas a las «elucubraciones» que este les suscita; a las tranquilas reflexiones e imaginaciones que surgen de forma espontánea al caminar, y que producen la armonía intelectual que es el acompañamiento natural del ruido monótono de sus pasos".

¿Que puede haber un puntito de superioridad moral muy adecuada para quienes no podemos ser trail runners, mountain bikers o kilianjorneters? Puede, puede que haya su poquito de necesidad (o incapacidad) hecha virtud. Pero hay, sobre todo, mucha sabiduría y prevención frente a una deriva "limitefóbica" que, constitutiva de este capitalismo caníbal, ha irrumpido desde hace tiempo en el ámbito del deporte y en el montañismo en particular.
 
Una lectura sencilla pero profunda a la vez. Acompañada con las hermosas ilustraciones de Manuel Marsol.