jueves, 25 de agosto de 2011

Hacia el Estado Mercado

¿Constitucionalizar un límite al déficit público en un país en el que se ha construido un aeropuerto sin aviones, y aún así la sociedad pública que lo gestiona acaba de destinar una partida de 5,5 millones de euros para controlar “los filtros de embarque, el Centro de Seguridad Aeroportuaria y los accesos” al mismo durante cinco años? Cuando el impulso o la decisión política están detrás de infinidad de actuaciones –parques temáticos, estaciones de esquí, aeropuertos, rutas de AVE, ciudades de la cultura, cajas de ahorro, clubes de fútbol, etc.- que generan enormes pérdidas, ¿de qué va a servir fijar en la Constitución un mandato de estabilidad presupuestaria?

Saber que no se debe gastar más de lo que se tiene o razonablemente se espera tener, máxime cuando se maneja dinero de todos, es una cuestión de sentido (del bien) común. Un sentido común, una prudencia elemental y una responsabilidad de la que ha estado ayuna en los últimos tiempos una buena parte de la política española. Por eso me ha gustado escuchar al candidato del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, cuando en un corte del diálogo que mantuvo recientemente con un amplio grupo de padres y madres con hijos o hijas menores de 15 años no dejaba de señalar que el próximo Gobierno va a contar con “pocos recursos”, lo que exigirá fijar bien las prioridades. Esta es la actitud responsable y prudente que debemos exigir a quienes gobiernan los recursos (por definición siempre escasos) de todas y de todos. Confiar en las virtudes taumatúrgicas de una norma, por más alto que sea su rango jurisdiccional, resulta francamente ridículo. Recordemos, si no, lo que la Constitución proclama al respecto del Senado y su función de representación territorial… desde 1978. Si de sujetar el gasto se trata, más nos valdría reformar muchas de nuestras prácticas políticas antes que el texto constitucional.

Sujetar el gasto, sí, pero según qué gasto. A pesar de mantener discrepancias teóricas entre ellos, en los últimos días hemos podido leer sendos artículos de los economistas Paul Krugman (“La crisis secuestrada”, El País, 14 agosto) y James K. Galbraith (“La histeria del déficit”, Público, 14 agosto) en los que cuestionaban con dureza la obsesión con el déficit público, considerándola fundamentalmente una estrategia ideológica destinada a “paralizar al Gobierno y recortar la Seguridad Social” (Galbraith) o a “secuestrar el debate sobre la crisis para conseguir las mismas cosas que uno defendía antes de la crisis, dejar que la economía siga desangrándose” (Krugman). Una posición similar es mantenida por Robert Reich, catedrático de Políticas Públicas en la Universidad de Berkeley y secretario de Trabajo con Clinton (“La manipulación de la crisis”, Público, 1 agosto), quien al igual que los anteriores sostiene que la mejor forma de salir de la crisis es aumentar el gasto público, no disminuirlo. Los tres refieren sus análisis a Estados Unidos, pero creo que podemos aplicarnos el cuento. En España, el colectivo Economistas frente a la Crisis ha criticado la imposición por el Consejo Europeo de políticas de recorte drástico del gasto público y plantean en relación al déficit: “Se asume que un problema esencial en el actual contexto es el déficit público, causado por un exceso de gasto. Sin embargo, el déficit encuentra una de sus principales causas en la fuerte y rápida reducción de los ingresos, que dependen directamente de la evolución del PIB. ¿No sería más adecuado centrarse en la recuperación de los ingresos sin olvidar, por supuesto, la necesaria eficiencia del gasto público?”.

Hablando de recuperación de ingresos: los empresarios españoles que tan contundentemente han salido a apoyar la medida de constitucionalizar el límite de déficit, ¿reclamarán también una subida de impuestos para las rentas más altas como han hecho algunos de sus colegas franceses y norteamericanos? ¿O acaso tendrán a bien reflexionar públicamente sobre la información proporcionada por el Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha), según la cual la evasión fiscal de las grandes fortunas, corporaciones empresariales y grandes empresas alcanzó los 42.711 millones de euros en el último año, lo que supone el 71,8% del importe total de estas bolsas de fraude en España, un porcentaje tres veces superior al correspondiente a pymes y autónomos?

Ya basta de seguir alimentando la ficción de unos mercados guiados por una cierta racionalidad, fundamentalmente prudentes, a quienes espanta la incertidumbre, deseosos de confiar en nosotros para así aterrizar amigablemente en nuestro entorno productivo y ayudarnos a salir de la crisis. Seguros de impago de créditos, ventas a corto, apalancamientos, apuestas a la baja, inversiones de alto riesgo… la incertidumbre y el desequilibrio configuran el ecosistema necesario donde se desarrolla el capitalismo de casino. He leído, incluso, sobre “máquinas de inversión de alta frecuencia” (High Frequency Trading), potentes ordenadores programados matemáticamente para comprar y vender en segundos modificando así las tendencias en las bolsas, con volúmenes de negocio de miles de millones diarios. ¿Modificarán estas supermáquinas de especular sus algoritmos para incorporar nuestra reforma constitucional?

Y luego está la cuestión de las formas: sin debate, decidiendo con incomprensible urgencia una medida pensada para ser aplicada en 2018 o en 2020, generando con ello aún más indignación en una ciudadanía cuya desconfianza debería importarnos mucho más que la de los volubles y codiciosos mercados.

En 2002, siendo Director de Inteligencia del Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos, Philip Bobbitt publicaba el libro The Shield of Achilles: War, Peace, and the Course of History (“El escudo de Aquiles: Guerra, paz y el curso de la Historia”). Bobbitt considera que la sucesión de conflictos bélicos que han caracterizado el siglo XX –desde la Primera Guerra Mundial hasta la caída del Muro de Berlín- constituyen, en realidad, un solo y prolongado conflicto de naturaleza epocal, la Larga Guerra, prolongada en el cambio de siglo con la guerra global contra el terror. Como consecuencia se ha producido una transformación esencial de la naturaleza y la lógica del Estado nación, sustituido por el Estado Mercado. La diferencia fundamental entre ambos es que mientras el Estado nación clásico deriva su poder y su legitimidad de la promesa de garantizar a sus ciudadanos bienestar material a través de la regulación de los mercados, la redistribución de la riqueza nacional y el impulso de programas de asistencia social, el Estado Mercado se legitima a través de la promesa de maximizar las oportunidades de sus ciudadanos impulsando la libre empresa y la iniciativa privada en un entorno de mercado libre. El dinamismo y los incentivos del mercado sustituyen crecientemente la regulación y los programas sociales impulsados por los gobiernos, que externalizan muchas de sus funciones clásicas hacia organizaciones privadas.


Consagrar constitucionalmente de esta manera el equilibrio presupuestario es convertir a España un poco más en Estado Mercado. Donde algunos podremos posicionarnos como agentes económicos, pero con el que pocos nos identificaremos como ciudadanos. Desde ahora digo que mi voto no servirá para apoyar esta reforma.

domingo, 21 de agosto de 2011

¿Un crimen, tal vez?

El Diputado General de Gipuzkoa, Martin Garitano, ha declarado que los atentados cometidos por ETA en Catalunya fueron "más que un error". Y ahí se quedó: pasa palabra.
A Garitano no le gusta que nadie le dicte las palabras que tiene que decir: es lógico. Pero veamos, ¿qué quiere decir "más que un error"? ¿Un gran error, un error de la leche, un super error, un error mayúsculo? ¿Un horror, una tragedia, un drama? ¿Tal vez un crimen?

El 3 de marzo de 1994 el periódico EL MUNDO publicó un artículo del escritor israelí Amos Oz titulado Oriente Medio: la conjura de los extremistas. Al escuchar a Garitano lo he recordado, y lo reproduzco a continuación:

La mañana de un viernes un colono judío de Hebrón entró en el Templo de los Patriarcas y asesinó a docenas de palestinos que en ese momento se encontraban rezando.
El asesino, un conocido seguidor del rabino Meir Kahane, llevaba consigo armas y munición facilitadas por el Estado de Israel, que también ha procurado armamento a muchos otros seguidores de Kahane. Después de la matanza se declaró toque de queda en Hebrón. Pero, como más tarde dijo el comandante del Ejército israelí para la región, Kiryat Arba, el barrio judío de Hebrón no se encontraba bajo toque de queda «puesto que no se había recibido ninguna orden al respecto». Fue al oscurecer cuando el Gobierno recordó que también debía imponer el toque de queda en el barrio judío. Sin embargo, ello no impidió que varios colonos judíos elogiaran la carnicería ante las cámaras de televisión con un razonamiento santurrón y monstruoso, tal y como lo habría hecho un skinhead.
El 17 de septiembre de 1948, el conde Folke Bernardone fue asesinado en Jerusalén por miembros de un desconocido grupo armado judío, que se autonombraba Frente Nacional. Aunque este crimen fue claramente menos grave que los asesinatos del viernes, David Ben Gurion no dudó entonces ni un momento: a los dos días de los hechos, el Gobierno Provisional de Israel publicó unas ordenanzas pidiendo un fuerte castigo no sólo para los terroristas activos, sino también para todos los miembros de organizaciones terroristas. El Lehi y el Frente Nacional fueron prohibidos. En medio de esta difícil época de guerra, David Ben Gurion encomendó a un gran número de tropas la tarea de aplastar el terrorismo judío. Alrededor de 200 personas fueron inmediatamente arrestadas. Las fuerzas de seguridad realizaron extensos registros en varios puntos del país. Los dirigentes de Lehi fueron encarcelados y conducidos a los tribunales.
El Gobierno de Israel debería declarar fuera de la ley a los seguidores de Kahane, ocuparse de que a los incitadores conocidos se les pusiera bajo arresto y fueran llevados a juicio, realizar registros domiciliarios en Kiryat Arba y en otros enclaves de posibles terroristas, y plantear que, como resultado de la masacre, considerará la incorporación de la policía armada palestina a las fuerzas que se encargarán de mantener la paz en los puntos conflictivos de las afueras de Gaza y Jericó.
Las medidas tomadas por el Gobierno israelí el domingo pasado resultan insuficientes, no porque no lleguen a cumplir las condiciones que ha impuesto la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) para la reanudación de las conversaciones de paz, sino precisamente porque son tan leves que no logran convencer a la opinión pública israelí de que todo tipo de racismo y derramamiento de sangre serán prohibidos y suprimidos de ahora en adelante con puño de hierro. Los palestinos, por su parte, serían declaradamente estúpidos si suspendieran las negociaciones ahora. El acuerdo israelí-palestino con respecto a Gaza y a Jericó podría finalizar en unos cuantos días, y puesto en práctica poco después. Esta sería la respuesta más contundente a los fanáticos de ambas partes.
No sé si el asesino recibió ayuda de alguien, a pesar de que ya conocemos bien a los instigadores; son los mismos instigadores que, a diferencia de los agitadores fundamentalistas islámicos, no fueron deportados, ni serán deportados más allá de la frontera, ni sus casas serán destruidas o clausuradas. Pero no veo diferencia alguna entre este asesino judío y estos instigadores judíos, y los asesinos y los instigadores del Hamas y de la Yihad Islámica: hacen todo lo que está en su poder para evitar que el conflicto árabe-israelí sea resuelto mediante un acuerdo; hacen todo lo que pueden para convertirlo en una guerra religiosa entre el judaísmo y el islamismo, entre Adonaí y Alá, hasta conseguir que la última gota de sangre se haya derramado.
Este asesino y los instigadores que hay detrás de él han hecho exactamente lo que el Hamás y la Yihad Islámica esperaban. Los incitadores y los asesinos del Hamás hacen exactamente lo que los fanáticos del lado judío esperan. Es como si al caer las sombras de la noche, la imagen reflejada del Congreso de Oslo se diera cita allí donde ambos bandos no tienen dificultad alguna para ahogar los acuerdos de paz en sangre y venganza.
Docenas de familias de Hebrón ya nunca más verán a su padre, a su hermano o a su hijo. A los niños pequeños habrá que decirles que los muertos fueron asesinados en venganza por el asesinato de otros muchos muertos que también fueron asesinados en venganza por un asesinato que a su vez fue un acto de venganza por otro asesinato. O se les podría decir que lo que ocurrió ha sido para asegurar que la paz no llegue nunca, puesto que la paz es peor que la muerte. Esto es así a menos que la gente de estas dos naciones se ponga en pie y elija la vida y comience inmediatamente a poner en práctica con determinación esta elección.
Por la radio israelí se han oído diversas reacciones a la matanza. El primer ministro y los políticos, incluso los líderes de la derecha del país, han expresado toda su indignación y furia por el asesinato. Aaron Domb, portavoz de los colonos, aunque no alabó la «grave acción», la justificó diciendo que podía entender los motivos para ella. El rabino principal Yisrael Lau también repudió el «derramamiento de sangre» pero evitó usar la palabra «asesinato» quizás porque las víctimas no eran judíos. Entre los conmocionados por la noticia conté a cinco o seis judíos practicantes, todos condenaron «el hecho», algunos incluso usaron duras palabras para hacerlo, pero a ninguno le pareció necesario llamar «asesino» al asesino.
Es difícil, por tanto, evitar hacer la siguiente pregunta, una pregunta que no es sobre la cuestión israelí-palestina, ni sobre palomas y halcones, sino una pregunta de ética para los judíos. Desde los tiempos de los juicios a miembros de grupos clandestinos judíos, de los cuales algunos fueron declarados culpables de asesinato, muchos judíos practicantes solicitaban el perdón para «los buenos muchachos que habían tomado la justicia por su mano.» De hecho, ¿por qué el rabino principal y otros judíos practicantes se sentían satisfechos, esta vez también, con emplear la palabra «derramamiento de sangre», en lugar de llamar «asesinato» al asesinato y «asesino» al asesino? ¿Cuál sería entonces el nombre apropiado para la matanza de Purim en Hebrón? ¿Ha sido una descarga de ira contra los gentiles? ¿El acto imprudente y temerario de un hijo amado? ¿Tan sólo un incidente? ¿Acaso el mandamiento «No matarás» es sólo importante cuando la víctima ha nacido de madre judía o ha sido convertido al judaísmo por un rabino ortodoxo?
Las respuestas a estas preguntas no van a determinar ni el futuro de nuestra región ni el futuro de la paz y de los territorios ocupados. Como tampoco determinarán el significado de la palabra «asesinato», ni dirá quién es o no «asesino». A lo sumo, al contestarlas se podría determinar de una vez por todas quién es judío. Y quién no es otra cosa que el mismo Hezbolá cubierto con un gorro judío.

No se trata de imponer nada, pero ¿cuál sería el nombre apropiado para las matanzas de Hipercor o de Vic? ¿Fueron una descarga de ira contra los españoles? ¿El acto imprudente y temerario de un hijo amado? ¿Tan sólo un incidente? ¿Acaso el mandamiento «No matarás» es sólo importante cuando la víctima ha nacido de madre catalana y ha mostrado su solidaridad con la causa nacionalista vasca? ¿Por qué el Diputado General y otros nacionalistas practicantes se sienten satisfechos, esta vez también, con emplear la palabra «más que un error», en lugar de llamar «asesinato» al asesinato y «asesino» al asesino?

Pero peor -sí, mucho peor-fue la intervención de uno de los asistentes a la charla de Garitano, el dirigente de Solidaritat Catalana per la Independència Josep Guia, que reclamó la persistencia de ETA ante la posible llegada del PP al Gobierno español. «Es muy importante que ETA haya declarado la tregua permanente y verificable, pero también es muy importante que no se disuelva» -parece ser que vomitó- porque el PP va a llegar a La Moncloa sin haber «condenado todavía la dictadura de la cual es hijo, lo que hace que haya una doble vara de medir inaceptable». También afirmó que «el nivel en el que está ahora Bildu es gracias a que hace años que existe ETA». Experto en mirar a los bous no desde el carrer sino desde la barrera, ejemplo de ese "nacionalista a larga distancia" que tanto preocupara a Benedict Anderson por la facilidad con la que llaman a derramar hasta la última gota de la sangre ajena, Samuel Johnson pensaba en tipos como este cuando pronunció su conocido aserto sobre el patriotismo.

En fin. A ninguno le pareció necesario llamar "asesino" al asesino. Y así vamos adentrándonos en este tiempo nuevo, tan sociopáticamente normal.