Como decía, este verano he visitado dos veces su cima, pero siempre de paso. La primera vez para continuar hasta Peñas Malas y descender por Hontanillas. La segunda vez ascendí por Mazobres hasta el collado del Arra, y desde ahí fui cresteando hasta el Murcia, bajando por el camino normal.
En esta segunda ocasión, ya con el Pico Murcia a la vista, bajo Las Cerezuelas (2.159 mts.) me topé con el rebaño de sarrios que más cerca he visto en toda mi vida.
Dejé la mochila y me acerqué con la intención de sacar algunas fotos, pero me dí de bruces con el rebeco que hacía las veces de vigía. Aunque la roca tras la que medio me ocultaba produce un feo efecto en la parte inferior de la foto, estoy más que contento de haber podido disfrutar de este encuentro.
Cuánta razón tiene Erri de Luca cuando, en El peso de la mariposa, escribe:
Las pezuñas del rebeco son los cuatro dedos del violinista. Van a ciegas y no yerran ni un milímetro. Se deslizan por los barrancos, saltinbanquis en ascenso, acróbatas en descenso, son artistas de circo para el público de las montañas. Las pezuñas del rebeco se aferran al aire. El callo en forma de cojín hace de silenciador cuando se quiere; si no es así, la uña partida en dos es castañuela de flamenco. Las pezuñas del rebeco son cuatro ases en el bolsillo de un tahúr. Con ellas la gravedad es una variante del tema, no una ley.