Tras las elecciones de diciembre defendí convencido la posibilidad y la conveniencia de un gobierno de izquierda. Hoy, en cambio, tras el 26-J, creo que tal cosa no es ni posible ni conveniente. No es posible, aunque sólo sea porque desde el PSOE ya han dicho que no; lo ha descartado, según parece, una misteriosa “portavoz oficial” de Pedro Sánchez. "Pedro Sánchez no lo descarta, lo descartan los números", dicen en el entorno del líder socialista. No es verdad, pero tampoco es mentira: los números no descartan la posibilidad de un gobierno alternativo al de Rajoy, pero si la convicción de hacer ese gobierno no es hoy más firme y más seria que la expresada tras las elecciones de diciembre, los números sirven de poco. Y no creo que esa convicción haya mejorado: de ahí la inconveniencia de intentar disputarle la investidura a Rajoy. Hay un millón doscientos mil votantes de izquierda que se han desmovilizado desde diciembre. Hay comunidades autónomas y hay grandes ciudades gobernadas por las izquierdas en las que ha aumentado considerablemente el voto al PP. Hay en Podemos un debate abierto sobre su política de alianzas con Izquierda Unida. Hay en el PSOE un debate abierto sobre el futuro político de Sánchez. En estas circunstancias, declarar que se quiere ser gobierno es un ejercicio de autoengaño, lo que es malo, o de engaño a la sociedad, lo que es mucho peor.
Por supuesto, no es improbable que tras el Comité Federal del sábado los cada vez más diversos y dispersos portavoces del PSOE continúen defendiendo, como si no hubiera contradicción, tanto el NO a Rajoy como el NO a Iglesias, a la vez que el NO a unas terceras elecciones. Tampoco lo es que Unidos Podemos se convierta de pronto en un maravilloso bazar en el que las ofertas al PSOE se multipliquen, cada una más irrechazable que la anterior, del tipo de votar sí a la investidura de Sánchez “sin exigir ningún puesto, quizás alguna reforma”, y luego irse a la oposición. Ofertas de mano tendida que, eso sí, no dejarán de verse acompañadas de declaraciones sobre la naturaleza irremediablemente “castista” de la dirección del PSOE, dedicada a “garantizar los intereses políticos de las élites", por lo que ni está ni se le espera en el bloque progresista. La dispersión y diversión en las portavocías, así como el acostumbramiento a la contradicción permanente, parecen ser características constitutivas de la izquierda. Va a ser que los Monty Python tenían más razón que Zizek.
Si hubiera que hacer un relato de la preocupante deriva hacia la irrelevancia y la banalidad que parece haberse adueñado de la izquierda en España sólo habría que atender a cuáles han sido las grandes cuestiones sobre las que las fuerzas progresistas han debatido a lo largo del último año. Antes de las elecciones del 20-D PSOE, Podemos e Izquierda Unida discutían sobre si renta o trabajo garantizado, sobre la república, sobre el nivel de reforma que habría que aplicar a la reforma laboral del PP, sobre el derecho a decidir o sobre el TTIP. Tras las elecciones de diciembre, la discusión se limitó a la cuestión de gobernar con quién y con qué distribución de responsabilidades. Mientras nos preparábamos para la repetición de las elecciones, el único debate en el seno de la izquierda fue el del sorpasso. Tras el 25-J, sin sorpasso pero sí con un monumental sopapo, lo único que parece preocupar al PSOE y a Unidos Podemos es pasarle al otro el marrón de cargar con el baldón de haber sido el que, por omisión pasada o por abstención presente, habría llevado a Rajoy a la presidencia del gobierno.
El problema no es que desde las elecciones de diciembre no haya gobierno; el problema es que ya va para siete meses que no tenemos oposición. Aún con gobierno en funciones, la nave va: la nave del deterioro del derecho del trabajo, la nave de la austeridad, la nave de la reforma educativa, la nave de la corrupción… Lo que no va es la posibilidad de modificar el rumbo de esa nave.
Así pues, esta es mi humilde y personal propuesta: que PSOE y Unidos Podemos se recompongan como organizaciones que habitan en el espacio plural de las izquierdas; que establezcan canales de diálogo con ambición estratégica; que acuerden cuanto antes un programa de oposición que revierta las principales contrarreformas del PP y, ya de paso, alguna inaugurada por el PSOE: la laboral, la educativa, la de extranjería, la de la justicia universal… Y despejar, ya desde ahora, la cuestión de la investidura de Rajoy. Que se la trabaje, si es capaz, y que si no lo es no pueda escudarse en nada que no sea su propia incapacidad. PSOE y Unidos Podemos deberían dejar de amenazarse con la acusación de que fue el otro el que, al final, permitió gobernar a Rajoy. En lugar de seguir jugando al “juego del gallina”, probándose para ver quien se acobarda antes y finalmente cede para evitar unas terceras elecciones, dejando a la otra parte como la más firme y coherente, ambos partidos deberían acordar y anunciar públicamente que votarán NO en primera vuelta a Rajoy, y que luego se abstendrán. Abstenerse no por responsabilidad, ni por sentido de Estado, ni por facilitar la gobernabilidad, ni cosas similares. Abstenerse para que de una vez pueda hacerse política institucional desde las izquierdas.
Publicado en EL DIARIO NORTE