Lo que ocurre es que, la mayoría de las veces, “ni tan siquiera los indios pueden ver la relación que hay entre ellos y el tipo de criatura que, según los antropólogos, es el indio «real»”. ¿De verdad somos así?, se preguntan al principio con incomodidad. Pues será que somos así, acaban pensando a medida que las “evidencias” se acumulan. De esta manera, “la gente india empieza a sentir que son meras sombras de un super-indio mitológico”. Surge entonces un “sentimiento de inadecuación”: aunque no se reconozcan en las caracterizaciones que hacen de ellas, las comunidades indias acaban por pensarse a sí mismas desde el imaginario que difunden los analistas.
Analistas que, por cierto, funcionan más por deducción que por inducción: “Puede que sintáis curiosidad por saber por qué el antropólogo nunca tiene un instrumento con que escribir. No toma notas porque YA SABE lo que encontrará. No necesita apuntar más que los gastos diarios para el contable, pues el antropólogo ya encontró la respuesta el invierno pasado en los libros que leyó. No, el antropólogo sólo se encuentra en las reservas para VERIFICAR lo que sospecha desde hace tiempo: que los indios son una gente extraña que aguantan que les observen”.
De ahí la amarga conclusión a la que llega Deloria: “Si las tribus hubieran podido escoger el enemigo contra quien luchar, la caballería o los antropólogos, poca duda cabe de a quien hubieran escogido. En toda situación de crisis, los hombres siempre atacan la mayor amenaza a su existencia. Un guerrero muerto en la batalla siempre puede irse a los Felices Parques de Caza. En cambio ¿dónde va un indio tumbado por un antropólogo? ¿A la biblioteca?”.
[2] ¿Dónde va un vasco pacificado por un mediador internacional? Hace ya varios años que, a partir de esta pregunta, comencé a escribir estas líneas. Concretamente, desde que en 2011 leí el artículo “Elegir la paz en el País Vasco”, publicado por Brian Currin en Le Monde Diplomatique. Fue entonces cuando recordé el libro de Vine Deloria. Ahí estaba nuestro particular antropólogo sudafricano, al frente de un autodenominado Grupo Internacional de Contacto que se presentaban como “los nuevos interlocutores en este conflicto”; unos interlocutores supuestamente “imparciales, [que] sólo tienen como objetivo la paz y la normalización política”. Convencidos de esta imparcialidad, Currin se mostraba sorprendido por “la hostilidad que su participación suscita en el proceso entre numerosos constitucionalistas españoles”. Pero, en lugar de reflexionar sobre las posibles limitaciones de su supuesta imparcialidad, el mediador se mostraba convencido de que “la única explicación posible es el temor a una democracia global en el País Vasco, en la cual participaría el conjunto de los nacionalistas favorables a la autodeterminación”. Como el antropólogo en las reservas indias, el mediador venía a Euskadi a VERIFICAR lo que ya sabía: que “lo que estructura el conflicto político vasco” es la oposición entre autodeterministas y constitucionalistas, “y no la violencia de la ETA”. Y quienes peor lo estaban haciendo eran… los constitucionalistas.
[2] ¿Dónde va un vasco pacificado por un mediador internacional? Hace ya varios años que, a partir de esta pregunta, comencé a escribir estas líneas. Concretamente, desde que en 2011 leí el artículo “Elegir la paz en el País Vasco”, publicado por Brian Currin en Le Monde Diplomatique. Fue entonces cuando recordé el libro de Vine Deloria. Ahí estaba nuestro particular antropólogo sudafricano, al frente de un autodenominado Grupo Internacional de Contacto que se presentaban como “los nuevos interlocutores en este conflicto”; unos interlocutores supuestamente “imparciales, [que] sólo tienen como objetivo la paz y la normalización política”. Convencidos de esta imparcialidad, Currin se mostraba sorprendido por “la hostilidad que su participación suscita en el proceso entre numerosos constitucionalistas españoles”. Pero, en lugar de reflexionar sobre las posibles limitaciones de su supuesta imparcialidad, el mediador se mostraba convencido de que “la única explicación posible es el temor a una democracia global en el País Vasco, en la cual participaría el conjunto de los nacionalistas favorables a la autodeterminación”. Como el antropólogo en las reservas indias, el mediador venía a Euskadi a VERIFICAR lo que ya sabía: que “lo que estructura el conflicto político vasco” es la oposición entre autodeterministas y constitucionalistas, “y no la violencia de la ETA”. Y quienes peor lo estaban haciendo eran… los constitucionalistas.
Siete años después, en su último aterrizaje en la reserva vasca, los mediadores han confirmado todas sus ideas sobre el problema vasco. Pero ahora, además, nos dejan tarea para el futuro: “Por encima de todo, lo que tenemos por delante es un proceso de reconciliación”, dice la Declaración de Arnaga; porque no lo estamos, según parece. Y para alcanzar ese estado de reconciliación “todas las partes [habrán de ser] honestas sobre el pasado”; porque no lo hemos sido, nos ha faltado honestidad. “Y hará falta un espíritu de generosidad para curar las heridas y reconstruir una comunidad compartida”: ¿porque no hemos sido suficientemente generosos? “Aún queda mucho por realizar por todas las partes”, concluyen. Porque, tal y como declararon en Aiete en 2011 (¡pero qué listos son estos antropólogos, perdón, mediadores!), “la paz no es un juego de suma cero, sino un asunto de voluntad política, donde ambas partes se ponen de acuerdo para alcanzar sus objetivos de forma pacífica, a través de medios políticos y democráticos”. O sea que… ¿aún tenemos que construir la paz?
Los mediadores se han ido. Y este pobre nativo no es capaz de ver la relación que existe entre su propia experiencia y la explicación del “problema vasco” que el Grupo Internacional de Contacto ha querido convertir en relato canónico. No acaba de ver cuáles han sido sus déficits de generosidad, sus faltas de honestidad, su carencia de voluntad reconciliadora. Será que la sombra del “super-vasco mitológico” es muy espesa. Será que nunca he estado a la altura de lo que se esperaba de un vasco: no he sido generoso, ni honesto, ni he hecho lo suficiente para reconstruir una comunidad compartida.
Vine Deloria lamentaba que “muchas de las ideas que pasan por el pensamiento indio son en realidad teorías presentadas originalmente por los antropólogos y que los indios han repetido como un eco en un intento de expresar la situación real”. ¿No será que Deloria era, al igual que yo, un mal indio? Los buenos vascos, los vascos que coinciden milimétricamente con la teorización de los mediadores, ya se han puesto manos a la obra: unos pintan en las paredes su agradecimiento a ETA; otros recuerdan, como indios bien aplicados, la existencia de “un conflicto político anterior a ETA y a Iparretarrak, que se va a mantener después del acto de hoy". Una futura generación, representada en Cambo-les-Bains por una imparcial Irati Agorria Cuevas, se prepara para un futuro luminoso. Pero, ¿a dónde iremos las vascas y los vascos tumbadas por los mediadores?