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lunes, 28 de mayo de 2018

Nacionalista eres tú, yo sólo tengo que convivir contigo

Las palabras esenciales del “nacionalismo banal”, recuerda Michael Billig, suelen ser las más pequeñas: “nosotros”, “esto” y “aquí”. A estas podríamos añadir otras como “lo nuestro”, “lo propio”, “lo de aquí”… Palabras pequeñas y cercanas, familiares, cálidas, cómodas: autoevidentes. Palabras prosaicas y automáticas que dan por sentada la existencia de las naciones y, sobre todo, de esta nación: la nuestra, la de aquí. Palabras-masaje, palabras-bálsamo, que naturalizan realidades políticas “en realidad” imaginadas, construidas, artificiales. “Permanencias inventadas”, como las denomina Billig (Nacionalismo banal, Capitán Swing, 2014).

PNV y EH Bildu han acordado un texto que sirva como preámbulo de un posible futuro "Estatus Político" que actualice el autogobierno de Euskadi. Es un texto lleno de palabras pequeñas, prosaicas, cotidianas pero, por lo mismo, cargadas de sentido común, irrechazables, autoevidentes: somos un pueblo, tenemos derecho, sentimos la necesidad, queremos decidir… Es un texto escrito desde y para el nacionalismo vasco. No lo digo como reproche, sino como constatación. Un texto escrito por nacionalistas, para nacionalistas, con el fin de hacer más banal (más natural, más irreflexiva) la construcción nacional vasca. Insisto: nada que reprochar, es lo que se espera del nacionalismo, de cualquier nacionalismo.

PNV y EH Bildu apoyan también la movilización convocada para el 10 de junio por Gure esku dago a favor del derecho a decidir. “A nadie tiene que extrañar que el PNV se manifieste por el derecho a decidir”, advierte en una entrevista en El Correo Itxaso Atutxa, presidenta del PNV bizkaino. Pues no, claro que no. Es lógico (banalmente lógico) que los nacionalistas apoyen una movilización nacionalista, que pretende sumar (y contar) apoyos para el proyecto político del nacionalismo vasco.

¿Se puede defender el derecho a decidir sin ser nacionalista? Sí. Pero no porque se trate de un derecho puramente (banalmente) democrático, como se dice desde el nacionalismo. Tampoco porque sea lo único que puede hacer una persona que quiera actuar democráticamente. Resulta descorazonador tener que recordarlo, pero hay derechos a decidir según qué cosas que sólo pueden ser combatidos social y políticamente.

El derecho de autodeterminación no es un mero instrumento neutral, sin contenido, poco más que un procedimiento democrático de decisión. La estrategia de normalización -de banalización- de este derecho, en la que juega un papel importante su traducción como derecho a decidir, me parece un peligroso error –si es fruto de la irreflexión- o un inaceptable engaño –si responde a una estrategia-. “¿Qué hay más democrático que decidir?”, se dice, como si de una evidencia (banal) se tratara. Pues según… El derecho de autodeterminación es, antes que nada, la definición de un demos, de un sujeto político soberano, que posteriormente decidirá sobre su estatuto político. De ahí que el derecho de autodefinición, es decir, el derecho a definir “quiénes son los miembros que integran en realidad ese pueblo”, sea el paso esencial en cualquier proceso soberanista. Y aquí me remito a Luigi Ferrajoli y a su exigente reflexión sobre la que denomina “esfera de lo indecidible”: en democracia hay principios que deben estar sustraídos a la decisión de la mayoría. Y a mi modo de ver, la modificación de la condición de ciudadanía, cuando esta modificación puede entrañar riesgos de debilitamiento, limitación o exclusión de esta condición, entraría plenamente en esta esfera de lo indecidible.

Como señalara el politólogo estadounidense Walker Connor en los años Setenta, la aspiración más característica de los movimientos nacionalistas minoritarios en el seno de un Estado nación es a la “etnocracia”, es decir, al gobierno de “los suyos”; el autogobierno al que aspira el nacionalismo es, siempre, “etnogobierno”, el gobierno de “los nuestros”, de “los de aquí”. Nada más banal, ¿no es cierto? ¿Quién puede estar en contra de que “lo nuestro” lo decidamos “los de aquí”? Connor señalaba que esta aspiración etnocrática podía ser perfectamente compatible con distintas institucionalizaciones políticas, desde la autonomía hasta la independencia; y personalmente consideraba que “el ciudadano típico de una minoría nacional en un estado democrático moderno desea la etnocracia, pero no la independencia”. Es esta una idea muy repetida por estos lares, donde la influencia de Connor ha sido más que notable en el entorno académico. Idea que yo no comparto: la aspiración etnocrática del nacionalismo sólo puede conocer una moderación táctica o instrumental de su programa político máximo, en realidad único, y que no es otro que la constitución de un Estado propio. Algo tan simple, banal y natural como esto. Lo explica así Joseba Sarrionandia en ¿Somos como moros en la niebla?: “Los vascos no reclaman nada original. Es como si un caribú de grandes cuernos considerara absolutamente infundado, improcedente e incluso malicioso que a otro caribú le crecieran las astas. Los vascos, con exiguos medios y una pasmosa falta de imaginación, no plantean, ni siquiera los más radicales, sino una cosa tan común que ya la tienen españoles y franceses: una mera nación-estado propia”.

Volvemos, entonces, a la cuestión planteada más arriba: ¿se puede defender el derecho a decidir sin ser nacionalista? Se puede y, cuando esta reivindicación es abiertamente planteada en una sociedad democrática, también se debe defender el derecho a decidir aún sin ser nacionalista; o mejor: se debe aceptar la legitimidad de esta reivindicación, y se deben buscar cauces legales para su deliberación y, en su caso, para decidir democráticamente sobre la misma. Y en este sentido, me sigue pareciendo esencial el ejemplo canadiense, expresado así en palabras de Stéphane Dion: “Si en Canadá aceptamos la secesión como una posibilidad, no es porque nos empuje a ello el derecho internacional. En realidad, la secesión no es un derecho en democracia. Sólo lo es para los pueblos en situación colonial o en caso de violación extrema de los derechos de la persona. […] Si aceptamos la secesión como una posibilidad es porque sabemos que nuestro país no sería el mismo si no se fundase en la adhesión voluntaria de todos sus componentes. No conozco un solo partido político importante de Quebec ni de otros lugares de Canadá que quiera retenernos contra nuestra voluntad”.

En los próximos meses la reivindicación nacionalista vasca va a experimentar un importante acelerón. El final del terrorismo no es ajeno a esta circunstancia. No pasa nada: es normal. Y habrá que tener la inteligencia, la generosidad y la honradez de buscar la manera de garantizar que tal reivindicación pueda no sólo discutirse sino, en su caso, realizarse. Pero sería muy conveniente que la ciudadanía vasca no nacionalista no nos dejemos capturar por el nacionalismo banal. El nacionalista eres tú, yo sólo tengo que convivir contigo. Y porque tengo que hacerlo, no me queda otra que aprestarme a constituir contigo un ámbito de deliberación que, desde el respeto y la honestidad, nos permita encontrar una solución convivencial que no está prefijada, pero que podría incluso llegar hasta la secesión. Cuando tú, nacionalista, tengas clara tu propuesta, debes saber que contarás con mi mejor disposición para discutirla. Pero eres tú quien debe construirla.

Publicado en EL DIARIO.
 

sábado, 5 de mayo de 2018

Mediadores y otros amigos

[1] Vine Deloria Jr. (1933-2005), escritor y activista de origen sioux, es autor de uno de los libros más interesantes para comprender la realidad de los Indios Americanos y su trágica historia: El General Custer murió por vuestros pecados. En uno de sus capítulos, titulado “Los antropólogos y otros amigos”, Deloria ironiza sobre la fijación de la antropología académica con las comunidades nativas y sus consecuencias para estas mismas comunidades. “Los indios han sido los más malditos de todos en la historia. Los indios tienen antropólogos”, lamenta. Aterrizando durante unas semanas en las reservas, cuando regresan a sus facultades los antropólogos se dedican a producir escritos que explican el “problema indio”.

Lo que ocurre es que, la mayoría de las veces, “ni tan siquiera los indios pueden ver la relación que hay entre ellos y el tipo de criatura que, según los antropólogos, es el indio «real»”. ¿De verdad somos así?, se preguntan al principio con incomodidad. Pues será que somos así, acaban pensando a medida que las “evidencias” se acumulan. De esta manera, “la gente india empieza a sentir que son meras sombras de un super-indio mitológico”. Surge entonces un “sentimiento de inadecuación”: aunque no se reconozcan en las caracterizaciones que hacen de ellas, las comunidades indias acaban por pensarse a sí mismas desde el imaginario que difunden los analistas.
Analistas que, por cierto, funcionan más por deducción que por inducción: “Puede que sintáis curiosidad por saber por qué el antropólogo nunca tiene un instrumento con que escribir. No toma notas porque YA SABE lo que encontrará. No necesita apuntar más que los gastos diarios para el contable, pues el antropólogo ya encontró la respuesta el invierno pasado en los libros que leyó. No, el antropólogo sólo se encuentra en las reservas para VERIFICAR lo que sospecha desde hace tiempo: que los indios son una gente extraña que aguantan que les observen”.
De ahí la amarga conclusión a la que llega Deloria: “Si las tribus hubieran podido escoger el enemigo contra quien luchar, la caballería o los antropólogos, poca duda cabe de a quien hubieran escogido. En toda situación de crisis, los hombres siempre atacan la mayor amenaza a su existencia. Un guerrero muerto en la batalla siempre puede irse a los Felices Parques de Caza. En cambio ¿dónde va un indio tumbado por un antropólogo? ¿A la biblioteca?”.

[2] ¿Dónde va un vasco pacificado por un mediador internacional? Hace ya varios años que, a partir de esta pregunta, comencé a escribir estas líneas. Concretamente, desde que en 2011 leí el artículo “Elegir la paz en el País Vasco”, publicado por Brian Currin en Le Monde Diplomatique. Fue entonces cuando recordé el libro de Vine Deloria. Ahí estaba nuestro particular antropólogo sudafricano, al frente de un autodenominado Grupo Internacional de Contacto que se presentaban como “los nuevos interlocutores en este conflicto”; unos interlocutores supuestamente “imparciales, [que] sólo tienen como objetivo la paz y la normalización política”. Convencidos de esta imparcialidad, Currin se mostraba sorprendido por “la hostilidad que su participación suscita en el proceso entre numerosos constitucionalistas españoles”. Pero, en lugar de reflexionar sobre las posibles limitaciones de su supuesta imparcialidad, el mediador se mostraba convencido de que “la única explicación posible es el temor a una democracia global en el País Vasco, en la cual participaría el conjunto de los nacionalistas favorables a la autodeterminación”. Como el antropólogo en las reservas indias, el mediador venía a Euskadi a VERIFICAR lo que ya sabía: que “lo que estructura el conflicto político vasco” es la oposición entre autodeterministas y constitucionalistas, “y no la violencia de la ETA”. Y quienes peor lo estaban haciendo eran… los constitucionalistas.
Siete años después, en su último aterrizaje en la reserva vasca, los mediadores han confirmado todas sus ideas sobre el problema vasco. Pero ahora, además, nos dejan tarea para el futuro: “Por encima de todo, lo que tenemos por delante es un proceso de reconciliación”, dice la Declaración de Arnaga; porque no lo estamos, según parece. Y para alcanzar ese estado de reconciliación “todas las partes [habrán de ser] honestas sobre el pasado”; porque no lo hemos sido, nos ha faltado honestidad. “Y hará falta un espíritu de generosidad para curar las heridas y reconstruir una comunidad compartida”: ¿porque no hemos sido suficientemente generosos? “Aún queda mucho por realizar por todas las partes”, concluyen. Porque, tal y como declararon en Aiete en 2011 (¡pero qué listos son estos antropólogos, perdón, mediadores!), “la paz no es un juego de suma cero, sino un asunto de voluntad política, donde ambas partes se ponen de acuerdo para alcanzar sus objetivos de forma pacífica, a través de medios políticos y democráticos”. O sea que… ¿aún tenemos que construir la paz?
Los mediadores se han ido. Y este pobre nativo no es capaz de ver la relación que existe entre su propia experiencia y la explicación del “problema vasco” que el Grupo Internacional de Contacto ha querido convertir en relato canónico. No acaba de ver cuáles han sido sus déficits de generosidad, sus faltas de honestidad, su carencia de voluntad reconciliadora. Será que la sombra del “super-vasco mitológico” es muy espesa. Será que nunca he estado a la altura de lo que se esperaba de un vasco: no he sido generoso, ni honesto, ni he hecho lo suficiente para reconstruir una comunidad compartida.
Vine Deloria lamentaba que “muchas de las ideas que pasan por el pensamiento indio son en realidad teorías presentadas originalmente por los antropólogos y que los indios han repetido como un eco en un intento de expresar la situación real”. ¿No será que Deloria era, al igual que yo, un mal indio? Los buenos vascos, los vascos que coinciden milimétricamente con la teorización de los mediadores, ya se han puesto manos a la obra: unos pintan en las paredes su agradecimiento a ETA; otros recuerdan, como indios bien aplicados, la existencia de “un conflicto político anterior a ETA y a Iparretarrak, que se va a mantener después del acto de hoy". Una futura generación, representada en Cambo-les-Bains por una imparcial Irati Agorria Cuevas, se prepara para un futuro luminoso. Pero, ¿a dónde iremos las vascas y los vascos tumbadas por los mediadores?


domingo, 24 de diciembre de 2017

Fallo de sistema

No podía resultar otra cosa. No me refiero a los detalles: dos escaños arriba o abajo, el aumento en la participación, o la quiebra entre la Cataluña interior, aplastantemente soberanista, y la costa urbanizada. Si de lo que se trata es de diagnosticar la realidad, estas elecciones no han hecho sino confirmar lo que ya sabíamos.
Si el unionismo sin matices ni cautelas (¡Todo por la patria!) es la esencia del nacionalismo, tras las elecciones resulta más que evidente la falacia de los dos bloques enfrentados. Bloque no hay más que uno, el que agrupa bajo la estelada desde 'anticapis' a burgueses pata negra. Si Seguí o Pestaña levantaran la cabeza. El resto, el mal llamado “bloque del 155”, no suma; pero no ya aritméticamente (que tampoco), sino políticamente. Y esto, que es una desgracia a la hora de gobernar, es una bendición desde la perspectiva de la pluralidad constitutiva de una sociedad compleja como es la catalana.

Así y todo, los partidos abiertamente independentistas han obtenido apenas 175.000 votos más que los que defienden expresamente el mantenimiento de Cataluña en España. Una cifra ínfima, que aún se reduce más si tenemos en cuenta los 10.000 sufragios obtenidos por Recortes Cero, que durante la campaña se ha mostrado abiertamente contraria al proceso soberanista. No sé lo que al respecto planteaba el PACMA (38.500). Pero rascando votos de aquí y de allá, siempre con la incógnita ya insostenible de los Comunes, llegaríamos a donde estábamos: al empate entre identidades y proyectos de futuro. Donde ya estábamos, insisto. Y donde vamos a seguir estando. Si acaso, lo que estas elecciones han certificado es que Cataluña es un (proyecto de) Estado fallido. Un país en el que una de cada cuatro personas de las que han votado lo han hecho por una fuerza tachada de extranjera, anticatalana o directamente fascista…, pues ya me dirán. Una cosa es pensar que en una Cataluña independiente tan sólo habría que considerar la posible secesión en cadena del hermoso pero diminuto Valle de Arán, y otra muy distinta es comprobar la desafección 'procesista' de Barcelona, Tarragona, Lleida, L’Hospitalet, Badalona, Mataró… Esto se empieza a parecer sospechosamente a una carlistada.
¿Cabe deducir algo positivo de esta constatación de la imposibilidad sociohistórica de la construcción de un Estado nación catalán? Bueno, mejor tomar conciencia de ello en fase de proyecto que una vez metidos en el lío de intentar realizarlo. A partir de aquí, la cuestión políticamente relevante es cómo plantear un autogobierno suficiente y eficiente, satisfactorio y solidario, en el marco de este Estado español (también en situación de fallo de sistema, como luego diremos). Pero aquí es donde las cosas se tuercen, o no se enderezan, que torcidas ya estaban.
Desde Bruselas, Puigdemont se empeña en seguir proclamando sandeces como esta de que "La república catalana ha ganado a la monarquía del 155". Ni hay república catalana, ni hay monarquía del 155. Lo que único que ha ganado es el personalísimo proyecto de Puigdemont frente a la apuesta de Junqueras por liderar el campo soberanista. El 'turilio' (mezcla de turismo y exilio) ha derrotado a la prisión. La sombra de Tarradellas -"Ciutadans de Catalunya: Ja sóc aquí"- es muy alargada.
Convertido en president de opereta (¡qué personaje si lo pillara Hergé para una de sus historias!), un cada vez más paródico Puigdemont se ha soltado definitivamente el pelo y, convencido de que "La independencia gana de manera rotunda”, considera que “Rajoy, el Ibex, el entorno mediático y Europa deben tomar nota" y emplaza al presidente del Gobierno a reunirse fuera de España. Recuerdo otra vez eso que escribe Sánchez Ferlosio en Campo de retamas: "El fascismo consiste sobre todo en no limitarse a hacer política y pretender hacer historia".
Pero si Cataluña es un (proyecto de) Estado fallido, España es un Estado nación que está fallando gravemente a la hora de afrontar su realidad plurinacional. El PP de Albiol se ve reducido a su mínima expresión en Cataluña (mira, esta sí es una consecuencia muy positiva del procés), pero son los dos grandes partidos estatales los que experimentan cada vez más dificultades para ubicarse electoral y políticamente en Euskadi y en Cataluña.
¿La salida? Tendrá que ser un referéndum pactado. Pero no de entrada, planteado en el horizonte de unos pocos meses, sino como salida de un proceso de deliberación, de una conversación profunda que ya debía haberse iniciado hace mucho tiempo. Conversación que sólo podrá plantearse si, como se indica en el preámbulo de la Clarity Act del Tribunal Supremo de Canadá a propósito de la secesión de Québec:
a) Los partidarios de la secesión reconocen y aceptan que “no existe el derecho de efectuar una secesión unilateral por parte de la Asamblea Nacional o el Gobierno de Quebec, ni bajo el derecho internacional ni la Constitución de Canadá”.
b) Los defensores de la integridad del Estado reconocen y aceptan que “el gobierno de cualquier provincia de Canadá tiene derecho a consultar a su población mediante referendo sobre cualquier asunto, y puede elegir la formulación de la pregunta”, y que si el resultado de la consulta es claro “tanto en términos de la pregunta empleada como del apoyo que recibe […] tal resultado ha de ser tenido en cuenta como expresión de la voluntad democrática que conllevaría la obligación de entrar en negociaciones que podrían conducir a la secesión”.
El momento para iniciar en serio esa conversación es ahora. Es verdad que los procesos judiciales en marcha no ayudan. Pero tampoco son el principal inconveniente.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Reeducación

Hay que ver lo que nos gusta una buena purga. Esa autocrítica (absolutamente libre, por supuesto), ese reconocimiento de los errores en los que se ha incurrido, ese acto de contrición, esa manifestación de bajeza moral, esa humillación pública...
Escribe Javier Moscoso en la introducción de Promesas incumplidas. Una historia política de las pasiones (Taurus, 2017):
Los miembros del Tercer Estado, reunidos en la Sala de Juego de Pelota, se conminaron a no separarse hasta que se reconociera la Asamblea Nacional como cuerpo constituyente. Jean Sylvain de Bailly, el presidente del Tercer Estado, se puso en pie y declaró: "Juramos no separarnos nunca [...] hasta que la constitución del reino quede establecida y fijada sobre bases sólidas". Era el 20 de junio de 1789. La misma actitud habían tomado los firmantes de la Declaración de Independencia americana el 4 de julio de 1776: "O salimos de aquí todos juntos o nos ahorcarán por separado", declaró, al parecer, George Washington.
Qué tentación, comparar estas actitudes con las que han sucedido a la chapucera e irresponsable declaración de independencia de Cataluña. Medio Govern en prisión y otro medio, encabezado por su Presidente, haciendo tareas de agit-prop en Bruselas, aunque ellos lo denominen "exilio". La Mesa del Parlament en libertad provisional tras reducir la declaración de independencia a mero ejercicio intelectual. Qué tentación:

Pero claro, a nivel de la feliz 'Arcadia' catalana, hay políticos que son capaces de sostener un discurso radical cuando el tren del artículo 155 de la Constitución aún no ha partido de la estación de Puerta de Atocha, pero cuando se acerca ya a la provincia de Lérida entonces la cosa cambia y toman las de Villadiego. Juan Velarde, en Periodista Digital.
Pero que la tentación de humillar no sustituya a la necesidad de criticar políticamente un proceso desarrollado no contra la ley, sino contra la realidad:

jueves, 12 de octubre de 2017

Peor que nada

Primero pensé en no escribir nada, pues nada parecía haber pasado, más allá de lo estrictamente declarativo. Luego pensé en escribir algo a partir de una idea simplona, pero no por ello carente de potencial explicativo: la DUI se había transformado en DIU, y lo que iba a nacer había quedado en… pues eso, en nada. Pero nada de lo anterior es cierto. No es verdad que lo ocurrido el 10 de octubre en el Parlament sea “nada”. Y si lo fuera, si con tal término pudiéramos definirla, sería esa nada de La historia interminable que se va expandiendo como una enfermedad incontrolable, haciendo desaparecer personas y lugares, la imaginación y la belleza, dejando tras de sí… pues eso, la nada.
Lo visto en el Parlament fue un nuevo episodio de astucia carente de inteligencia: una forma de ganar tiempo, una patada que vuelva a plantar el balón en el campo del Estado, un intento de proteger la tensionada unidad en el soberanismo, un golpe bajo contra un PSOE resquebrajado entre diazlambanistas e icetistas, una provocación que busca ser respondida con un aumento de la represión… Elijan lo que prefieran, incorporen nuevas posibilidades o planteen, incluso, la hipótesis del paso atrás que busca abrir espacios de diálogo. Hipótesis que yo no contemplo.
La declaración que firmaron los diputados de Junts pel Sí y la CUP en dependencias del Parlament tiene su correlato perfecto en el acto de toma de posesión de sus cargos de presidente, ministras y ministros del Gobierno de España, presidentas y presidentes de comunidades autónomas, etc. Todas y todos, con solemnidad (o con la solemnidad que permiten las circunstancias, que en el caso del Parlament fue relativa) se han comprometido a defender sus respectivas ideas de país, de pueblo, de derecho, de justicia, de legitimidad, ideas que, y aquí es donde la hipótesis del diálogo hace aguas, hoy por hoy son radicalmente incompatibles. Porque, ¿qué diálogo cabe plantear entre dos compromisos solemnes cuyo cumplimiento respectivo exige el incumplimiento del otro?
Así pues, estamos donde estábamos, sólo que un poquito (espero que solo sea un poquito) peor. Dos totalidades enfrentadas y excluyentes, un juego de suma cero. Lo ideal sería que el Gobierno de Rajoy se hiciera el despistado y actuara como si, en efecto, no hubiera pasado nada. No chutar el balón, no tocarlo, no mirarlo siquiera. Que salga del campo y se pierda por la banda. Pero, ¡ay!, el compromiso solemne y público con la ley, la patria, el pueblo…
Me temo que el PP le entrará al balón. Los hooligans con disfraz de ciudadanos van creando ambiente. Tampoco ayuda, aunque parezca lo contrario, la contemporizadora lectura que de lo ocurrido hace Podemos, pues con ella el balón pasa a estar en posesión, exclusivamente, del Gobierno español. Y el PSOE sigue en el banquillo, rezando para no tener que saltar al campo: aunque tendrá que hacerlo.
Y en esas estamos. Tal vez si las espectadoras y los espectadores saltáramos al campo, pero cada cual para animar al contrario, no al propio. Tal vez si el juego se trasladara a otro escenario, como el del diálogo abierto entre comunidades autónomas. O tal vez, simplemente, la nada de ayer sea, en efecto, nada de nada, porque las empresas patrocinadoras decidan, definitivamente, apoyar otros equipos y otros deportes.

sábado, 30 de septiembre de 2017

Prozesua

Comencé a escribir este post hace dos semanas, tras la manifestación convocada por Gure Esku Dago en apoyo al referéndum en Cataluña, el pasado día 16. Me impulsó a escribirlo la foto de portada con la que, al día siguiente, EL CORREO daba cuenta de la manifestación. Esto es lo que empecé a escribir:

Me parece respetable, cómo no, y también comprensible, tratándose de un partido nacionalista.
Pero deja bastante claro con quiénes no vamos a contar para afrontar una reforma del autogobierno vasco en clave federal.
Lo que más me preocupa es que se apoye con tanta alegría un proceso que se desarrolla sin las mínimas garantías democráticas (Urkullu dixit) y abriendo un escenario de ruptura social más que preocupante en Cataluña. ¿Lo harían igual en Euskadi?
Tampoco en esto me representan.
Cuando las réplicas de Cataluña lleguen a nuestro país, ya sabemos a qué atenernos.


Cuando ya estaba en ello me asaltó una pereza infinita, y hasta un punto de tristeza.
Creo conocer bastante bien a las dos personas que aparecían en primer plano de la foto en cuestión, y por ambas siento un profundo aprecio.
Me dolió pensar que, en algún momento, pudiéramos encontrarnos en Euskadi en la misma situación en que se encuentran hoy en Cataluña, y que nuestros afectos se vieran comprometidos, como hoy pasa en Cataluña.
Me desasosegó pensar en una sesión del Parlamento Vasco donde la "mayoría social y política vasca" reprodujera la escena del Parlament durante el debate sobre la Ley de Transitoriedad.
Y sin un Coscubiela que me (nos) reivindique.
Así que lo deje correr.

Pero, pasadas dos semanas, la situación se ha repetido.
Miles de personas se han manifestado esta tarde por las calles de Bilbao en apoyo del referéndum catalán y de la "libertad de decisión".
En esta ocasión, junto al PNV, también ha participado Elkarrekin-Podemos. Sí, también Podemos.


Vuelvo a repetir lo que empecé a escribir hace dos semanas: "Me parece respetable...".
Y termino como terminaba entonces: "Tampoco en esto me representan".
Lo escribo con más pereza, más desánimo y más tristeza.
Pero esta vez no puedo no hacerlo público.

¿De verdad están apoyando este proceso, tal como se está desarrollando?
¿De verdad están animando al soberanismo catalán a continuar por este camino?

Y no, no me vale la disculpa -porque no es más que una disculpa- de la calculadora  pero irresponsable mezquindad del PP, convencido de reforzar sus cimientos, carcomidos por la corrupción y la ineficiencia, con el lodo del nacionalismo español más despreciable.
Ni me vale la disculpa de la traición histórica del PSOE al proyecto de la España federal.
Aunque ambas cosas -la mezquindad de unos y la pusilanimidad de otros- sean ciertas.

¿De verdad harían algo similar en  Euskadi? ¿De verdad impulsarían un proceso igual en este país?

sábado, 23 de septiembre de 2017

Where have all the federalists gone?


[1] Releo Homenaje a Cataluña, de George Orwell, obra en la que el escritor británico relata sus experiencias como periodista y combatiente enrolado en las milicias del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Desde hace días no puedo evitar relacionar -¡salvando todas las distancias, que son infinitas!- algunos de sus contenidos con la situación que actualmente se vive en Cataluña. No me refiero, evidentemente, a los aspectos más dramáticos y violentos de la historia, como cuando Orwell advierte que “la ciudad [de Barcelona] respiraba el clima inconfundible de la rivalidad y el odio políticos”, clima que se manifestaba en el hecho de que “miembros de la CNT y la UGT venían matándose unos a otros desde hacía algún tiempo”. No. Pero no hago más que pensar en el paralelismo que cabe establecer entre uno de los efectos más dolorosamente llamativos de aquella situación y algo que también ocurre ahora. Me refiero a la desaparición en el espacio cultural y político catalán de cualquier discurso de inspiración federalista.

Cataluña ha sido el único de los territorios de España en el que se ha desarrollado una cultura y una práctica políticas genuinamente federalistas. Con la excepción destacada del andaluz Fernando Garrido (1821-1883), autor de La República Democrática Federal y Universal, pensar en federalismo nos lleva necesariamente a evocar a personajes como Francesc Pi i Margall (1824-1901), Valentí Almirall (1841-1904) o Josep María Vallés i Ribot (1849-1911). Saltando en el tiempo, en ellos han buscado inspiración instituciones como la Fundació Rafael Campalans, que en 2010 impulsó la revista En construcción, “revista sobre la cultura federal y la España plural” como rezaba su subtítulo (desgraciadamente, sólo se publicaron 3 números), y que en 2013 publicó un documento de trabajo titulado Por una reforma constitucional federal; o como la Fundació Catalunya Segle XXI, creada en 1999 por iniciativa de Pasqual Maragall, que en 2005 publicó el libro colectivo titulado Hacia una España plural, social y federal, en el que tuve ocasión de participar. Más allá de Cataluña, como lamentaba Jacint Jordana en un artículo en EL DIARIO, el federalismo nunca ha interesado en España. Desgraciadamente.

[2] Escribe Steven Pinker en Los ángeles que llevamos dentro: “Uno de los peligros de la «autodeterminación» es que, en realidad, no existe tal cosa como una «nación» en el sentido de grupo étnico y cultural que coincida con un trozo de propiedad inmobiliaria. A diferencia de las características de un paisaje de árboles y montañas, las personas tienen pies. Se desplazan a sitios donde hay más oportunidades y pronto invitan a sus amigos y parientes a que se les unan. Esta mezcla demográfica transforma el paisaje en un fractal, con minorías dentro de minorías dentro de minorías”. Y sobre fractales y fronteras, sobre fracturas y fractalidades, giraba el texto con el que contribuí al referido libro editado por la Fundació Catalunya Segle XXI.

Los fractales son formas autosemejantes, figuras con un motivo fundamental que se propaga a escalas progresivamente reducidas o (es otra manera de verlo) con partes que, al ser ampliadas, se asemejan al todo (Wagensberg). Con otras palabras, un fractal es un objeto que presenta la misma estructura fundamental aunque cambiemos indefinidamente la escala de observación; un objeto caracterizado por la recursividad, o autosimilitud, a cualquier escala. En otras palabras, si enfocamos una porción cualquiera de un objeto fractal notaremos que tal sección resulta ser una réplica a menor escala de la figura principal. A grandes rasgos, las formas fractales están hechas de copias a una escala menor de sí mismas, y sus partes son fundamentalmente similares al todo.

Las realidades fractales son realidades ininterrumpidas, sin fronteras (al menos cuando hablamos de la geometría fractal de Mandelbrot, evidentemente no en el caso de las formas naturales o sociales). La única diferencia que podemos establecer es de tamaño, de escala, pero no de esencia. ¿Podemos utilizar el modelo fractal como analogía para repensar las realidades políticas? En particular, aquellas institucionalizaciones (el Estado-nación, la identidad nacional) basadas, precisamente, en la construcción de discontinuidades, de fronteras políticas y éticas que pretenden delinear con trazo grueso segmentaciones no sólo territoriales, sino identitarias y morales?

Recurriendo a la conocida reflexión de Kymlicka, todos los grupos nacionales son extremadamente partidarios de reivindicar y, siempre que sea posible, construir un sistema de protecciones externas (de las que la más desarrollada es el Estado-nación) que garantice su existencia y su identidad específica frente a las posibles influencias debilitadoras de la misma procedentes de las sociedades con las que se relacionan o en las que están necesariamente englobadas. Sin embargo, estos mismos grupos nacionales no suelen ser tan sensibles ante la existencia en su seno de pertenencias o identidades distintas de la nacional hegemónica, pero igualmente necesitadas de reconocimiento. Frente a la demanda de protecciones externas que estos subgrupos realizan, la respuesta del grupo nacional dominante suele ser la imposición de restricciones internas en nombre de la solidaridad grupal.

Aplicado a las realidades nacionales (estatalizadas o no), el principio de fractalidad debería cumplir la misma función que la regla de oro kantiana: no quieras para los demás lo que no deseas para ti.

[3] ¿Y la relación de todo esto con la peripecia de Orwell? En Homenaje a Cataluña Orwell relata cómo, a su vuelta desde el frente de Aragón tras resultar herido en el cuello, se encontró con que la mayoría de los militantes del POUM a los que había conocido se encontraban encarcelados o desparecidos, víctimas de las purgas estalinistas, ejecutadas en Barcelona por el PSUC. Y yo, al igual que el gran Pete Seeger (por cierto, AQUÍ en un concierto en el Palau Sant Jordi) se preguntaba “¿A dónde se han ido todas las flores?”, me pregunto: ¿a dónde se han ido todos los federalistas?

Por supuesto, cuando de una trinchera a otra silban las proclamas nacionalistas, el discurso federal se queda sin espacio, perdido en una tierra de nadie machacada por la inmisericorde contundencia de quien se siente representante de la totalidad social. Pero después del 1 de octubre será imprescindible recuperar la hoy desaparecida propuesta federalista.

viernes, 8 de septiembre de 2017

Cataluña, España y sus dinosaurios

Las mayorías corrompen, y las mayorías absolutas corrompen absolutamente. Más aún cuando cualquier mayoría puede ser absoluta hoy, pero no serlo mañana. Es lo que tiene vivir en tiempos de complejidad, liquidez, incertidumbre, transición, caos, riesgo, metamorfosis… Escojan, de entre los muchos que ofrecen las ciencias sociales, el adjetivo que mejor defina en su opinión la época que nos ha tocado vivir: cualquiera de ellos nos advierte de la situación de provisionalidad en la que debemos tomar nuestras decisiones, desde la prudencia, como ingenieros sociales fragmentarios (que diría Popper) y no como omniscientes demiurgos. Lo más seguro es que vete a saber...

Las mayorías absolutas que se olvidan de que la condición de “absolutez” tiene siempre un carácter temporal, coyuntural, dan lugar a decisiones políticas pesadamente legales, pero heridas de legitimidad: como la reforma, con agosticidad y alevosía, del artículo 135 de la Constitución en 2011; o como la aprobación con alevosía, aceleración y nocturnidad, de la ley de Transitoriedad Jurídica.

De lo ocurrido el día 6 en el Parlament lo que menos relevante me parece es todo eso que tanto se ha repetido sobre el respeto a la legalidad vigente, a los procedimientos parlamentarios, a las formas democráticas, etc. Me hacía hasta gracia escuchar una y otra vez, como si se tratara de un argumento definitivo e inapelable, que los letrados del Parlament habían advertido a Forcadell de que tramitar la ley del referéndum era un acto ilegal: ¡cómo si hiciera falta ser experto en derecho administrativo para saberlo! ¡cómo si dichos letrados pudieran, en cuanto tales, concluir otra cosa! ¡cómo si no lo supieran la propia Forcadell, la Mesa del Parlament, el Govern y las diputadas y diputados soberanistas!

El problema no es que un supuesto pueblo movilizado al unísono, constituido en sujeto político soberano, se plante en contra de una institucionalidad que no lo reconoce como tal. ¿Acaso no ha sido así en todos los procesos de autodeterminación nacional? Con más o menos violencia (casi siempre con más), el surgimiento de un nuevo sujeto soberano, desgajado de un cuerpo político más amplio, del que hasta ese momento ha formado parte subordinada, no puede hacerse sin rupturas de la legalidad instituida: no es un acto de evolución, sino de revolución. En fin: que la Revolución Francesa dio lugar al nacimiento del derecho administrativo, el principio de legalidad, la división de poderes o el arbitrio judicial, sí, pero tras hacer pasar al Ancien régime por la igualadora guillotina.

Si el imaginario nacionalista, preñado de unanimismo y consensualidad –“¡Tot el camp es un clam!”-, se correspondiera con la realidad sociopolítica catalana, otro gallo cantaría. Se producirían saltos o quiebras de legalidad, claro que sí, pero cabría esperar que el resultado final sería positivo: una nueva legalidad sustituiría la vieja y un nuevo estado democrático se sumaría a los ya existentes. Pero la ficción de un país oprimido, colonizado, alzado frente a otro país distinto, opresor y colonial, no se sostiene ante la imagen desoladora de un Parlament en el que los escaños de la oposición han quedado vacíos. Cataluña contra Cataluña.


Los problemas de convivencia entre poblaciones que viven entremezcladas en sociedades crecientemente plurales y diversas no se resuelven mediante la secesión. Esta operación de cirugía política pudo servir (y habría que discutirlo mucho, caso por caso) en contextos socioculturales mucho más simples, o más simplificados. Pero en sociedades complejas como la catalana, lo que el cirujano soberanista imagina como una elegante e indolora operación guiada por láser puede acabar como una carnicería, metafóricamente hablando. O no tanto: lo que hizo la diputada de Catalunya Sí que es Pot, Àngels Martínez Castells, al retirar las banderas españolas que, acompañadas de las correspondientes senyeras, colocaron en sus escaños las parlamentarias y parlamentarios del PP, es un ejercicio de mutilación de una parte del cuerpo social catalán. "La mía es la republicana, ésa no la hubiera quitado", ha explicado la pimpante diputada, como si tal cosa fuera un mérito en lugar de una vergüenza. Mantener lo mío, ocultar o eliminar lo que considero ajeno. Limpieza simbólica.

Qué lejos de la sabiduría de aquella otra mujer, Rosa Luxenburgo, esta sí revolucionaria de raza en tiempos nefastos para la revolución, cuando escribió: “La libertad solo para los que apoyan al gobierno, o solo para los miembros de un partido, por numerosos que sean, no es libertad. La libertad siempre es libertad para los que piensan de manera diferente. No a causa de ningún concepto fanático de la «justicia», sino porque todo lo que es instructivo, totalizador y purificante en la libertad política depende de esta característica esencial, y su efectividad desaparece tan pronto como la «libertad» se convierte en un privilegio especial”.

Dicho todo lo anterior, convendría recordar a Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Los dinosaurios, en este caso. Cuando el soberanismo despierte, el dinosaurio de la Cataluña plural, compleja, diversa, multi-identitaria, todavía estará allí, con todas sus banderas. Como estará allí el dinosaurio de la sociedad catalana adulta, autónoma, autogobernada, negadora de cualquier tutela impuesta, cuando quien despierte sea el estatonacionalismo español. Cuando despertemos, no sé cuándo ni cómo, los dinosaurios seguirán estando aquí.

Publicado en EL DIARIO NORTE

ACTUALIZACIÓN:
Impresionante la intervención de Joan Coscubiela. Dignísimo heredero de la tradición de Rosa Luxemburgo. Me siento honrado de compartir con él, además de su discurso, aficiones (montaña) y militancia sindical.

miércoles, 7 de junio de 2017

Repensar el autogobierno

Ponencia de autogobierno


El pasado día 31, a propuesta del grupo Elkarrekin Podemos,  tuve la oportunidad de comparecer ante la "Ponencia para la actualización del autogobierno de Euskadi" del Parlamento Vasco. En la web del Parlamento se recogen las grabaciones en vídeo de las sesiones de la ponencia. Si alguien está interesado en leer el documento íntegro que preparé para sostener mi intervención, puede hacerlo aquí.
También dejo a continuación las notas del power point que utilicé en la presentación.


Se plantean cuatro ideas:
1. La cuestión del derecho de autodeterminación no es en absoluto tan evidente como el término “derecho” parece indicar.
2. La estatalización del derecho a decidir debe dejar de darse por supuesta: es (muy) problemática.
3. Euskadi puede ser una realidad política por construir, pero no por descubrir: hace mucho tiempo que sabemos cómo somos… y lo que esto puede dar de sí.
4. Re-escalar el autogobierno: el nuevo papel de las ciudades.

[1] La cuestión del derecho de autodeterminación no es en absoluto tan evidente como el término “derecho” parece indicar. 
  • Derecho de autodeterminación y derecho a decidir, sinónimos. 
  • Derecho individual, colectivizable por agregación. 
  • No derecho humano fundamental.
Perspectiva de FERRAJOLI:
  • El derecho de los pueblos a la autodeterminación externa entendido como "derecho al Estado" es inconcebible y autodestructivo 
  • Insostenible en una sociedad mundial cada vez más integrada y en sociedades civiles caracterizadas por la mezcla de culturas y nacionalidades. 
  • Contradice su consideración en la Carta de la ONU como supeditado a a la "paz universal", y fundamento de "relaciones pacíficas entre las naciones"
  • Lo que hace imposible su configuración como "derecho fundamental“ es su no universabilidad, es decir la imposibilidad, en contraste con la noción teórica de este tipo de derechos, de que sea reconocido por igual a todos los pueblos.
  • Las profundas tensiones a las que se está viendo sometido el Estado por arriba (globalización de los riesgos y de las oportunidades) y por abajo (subsidiariedad, eficiencia y representatividad), acabarán por modificar sustancialmente la ecología política en la que la constitución de estados nacionales ha sido la estrategia adaptativa más exitosa. 
  • Sustitución por “objetos políticos no identificados” (OPNIS). 
  • Aspirar a la plena clarificación o identificación de los “objetos políticos” a los que aspiramos no puede llevar sino a la expulsión o a la negación de la complejidad, diversidad, provisionalidad, incertidumbre y experimentación que configuran nuestro zeitgeist
  • Evitar la retrotopía de “volver a Hobbes” (Bauman). 
  • Asumir la metamorfosis del mundo: el imperativo de actuar en campos o espacios de acción cosmopolitizados (Beck).
[2] La estatalización del derecho a decidir debe dejar de darse por supuesta: es (muy) problemática.
  • El derecho de autodeterminación no es un mero instrumento neutral.
  • Estrategia de normalización (banalización).
  • Definición de un demos, de un sujeto político soberano, que posteriormente decidirá sobre su estatuto político. 
  • El derecho de autodefinición, es decir, el derecho a definir “quiénes son los miembros que integran en realidad ese pueblo”, paso esencial en cualquier proceso soberanista. 
  • Riesgos que entraña cualquier operación de categorización o definición de una identidad colectiva en el marco de un proceso de construcción nacional. 
  • Ferrajoli y la “esfera de lo indecidible”: en democracia hay principios que deben estar sustraídos a la decisión de la mayoría. 
  • La modificación de la condición de ciudadanía, cuando entraña riesgos de debilitamiento, limitación o exclusión de esta condición, entraría plenamente en esta esfera de lo indecidible.
  • No es más legítimo, ni más moral, ni más racional, ni más democrático, un Estado español que un Estado catalán o vasco. Puede ser más real, pero esto no es más que el resultado de la historia. 
  • Incomodidad ante quienes pretenden convertir situaciones de hecho, fruto de la historia -como que exista un Estado español pero no un Estado catalán-, en realidades morales: nacionalismo cívico vs. nacionalismo étnico, patriotismo vs. Nacionalismo. 
  • Todo Estado se construye sobre la homogeneización y la exclusión de lo que reducido a la condición de lo extraño. 
  • ¿Qué hacer? ¿aceptar sin más el resultado de la historia y su distribución azarosa de la estatalidad? ¿Aceptar como marco de autogobierno el actual Estado español sólo porque existe y renunciar a un Estado vasco sólo por los riesgos de extranjerización que su construcción comporta?

[3] Euskadi puede ser una realidad política por construir, pero no por descubrir: hace mucho tiempo que sabemos cómo somos… y lo que esto puede dar de sí.
  • Un proceso de construcción nacional debe partir de lo existente. 
  • Estabilidad estructural, y estructurante, de la sociedad vasca. 
  • Euskadi puede ser un país (o una sociedad, o una nación) por construir, pero no por descubrir.
“Muchas veces parece que en Euskadi existe una conspiración de la política contra la sociedad, que hay una cierta obstinación en no querer trasladar al ordenamiento político lo que la sociedad vasca viene diciendo desde hace tiempo. Bueno, desde siempre. Si analizamos la evolución y las tendencias desde hace 30 años, observaremos que ha fracasado absolutamente la misión evangélica orientada a desequilibrar el peso porcentual de los bloques” (Aierdi y Retortillo).









[4] Re-escalar el autogobierno: el nuevo papel de las ciudades.

“Ha habido una dinámica de desafección emocional. Para los ciudadanos de Cataluña es más fácil imaginarse una república nueva que transformar España. Lo entiendo. Me parece legítimo. Pero no es mi proyecto. Eso también es deudor de una representación que para los nacionalismos catalán y vasco ha sido muy productiva, que es ««salvo Euskadi y Catalunya todo en España es una inmensa rémora del franquismo y nunca va a cambiar nada». Y eso, sobre todo, se concentraba en una imagen icónica de una Madrid sin madrileños, una ciudad que era la sede del Partido Popular, la Audiencia Nacional, un cuartelillo y la sede de la conferencia episcopal. Una especie de Madrid terrible, Mordor, del cual cualquier persona se querría independizar. Eso se quiebra un poco cuando en Madrid gobierna Manuela” [Errejón].

“Erijamos en entidad política el municipio y la provincia” [Pi i Margall].
  • Superar el imaginario de la matrioska –un Estado que contiene una nación que contiene un pueblo- para abordar desde otras claves la cuestión del autogobierno. 
  • Espacios donde sea posible la máxima eficacia, la máxima justicia, la máxima democracia y la máxima solidaridad. 
  • Espacios donde ninguna riqueza humana se pierda; espacios, por tanto, también culturales. 
  • Espacios en los que podamos participar en la toma de decisiones, donde los procesos políticos, económicos, tecnológicos, no parezcan incontrolados, sino que en todo momento podamos distinguir sus responsabilidades, evaluar sus consecuencias y reprogramar su dirección y ritmo. 
  • Espacios interrelacionados, comunicados, pues habrá solidaridades, participaciones y eficacias posibles en determinados espacios, pero donde otras, sean imposibles.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

¿Qué utopía hay detrás de una Escocia independiente?

En su Historia de las utopias Lewis Mumford diferencia entre dos grandes tipos de utopías, las utopías de escape y las utopías de reconstrucción, que caracteriza así:

La primera deja el mundo tal como es; la segunda trata de cambiarlo, de forma que podamos interactuar con él en nuestro propios términos. En un caso, construimos castillos imposibles en el aire; en el otro, consultamos al agrimensor, al arquitecto y al albañil y procedemos a la construcción de una casa que satisfaga nuestras necesidades básicas, hasta el punto -claro está- en que las casas hechas de piedra y argamasa puedan lograr tal fin.


http://www.bbc.com/news/uk-scotland-scotland-politics-25144351

¿Qué tipo de utopía hay detrás de la Escocia independiente que mañana se somete a referéndum?
Confieso no haber dedicado demasiado tiempo a informarme, y por ello asumo que todo lo que diga podrá ser utilizado en mi contra, pero me ha interesado mucho el artículo del enviado de EL PAÍS, Pablo Guimón, titulado "No es William Wallace, es Karl Marx", cuya lectura íntegra recomiendo -pues también recoge importantes matices a la idea que se expresa en el título del artículo-, en el que presenta así a la sociedad escocesa más favorable a la independencia:

Jóvenes, universitarios y de clase trabajadora, Calum y Chris representan al bastión del sí a la independencia. Los jóvenes de 25 a 34 años constituyen, según la encuesta publicada el pasado sábado por The Guardian, el grupo de edad más inclinado hacia el sí: un 57% elegiría la separación. Su voto tiene que ver con el rechazo, compartido en otros países de Europa a la clase política tradicional. “Yo no podría haber ido a la universidad si no fuera porque el SNP eliminó las tasas” explica Calum. “Ahora tengo un buen empleo y no puedo comprar una casa. Si quisiéramos tener hijos, mi pareja o yo tendríamos que dejar de trabajar. Los bancos de alimentos están llenos de gente que trabaja y no puede dar de comer a sus hijos. El ‘éxito de 300 años de unión’, con el que se llenan la boca los de Westminster, no permite a la gente alimentar a sus hijos”..Para estas personas, “La independencia es la única manera de asegurarnos el ser gobernados por aquellos a los que hemos votado. No se trata solo de echar a este Gobierno tory. Se trata de no someternos a ningún Gobierno al que no hayamos votado”.

Veo al independentismo-wallaciano como una utopía de escape, y al independentismo-marxiano como una posible utopía de reconstrucción.
Sin duda hay mucho de Wallace en el nacionalismo escocés, especialmente en su núcleo dirigente más institucionalizado (el SNP), pero resulta plausible detectar la presencia también de "Marx", de una sociedad indignada con la tradicional y castosa/casposa política británica en la que tras la penosa etapa de Blair el perfil del laborismo como partido de izquierda se desvaneció de tal manera que ni tan siquiera un Miliband -¡un Miliband!- ha conseguido recuperarlo.


http://shaunynews.com/2014/07/29/the-truth-on-why-you-must-vote-yes-for-scotland-please-read/

En más de una ocasión, hablando con Joan Subirats sobre el ascenso del independentismo en Cataluña, ha planteado que también en este fenómeno actúa, junto a la tradicional dinámica nacionalista identitaria, una fuerte dinámica independentista indignada [leer aquíaquíaquí]..
Que no garantiza nada, por supuesto, que no asegura que la proyectada casa de piedra y argamasa resulte mejor, más acogedora y más sólida, que el soñado e imposible castillo en el aire. Pero que sí obliga a pensar desde claves nuevas el fenómeno de las reivindicaciones soberanistas en este siglo XXI.

El artículo de EL PAÍS se abría con la música de Billy Bragg y su combativa Waiting for the great leap forward (Esperando el gran salto adelante):

Un paso adelante, dos pasos atrás
¿Será la política lo que me  hunda?
Aquí viene el futuro y no puedes huir de él
Si hay  una lista negra yo quiero estar en ella


Con Billy Bragg nos quedamos por ahora. Mañana ya veremos...

domingo, 7 de abril de 2013

Un hombre sin derechos


"Yo, como vasco, no tendré derechos individuales si no se me reconocen los derechos colectivos como pueblo, ni tendré derechos colectivos como pueblo si no se me reconocen los derechos individuales como persona a pensar y a votar de la manera que me de la gana" (Juan José Ibarretxe).

Alguien debería intervenir de oficio, y hacerlo ya, ahora mismo, sin perder ni un segundo.Juan José Ibarretxe carece de derechos individuales.
El que fuera lehendakari de Euskadi, por razones que no he llegado a comprender, no disfruta del derecho a la vida y a la integridad física, ni de libertad ideológica, ni del derecho a la libertad y a la seguridad, ni al honor, a la intimidad personal y familiar o a la propia imagen, ni del derecho a elegir su residencia, circular por el territorio español o salir y entrar libremente de España, así como del derecho a expresar y difundir libremente sus pensamientos, ideas y opiniones, a la producción y creación científica y a la libertad de cátedra -¡él, un "profesor universitario"!-; tampoco puede disfrutar de su derecho a reunirse, asociarse, participar en los asuntos públicos, a obtener la tutela de jueces y tribunales, ni de la propiedad privada, ni... nada de nada.

Juan José Ibarretxe no tendrá -así, en futuro y en condicional- derechos individuales hasta que no se reconozcan derechos colectivos al pueblo vasco.Alguien debería intervenir de inmediato. O lo que dice es cierto o ciertamente no sabe lo que dice. Y ambas posibilidades son tremendamente preocupantes.

domingo, 13 de enero de 2013

Dos libros errabundos

Dos últimas lecturas muy distintas, pero que coinciden (o las hago coincidir) en su carácter errabundo.
La primera es un ensayo de 970 páginas, la segunda una novela de 189. Empiezo por esta última.


Se trata de Las aventuras de un libro vagabundo, firmado por Paul Desalmand y publicado por Ediciones Destino en 2010. A lo largo de sus páginas un libro -el libro vagabundo al que hace referencia el título- nos cuenta su historia, desde su nacimiento el 17 de junio de 1983, a las 16:37, en la imprenta de La Manutention, en la localidad de Mayennee, hasta... bueno, hasta el final de la historia, dos décadas después (no quiero dar un spoiler).Compartiremos sus nervios mientras espera a ser distribuido, su primera (y frustrante) primera experiencia con las librerías, afortunadamente compensada con creces cuando llega a la librería Préférences, propiedad de "un librero de ensueño". Allí conocerá a lectores capaces de recorrer cien kilómetros "para pasar una hora o dos en ese pequeño espacio donde soplaba el espíritu", a escritores que se buscan a sí mismos en las estanterías, y allí será adquirido por primera vez.
Revendido a un librero de viejo nuestro protagonista disfrutará de interminables conversaciones nocturnas con los otros libros. Comprenderemos su miedo a la guillotina y al fuego, pero sobre todo a los malos lectores.
Comprado de nuevo, regalado, robado y revendido, conoceremos a sus lectoras y lectores: a Geneviève, experta del Banco Central de Desarrollo, con la que vivirá una mala experiencia en el Irán de Jomeini; a Próspero, vagabundo ilustrado con quien vivirá un año bajo los puentes del Sena; a Élodie y Jean-Marie, que se lo repartieron cuando estaban enamorados; o a Bakayoko, su último lector. Sabremos también el por qué de su aroma a Ambre Solaire...
En fin, un libro sobre los libros y sobre la lectura que me ha hecho disfrutar mucho. Gracias a Txetxu por otro ejercicio de serendipia, y a José Antonio, de Planeta, por ponerlo a mi disposición.
De los muchos fragmentos que he subrayado, comparto dos. El primero, un consejo para libreras y libreros:
"Un libro no es un producto cualquiera, como se ha repetido hasta la saciedad, ni una librería es una tienda cualquiera, al menos una librería digna de este nombre. Lo que más se le parece es una mercería como las de antes. O los drogueros de antaño, que conocían a todo el mundo y eran una autoridad en el barrio. La cuestión es que se teja una red de relaciones. La gente necesita ciertos productos, pero todavía tiene más necesidad de calor humano.
Por eso, hoy en día una librería que concilie la modernidad técnica y las prácticas de antaño, con un librero que conozca y ame los libros, que conozca y ame a sus clientes, tiene futuro, al menos en los barrios cuyos habitantes vivan con cierta holgura". Ojala sea así.
El segundo, la confirmación de una experiencia que creo común a quienes vamos acumulando libros:
"Uno de los misterios de las bibliotecas son los libros que desaparecen. Su propietario está convencido de que no lo ha prestado y no puede haber sido robado. Y, no obstante, resulta imposible encontrarlo. Desde que sé que los libros hablan, me pregunto si pueden moverse".


El otro libro errabundo es el titulado ¿Somos como moros en la niebla?, escrito por Joseba Sarrionandia y publicado por Pamiela en euskera y en castellano. Ensayo monumental, sus 1.303 notas dan fe del enorme trabajo de documentación sobre el que se ha construido.
"Entrada a la Casbah" es el título del capítulo introductorio y, ciertamente, su lectura nos introduce en un laberíntico entramado de callejuelas, repleto de puertas entreabiertas, donde es fácil desorientarse.
Si el pretexto del libro es la indagación sobre Pedro Hilarión de Sarrionandia, nacido en 1865 en el caserío de Barrenkuatze, en Garai, franciscano misionero en Tánger y autor de la primera gramática de la lengua amazigh (bereber), en su conjunto el ensayo de Sarrionandia contiene apuntes etnográficos, análisis sociohistórico,  exploración filológica y crítica política. Preguntado en una entrevista por el tema que vertebra una obra tan compleja, esta es la respuesta del autor:
"Es, fundamentalmente, un ensayo sobre qué es la política. Y sobre qué no es la política. Normalmente se le llama política a la imposición de toda una serie de relaciones de poder, por medio de la fuerza o mediante el establecimiento de cierta sordera visual entre la gente. La política ha sido y sigue siendo como un gran juego de hechos consumados y ejercicios de imposición en todos los ámbitos, en lo económico, en lo militar, en lo cultural. He tratado de revisar formas de establecimiento de ese poder, sobre todo desde mediados del siglo XIX hasta ahora, y me he esforzado en definir un concepto de política a partir de la idea inversa. La política sería la ausencia de esas imposiciones y sobredeterminaciones, a partir de que el ser humano es libre, es decir, debería ser libre para decidir lo que le atañe".

Esta orientación, y su aplicación expresa al caso vasco, se convierte en el tema de los capítulos XXXIII a XXXV, los últimos del libro.En ellos Sarrionandia expone una defensa de la autodeterminación nacional que quiere normal y desdramatizada: "Hay quienes creen que los vascos o los bereberes son diferentes porque poseen una identidad colectiva. Así lo creen incluso algunos vascos y bereberes. Pero lo cierto es más bien lo contrario: precisamente el hecho de tener una identidad colectiva les hace parecerse a los demás". Tan parecidos a los demás -españoles, franceses o marroquíes- que no reclaman nada original: "Los vascos, con exiguos medios y una pasmosa falta de imaginación, no plantean, ni siquiera los más radicales, sino una cosa tan común que ya la tienen españoles y franceses: una mera nación-estado propia".
Aunque, como en la cita precedente, por la forma de expresarse en ocasiones no lo parezca, Sarrionandia es consciente de que entre los vascos hay posiciones muy distintas al respecto: hay quienes dan por imposible un estado independiente, quienes consideran que no vale la pena, quienes lo creen posible e imprescindible. Sarrionandia considera que esos puntos de vista no están condenados al enfrentamiento y que es posible un plan de viaje compartido y un barco donde quepan todos:
"El sujeto de la autodeterminación es plural, además de incierto. Los cuatro puntos de vista parecen diferentes y contradictorios, pero también se pueden considerar complementarios. Se trata de que nadie nos obligue a ser lo que nunca hemos sido, ni seremos y, además, no tenemos ninguna obligación de ser".
¿No estamos ante una versión de aquel "no imponer, no impedir", de Josu Jon Imaz? Si así fuera, echo en falta la acreditada capacidad crítica de Sarrionandia aplicada a la historia del abertzalismo radical. Porque, entre la niebla, queda oculta la cuestión de la violencia vasca. "El vasco que quiera andar por espacios españoles o franceses tiene que demostrar que es 'moro de paz'. Y no 'moro' de guerra, y el distingo no tiene nada que ver con lo bélico". ¿De verdad que no? Por supuesto que para muchas personas el grito "¡ETA no, vascos sí!" nunca fue más que un eslogan táctico. Pero el terrorismo de ETA ha estado construido con los mismos materiales que Sarrionandia critica, con toda razón, en el caso del colonialismo, el imperialismo o el franquismo. Y aún sigue muy vivo todo aquello que había antes de la violencia y que no ha desaparecido con el final de esta.
En todo caso, me parece muy destacable esa perspectiva pragmática, constructivista, desde la que Sarrionandia plantea la construcción nacional vasca: "En lugar de imitar los excluyentes modelos predominantes, la España 'porque sí' de siempre, el patriotisme républicain francés o el my country right or wrong anglosajón, los vascos tienen la ventaja de poder proponer en su discusión y en su decisión una nación, una ciudad, que no está impuesta y ni siquiera está definida". Como afirma al concluir el libro: "No somos moros, tampoco vascos. Y, como no somos nada, podemos decidir qué queremos ser, y qué queremos hacer. No somos nada más que lo que hagamos".

lunes, 19 de octubre de 2009

Puigcercós, con la 'estelada' a cuestas
Corona los 2.913 metros del Puigmal para hablar de independencia
[EL MUNDO, 19 de octubre].
Desde la cima más alta de Girona, el candidato de Esquerra Republicana a la presidencia de la Generalitat ha declarado: "Todo el mundo puede subir al Puigmal si se lo propone, y Cataluña puede ser un país independiente dentro del marco de la UE si nos lo proponemos entre todos".

La verdad es que no, que no todo el mundo puede subir al Puigmal. Más bien ocurre lo contrario: que la mayoría del mundo no puede subir al Puigmal. Por razones muy, muy diversas, pero las cosas son así. No basta con proponérselo.
¿Puede subir Puigcercós? Puede, ahí está la foto para demostrarlo. Con él ha subido otra gente, y otra mucha ha subido antes que él y subirá en el futuro. Pero, ¿todo el mundo? No, eso no.
Aquí es donde quiebra su analogía -tan querida, por cierto, para el nacionalismo vasco- entre la ascención a la cima de una montaña y la consecución de la independencia nacional. Todo el mundo puede llegar a la cima, basta con proponérselo, luego todo pueblo puede alcanzar la independencia, basta con que se lo proponga de verdad.
Pero lo que no vale para el alpinismo tampoco basta para el soberanismo.
No es verdad que todo pueblo -basta con que se lo proponga- pueda convertirse en Estado-nación.
¿Puede ser esta aspiración realmente universal? Hoy existen menos de 200 estados en el mundo, un mundo en el que pueden distinguirse alrededor de 4.000 etnias, muchas de ellas al borde mismo de su extinción. ¿Podemos realmente pensar en un futuro en el que cada una de esas etnias constituya un Estado con el fin de garantizar la defensa de los derechos de sus miembros? Y en cualquier caso, ¿debe ser esta la forma de proteger todos los derechos de todos los seres humanos?
Soy muy consciente del valor que tiene poseer un Estado, de la ventaja comparativa que la posibilidad de apoyar determinadas culturas sociales tiene, de la capacidad de los Estados para proteger y desarrollar determinados elementos básicos para el desarrollo de una vida buena.
La cuestión es si podemos identificar el derecho al autogobierno (me da lo mismo si prefieren decir a la autodeterminación), que es indisponible, con el derecho a constituir un Estado independiente, al considerar esta particular institucionalización como la forma más perfecta del autogobierno, en realidad la única institucionalización que expresaría un autogobierno “de verdad”.
Pues bien: aunque es un tema que no puede resolverse con simples recursos al magisterio, yo hago mía, a este respecto, la posición del jurista italiano Luigi Ferrajoli cuando escribe lo siguiente:

"Las funciones primarias del estado, que han justificado históricamente su nacimiento y que en Europa se han realizado en gran parte, han sido principalmente dos: la unificación nacional y la pacificación interna (...) En la era de la globalización ambas funciones no sólo no han dejado de realizarse, sino que se han vuelto irrealizables a través de la fundación de nuevos Estados. El Estado no sólo ha dejado de ser un instrumento de la unificación y de la pacificación interna, sino que se ha convertido en un obstáculo tanto para la una como para la otra. La globalización, en efecto, está haciendo surgir, precisamente a causa de la creciente integración mundial, el valor tanto de las diferencias como de las identidades. Y está revelando, a veces de manera explosiva y dramática, el carácter artificial de los Estados, sobre todo de aquellos de formación reciente, la arbitrariedad de sus confines territoriales y lo insostenible de su pretensión de subsumir pueblos y naciones dentro de unidades forzadas que niegan las diferencias, así como las identidades comunes. Es así que la forma del Estado –en cuanto factor de inclusión forzada y de indebida exclusión, de unidad ficticia y de división- ha entrado en conflicto con la de “pueblo”, convirtiéndose en una fuente permanente de guerra y de amenaza a la paz y al derecho mismo de autodeterminación de los pueblos.
Por eso, la pretensión de los pueblos de constituirse, de todos modos, en Estados es, en un mundo cada vez más integrado y en sociedades civiles cada vez más caracterizadas por la mezcla de culturas y nacionalidades diversas, una pretensión insostenible, no sólo no implicada sino incluso en contradicción con el derecho a la autodeterminación (...) Se puede, pues, afirmar que el último legado envenenado de la colonización, contra la que dicho derecho fue reconocido, ha sido, precisamente, la exportación a todo el mundo de la idea de Estado como única forma de organización política".

Pero Ferrajoli va más allá y cuestiona la aspiración a ejecutar el autogobierno mediante la constitución de un Estado no ya por razones prácticas, sino por razones teóricas. En su opinión, el derecho a constituir un Estado –aspiración política en principio plenamente legítima- no puede considerarse un derecho fundamental debido a “su no universalizabilidad, esto es, la imposibilidad, en contradicción con nuestra noción teórica de este tipo de derechos, de que el mismo sea reconocido igualmente a todos los pueblos”.
No digo que Cataluña no pueda lograrlo, al igual que Puigercós ha logrado ascender el Puigmal. Lo que digo es que no todo el mundo puede lograr ni lo uno ni lo otro. Y que alimentar el discurso voluntarista del "querer es poder" resulta, además de falaz, irresponsable.

martes, 15 de septiembre de 2009

Puigercós: boxeando a tres

En discusión con la presidenta de la Comunidad de Madrid -discusión más bien banal, todo hay que decirlo- el presidente de Esquerra Republicana, Joan Puigercós, ha declarado: "La única violencia que sentimos el domingo fue la de los nostálgicos del franquismo que se presentaron allí [se refiere a Arenys de Munt]. Los demócratas españoles se deberían plantear en qué nivel queda la cosa si quien defiende la unidad de España es la Falange".




Discrepo del líder de ERC. Creo que es él quien debe plantearse las cosas. Fíjese en esa patética tropa -cuatro docenas, un perro y un tambor- movilizada para salvar a España. Esta foto indica el nivel de alarma que el referéndum de Arenys ha suscitado. No nos equivoquemos: la intervención judicial previa tan sólo hacía lo que tenía que hacer, es decir, señalar dónde está la competencia exclusiva en materia de autorización de convocatorias de consultas populares; que no está en un ayuntamiento. Y punto.

Pero la consulta se hizo, y sólo la Falange (falange, además, del dedo meñique, dada su magra presencia) se alarmó grandemente con ello.

¿Cuál debería ser, en mi opinión, la conclusión que de tal cosa cabe extraer? La contraria de la que parece sacar Puigercós. Por ejemplo, la de que los demócratas españoles no se alarman ante la convocatoria soberanista. Y seguramente, también, que el hecho de que sólo la Falange se haya movilizado en su contra en Arenys da el tono del nivel (bajo) con el que se ha planteado toda esa historia, o cosa.

Un gran adversario suele ser indicador de una gran causa. Si Puigercós quería convertir a ese patético grupúsculo falangista en símbolo de la resistencia contra su soberanismo, si pretendía engrandecer su causa confrontándola con tal enemigo, hay que decirle que se ha equivocado. En este caso no hay batalla contra el Estado.

Debería fijarse menos en esos tipos y más en el 60% de vecinas y vecinos de Arenys que no participaron en el referéndum.

Las declaraciones del sr. Puigercós me han recordado un desternillante sketch del grupo Tricicle. Se trata de un combate de boxeo... a tres. Un lío, claro. Tanto, que en un momento de la pelea hay un púgil que acaba golpeándose a sí mismo con el fin de mantener una ficción de combate. Y no sé por qué, pero he recordado a ese tercer boxeador solitario cuando he leído las declaraciones de Puigercós...





[No es el sketch original sino una recreación a cargo de actores amateurs; pero lo hacen francamente bien].

lunes, 14 de septiembre de 2009

A río revuelto ganancia de consultadores

Consulta en Arenys. Un municipio de 14.500 habitantes se interroga sobre la independencia de toda Catalunya. Ha salido que sí, claro. Los referéndums se convocan siempre para ganarlos. Si no, de qué...
Ahora bien, sólo ha votado el 41% de un censo hinchado hasta los 16 años. Conclusión: la independencia sólo interesa a los independentistas. Y aún así, según y cómo. ¿Siempre que salga gratis?
Hace tres años publiqué el artículo que sigue en el diario EL CORREO. Me refería a Euskadi. Hoy me reafirmo en lo fundamental -la exigencia de claridad- y lo hago extensivo a todos los soberanismos. Sin acritud ni dramatismos. Pero con un puntito de hartazgo. Espero que me lo permitan.

CLARIDAD
Imanol Zubero
El Correo, 9 de julio de 2006

Reunido consigo mismo el Consejo Político del Gobierno vasco ha hecho público un documento en el que se exige “claridad” al presidente Rodríguez Zapatero en lo concerniente a la promesa de respetar la decisión de los vascos que este incluyó como contenido, no menor, de su anuncio del inicio de conversaciones formales con ETA. Objeto de todo tipo de interpretaciones, esta promesa fue prontamente matizada por María Teresa Fernández de la Vega, quien negó que tuviese nada que ver con el reconocimiento del derecho de autodeterminación. Entrenado en la detección de briznas de paja en ojos ajenos, el Ejecutivo vasco se apresuró a señalar la contradicción que a su juicio supone afirmar el espeto a la decisión de los vascos a la vez que se niega el derecho de autodeterminación, “punto vertebral de la solución” al conflicto vasco. De ahí la demanda de claridad a Zapatero.
Cierto: el Gobierno español debe clarificar su proyecto de España. Debe verbalizar de una vez si lo que desea es avanzar en el camino de la federalización del Estado (en nada parecida a la actual multibilateralización) y si es así plantearlo abiertamente para que todo el mundo sepa a qué atenerse. Pero la exigencia de claridad se dirige, fundamentalmente, al propio nacionalismo vasco. Claridad que requiere, en primer lugar, no hacer pasar la autodeterminación por lo que no es: ni un derecho fundamental, ni un principio democrático per se, ni la clave del debate sobre el futuro de Euskadi, ni el ejercicio de un etéreo “derecho a decidir”, ni, mucho menos, un proyecto integrador.
Para quienes no somos nacionalistas todo eso es discutible. Discutible, precisamente, para afrontarlo sin dramatismos, no para evitar su debate. Pero será imposible avanzar en la discusión si el tripartito pretende desde el principio hacernos comulgar con las ruedas de su particular molino. Tal pretensión tiene muy poco que ver con la invitación al ejercicio de la autolimitación como base de un acuerdo político en Euskadi que el domingo pasado hacía en este diario Josu Jon Imaz. No impedir la discusión, pero tampoco imponer las creencias propias.
Lo que ocurre es que la claridad no beneficia en nada a los objetivos del nacionalismo soberanista, ya que no están seguros de si todos los que se agrupan bajo siglas formalmente nacionalistas “son de los nuestros”. Como señala Jorge Wagensberg, estar a favor siempre une menos que estar en contra, ya que los que están a favor suelen estarlo con diversos matices mientras que los que están en contra sólo están en contra. Desde sus primeros pasos, y aún hoy, el nacionalismo vasco sólo ha podido aparecer unido en la negación. Por el contrario, cuando una parte de ese nacionalismo, el PNV, ha asumido la responsabilidad de construir (actividad propia de los que están a favor), su distanciamiento de otros nacionalistas y su división interna han sido evidentes. Al igual que en Quebec, en Euskadi necesitamos con urgencia una ley de claridad. Y es que la claridad es, lo saben hasta los niños, la mejor manera de hacer desaparecer a los fantasmas.