lunes, 19 de octubre de 2009

Puigcercós, con la 'estelada' a cuestas
Corona los 2.913 metros del Puigmal para hablar de independencia
[EL MUNDO, 19 de octubre].
Desde la cima más alta de Girona, el candidato de Esquerra Republicana a la presidencia de la Generalitat ha declarado: "Todo el mundo puede subir al Puigmal si se lo propone, y Cataluña puede ser un país independiente dentro del marco de la UE si nos lo proponemos entre todos".

La verdad es que no, que no todo el mundo puede subir al Puigmal. Más bien ocurre lo contrario: que la mayoría del mundo no puede subir al Puigmal. Por razones muy, muy diversas, pero las cosas son así. No basta con proponérselo.
¿Puede subir Puigcercós? Puede, ahí está la foto para demostrarlo. Con él ha subido otra gente, y otra mucha ha subido antes que él y subirá en el futuro. Pero, ¿todo el mundo? No, eso no.
Aquí es donde quiebra su analogía -tan querida, por cierto, para el nacionalismo vasco- entre la ascención a la cima de una montaña y la consecución de la independencia nacional. Todo el mundo puede llegar a la cima, basta con proponérselo, luego todo pueblo puede alcanzar la independencia, basta con que se lo proponga de verdad.
Pero lo que no vale para el alpinismo tampoco basta para el soberanismo.
No es verdad que todo pueblo -basta con que se lo proponga- pueda convertirse en Estado-nación.
¿Puede ser esta aspiración realmente universal? Hoy existen menos de 200 estados en el mundo, un mundo en el que pueden distinguirse alrededor de 4.000 etnias, muchas de ellas al borde mismo de su extinción. ¿Podemos realmente pensar en un futuro en el que cada una de esas etnias constituya un Estado con el fin de garantizar la defensa de los derechos de sus miembros? Y en cualquier caso, ¿debe ser esta la forma de proteger todos los derechos de todos los seres humanos?
Soy muy consciente del valor que tiene poseer un Estado, de la ventaja comparativa que la posibilidad de apoyar determinadas culturas sociales tiene, de la capacidad de los Estados para proteger y desarrollar determinados elementos básicos para el desarrollo de una vida buena.
La cuestión es si podemos identificar el derecho al autogobierno (me da lo mismo si prefieren decir a la autodeterminación), que es indisponible, con el derecho a constituir un Estado independiente, al considerar esta particular institucionalización como la forma más perfecta del autogobierno, en realidad la única institucionalización que expresaría un autogobierno “de verdad”.
Pues bien: aunque es un tema que no puede resolverse con simples recursos al magisterio, yo hago mía, a este respecto, la posición del jurista italiano Luigi Ferrajoli cuando escribe lo siguiente:

"Las funciones primarias del estado, que han justificado históricamente su nacimiento y que en Europa se han realizado en gran parte, han sido principalmente dos: la unificación nacional y la pacificación interna (...) En la era de la globalización ambas funciones no sólo no han dejado de realizarse, sino que se han vuelto irrealizables a través de la fundación de nuevos Estados. El Estado no sólo ha dejado de ser un instrumento de la unificación y de la pacificación interna, sino que se ha convertido en un obstáculo tanto para la una como para la otra. La globalización, en efecto, está haciendo surgir, precisamente a causa de la creciente integración mundial, el valor tanto de las diferencias como de las identidades. Y está revelando, a veces de manera explosiva y dramática, el carácter artificial de los Estados, sobre todo de aquellos de formación reciente, la arbitrariedad de sus confines territoriales y lo insostenible de su pretensión de subsumir pueblos y naciones dentro de unidades forzadas que niegan las diferencias, así como las identidades comunes. Es así que la forma del Estado –en cuanto factor de inclusión forzada y de indebida exclusión, de unidad ficticia y de división- ha entrado en conflicto con la de “pueblo”, convirtiéndose en una fuente permanente de guerra y de amenaza a la paz y al derecho mismo de autodeterminación de los pueblos.
Por eso, la pretensión de los pueblos de constituirse, de todos modos, en Estados es, en un mundo cada vez más integrado y en sociedades civiles cada vez más caracterizadas por la mezcla de culturas y nacionalidades diversas, una pretensión insostenible, no sólo no implicada sino incluso en contradicción con el derecho a la autodeterminación (...) Se puede, pues, afirmar que el último legado envenenado de la colonización, contra la que dicho derecho fue reconocido, ha sido, precisamente, la exportación a todo el mundo de la idea de Estado como única forma de organización política".

Pero Ferrajoli va más allá y cuestiona la aspiración a ejecutar el autogobierno mediante la constitución de un Estado no ya por razones prácticas, sino por razones teóricas. En su opinión, el derecho a constituir un Estado –aspiración política en principio plenamente legítima- no puede considerarse un derecho fundamental debido a “su no universalizabilidad, esto es, la imposibilidad, en contradicción con nuestra noción teórica de este tipo de derechos, de que el mismo sea reconocido igualmente a todos los pueblos”.
No digo que Cataluña no pueda lograrlo, al igual que Puigercós ha logrado ascender el Puigmal. Lo que digo es que no todo el mundo puede lograr ni lo uno ni lo otro. Y que alimentar el discurso voluntarista del "querer es poder" resulta, además de falaz, irresponsable.

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