jueves, 13 de julio de 2023

La familia

Sara Mesa
La familia
Anagrama, 2022

"En el colegio le explicaron el poder de la unión social con la conocida historia de las ramitas atadas. [...] Todas estas ramitas, dijo la maestra mostrando un buen puñado, se podrían quebrar si las cogiéramos una a una [...] sin embargo, si las ponemos todas juntas -y las ató con un cordelito bien firme-, ¿veis?, nadie podrá romperlas nunca. [...] La unión hace la fuerza, resumió la maestra, y eso es válido para muchas situaciones, juntos somos más poderosos que separados, y si nos apretamos unos con otros, nadie de fuera nos podrá hacer daño. Una niña levantó la mano. Dijo que esa misma historia, la-misma-la-misma, se la había contado su madre para hablar de la importancia de la familia. [...] Aqui esperó a que la intervención de su compañera acabara para levantar también la mano. Yo quiero hacer una pregunta, dijo. La que quieras, Aquilino, respondió la maestra viéndoselas venir. Las ramitas que  se quedan apretujadas en medio del manojo, ¿no se asfixian?".


"¡En esta familia no hay secretos!", proclama el padre en las primeras páginas del libro mientras reconviene a su hija adoptiva Martina por el hecho de que esta tenga un diario personal cerrado con un diminuto candado. Seguidor devoto de Gandhi, racionalista y dialogante, desde el principio transmite una sensación de doblez, de oscuridad. Por su parte la madre habita en un mundo de aparente calma que, en realidad, encubre una vida depresiva, construida sobre la renuncia y la negación de sí misma. También están los hijos: Rosa, Damián y Aquilino, un prodigio con las matemáticas y que nunca dibujaba árboles ni perros, sino máquinas y coches. Y el tío Óscar, alter ego del padre. 

Con la minuciosidad de una forense, con un lenguaje claro y una narrativa sin sobresaltos, solo aparentemente simple, Sara Mesa ausculta y desvela todo un universo de silencios, fingimientos, rincones oscuros, mentiras, violencias soterradas, que contrastan con la utopía familiar de 
"el Proyecto", como la denomina el padre. 

"Mírala desde el ojo del sueño. [...]
Mírala bien, antes de despertar. Los puntos ciegos y las madrigueras. Palabras que significan justo lo contrario de lo que aparentan, tramposillas. El peine que traza la ordenada raya en medio y el revoltijo de pelos debajo del colchón. La puerta del armario que no cierra del todo. La rendija que queda. Los ojos que espían.
No dejes de mirar, ahora que la tienes ante ti, ardiendo tras los párpados. [...]
Mira con atención, pero no digas nada.
Solo mira y aprende"
.

Apoteosis de lo unheimlich, de lo extraño inquietante, de lo siniestro agazapado bajo la cotidianeidad, Sara Mesa disecciona en esta obra la falsa normalidad de una familia cualquiera que, en realidad puede ser cualquier familia. Un libro maravillosamente desasosegante. Absolutamente recomendable.

miércoles, 12 de julio de 2023

La casa junto al mar

May Sarton
La casa junto al mar
Traducción de Blanca Gago
Gallo Nero, 2023


“«El sendero de hierba…»
Si acaso existe aquí, entre tantas otras, una pizca de magia irresistible, está en ese sendero ligeramente curvado que baja hacia el mar; nace en unas piedras del prado, ataja entre dos enebros altísimos y sigue serpenteando hasta Surf Point por los campos de lirios en junio, las hierbas altas en verano, las varas de oro y las margaritas en septiembre, siempre hacia delante, envuelto en un ambiente de cuento de hadas tan abierto y misterioso que todo aquel que lo descubre siente el afán de explorarlo"
.


No puede ser más cierto: abrir este libro es verse inmediatamente atraída a acompañar a la autora en sus paseos, sus reflexiones, sus preocupaciones, sus tareas cotidianas, sus encuentros y, sobre todo, su amorosa atención al jardín. 

Tras Anhelo de raíces y Diario de una soledad, esta es la tercera entrega en español de los diarios de una autora que se ha convertido en alguien de casa, cuyos libros configuran un territorio emocional, un hábitat de significados tan acogedor como sus maravillosas residencias en New Hampshire (antes) y Maine (ahora) y sus espectaculares entornos naturales. Si no me equivoco, entre la extensa producción novelística, poética y ensayística de May Sarton hay al menos doce libros en los que la autora recoge sus diarios y memorias:
  • At Fifteen
  • I Knew a Phoenix: Sketches for an Autobiography
  • Plant Dreaming Deep [Anhelo de raíces]
  • Journal of a Solitude [Diario de una soledad]
  • A World of Light: Portraits and Celebrations
  • The House by the Seal [La casa junto al mar]
  • Recovering
  • At Seventy
  • After the Stroke
  • Endgame: A Journal of the Seventy-ninth Year
  • Encore: A Journal of the Eightieth Year
  • At Eighty-Two
Ojalá Gallo Nero continúe publicándolos.

En La casa junto al mar acompañamos a May Sarton entre el 13 de noviembre de 1974 y el 17 de agosto de 1976, una época de su vida en la que la autora se trasladó a su nueva casa en York, en el estado de Maine, en la que residiría hasta su fallecimiento un 16 de julio de 1995. Conocida como "Wild Knoll", en ella disfrutará del hechizo del mar y del cambiante clima de la costa atlántica, con jornadas cálidas y luminosas y días de fortísimas tormentas de nieve y temperaturas muy por debajo de cero.



Acompaña de la gata Bramble (los felinos son muy importantes en la vida de May Sarton, como vemos en El señor Peludo) y del perro Tamas, Sarton nos comparte en este libro los miedos y las alegrías asociados al hecho de envejecer; sus lecturas; su relación con la soledad y la compañía; su cuidadosa atención a su amiga Judy (Judith Matlack), que poco a poco va adentrándose en el desolador espacio de la demencia; sabremos de su admiración por Simone Weil; y, cómo no, la acompañaremos en el cultivo de su jardín.

También conoceremos, creo que por primera vez, a una May Sarton abiertamente política que critica la caza, las armas y la guerra de Vietnam, que se suma a la protesta por el fracaso de la Conferencia Mundial de la Alimentación de Roma en 1974 ("Llevo tiempo convencida de que no podemos  quedarnos con los brazos cruzados mientras tanta gente muere de hambre en África [...]. No basta con enviar dinero con asiduidad, como hacemos todos. De algún modo, también hay que entregar una parte de nosotros"), que opina sobre el conflicto entre Palestina e Israel, que reivindica los logros del feminismo ("Han erigido una nueva confianza en torno al hecho de ser mujer y, por encima de todo, han logrado que surja una nueva y valiosa comunión entre las mujeres").
 
Pero, por más que me haya sorprendido esta faceta política de Sarton, al finalizar el libro lo que predomina, como en sus otras obras, es la sensación de haber disfrutado del privilegio de encontrar un territorio de sencilla serenidad, de hondura y sentido moral, del que regresamos no solo más sabias, sino mejores.
 
"No nos encontramos a nosotros mismos persiguiendo nuestro yo, sino, muy al contrario, persiguiendo algo más y aprendiendo a través de una disciplina o rutina determinada -aunque sea la rutina de hacer camas- quiénes somos y quiénes queremos ser".
 
 


martes, 11 de julio de 2023

El sueño del perro salvaje

Deborah Bird Rose
El sueño del perro salvaje
Traducción de Silvia Moreno Parrado
Errata Naturae, 2023

"Las preguntas éticas dentro del mundo de la conectividad empiezan por cómo apreciar las diferencias entre la humanidad y los otros, al tiempo que se entiende que todos somos interdependientes. Entonces, ¿cómo participar en la configuración del mundo entre especies? ¿Cómo trabajar por una creación que mejore las vidas de los demás? ¿Y, ante todo, cómo hacerlo en la época de las extinciones masivas, sabiendo, como debemos saber, que estamos viviendo en medio de la ruina de los otros?".


La sombra de la extinción se cierne sobre el dingo australiano, ese misterioso cánido descrito por la antropóloga estadounidense Pat Shipman como "un lobo en camino de convertirse en perro, pero que nunca llegó a hacerlo". Y es otra antropóloga estadounidense, Deborah Bird Rose, la que se embarca y nos embarca con este libro en una fascinante historia de encuentros y conexiones entre gentes, culturas, conocimientos y especies diversas. En particular, su larga experiencia conviviendo con las comunidades aborígenes australianas de Yarralin y Lingara está en la base de su capacidad para elaborar un precioso relato de parentescos interespecíficos construidos sobre un entramado de relaciones éticas, de responsabilidad, en cuyo marco "los animales y las plantas que  están muriendo no son tanto especies vulnerables, en peligro o extintas como (lo que es más importante) miembros vulnerables y moribundos de la familia" (el énfasis en cursiva es mío). 

Lejos del dualismo que disocia radicalmente a la humanidad de la naturaleza el libro de Deborah Bird Rose es una reivindicación del encuentro reparador, de la relación responsable con el mundo. Recurriendo tanto a Levinas, Derrida o Donna Haraway como al sabio aborigen Old Tim Yilngatarri, la autora propone un "existencialismo ecológico" como antídoto contra el extincionismo:

"Ante la soledad existencialista, propongo que nuestro carácter de especie en coevolución de vida sobre la Tierra, nuestra pertenencia a la gran familia de vida sobre la Tierra, nos sitúe en el tiempo y el espacio. Seguimos siendo unas criaturas para las que no existen esencia ni destino predeterminados; en definitiva, somos un trabajo en curso. Pero, al mismo tiempo, como criaturas entrelazadas dentro de las conectividades de la vida terrestre, no existe ningún aislamiento extremo, estamos completamente imbricados [...]. Así, el existencialismo ecológico propone un parentesco de devenir: no hay ningún telos, ningún deus ex machina que nos rescate, ningún mecanismo de relojería que nos mantenga en marcha, y, por otro lado, la rica plenitud, con sus alegrías y peligros, de nuestra imbricación en el lugar, el momento y las complejidades multiespecie de la vida sobre la Tierra".

Y qué mejor ejemplo que el dingo -el lobo, el perro- para encarnar ese otro animal-familiar, ese pariente interespecie con el que llevamos miles de años estableciendo conexiones (y desconexiones diversas).  Cánidos emparentados entre sí que han evolucionado junto a los grupos humanos convirtiéndose en depredadores y en defensores, pero siempre agentes fundamentales para el mantenimiento (o no) de la biodiversidad: "allí donde hay dignos sanos, la biodiversidad es mayor", constata Deborah Bird Rose, mientras que en las zonas de las que han sido erradicados aumentan depredadores como zorros y gatos que diezman la fauna autóctona. Lo mismo ocurre con los lobos.  

No es el miedo lo que nos movilizará para salvar de la extinción antropogénica al dingo y a tantas especies de animales y plantas. La autora de este libro hace suya la idea del biólogo Michael E. Soulé de que "la gente sólo salva aquello que ama" y, moviéndose con ligereza y seguridad entre el ecofeminismo y la física de los procesos irreversibles, entre la filosofía y la religión, Bird Rose nos regala un libro que es una gozosa invitación a la tarea de construir un mundo ecorreconciliado, en el que sepamos "vivir generosamente con los demás, cantar las relaciones para que todos prosperemos".

domingo, 9 de julio de 2023

Picos de Europa (II)

El viernes amanecí en Fuente Dé y cogí el primer viaje del teleférico, a las 8 de la mañana. Lo que ayer tardé casi dos horas en subir ahora lo hice en apenas cuatro minutos.
Desde la estación superior (1.823 m) la mañana alternaba nubes y sol. Perfecta para caminar. El destino, Peña Vieja (2.617 m).
Deben existir diferentes culturas, tradiciones o experiencias rebequiles. Si los de ayer se mostraban hasta descarados, permitiendo una cercanía insospechada, los de hoy se comportaban como siempre he visto que lo hacen los rebecos: guardando las distancias.
Aquí se abandona el transitado camino hacia el refugio de Cabaña Verónica y el collado de Horcados Rojos para coger el estrecho y aéreo sendero que lleva a Peña Vieja.
 
La mole de Peña Vieja desde el collado de la Canalona.

 La vida se agarra a las rocas aprovechando cualquier resquicio.
Durante el ascenso las vistas son espectaculares. ¿Distinguís el Picu Urriello, o Naranjo de Bulnes?
Cumbre de Peña Vieja. Eran las 10.36 h.
Descenso con precaución, que el terreno es muy pendiente y muy resbaladizo, vuelta al Cable y regreso a Fuente Dé. Aseo, algo de comer y vuelta para Bilbao. Una maravilla.
 

Mirada hacia el collado de la Canalona.

 

Picos de Europa (I)

Picos de Europa, "Picos", como si no hubiera más, es parte esencial de mi biografía sentimental como amante de la montaña. Hacía mucho tiempo, demasiado, que no regresaba. El jueves salí de casa a las 6 de la mañana y conduje hasta Fuente Dé, con varias retenciones por obras en el desfiladero de la Hermida. Mi idea inicial era subir hasta la Vega de Liordes para, desde ahí, cruzar las Colladinas hasta el refugio de Collado Jermoso. Acamparía en la zona, pasaría la noche y al día siguiente regresaría a Fuente Dé pasando por la Collada Ancha, el Tiro Casares y el refugio de Cabaña Verónica.
 
 
A las 9:55 cargué con la mochila y me encaminé hacia los Tornos de Liordes, afrontando sin prisa pero sin pausa los zig-zags (en algún lugar he leído que son 38) que nos permiten ascender desde Fuente Dé (1.084 m) hasta el Collado de Liordes (1.960 m), puerta de entrada de la espectacular Vega de Liordes.
 
 
 
Estremece pensar que por ese vertiginoso sendero, tallado a pico en la roca y reforzado en algunos lugares con muros de piedra seca, desde mediados del siglo XIX y hasta las primeras dos décadas del XX descendían y ascendían carros cargados del cinc extraído de las minas de Liordes, tirados por bueyes.
Libres del yugo de la domesticación que los encadena hasta la muerte a nuestras necesidades y deseos, hoy son otros los animales que se mueven por estos senderos.
 
Fuente Dé va quedando abajo y la subida va progresando poco a poco, superando con esfuerzo lo que el teleférico nos permite ascender cómodamente en apenas cuatro minutos.

 
 
Cerca ya del Collado de Liordes un cielo azul me atrae hacia la Vega, dejando atrás un mar de niebla y nubes.
Collado de Liordes, eran las 11:40 horas, una hora y tres cuartos de subida. De frente las cumbres de Torre de Salinas (2.447 m), Torre del Hoyo de Liordes (2.474 m) y Torre de Olavarría (2.431 m) me dan la bienvenida a los Picos.
Restos de las explotaciones mineras.
En la Vega de Liordes el verde de sus pastos contrasta con la dureza de la piedra caliza, omnipresente.

Bordeando por la derecha un sendero bien marcado se dirige hacia Collado Jermoso.
 
En las praderas de la Vega los rebecos campan a sus anchas.
Tras cruzar el llamado Sedo de la Padierna el sendero sube y baja atravesando las Colladinas, cinco collados que nos acercan a Collado Jermoso disfrutando de unas vistas espectaculares.
Lago Bajero.
 
 Me asombró ver que, en este tramo, los rebecos se mostraban tan confiados que me permitían pasar a su lado a apenas diez metros de distancia.
Torre del Friero (2.448 m).

Eran las 13:45 h. y mientras disfrutaba de una maravillosa cerveza ¡de barril! acompañado de unas avispadas chovas piquigualdas me planteé un cambio de planes: ¿y si en lugar de quedarme aquí toda la tarde y hacer noche, me volvía a Fuente Dé y al día siguiente subía a Peña Vieja? Aspectos en contra: haber cargado hasta aquí con la tienda, el saco y comida para dos días. Aspectos a favor: ascender a una de las cumbres emblemáticas de Picos. También operaba el hecho de que al día siguiente, el viernes, quería estar de regreso a cada con tiempo suficiente para asistir al acto de despedida de Andoni Unzalu en Urkiola.


Así que, tras descansar una media hora y comer alguna cosa, cargué de nuevo con la mochila, volví sobre mis pasos y regresé a Fuente Dé. Pero en lugar de bajar por los Tornos, lo hice por la Canal de Pedavejo.
Ascenso de vuelta a las Colladinas.

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El calor apretaba y algunos rebecos se refrescaban en los neveros.
A mitad de las Colladinas me topé con una cincuentena de jóvenes que descendían por delante de mí. De acuerdo, es probable que sea bastante "Gru", pero la presencia de cincuenta personas en un lugar como este rompen absolutamente con la magia de la montaña, además de actuar como un tapón al descender por unos senderos tan estrechos. Así que aceleré y fui pidiéndoles paso hasta dejarlas atrás. Por cierto, mientras las rebasaba escuché a algunos cantar algo sobre "hacer guardia bajo los luceros", a otros gritar "¡Viva España!" y a unos terceros, ya en cabeza, empezar el rezo del Padre Nuestro. Me impactó.
 
Al llegar a la Vega de Liordes la niebla entraba por el collado por el que yo había pasado por la mañana.
 
Me dirigí hacia el fondo del valle, en dirección al Casetón de Liordes. Desde aquí se asciende hacia la Canal de Pedavejo, también cubierta por la niebla.

Inicio de la empinada Canal de Pedavejo.
Mirada hacia atrás, desde los pastizales de la Majada de Remoña.
A partir de aquí una pista desciende hasta Fuente Dé, al principio por un terreno despejado que nos permite unas amplias vistas, más adelante internándose por un espeso bosque. Tras un día de luminosidad deslumbrante y horizontes inabarcables había que hacer un esfuerzo para que adaptar la mirada a un mundo de sombras y de espacios limitados.
Eran las 18:15 h. cuando llegué a Fuente Dé, después de una siete horas y media de caminata. La niebla descendía por el paredón por el que había subido por la mañana.
Aseo en los baños de las instalaciones del teleférico, cena al aire libre con la compañía de un avispado arrendajo y al saco. Hasta mañana.