sábado, 18 de abril de 2020

Los estragos de Sharpe

Bernard Cornwell
Los estragos de Sharpe
Traducción de Carlos Valdés
Edhasa, 2010

"Sharpe siempre había tenido suerte. Quizá no en las cosas más grandes de la vida ni, desde luego, en las circunstancias de su nacimiento de una puta callejera, que había muerto sin hacer a su hijo ni una sola caricia, ni en cómo había sido educado en un orfanato de Londres, donde no importaban un comino los niños que estaban dentro de sus lúgubres muros; pero en las pequeñas cosas, en aquellos momentos en que la distancia entre éxito y fracaso tenía el ancho de una bala, sí había sido afortunado".

Tengo que empezar confesando que no soy un gran lector de ese género denominado novela histórica o ficción histórica. Por casa pueden encontrarse, repartidas por distintos rincones fuera de la que considero nuestra biblioteca "principal", una centena larga de obras pertenecientes a este género, y algunas las he leído con gusto: los Espartaco de Howard Fast y de Arthur Koestler, las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, León el Africano de Amin Maalouf, Yo Claudio de Robert Graves, Juliano el Apóstata de Gore Vidal... Pero son son más los libros que ni he empezado ni, creo, empezaré.



Sin embargo, hay dos autores cuyas novelas de trasfondo histórico llevan tienpo formando parte de mis lecturas favoritas; o, al menos, una parte de su producción, pues ambos tienen una amplia y variada obra. De hecho, comparten estantería en esa biblioteca principal a la que me he referido.

Uno de ellos es Arturo Pérez Reverte. Entre su extensa producción he disfrutado especialmente con La sombra del águila, con Hombres buenos, con sus tres Falcó y con su última novela, Sidi, como ya he comentado aquí. Pero, sobre todo, es su serie Alatriste la que me enganchó.

El segundo autor es el británico Bernard Cornwell, cuya obra es vastísima. De entre ella destaco su trilogía "Crónica del Señor de la Guerra", una entretenida mirada a las leyendas artúricas, publicada originalmente en España por la Editorial Península, y por Quinteto en edición de bolsillo.  

Y luego está su serie sobre el fusilero Richard Sharpe, cuyas historias transcurren durante las Guerras Napoleónicas, una docena de ellas en los escenarios bélicos de España y Portugal. ¿Se trata de auténtica novela histórica? Más bien es novela de acción o de aventura con trasfondo o escenario histórico: de hecho, él mismo se define así, como autor de adventure stories. Para quien quiera entrar a juzgar sus (de)méritos históricos recomiendo el concienzudo análisis realizado en el blog La novela antihistórica. Así y todo, invito a acercarse a alguno de los títulos de la serie y probar a leerlo.

Mi relación con este tipo de obras, construidas en torno a un personaje central (como el citado Alatriste, el Harry Flashman de George MacDonald Fraser, el Jack Aubrey de Patrick O'Brian, el Horatio Hornblower de C.S. Forester o el legionario Quinto Liciano Cato de Simon Scarrow), depende esencialmente de que el protagonista se convierta, por así decirlo, en alguien familiar. Un poco como me ocurre con la novela negra o policiaca: acabo siguiendo las historias de unos protagonistas que, por la razón que sea, se convierten en interesantes para mí: el Charlie Parker de John Connolly, el Montalbano de Andrea Camilleri, el Kurt Wallander de Hennig Mankell, el Fabio Montale de Jean-Claude Izzo, el Gamache de Louise Penny, el Bernie Gunther de Philip Kerr, el Brunetti de Donna Leon, el Hole de Jo Nesbo, el Harry Bosch de Michael Connelly, el Spenser de Robert B. Parker, el Toby Peters de Stuart Kaminsky, el Lew Archer de Ross Macdonald, el Philip Marlowe de Raymond Chandler... Si este flechazo no se produce (por ejemplo, no he conseguido conectar con O'Brian, Hornblower o Cato) no me planteo su lectura.

El caso es que con Sharpe esta conexión sí se ha producido. Me he acostumbrado a seguir sus andanzas, tanto en el campo de batalla como en las distintas subtramas (sentimentales, relaciones con sus compañeros de armas, conflictos con la aristocrática estructura del ejército británico de la época...) y, en general, el resultado ha sido más que satisfactorio en términos de entretenimiento.

En esta novela, Las estragos de Sharpe, nos situamos en mayo de 1809, mientras las tropas británicas se retiran de Oporto empujadas por el ejército francés. En un escenario caótico, Sharpe recibe la orden de encontrar a una joven de rica familia que ha abandonado su casa con el objetivo de casarse, contra la voluntad de su madre, con el teniente coronel James Christopher, un personaje oscuro que acabará demostrándose que trabaja para el bando francés, por razones de estricto interés personal, pero también porque comparte el proyecto napoleónico de unificar Europa bajo las luces de la razón y en contra del absolutismo monárquico:

"-¿No le inquieta estar traicionando a su país?
-No traiciono nada -dijo Christopher, y después, para variar, habló con sinceridad-. Si las conquistas de Francia, general, son gobernadas solo por franceses, entonces Europa no les considerará más que unos aventureros y unos explotadores, pero si comparten su poder, si cada nación de Europa contribuye al gobierno de todas las demás naciones, entonces habremos entrado en el mundo prometido de razón y paz. ¿No es eso lo que quiere su Emperador? Un sistema europeo, un código legal europeo, una judicatura europea y una única nación en Europa, los europeos. ¿Cómo puedo traicionar a mi propio continente?".

Lo dicho: una novela entretenida, perfecta para pasar un largo rato de lectura. Aún me quedan por leer las que, creo, son las dos últimas historias de la serie. Si el confinamiento se prolonga, alguna más caerá, seguro.

jueves, 16 de abril de 2020

Una clara y gélida mañana de enero a principios del siglo XXI

Roland Schimmelpfennig
Una clara y gélida mañana de enero a principios del siglo XXI
Traducción de Núria Molines Galarza
Editorial Periférica, 2020

"Una clara y gélida mañana de enero a principios del siglo XXI, poco después de que despuntase el alba, un lobo solitario vadeó el río que forma la frontera entre Alemania y Polonia, que estaba totalmente congelado.
El lobo venía del Este. Caminó sobre el Óder helado, llegó a la otra orilla y prosiguió hacia el Oeste. Detrás del río, el sol seguía hundido en el horizonte.
El lobo caminó por vastos campos cubiertos de nieve bajo el cielo sin nubes hasta que llegó a la linde de un bosque y por allí desapareció".

Tomasz, un joven polaco que trabaja en Berlín junto con otros compatriotas reformando edificios es el primero en ver al lobo, consiguiendo además fotografiarlo con su móvil. Su pareja, Agnieszka, se gana la vida limpiando tiendas, oficinas y domicilios. Llevan juntos casi una década, ahora ella tiene veintidós años y Tomasz veinticuatro. Mientras que Agnieszka parece haberse adaptado a su nueva vida, él no deja de pensar en regresar a Polonia: "Cuando llegó con Tomasz a Berlín, ninguno de los dos  hablaba alemán. Ahora ella lo hablaba casi a la perfección, y él seguía sin apenas entender nada. En la obra se relacionaba casi exclusivamente con polacos". Ambos trabajan día y noche, desde primeras horas de la mañana hasta la madrugada, seis días a la semana. Su único respiro es la noche de los sábados, cuando salen a bailar.


Elisabeth es una adolescente de dieciséis años cuyas relaciones familiares son muy complicadas. Su madre y su padre eran artistas, pintores de un cierto éxito, separados al poco de nacer la niña. Con el tiempo, la carrera del padre, que vive en Berlín, continúa progresando, mientras que la de la madre se ha estancado: "Tenía treinta y pocos cuando nació su hija, y le iba muy bien como artista en Berlín. Cinco años después era una madre soltera en un pueblo no muy lejano de la frontera con Polonia. Bebía mucho -eso ya le venía de antes-, era irascible y engreída. Se había peleado con la mayoría de sus conocidos de la época berlinesa". Tras una violenta pelea con su madre, Elisabeth decide escapar de su pueblo y dirigirse a Berlín acompañada de su amigo Micha. Los padres de este son naturales de ese pueblo, siempre han vivido ahí, trabajando en una fábrica local que ha cerrado hace tres años. Desde entonces están en paro.

Agnieszka vende la foto del lobo a una de las mujeres a las que limpia la casa, trabajadora en un periódico, y al día siguiente ya está en todas las portadas y noticiarios: "un lobo de noche en la nieve, iluminado por el flash y, detrás del animal, un cartel que decía que faltaban ochenta kilómetros hasta Berlín".

Semra, una joven periodista de origen turco que intenta hacerse un hueco en el periódico en el que trabaja dice que sabe mucho de lobos y consigue el encargo de cubrir la noticia.

Charly y Jacky son una pareja que ronda la treintena y regentan un modesto quiosco en Berlín, donde venden periódicos, tabaco, loteria, cerveza, snacks y refrescos. Convencido de que su quiosco, por el que pasa en algún momento toda la gente del barrio, los convierte en "el ojo de la ciudad", Charly comienza a obsesionarse por no haber sido ellos quienes han dado la noticia de la presencia del lobo.

El padre de Micha, con problemas de alcoholismo, viaja a Berlín para encontrar a su hijo y se aloja en casa de su hermano mayor, a qien no ha visto hace tiempo, sin trabajo desde hace años por problemas de espalda. También se desplaza a Berlín la madre de Elisabeth, donde se aloja con una antigua amiga con una vida tan complicada como la suya, y se reune con su ex-marido, cuya casa es una de las que limpia Agnieszka...

Con el trasfondo de las heridas sociales y económicas provocadas por la reunificación, esta delicada historia nos ofrece una mirada compasiva y cercana a un ramillete de vidas errantes, en búsqueda, que se entrecruzan en un escenario urbano oscuro y helado. Mujeres y hombres que acumulan una biografía de fracasos, en la deprimida periferia de la sociedad alemana actual, pero que no han dejado de alimentar sueños y esperanzas. Me han llamdo la atención los muchos actos de hospitalidad y ayuda que se van mostrando a lo largo de la historia: el que detiene su coche en la noche para recoger a los jóvenes que deambulan en la noche invernal y les ofrece alojamiento; el que lleva en su coche hasta la estación al padre del chico...

Y siempre, como hilo conductor, el avance del lobo hacia Berlín, atravesando zonas habitadas y siendo visto por cada vez más personas, convertido en metáfora, salvaje y bella, de estas errancias.

Un libro muy recomendable.

Mientras lo leía he vuelto a ver el maravilloso documental Lobos errantes (1ª parte, 2ª parte) que emitió en su momento La 2 de TVE. Y he recordado la suerte que he tenido por haber podido encontrarme, en varias ocasiones, cara a cara con un lobo en plena naturaleza. Tiene razón Charly cuando describe su encuentro con el lobo: "No me quito de la cabeza la mirada. La mirada, Jacky, los ojos, nunca había visto algo así. La mirada era tan fría. No me lo esperaba".


martes, 14 de abril de 2020

No basta un shock

¿Cómo saldremos de esta crisis? Es la gran pregunta que, desde las más diversas perspectivas y con una gran variedad de respuestas se plantean estos días muchas personas. Seguramente todas y todos nos lo planteamos: ¿saldremos mejores, más sensibles a la vulnerabilidad compartida, valorando más los servicios públicos y la solidaridad comunitaria? ¿Aprenderemos alguna lección para el futuro, modificaremos algo fundamental de nuestra anterior "normalidad"?

No hay intelectual (de los de antes y de las y los de ahora)  que no haya aportado su reflexión al respecto: Habermas, Ferrajoli, Gray, Harari, Morin, Attali, las y los 15 de la Sopa de Wuhan (Agamben, Zizek, Nancy, Han, López Petit, María Galindo, Judith Butler, Badiou, Gabriel, Patricia Manrique, Yañez González, Berardi, Preciado, Zibechi y Harvey)...  "¿Qué medidas de protección se te ocurren para no volver al modelo de producción anterior a la crisis?", se pregunta y nos pregunta Bruno Latour en un interesante artículo del que nos hemos hecho eco AQUÍ.

Pocas son opiniones que se atreven a vaticinar una mera vuelta a la a-normalidad anterior, al business as usual, a pesar de que contamos con el inquietante precedente de la crisis de 2008, en la que entramos con similares preguntas y expectativas de cambio y de la que salimos... como salimos, es decir, prácticamente como entramos. Solo El Roto se atreve a sacudirnos el alma con su imprescindible mirada.


¿Mi personal respuesta a la pregunta que encabeza esta reflexión? La verdad es que no estoy dedicando mucho tiempo a pensar sobre ello: ocupado como estoy con la docencia no presencial y las tareas de cuidado, lo que me piden el cuerpo y la mente es leer y leer, más que escribir. En todo caso, en mis escasas intervenciones públicas (AQUÍ en La Ventana Euskadi, o en un breve texto para Hiritarrok, el boletín informativo digital de la Federación de Asociaciones Vecinales de Bilbao) me descubro manteniendo un discurso que, abierto a un horizonte de transformación social, enfatiza la necesidad de trabajar concienzudamente la realidad actual como estructura de oportunidad, sin creer que la gravedad misma de la situación que afrontamos desembocará necesariamente ("¡es imposible que las cosas sigan igual!") en un cambio de las dinámicas sociales, políticas y económicas.


Por eso, me ha resultado de mucho interés leer lo que escribe Joaquim Sempere sobre la experiencia cubana del llamado período especial de los años 1991-1999. Lo hace en su libro, muy recomendable, Las cenizas de Prometeo: transición energética y socialismo (Ediciones de Pasado y Presente, Barcelona 2018, pp. 56-63, 72-76); también en su artículo "El colapso energético en la Cuba de los años 90", publicado en la igualmente recomendable revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global (nº 140, 2017/18, pp. 13-32).

La desintegración de la URSS, concretada entre el 11 de marzo de 1990 y el 25 de diciembre de 1991 en la independencia de las quince repúblicas que la componían, dejó a Cuba sin un suministro de petróleo barato (a cambio de azúcar adquirida a precios por encima del mercado) que había estado en la base de su desarrollo industrial, un desarrollo fuertemente dependiente de la importación de energía, alimentos (la mitad de todo su consumo), maquinaria agrícola, etc. En la nueva etapa postsoviética Cuba se vió obligada a exportar e importar sometida a las condiciones del mercado mundial, con el añadido del bloqueo comercial estadounidense. De manera repentina, se vio forzada a adaptarse a una situación de escasez sin precedentes, con unas consecuencias dramáticas para la población de la isla y su economía:

"El resultado fue una reducción drástica y súbita del nivel de vida y de las pautas habituales de la vida cotidiana. Se produjo un empeoramiento muy sensible en la alimentación. Se pasó hambre. El peso corporal medio de la población cubana se redujo, según algunos observadores, en 9 kilos. [...] En conjunto, el país experimentó un empobrecimiento agudo. La renta nacional se redujo considerablemente. Para 1993 la caída del Producto Social Global había sido de un 51,5% del total (un 33,8% en términos del PIN). La tasa de inversión bruta se redujo de un 26% a un 7%. La formación bruta de capital se derrumbó un 61%. Muchas industrias tuvieron que cerrar o funcionar a medio gas y creció el paro. [...] La reducción del suministro de agua potable tuvo efectos sobre la salud -tanto a través de la alimentación como de la higiene corporal- que a la vez suponían un golpe para la autoestima de muchas personas, acostumbradas a otros baremos. No hay cigras oficiales sobre los suicidios, pero la percepción social es que aumentaron".

La buena noticia es que las instituciones y la sociedad cubanas reaccionaron con rapidez para intentar enfrentarse a esta dramática situación. Los cambios en la economía, el transporte y los modos de vida fueron radicales: la construcción prácticamente se paralizó; se recurrió a caballos para facilitar el transporte colectivo y los servicios de ambulancias; la iniciativa comunitaria se activó para mitigar las peores consecuencias; se multiplicaron los huertos urbanos... Pero el cambio más relevante es el que se produjo en la agricultura de la isla, que pasó de ser "la más industrializada de todas las agriculturas latinoamericanas" a adoptar "métodos agroecológicos, hasta convertirse en el país del mundo con una proporción mayor de agricultura ecológica", logrando revertir la escasez de alimentos:

"En 2003 se produjeron un 21% más de alimentos que en 1988 (año de la máxima producción agrícola de la época soviética) con solo un 12% de fertilizantes industriales. En otras palabras, la agricultura cubana aprendió durante aquellos años críticos a producir más y mejores alimentos reduciendo el uso de agroquímicos y contaminando menos".

Y, sin embargo, cuando en 1999 la Venezuela de Chávez volvió a vender a Cuba petróleo a buen precio se volvió en gran medida a la anterior agricultura industrial, como si todo hubiera sido un desgradable paréntesis en la ansiada normalidad, a la que habria que regresar cuanto antes. De ahí la conclusión de Sempere:

"Cuba tuvo un aprendizaje por shock de los efectos de una interrupción brusca del suministro energético. Pero para que el choque aporte un aprendizaje, no basta la experiencia dolorosa. Hay que disponer, además, de marcos mentales que permitan sacas las lecciones adecuadas".

Marcos mentales y más cosas, por supuesto. Pero lo que me interesa es resaltar esa idea: que ninguna crisis, por sí sola y por más profunda que sea, es condición suficiente para modificar la dirección de ninguna sociedad. Así pues, más vale que vayamos trabajando ya desde ahora la salida de esta situación...   

domingo, 12 de abril de 2020

Máquinas como yo

Ian McEwan
Máquinas como yo
Traducción de Jesús Zulaika
Anagrama 2019

"Puede que nos encontremos ante una situación límite, una limitación que nos hemos impuesto a nosotros mismos. Creamos una máquina con inteligencia y conciencia de sí misma y la obligamos a habitar nuestro mundo imperfecto. Concebida conforme a unas líneas racionales, y bien dispuesta para con los demás, esta mente pronto se verá enfrentada a un huracán de contradicciones. Nosotros hemos vivido con ellas, y su lista nos abruma. Millones de seres mueren de enfermedades que podemos curar. Millones de seres viven en la pobreza cuando existen medios para abolirla. Degradamos la biosfera cuando sabemos que es nuestra única casa. [...] En todo su maravilloso código no hay nada que pudiera preparar a Adán y a Eva para Auschwitz".

Gran Bretaña, año 1982. Gobierna Margaret Thatcher y la vida de los protagonistas se desarrolla dentro de una esperable cotidianidad. El narrador, Charles Friend, es un treintañero interesado por la electrónica y titulado en antropología por una pequeña universidad, que sobrevive gracias a la herencia de su fallecida madre y a la inversión en pequeña escala en los mercados de divisas online desde su domicilio alquilado, "dos húmedas habitaciones  de planta baja en la anodina tierra de nadie de unas casas adosadas estilo eduardiano entre Stockwell y Clapham, al sur de Londres". Su vecina del apartamento superior, Miranda Blacke, tiene veintidós años y cursa estudios de historia a la vez que cuida de su padre enfermo, que vive en Salisbury. Su relación, al principio de amistad, acaba derivando en relación de pareja (con algunas complicaciones inesperadas que no indico para no debilitar la trama).

Pero esta aparente normalidad es solo la superficie de una ucronía si tenemos en cuenta que, en la novela, Gran Bretaña ha sido derrotada en la guerra de las Malvinas; Thatcher acaba perdiendo las elecciones frente a un candidato laborista; los Beatles han sacado un nuevo album reagrupados tras doce años de ruptura; Alan Turing sigue vivo y goza del máximo respeto social y académico al frente de su instituto de investigación sobre inteligencia artificial y biología computacional; y, lo más relevante de todo, se han construido y comercializado unos sofisticados "humanos artificiales", doce "Adán" y trece "Eva" (agotadas en la primera semana), de diversas etnias. Acompañados de un manual de instrucciones online de 470 páginas y un botón de desconexión situado en la parte posterior de su cuello, "justo en la línea de nacimiento del pelo".

Aunque su primera intención fue adquirir una Eva, finalmente Charles ha invertido 86.000 libras, fruto de la venta de la casa familiar, en un Adán:

"Ahora lo teníamos allí desnudo sobre la mesita del comedor, con los tobillos envueltos en cartón y poliestireno, los ojos cerrados y un cable eléctrico negro que iba desde el punto de entrada umbilidal hasta la toma de corriente de trece amperios de la pared. Tardaría dieciséis horas en cargarse por completo. [...] No tenía ningún altavoz inserto en el pecho. Sabíamos por la publicidad entusiasta que formaba sonidos con el aliento, la lengua, los dientes y el paladar. Su piel, muy parecida a la piel viva, era cálida al tacto y tan suave como la de un niño. Miranda creyó verle un leve temblequeo en las pestañas. Yo estaba serguro de que lo que veía eran las vibraciones del metro que circulaba a treinta metros bajo nuestros pies, pero no dije nada".

Como todos sus congéneres, antes de lanzarlo a la "vida" es preciso programar su "personalidad" en función de las preferencias personales de sus propietarios, tarea que Charles decide compartir con Miranda. Aún así, esa primera programación no es sino la base a partir de la cual cada máquina desarrolla su capacidad de aprender a partir de su propia experiencia:

"En aquel momento yo no podía saber que esas opciones en escala iban a afectar muy poco a Adán. Lo en verdad determinante era lo que se conocía como «aprendizaje de la máquina». El manual del usuario brindaba apenas una influencia y un control ilusorios: ese tipo de ilusión que tienen los padres en relación con las personalidades de sus hijos".

Y es así que, como una señal desdichada de lo que vendrá después, en sus primeras horas de vida Adán comunica a Charles una oscura advertencia relativa a Miranda:  "Existe la posibilidad de que sea una mentirosa. Una mentirosa sistemática, maliciosa".

A partir de este planteamiento McEwan construye un texto repleto de giros y sorpresas, una narración a ratos traviesa y a ratos oscura e inquietante, que se convierte en una profunda reflexión sobre la complejidad y la ambiguedad moral de nuestra existencia; sobre la tremenda responsabilidad que supone crear seres pensantes y sintientes, educados/programados para actuar siempre de manera racional y altruista, y lanzarlos a un mundo lleno de contradicciones (los episodios que giran en torno a "la tristeza de las máquinas" son conmovedores); seres para los que no existen la mentiras piadosas ni las medias verdades...

¿Cómo podemos pensar siquiera en construir nada perfecto, nosotras y nosotros, seres tan imperfectos (afortunadamente)? Nos lo ha advertido Paul Virilio: toda invención lleva inexorablemente aparejada su correspondiente accidente: “Creación y caída, el accidente es una obra inconsciente, una invención en el sentido de descubrir lo que estaba oculto. A diferencia del accidente NATURAL, el accidente ARTIFICIAL es resultado de la innovación de un artefacto o materia sustancial. Se trata del naufragio del Titanic o de la explosión de la central de Chernobyl –catástrofes emblemáticas del siglo pasado-, el problema planteado por el acontecimiento accidental no es tanto el iceberg que aparece en el Atlántico cierta noche de 1912, o el reactor nuclear divergente cierto día de 1986, como la fabricación del trasatlántico «insumergible» o incluso la construcción de una central atómica en las cercanías de zonas habitadas” (Paul Virilio, El accidente original, Amorrortu 2009. Traducción de Irene Agoff).

La complicada irrupción en sus desnortadas vidas de Mark, un niño de cinco años hijo de una pareja grevemente desestructurada, se convierte en ocasión para que Miranda y Charles afronten la tarea, penosa y plenamente humana, de construir una existencia de seres humanos reales, de seres realmente humanos...