domingo, 12 de abril de 2020

Máquinas como yo

Ian McEwan
Máquinas como yo
Traducción de Jesús Zulaika
Anagrama 2019

"Puede que nos encontremos ante una situación límite, una limitación que nos hemos impuesto a nosotros mismos. Creamos una máquina con inteligencia y conciencia de sí misma y la obligamos a habitar nuestro mundo imperfecto. Concebida conforme a unas líneas racionales, y bien dispuesta para con los demás, esta mente pronto se verá enfrentada a un huracán de contradicciones. Nosotros hemos vivido con ellas, y su lista nos abruma. Millones de seres mueren de enfermedades que podemos curar. Millones de seres viven en la pobreza cuando existen medios para abolirla. Degradamos la biosfera cuando sabemos que es nuestra única casa. [...] En todo su maravilloso código no hay nada que pudiera preparar a Adán y a Eva para Auschwitz".

Gran Bretaña, año 1982. Gobierna Margaret Thatcher y la vida de los protagonistas se desarrolla dentro de una esperable cotidianidad. El narrador, Charles Friend, es un treintañero interesado por la electrónica y titulado en antropología por una pequeña universidad, que sobrevive gracias a la herencia de su fallecida madre y a la inversión en pequeña escala en los mercados de divisas online desde su domicilio alquilado, "dos húmedas habitaciones  de planta baja en la anodina tierra de nadie de unas casas adosadas estilo eduardiano entre Stockwell y Clapham, al sur de Londres". Su vecina del apartamento superior, Miranda Blacke, tiene veintidós años y cursa estudios de historia a la vez que cuida de su padre enfermo, que vive en Salisbury. Su relación, al principio de amistad, acaba derivando en relación de pareja (con algunas complicaciones inesperadas que no indico para no debilitar la trama).

Pero esta aparente normalidad es solo la superficie de una ucronía si tenemos en cuenta que, en la novela, Gran Bretaña ha sido derrotada en la guerra de las Malvinas; Thatcher acaba perdiendo las elecciones frente a un candidato laborista; los Beatles han sacado un nuevo album reagrupados tras doce años de ruptura; Alan Turing sigue vivo y goza del máximo respeto social y académico al frente de su instituto de investigación sobre inteligencia artificial y biología computacional; y, lo más relevante de todo, se han construido y comercializado unos sofisticados "humanos artificiales", doce "Adán" y trece "Eva" (agotadas en la primera semana), de diversas etnias. Acompañados de un manual de instrucciones online de 470 páginas y un botón de desconexión situado en la parte posterior de su cuello, "justo en la línea de nacimiento del pelo".

Aunque su primera intención fue adquirir una Eva, finalmente Charles ha invertido 86.000 libras, fruto de la venta de la casa familiar, en un Adán:

"Ahora lo teníamos allí desnudo sobre la mesita del comedor, con los tobillos envueltos en cartón y poliestireno, los ojos cerrados y un cable eléctrico negro que iba desde el punto de entrada umbilidal hasta la toma de corriente de trece amperios de la pared. Tardaría dieciséis horas en cargarse por completo. [...] No tenía ningún altavoz inserto en el pecho. Sabíamos por la publicidad entusiasta que formaba sonidos con el aliento, la lengua, los dientes y el paladar. Su piel, muy parecida a la piel viva, era cálida al tacto y tan suave como la de un niño. Miranda creyó verle un leve temblequeo en las pestañas. Yo estaba serguro de que lo que veía eran las vibraciones del metro que circulaba a treinta metros bajo nuestros pies, pero no dije nada".

Como todos sus congéneres, antes de lanzarlo a la "vida" es preciso programar su "personalidad" en función de las preferencias personales de sus propietarios, tarea que Charles decide compartir con Miranda. Aún así, esa primera programación no es sino la base a partir de la cual cada máquina desarrolla su capacidad de aprender a partir de su propia experiencia:

"En aquel momento yo no podía saber que esas opciones en escala iban a afectar muy poco a Adán. Lo en verdad determinante era lo que se conocía como «aprendizaje de la máquina». El manual del usuario brindaba apenas una influencia y un control ilusorios: ese tipo de ilusión que tienen los padres en relación con las personalidades de sus hijos".

Y es así que, como una señal desdichada de lo que vendrá después, en sus primeras horas de vida Adán comunica a Charles una oscura advertencia relativa a Miranda:  "Existe la posibilidad de que sea una mentirosa. Una mentirosa sistemática, maliciosa".

A partir de este planteamiento McEwan construye un texto repleto de giros y sorpresas, una narración a ratos traviesa y a ratos oscura e inquietante, que se convierte en una profunda reflexión sobre la complejidad y la ambiguedad moral de nuestra existencia; sobre la tremenda responsabilidad que supone crear seres pensantes y sintientes, educados/programados para actuar siempre de manera racional y altruista, y lanzarlos a un mundo lleno de contradicciones (los episodios que giran en torno a "la tristeza de las máquinas" son conmovedores); seres para los que no existen la mentiras piadosas ni las medias verdades...

¿Cómo podemos pensar siquiera en construir nada perfecto, nosotras y nosotros, seres tan imperfectos (afortunadamente)? Nos lo ha advertido Paul Virilio: toda invención lleva inexorablemente aparejada su correspondiente accidente: “Creación y caída, el accidente es una obra inconsciente, una invención en el sentido de descubrir lo que estaba oculto. A diferencia del accidente NATURAL, el accidente ARTIFICIAL es resultado de la innovación de un artefacto o materia sustancial. Se trata del naufragio del Titanic o de la explosión de la central de Chernobyl –catástrofes emblemáticas del siglo pasado-, el problema planteado por el acontecimiento accidental no es tanto el iceberg que aparece en el Atlántico cierta noche de 1912, o el reactor nuclear divergente cierto día de 1986, como la fabricación del trasatlántico «insumergible» o incluso la construcción de una central atómica en las cercanías de zonas habitadas” (Paul Virilio, El accidente original, Amorrortu 2009. Traducción de Irene Agoff).

La complicada irrupción en sus desnortadas vidas de Mark, un niño de cinco años hijo de una pareja grevemente desestructurada, se convierte en ocasión para que Miranda y Charles afronten la tarea, penosa y plenamente humana, de construir una existencia de seres humanos reales, de seres realmente humanos...


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