viernes, 26 de noviembre de 2010

El mercado como Dios




"Los mercados castigan a España y Portugal tras la caída de Irlanda". EL PAÍS titulaba así el miércoles su principal noticia de portada. No es la primera vez que utilizan esa expresión: "castigar". Pero los mercados no castigan. Acumulan, explotan, imponen, colonizan, destruyen, expropian, pero no castigan.
El lenguaje del "castigo" es un taimado intento de legitimación religiosa de las maniobras y decisiones económicas. Transmite la falsa idea de que nos ocurre es culpa nuestra y que, por ello, las consecuencias que sufrimos son en realidad un acto de justicia. Recibimos lo que nos merecemos por nuestro mal comportamiento. Hemos desobedecido la ley de los mercados y ahora penamos por nuestra mala cabeza. En el fondo, nos castigan por nuestro bien: con el fin último de que, contritos, volvamos al buen camino.

En 1999 el teólogo Harvey Cox publicó en la revista The Atlantic el artículo titulado "The Market as God", en el que analizaba muy críticamente la transformación del mercado en un auténtico dios. Cox iniciaba el artículo confesando su sorpresa al constatar el tono “religioso” perceptible en el discurso económico dominante:

“Tras las descripciones de las reformas del mercado, la política monetaria y los enmarañamientos del Dow [Jones, el más importante índice de la Bolsa de Nueva York], gradualmente descubrí las piezas de una gran narración en torno al significado profundo de la historia humana, por qué las cosas han ido mal y como pueden enmendarse. Los teólogos lo llamarían mitos del origen, leyendas de la caída y doctrinas sobre el pecado y la redención. Ahí estaban de nuevo, tras un ligero disfraz: crónicas sobre la creación de riqueza, las seductoras tentaciones del estatismo, el cautiverio bajo unos anónimos ciclos económicos y, finalmente, la salvación a través del mercado libre”.



Juan José Millás escribía hoy sobre esto en su columna:

"El Papa representa un poder sobre el que no ejerce ningún control. La Iglesia, ha dicho, carece de capacidad de ordenar a las mujeres (aunque sí de darles órdenes, añadimos nosotros), porque se trata de una decisión del mismísimo Dios que él, aunque no comparta ("no se trata de que no queremos"), debe acatar. Zapatero podría copiar literalmente el discurso de Ratzinger para justificar su política económica. No se trata de que queramos bajar las pensiones, es que el Mercado, a quien servimos, nos obliga. El Papa y Zapatero dependen de instancias superiores cuyos designios son inapelables".

Duro, muy duro. Pero lo cierto es que si alguna laicidad necesitamos con urgencia es la que nos libere (mentalmente) de la servidumbre hacia los mercados.

martes, 23 de noviembre de 2010

Coincidencias varias

Hay días especialmente curiosos, donde se van encadenando coincidencias y casualidades hasta conformar un relato inesperado e irrepetible.
Por la mañana he viajado a Madrid. Comenzaban hoy las comparecencias de altos cargos de los distintos Ministerios ante la Comisión de Presupuestos del Senado con el fin de informar, desde sus respectivos ámbitos de responabilidad, en relación con el Proyecto de Ley de Presupuestos Generales del Estado para el año 2011, y a los portavoces de los grupos parlamentarios nos correspondía seguir dichas comparecencias.

Al llegar he cogido el metro en el aeropuerto. Al cambiar de línea en la estación de Nuevos Ministerios he visto que en las pantallas de TV allí instaladas estaban anunciando la jornada de puertas abiertas que el Senado celebrará los próximos días 1, 2 y 3 de diciembre; entre las imágenes que se proyectaban había varias del salón de plenos... y allí estaba yo, sentado en mi escaño. Me ha hecho gracia, la verdad.

Ya por la tarde, de nuevo en el metro pero esta vez haciendo el viaje a la inversa, iba sentado tranquilamente cuando he visto que un tipo que se encontraba a mi lado llevaba consigo, además de una bolsa de la FAES cargada de ejemplares de la revista que edita esa fundación presidida por Aznar, el libro Liberales, de José María Lassalle, portavoz del PP en la Comisión de Cultura del Congreso. Siendo yo portavoz de la Comisión de Cultura en el Senado, son muchas las veces que he tenido que leer y discutir las opiniones de mi contraparte popular en la cámara baja. Esta ha sido la segunda coincidencia del día.

Pero no hay dos sin tres, y el metro de Madrid estaba hoy dispuesto a sorprenderme una vez más. Cuando el tren se ha detenido en la estación de Barajas, la anteúltima antes de la T4, he visto por el cristal -ya es casualidad- a Mikel, profesor de la UPV y amigo, que se dirigía hacia las escaleras mecánicas de salida de la estación. Se me ha ocurrido llamarle a través de la puerta del vagón todavía parado y resulta que también él se dirigía al aeropuerto pero, despistado, se había bajado allí sin darse cuenta. Ha tenido el tiempo justo para volver a subir y ya hemos ido juntos hasta la terminal.

No me diréis que no son casualidades.


Y para terminar el día, ya en casa, escucho en la radio que Diego Fernández Magdaleno ha sido galardonado hoy con el Premio Nacional de la Música 2010, en su modalidad de Interpretación.
Diego es confratriota en la blogosfera y en Tierra de Campos.
Me he llevado una gran alegría.