"Los mercados castigan a España y Portugal tras la caída de Irlanda". EL PAÍS titulaba así el miércoles su principal noticia de portada. No es la primera vez que utilizan esa expresión: "castigar". Pero los mercados no castigan. Acumulan, explotan, imponen, colonizan, destruyen, expropian, pero no castigan.
El lenguaje del "castigo" es un taimado intento de legitimación religiosa de las maniobras y decisiones económicas. Transmite la falsa idea de que nos ocurre es culpa nuestra y que, por ello, las consecuencias que sufrimos son en realidad un acto de justicia. Recibimos lo que nos merecemos por nuestro mal comportamiento. Hemos desobedecido la ley de los mercados y ahora penamos por nuestra mala cabeza. En el fondo, nos castigan por nuestro bien: con el fin último de que, contritos, volvamos al buen camino.
En 1999 el teólogo Harvey Cox publicó en la revista The Atlantic el artículo titulado "The Market as God", en el que analizaba muy críticamente la transformación del mercado en un auténtico dios. Cox iniciaba el artículo confesando su sorpresa al constatar el tono “religioso” perceptible en el discurso económico dominante:
“Tras las descripciones de las reformas del mercado, la política monetaria y los enmarañamientos del Dow [Jones, el más importante índice de la Bolsa de Nueva York], gradualmente descubrí las piezas de una gran narración en torno al significado profundo de la historia humana, por qué las cosas han ido mal y como pueden enmendarse. Los teólogos lo llamarían mitos del origen, leyendas de la caída y doctrinas sobre el pecado y la redención. Ahí estaban de nuevo, tras un ligero disfraz: crónicas sobre la creación de riqueza, las seductoras tentaciones del estatismo, el cautiverio bajo unos anónimos ciclos económicos y, finalmente, la salvación a través del mercado libre”.
Juan José Millás escribía hoy sobre esto en su columna:
"El Papa representa un poder sobre el que no ejerce ningún control. La Iglesia, ha dicho, carece de capacidad de ordenar a las mujeres (aunque sí de darles órdenes, añadimos nosotros), porque se trata de una decisión del mismísimo Dios que él, aunque no comparta ("no se trata de que no queremos"), debe acatar. Zapatero podría copiar literalmente el discurso de Ratzinger para justificar su política económica. No se trata de que queramos bajar las pensiones, es que el Mercado, a quien servimos, nos obliga. El Papa y Zapatero dependen de instancias superiores cuyos designios son inapelables".
Duro, muy duro. Pero lo cierto es que si alguna laicidad necesitamos con urgencia es la que nos libere (mentalmente) de la servidumbre hacia los mercados.