Tierra quemada: Hacia un mundo poscapitalista
Traducción de Beatriz Ruiz Jara
Ariel, 2022
"La civilización industrial moderna está a punto de prenderle fuego al mundo. La erradicación de las formaciones sociales y las comunidades está íntimamente ligada a la extinción del sistema terrestre vivo del que depende la comunidad humana. Estamos experimentando ahora el capitalismo en su fase terminal de tierra quemada. [...] El capitalismo de tierra quemada destruye cualquier cosa que permita a grupos y comunidades buscar modos de subsistencia autosuficiente, de autogobierno o de apoyo mutuo".
Profesor de teoría del arte y autor reconocido por sus críticas incisivas al capitalismo y la cultura tecnológica, como en su anterior 24/7, ahora nos presenta una reflexión urgente y devastadora sobre las crisis contemporáneas. En este ensayo, Crary traza un recorrido que va más allá de las tecnologías digitales y las estructuras capitalistas, hacia una visión crítica de los mecanismos que perpetúan la explotación, la desigualdad y la devastación ambiental.
Escrito en el contexto de una crisis global que abarca desde el cambio climático hasta la alienación social, Crary presenta una obra breve pero contundente que desafía las narrativas optimistas sobre el progreso tecnológico. Se distancia de las visiones que ven en la tecnología digital una salvación o un simple instrumento neutral, y en cambio, señala cómo las plataformas digitales están profundamente entrelazadas con el colapso socioeconómico y ecológico:
"Pero la idea de que internet
podría funcionar de manera independiente de las catastróficas
operaciones del capitalismo global es una de las falacias más pasmosas
de este momento. Están estructuralmente entreveradas, y la disolución
del capitalismo, cuando se produzca, marcará el fin de un mundo dominado
por los mercados y que han moldeado las actuales tecnologías
interconectadas. Por supuesto, habrá medios de comunicación en un mundo
poscapitalista, como siempre los ha habido en todas las sociedades, pero
guardarán pocas semejanzas con las redes financiarizadas y
militarizadas en las que hoy en día nos vemos enredados".
Crary advierte que no podemos enfrentar los problemas actuales sin cuestionar el sistema que los alimenta: el capitalismo en su fase tardía y depredadora, en cuyo seno el auge de las tecnologías digitales no ha sido una liberación, como prometieron sus defensores, sino un mecanismo de control y explotación. Según el autor, estas herramientas perpetúan formas de vigilancia masiva y consumismo desenfrenado, erosionando la capacidad de los individuos para imaginar alternativas al sistema dominante:
"Las distracciones digitales ilimitadas supusieron un freno al auge de movimientos antisistema masivos. Parte de esta entusiasta recepción a internet fue la expectativa de que sería una herramienta organizativa indispensable para los movimientos políticos alejados de las corrientes dominantes, lo que favorecería el impacto de formas de oposición más pequeñas y marginales. En realidad, internet se ha revelado como todo un conjunto de configuraciones que evitan o bloquean incluso la tentativa de surgimiento de la organización y la acción antisistema sostenida. Sin duda, internet puede cumplir la función instrumental de transmitir información a elevadas cifras de receptores, por ejemplo, en beneficio de la movilización a corto plazo por causas individuales, a menudo relacionadas con la política identitaria, las 'revoluciones de colores' o efímeras expresiones de indignación. Por otra parte, convendría no olvidar que en las décadas de los sesenta y los setenta se lograron movilizaciones de grupos radicales con una amplia base y otros movimientos mucho mayores sin necesidad de mitificar los medios materiales que se emplearon para su organización".
Frente a este utopismo digital, el autor considera que la digitalización, lejos de ser un progreso neutral, está vinculada a la aceleración de la desigualdad y al aislamiento social y sostiene que nuestras interacciones digitales no son solo un sustituto de las relaciones humanas directas, sino un terreno diseñado para optimizar la extracción de datos y ganancias privadas. Pero lo primero es lo más relevante: la creciente "celularización el espacio público" acaba provocando la "desintegración [...] del andamiaje moral de a vida cotidiana".
Crary establece una conexión directa entre el capitalismo y la crisis climática, argumentando que el sistema económico global se basa en la explotación insostenible de los recursos naturales y humanos. Describe al capitalismo como un sistema de "tierra quemada", que arrasa con todo a su paso en busca de beneficios a corto plazo, sin consideración por el futuro del planeta. El autor denuncia que incluso las soluciones "verdes" propuestas por las grandes corporaciones y gobiernos -como la transición a energías renovables o las "ciudades inteligentes"- son insuficientes porque no abordan las raíces del problema: la lógica misma del crecimiento perpetuo y la acumulación: no hay solución que no pase por "desescalar radicalmente la necesidad de energía 24/7 sin límites y también de todos los productos y servicios desechables, innecesarios, que pervierten nuestras vidas y envenenan la tierra".
A pesar de todo, Crary no abandona por completo la esperanza. Insiste en la importancia de imaginar y construir un mundo más allá del capitalismo y de las tecnologías que lo sostienen y nos invita a considerar alternativas radicales que prioricen la equidad, la comunidad y la sostenibilidad, a imaginar un futuro en el que las relaciones humanas y con la naturaleza no estén mediadas por el lucro ni por tecnologías diseñadas para controlar y explotar.
En un mundo cada vez más dominado por la desesperanza, Crary nos recuerda que el primer paso para el cambio es reconocer la magnitud del problema y atreverse a imaginar algo diferente.