Aunque la coyuntura política y laboral me está obligando a hacer numerosas lecturas "finalistas", dirigidas a redactar informes, escribir artículos de opinión, preparar cursos o redactar artículos de investigación, no sé vivir sin leer por el simple placer de hacerlo. Así pues, para no perder las buenas costumbres, comparto algunas de estas últimas lecturas, por si a alguien le puede interesar.
Empezamos por
El solitario del desierto, de Edward Abbey (Capitán Swing, Madrid 2016).
Ya nos hemos referido en comentarios pasados a Edward Abbey, aunque en su faceta de novelista: hemos hablado de
La banda de la tenaza, también de
El vaquero indomable y de
¡Hayduke vive!. En el caso de
El solitario del desierto nos encontramos con el relato autobiográfico de la época en la que trabajó como guarda forestal en el
Parque Nacional de los Arcos, en el sureste de Utah. Leyéndolo, comprendemos mejor los anteriores relatos de ficción: su militante rechazo de esa falsa idea del progreso consistente en permitir que cualquier espacio natural sea accesible para cualquiera utilizando medios mecánicos; su añoranza por las viejas formas de existencia más integradas en la naturaleza, como la de los indios navajos; y, sobre todo, su amor incondicional por los desérticos paisajes del sur de Estados Unidos:
"Agua, agua, agua... No hay escasez de agua en el desierto, sino exactamente la cuantía justa, una proporción perfecta de agua y roca, de agua y arena, que asegura ese amplio, libre, abierto, generoso espaciamiento entre plantas y animales, casas y pueblos y ciudades, que hace el Oeste árido tan diferente de cualquier otra parte de la nación. No hay falta de agua aquí, a menos que intentes emplazar una ciudad donde no debería haber nunca una ciudad".
Seguimos con
American Gods, de Neil Gaiman (Roca Bolsillo, Barcelona 2015). Ya hice una
referencia a este libro hace algunas semanas. Un relato que permite múltiples lecturas. Lo que más me ha fascinado es su historia de fondo: todos esos viejos dioses que fueron llegando a América del Norte con cada grupo humano que alcanzó sus costas, y que ahora se sientes olvidados y abandonados, sustituidos por las nuevas deidades de la modernidad capitalista:
—Cuando la gente vino a América nos trajeron con ellos. Me trajeron a mí, a Loki y a Thor, a Anansi y al Dios León, a los leprechauns, a los Cluracans y a las Banshees, a Kubera y a la Madre Nieve, y a Ashtaroth, y también a vosotros. Llegamos aquí en su pensamiento, y echamos raíces. Viajamos con los colonos a las nuevas tierras más allá del océano.
»El país es inmenso. Nuestra gente no tardó en abandonarnos, nos convertimos en un mero recuerdo, en criaturas del Viejo Continente, como si no hubiéramos viajado con ellos hasta el Nuevo Mundo. Nuestros creyentes más devotos pasaron a mejor vida, o simplemente dejaron de creer, y nos abandonaron a nuestra suerte, aterrados y desposeídos, condenados a vivir de los escasos restos de fe que pudiéramos encontrar aquí y allá. Condenados a apañárnoslas como buenamente pudiéramos.
»Y eso es lo que hemos hecho hasta ahora, ir tirando, siempre al margen, intentando pasar desapercibidos.
»Apenas tenemos influencia, afrontémoslo y admitámoslo de una vez. Nos aprovechamos de ellos, les robamos, y así vamos tirando; nos desnudamos, nos prostituimos y bebemos demasiado; ponemos gasolina y robamos; engañamos y existimos en las grietas que hay en los márgenes de la sociedad. Somos viejos dioses en este nuevo mundo sin dioses».
Wednesday hizo una pausa. Miró uno por uno a los que le escuchaban, con la seriedad de un hombre de Estado. Todos le miraban impasibles, sus rostros parecían máscaras completamente inescrutables. Wednesday se aclaró la voz y escupió, con fuerza, en el fuego de la hoguera. Las llamas se avivaron e iluminaron el interior del palacio.
—Ahora, como todos vosotros habréis podido comprobar ya, están apareciendo nuevos dioses en América, que se aferran a nuevas formas de fe: dioses de tarjeta de crédito y de autopista, de Internet y del teléfono, de la radio, del hospital y de la televisión, dioses del plástico, de los buscas y del neón. Dioses orgullosos, criaturas necias y gordas, felices de ser tan novedosos y estar adquiriendo tanta importancia.
La guerra entre los viejos y los nuevos dioses se está preparando. Los humanos ya están notando las consecuencias. Y uno de ellos, Sombra, va a tener un protagonismo especial:
Sombra sintió lástima por todos ellos.
Había arrogancia en los nuevos. Sombra podía verlo. Pero también había miedo.
Tenían miedo de que a menos que siguieran el ritmo del cambiante mundo, a menos que rehicieran, redibujaran y reconstruyeran el mundo a su imagen y semejanza, estarían acabados.
Cada bando se enfrentaba al otro con valentía. Para cada bando, los del bando contrario eran los demonios, los monstruos, los condenados.
Sombra vio que ya había tenido lugar una pequeña escaramuza. Ya había sangre en las rocas.
Se estaban preparando para la auténtica batalla; para la auténtica guerra. Era ahora o nunca, pensó. Si no se
movía ahora, sería demasiado tarde.
También he leído la última novela de Lorenzo Silva,
Donde los escorpiones (Destino, Barcelona 2016), protagonizada por los ya familiares investigadores de la Guardia Civil
Rubén Bevilacqua y Virgina Chamorro que, en esta ocasión, deben investigar el posible asesinato de un militar español destinado en una base militar internacional en Afganistán.
Se trata, si no me equivoco, de la novena entrega de las historias protagonizadas por la pareja de investigadores. Repleta, como en las anteriores novelas, de
referencias a la actualidad, más allá del argumento y la trama criminal que en ella se desarrolla, por otro lado excelentemente bien construida, me ha vuelto a impresionar la humanidad, casi existencialista, que Silva incorpora a todas sus historias:
- Quiénes somos tú o yo para decidir eso, Virgi -dije-. Y menos para decidirlo respecto de gente como esta. De Pascual, de Kate, de Ahmad. O de Jessica o del mismísimo Mircea, que es un cabrón con pintas. Quiénes somos tú o yo para juzgar lo que son y lo que hacen los que han tenido que vivir y salir adelante ahí, donde los escorpiones, adonde fueron a parar por su torpeza o porque alguien los envió, porque no lo pensaron bien ellos o no lo pensaron bien otros. Qué sabemos o podemos saber de cómo se decide o se deja de decidir cuando tienes rota o desencajada la máquina de tomar decisiones.
- ¿Los exculpas?
- No. Todos somos culpables, porque todos existimos, y actuamos sin saber, y siempre nos acabamos llevando por delante algo, o a alguien. Mi duda es otra, hasta dónde pasó lo que pasó porque alguien hizo lo que no debía y alguien necesitó vengarse de la afrenta, o porque los dos habían perdido ya la capacidad de querer y entender a los demás como quiere y entiende al prójimo alguien normal.
- ¿Y quién es normal?
- Nadie, por supuesto. Por eso es mejor que tú y yo nos dediquemos a lo que tenemos que dedicarnos: buscar pruebas para demostrar que se ha producido uno de esos hechos a los que el Código Penal atribuye alguna consecuencia. [...] [Después] es el problema de otros.
- Lo sé. A veces pienso que esa chica tiene razón.
- En qué.
- No arreglamos nada. Creamos una apariencia. Aramos el mar.
El cuarto de los libros es
La profundidad del mar amarillo, de Nic Pizzolatto (Salamandra, Barcelona 2015). Aunque publicado en la colección Black de esta editorial, que ya nos ha ofrecido varios títulos más que destacables (entre ellos
Galveston, del mismo Pizzolatto), en realidad no se trata de un libro del género "negro", sino de un conjunto de relatos en la línea de los narradores estadounidenses clásicos, como Cheever, Carver o Ford.
Son relatos cortos, en los que se concentra la intensidad de unas vidas casi siempre rotas o sumamente frágiles.
"Se dio cuenta de que llevaba toda la vida esperando la oportunidad de cagarla de aquella manera", reflexiona uno de los personajes. Historias de sueños incumplidos, de fracasos, de abandonos. A ratos surrealistas.
Continuamos con una breve novela de tono biográfico
de Teju Cole, titulada
Cada día es del ladrón (Acantilado, Barcelona 2014). De su anterior y muy celebrada novela,
Ciudad abierta, ya nos hicimos eco en este blog.
"En esto consiste ser un extraño, en marcharse y que no quede un vacío", escribe Cole en un momento de la novela En esta capacidad de construir desde la extrañeza o la extranjería, combinando distancia y cercanía, una plataforma desde la que observar lo mismo su Nigeria de juventud que los Estados Unidos donde vive desde 1992, estriba el mayor atractivo de la escritura de Teju Cole.
Aunque no alcanza la calidad de
Ciudad abierta, una lectura más que interesante.
También he leído un ensayo del filósofo de la Universidad de California Aaron James que lleva por título
Trump. Ensayo sobre la imbecilidad (Malpaso, Barcelona 2016). Parece bastante evidente que la manifiesta imbecilidad de Trump es un rasgo de su personalidad que no necesita de confirmación exterior: no hay más que pensar en sus tabernarias, machistas y chulescas
afirmaciones sobre las mujeres que acabamos de conocer. Así lo cree, también, James:
Ojo: no estamos preguntando si Trump es o no un imbécil, porque a este respecto parece existir un consenso generalizado (¿o se le ocurre al lector un modo mejor de definirlo con una sola palabra?). De hecho, para muchos de cuantos lo apoyan podría ser éste su mayor atractivo comercial. La pregunta es, más bien, qué clase de imbécil podría lograr una hazaña similar de un modo tan espectacular. O sea: se trata de una cuestión de "imbecilogía". Entre las muchas especies que pueblan el ecosistema de los imbéciles, ¿a cuál pertenece Trump con exactitud?
Pero el caso es que, como advierte el autor, en determinadas circunstancias ser ese imbécil que es Trump puede ser una baza política. Por eso, más allá de este caso en particular, el ensayo de James nos ofrece algunas pistas interesantes para reflexionar sobre un fenómeno más general:
La ascensión de Trump encaja con tendencias más amplias en una globalización del sálvese quien pueda que ha alzado a posiciones de relieve a dirigentes populistas en toda Europa, impulsados por la nostalgia nacionalista, las reivindicaciones de clase y la inseguridad económica.
Y termino con la última y ya muy comentada novela de Fernando Aramburu,
Patria (Tusquets, Barcelona 2016). Lo diré en pocas palabras: se trata de una novela que tenemos la obligación de leer. No alcanza, en mi opinión, la capacidad de sacudir mi conciencia que tuvo (y tiene)
Los peces de la amargura, pero contiene escenas y personajes de una enorme intensidad dramática. Inolvidable esa poderosa Arantxa que, desde su desvalimiento sólo físico, le suelta a un atormentado Xabier:
"Si te da un ictus nos casamos".
Será una lectura incómoda. Nadie saldrá de este libro indemne. En ocasiones puede hasta disparar la protesta: no fue así, o no sólo fue así, o no todo fue así. Por ejemplo, y lo referencia porque ya hablamos de ello
aquí: ¿hay que volver a insistir (p. 462) en el supuesto silencio cómplice, por cobardía o por clientelismo, de los escritores en euskera?
Pero lo dicho: una novela que todas y todos deberíamos leer.