sábado, 15 de octubre de 2016

De la abstención a la absolución

Analizar la deriva del PSOE, desde aquella primavera de 2014 en la que Pedro Sánchez fue fabricado como secretario general por un aparato acostumbrado a hacer de aprendiz de brujo hasta este otoño de 2016 cuando Sánchez fue derribado por el mismo aparato que lo encumbró, será algún día un caso digno de estudio en las facultades de Ciencias Sociales, pero, hoy por hoy, no es más que un ejercicio de melancolía. Todo lo que podía salir mal ha salido mal.

Las elecciones del 20-D abrieron la posibilidad, aunque fuera compleja, de constituir una alternativa de gobierno de izquierdas. La cerrazón del aparato socialista, rechazando desde el minuto uno cualquier posibilidad de explorar un acuerdo “con quienes sólo aspiran a desplazarnos en el espacio de la izquierda y con quienes quieren romper España”, y la arrogante impericia negociadora de Podemos, llevaron al PSOE a intentar un acuerdo con Ciudadanos condenado al fracaso.

Las elecciones del 26-J nos dejaron un escenario bien distinto. En primer lugar, en lo que se refiere a la aritmética: un millón doscientos mil votos y 5 escaños menos para los dos partidos de la izquierda estatal; pero, sobre todo, dos partidos heridos tras la frustrante experiencia anterior: mutuamente agraviados, recelosos, vengativos incluso, haciendo inviable cualquier pretensión de sumar para construir un gobierno de izquierdas. Lo más inteligente hubiese sido pactar desde el principio una abstención política (no “técnica”) en la segunda sesión de investidura, con el fin de construir cuanto antes una oposición parlamentaria al gobierno conformado por PP y Ciudadanos dirigida a revertir las contrarreformas impulsadas durante la etapa de mayoría absolutista de Rajoy. Pero no se hizo así, y PSOE y Podemos han gastado cuatro preciosos meses en peleas internas (tuiteadas o retransmitidas en directo por La Sexta), proponiendo trilemas imposibles (ni gobierno de Rajoy, ni elecciones en diciembre, ni acuerdo con Podemos), elevando vetos cruzados y, en general, jugando con la paciencia y la ilusión de una buena parte del electorado progresista.

Pero todo eso es pasado, aunque haya ocurrido hace apenas unas semanas. Ahora estamos en otra situación, supuestamente un punto de inflexión. Lo que empezó con Pedro Sánchez se ha querido terminar acabando con el propio Sánchez: como si el ex secretario general del PSOE fuera la pieza defectuosa con cuya eliminación sería posible volver a poner en marcha la maquinaria de la gobernabilidad en España. Muerto el perro se acabó la rabia, aquí paz y después gloria, colorín colorado: viaje en el tiempo y a situarnos en el momento anterior a la primavera de 2014. No exactamente como si nada hubiera ocurrido, pero casi.

Pero estos ejercicios orwellianos de reconstrucción del pasado sólo le funcionan a la derecha. No, tampoco a Stalin le funcionaron. ¿Lo de la Gurtel? Ya está amortizado: es algo que ocurrió en fechas tan lejanas como 2004; todos los juzgados están ya fuera del PP, aunque en tiempo hubieran estado tan dentro; no será para tanto, cuando seguimos ganado las elecciones (ejemplo de argumentación-Trump: “Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a gente y no perdería votantes"). La izquierda lo tiene más complicado; de hecho, una clave infalible para situar o no a una fuerza política y a sus votantes en el espacio de la izquierda es precisamente esta de la capacidad para reconstruir con éxito su propio pasado: cuando esta reconstrucción funciona, hay que dudar de la condición de izquierda de la fuerza en cuestión. (Propuesta de discusión: EH Bildu y su reflexión sobre el pasado reciente de Euskadi).

El caso es que un Comité Federal del PSOE desarrollado en unas condiciones que harían la delicia de Fellini (por lo surrealista) o de los Monty Python (por lo cómico) optó por la amputación, por la cirugía extrema, confiando en poner así el contador a cero y hacer, ahora sí, lo que tal vez deseaban hacer pero no hicieron en diciembre, y lo que debían haber hecho pero no se atrevieron en junio: abstenerse. Pero cuando se pierde el tiempo no se pierde sin más, se pierde en una determinada dirección. Hay pérdidas de tiempo que permiten recomponer situaciones, hay otras que sólo las agravan. El desesperado intento de Javier Fernández por explicar que el juicio de la Gurtel no está sirviendo para conocer nada que no supiéramos ya y que, por ello, el PSOE no debería "construir una barricada ética” contra un PP chorreante de corrupción, es el canto del cisne de un político aplaudido por su integridad socialista. Lo siento, pero la próxima decisión de los dirigentes del PSOE de facilitar el gobierno de Rajoy no va a ser interpretada como una simple abstención, sino como una auténtica absolución. Por hacerlo tarde y mal. Sobre todo, mal.

 PUBLICADO EN EL DIARIO NORTE

domingo, 9 de octubre de 2016

Algunas lecturas







Aunque la coyuntura política y laboral me está obligando a hacer numerosas lecturas "finalistas", dirigidas a redactar informes, escribir artículos de opinión, preparar cursos o redactar artículos de investigación, no sé vivir sin leer por el simple placer de hacerlo. Así pues, para no perder las buenas costumbres, comparto algunas de estas últimas lecturas, por si a alguien le puede interesar.

Empezamos por El solitario del desierto, de Edward Abbey (Capitán Swing, Madrid 2016).
Ya nos hemos referido en comentarios pasados a Edward Abbey, aunque en su faceta de novelista: hemos hablado de La banda de la tenaza, también de El vaquero indomable y de ¡Hayduke vive!. En el caso de El solitario del desierto nos encontramos con el relato autobiográfico de la época en la que trabajó como guarda forestal en el Parque Nacional de los Arcos, en el sureste de Utah. Leyéndolo, comprendemos mejor los anteriores relatos de ficción: su militante rechazo de esa falsa idea del progreso consistente en permitir que cualquier espacio natural sea accesible para cualquiera utilizando medios mecánicos; su añoranza por las viejas formas de existencia más integradas en la naturaleza, como la de los indios navajos; y, sobre todo, su amor incondicional por los desérticos paisajes del sur de Estados Unidos:

"Agua, agua, agua... No hay escasez de agua en el desierto, sino exactamente la cuantía justa, una proporción perfecta de agua y roca, de agua y arena, que asegura ese amplio, libre, abierto, generoso espaciamiento entre plantas y animales, casas y pueblos y ciudades, que hace el Oeste árido tan diferente de cualquier otra parte de la nación. No hay falta de agua aquí, a menos que intentes emplazar una ciudad donde no debería haber nunca una ciudad".


Seguimos con American Gods, de Neil Gaiman (Roca Bolsillo, Barcelona 2015). Ya hice una referencia a este libro hace algunas semanas. Un relato que permite múltiples lecturas. Lo que más me ha fascinado es su historia de fondo: todos esos viejos dioses que fueron llegando a América del Norte con cada grupo humano que alcanzó sus costas, y que ahora se sientes olvidados y abandonados, sustituidos por las nuevas deidades de la modernidad capitalista:

Resultado de imagen de neil gaiman american gods roca bolsillo—Cuando la gente vino a América nos trajeron con ellos. Me trajeron a mí, a Loki y a Thor, a Anansi y al Dios León, a los leprechauns, a los Cluracans y a las Banshees, a Kubera y a la Madre Nieve, y a Ashtaroth, y también a vosotros. Llegamos aquí en su pensamiento, y echamos raíces. Viajamos con los colonos a las nuevas tierras más allá del océano.
»El país es inmenso. Nuestra gente no tardó en abandonarnos, nos convertimos en un mero recuerdo, en criaturas del Viejo Continente, como si no hubiéramos viajado con ellos hasta el Nuevo Mundo. Nuestros creyentes más devotos pasaron a mejor vida, o simplemente dejaron de creer, y nos abandonaron a nuestra suerte, aterrados y desposeídos, condenados a vivir de los escasos restos de fe que pudiéramos encontrar aquí y allá. Condenados a apañárnoslas como buenamente pudiéramos.
»Y eso es lo que hemos hecho hasta ahora, ir tirando, siempre al margen, intentando pasar desapercibidos.
»Apenas tenemos influencia, afrontémoslo y admitámoslo de una vez. Nos aprovechamos de ellos, les robamos, y así vamos tirando; nos desnudamos, nos prostituimos y bebemos demasiado; ponemos gasolina y robamos; engañamos y existimos en las grietas que hay en los márgenes de la sociedad. Somos viejos dioses en este nuevo mundo sin dioses».
Wednesday hizo una pausa. Miró uno por uno a los que le escuchaban, con la seriedad de un hombre de Estado. Todos le miraban impasibles, sus rostros parecían máscaras completamente inescrutables. Wednesday se aclaró la voz y escupió, con fuerza, en el fuego de la hoguera. Las llamas se avivaron e iluminaron el interior del palacio.
—Ahora, como todos vosotros habréis podido comprobar ya, están apareciendo nuevos dioses en América, que se aferran a nuevas formas de fe: dioses de tarjeta de crédito y de autopista, de Internet y del teléfono, de la radio, del hospital y de la televisión, dioses del plástico, de los buscas y del neón. Dioses orgullosos, criaturas necias y gordas, felices de ser tan novedosos y estar adquiriendo tanta importancia.

La guerra entre los viejos y los nuevos dioses se está preparando. Los humanos ya están notando las consecuencias. Y uno de ellos, Sombra, va a tener un protagonismo especial:

Sombra sintió lástima por todos ellos.
Había arrogancia en los nuevos. Sombra podía verlo. Pero también había miedo.
Tenían miedo de que a menos que siguieran el ritmo del cambiante mundo, a menos que rehicieran, redibujaran y reconstruyeran el mundo a su imagen y semejanza, estarían acabados.
Cada bando se enfrentaba al otro con valentía. Para cada bando, los del bando contrario eran los demonios, los monstruos, los condenados.
Sombra vio que ya había tenido lugar una pequeña escaramuza. Ya había sangre en las rocas.
Se estaban preparando para la auténtica batalla; para la auténtica guerra. Era ahora o nunca, pensó. Si no se
movía ahora, sería demasiado tarde.


También he leído la última novela de Lorenzo Silva, Donde los escorpiones (Destino, Barcelona 2016), protagonizada por los ya familiares investigadores de la Guardia Civil Rubén Bevilacqua y Virgina Chamorro que, en esta ocasión, deben investigar el posible asesinato de un militar español destinado en una base militar internacional en Afganistán.
Se trata, si no me equivoco, de la novena entrega de las historias protagonizadas por la pareja de investigadores. Repleta, como en las anteriores novelas, de referencias a la actualidad, más allá del argumento y la trama criminal que en ella se desarrolla, por otro lado excelentemente bien construida, me ha vuelto a impresionar la humanidad, casi existencialista, que Silva incorpora a todas sus historias:

- Quiénes somos tú o yo para decidir eso, Virgi -dije-. Y menos para decidirlo respecto de gente como esta. De Pascual, de Kate, de Ahmad. O de Jessica o del mismísimo Mircea, que es un cabrón con pintas. Quiénes somos tú o yo para juzgar lo que son y lo que hacen los que han tenido que vivir y salir adelante ahí, donde los escorpiones, adonde fueron a parar por su torpeza o porque alguien los envió, porque no lo pensaron bien ellos o no lo pensaron bien otros. Qué sabemos o podemos saber de cómo se decide o se deja de decidir cuando tienes rota o desencajada la máquina de tomar decisiones.
- ¿Los exculpas?
- No. Todos somos culpables, porque todos existimos, y actuamos sin saber, y siempre nos acabamos llevando por delante algo, o a alguien. Mi duda es otra, hasta dónde pasó lo que pasó porque alguien hizo lo que no debía y alguien necesitó vengarse de la afrenta, o porque los dos habían perdido ya la capacidad de querer y entender a los demás como quiere y entiende al prójimo alguien normal.
- ¿Y quién es normal?
- Nadie, por supuesto. Por eso es mejor que tú y yo nos dediquemos a lo que tenemos que dedicarnos: buscar pruebas para demostrar que se ha producido uno de esos hechos a los que el Código Penal atribuye alguna consecuencia. [...] [Después] es el problema de otros.
- Lo sé. A veces pienso que esa chica tiene razón.
- En qué.
- No arreglamos nada. Creamos una apariencia. Aramos el mar.


El cuarto de los libros es La profundidad del mar amarillo, de Nic Pizzolatto (Salamandra, Barcelona 2015). Aunque publicado en la colección Black de esta editorial, que ya nos ha ofrecido varios títulos más que destacables (entre ellos Galveston, del mismo Pizzolatto), en realidad no se trata de un libro del género "negro", sino de un conjunto de relatos en la línea de los narradores estadounidenses clásicos, como Cheever, Carver o Ford.
Son relatos cortos, en los que se concentra la intensidad de unas vidas casi siempre rotas o sumamente frágiles. "Se dio cuenta de que llevaba toda la vida esperando la oportunidad de cagarla de aquella manera", reflexiona uno de los personajes. Historias de sueños incumplidos, de fracasos, de abandonos. A ratos surrealistas.



Continuamos con una breve novela de tono biográfico de Teju Cole, titulada Cada día es del ladrón (Acantilado, Barcelona 2014). De su anterior y muy celebrada novela, Ciudad abierta, ya nos hicimos eco en este blog.
"En esto consiste ser un extraño, en marcharse y que no quede un vacío", escribe Cole en un momento de la novela  En esta capacidad de construir desde la extrañeza o la extranjería, combinando distancia y cercanía, una plataforma desde la que observar lo mismo su Nigeria de juventud que los Estados Unidos donde vive desde 1992, estriba el mayor atractivo de la escritura de Teju Cole.
Aunque no alcanza la calidad de Ciudad abierta, una lectura más que interesante.



Resultado de imagen de james trump ensayo sobre la imbecilidadTambién he leído un ensayo del filósofo de la Universidad de California Aaron James que lleva por título Trump. Ensayo sobre la imbecilidad (Malpaso, Barcelona 2016). Parece bastante evidente que la manifiesta imbecilidad de Trump es un rasgo de su personalidad que no necesita de confirmación exterior: no hay más que pensar en sus tabernarias, machistas y chulescas afirmaciones sobre las mujeres que acabamos de conocer. Así lo cree, también, James:

Ojo: no estamos preguntando si Trump es o no un imbécil, porque a este respecto parece existir un consenso generalizado (¿o se le ocurre al lector un modo mejor de definirlo con una sola palabra?). De hecho, para muchos de cuantos lo apoyan podría ser éste su mayor atractivo comercial.  La pregunta es, más bien, qué clase de imbécil podría lograr una hazaña similar de un modo tan espectacular. O sea: se trata de una cuestión de "imbecilogía". Entre las muchas especies que pueblan el ecosistema de los imbéciles, ¿a cuál pertenece Trump con exactitud?

Pero el caso es que, como advierte el autor, en determinadas circunstancias ser ese imbécil que es Trump puede ser una baza política. Por eso, más allá de este caso en particular, el ensayo de James nos ofrece algunas pistas interesantes para reflexionar sobre un fenómeno más general:

La ascensión de Trump encaja con tendencias más amplias en una globalización del sálvese quien pueda que ha alzado a posiciones de relieve a dirigentes populistas en toda Europa, impulsados por la nostalgia nacionalista, las reivindicaciones de clase y la inseguridad económica.


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Y termino con la última y ya muy comentada novela de Fernando Aramburu, Patria (Tusquets, Barcelona 2016). Lo diré en pocas palabras: se trata de una novela que tenemos la obligación de leer. No alcanza, en mi opinión, la capacidad de sacudir mi conciencia que tuvo (y tiene) Los peces de la amargura, pero contiene escenas y personajes de una enorme intensidad dramática. Inolvidable esa poderosa Arantxa que, desde su desvalimiento sólo físico, le suelta a un atormentado Xabier: "Si te da un ictus nos casamos".
Será una lectura incómoda. Nadie saldrá de este libro indemne. En ocasiones puede hasta disparar la protesta: no fue así, o no sólo fue así, o no todo fue así. Por ejemplo, y lo referencia porque ya hablamos de ello aquí: ¿hay que volver a insistir (p. 462) en el supuesto silencio cómplice, por cobardía o por clientelismo, de los escritores en euskera?
Pero lo dicho: una novela que todas y todos deberíamos leer.