Releo estos días el libro de Romain Rolland Más allá de la contienda (Nórdica Libros y Capitán Swing, 2014; traducción de Carlos Primo). Recoge textos publicados entre 1914 y 1919, todos ellos dirigidos a reivindicar el diálogo, el entendimiento y la paz en una Europa arrasada por el militarismo. Entre estos textos destaca el que cierra el libro: la "Declaración de Independencia del Espíritu", publicada en el diario L'Humanité el 26 de junio de 1919. La versión en inglés empieza con "Intellectual workers...". Me gusta más la idea de trabajadoras (la primera firma es de la maravillosa Jane Addams) y trabajadores del Espíritu.
DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA DEL ESPÍRITU
Trabajadores del Espíritu, compañeros dispersos a lo largo y ancho del planeta, separados desde hace cinco años por los ejércitos, la censura y el odio de las naciones en guerra: en esta hora en que las barreras caen y las fronteras se reabren, os dirigimos un llamamiento para reformar nuestra unión fraternal, pero una unión nueva, más sólida y segura que la que existía antes.
La guerra ha traído la destrucción a nuestras filas. La mayoría de los intelectuales han puesto su ciencia, su arte y su razón al servicio de los gobiernos. No queremos acusar a nadie ni elevar ningún reproche. Conocemos la debilidad de las almas individuales y la fuerza elemental de las grandes corrientes colectivas: éstas han barrido a aquéllas en un instante, porque no había defensa preparada. ¡Que, al menos, esta experiencia nos sirva para el futuro!
Y, en primer lugar, constatemos los desastres a que conduce la abdicación casi total de la inteligencia del mundo y su sumisión voluntaria a las fuerzas desencadenadas. Los pensadores, los artistas han añadido una suma incalculable de odio envenenado a la plaga que roe la carne y el espíritu de Europa. Han buscado en el arsenal de su sabiduría, de su memoria y de su imaginación, razones antiguas y nuevas, razones históricas, científicas, lógicas y poéticas para justificar el odio. Han trabajado para destruir la comprensión y el amor entre los hombres. Y así han afeado, envilecido, rebajado y degradado el Pensamiento al que representaban. Lo han convertido en un instrumento de las pasiones y, tal vez sin saberlo, de los intereses egoístas de un clan político o social, de un Estado, de una patria, de una clase. En este momento, todas las naciones enfrentadas, victoriosas o vencidas, salen de la batalla moribundas, empobrecidas y, en el fondo de su corazón (aunque lo nieguen), avergonzadas y humilladas por su crisis de locura. Junto a ellas, el Pensamiento, implicado en sus combates, sale también destronado.
¡Levantémonos! ¡Libremos al Espíritu de estos compromisos, de estas alianzas humillantes, de estas servidumbres disimuladas! El Espíritu no está al servicio de nada que no sea él mismo. Somos nosotros quienes estamos a su servicio. Nuestra misión es defender su luz y agrupar a su alrededor a todos los hombres extraviados. Nuestro rol, nuestro deber, es mantener un punto fijo, señalar a la Estrella Polar en medio del torbellino nocturno de las pasiones. Entre estas pasiones de orgullo y de destrucción mutua, nos negamos a elegir, y las rechazamos todas. Rendimos honores a la única Verdad libre, sin fronteras ni límites, sin prejuicios de razas o de castas. Desde luego, ¡no nos desentendemos de la Humanidad! Trabajamos por ella en su totalidad. No distinguimos entre pueblos: conocemos a un solo Pueblo, único y universal, al Pueblo que sufre, que lucha, que cae y se levanta, y que avanza siempre por un camino difícil empapado de sudor y sangre, el Pueblo de todos los hombres, todos hermanos por igual. Y para que, al igual que nosotros, tomen conciencia de esta fraternidad que ponemos por encima de sus ciegos enfrentamientos: el Arca de la Alianza: el Espíritu libre, uno y múltiple, eterno.
La guerra ha traído la destrucción a nuestras filas. La mayoría de los intelectuales han puesto su ciencia, su arte y su razón al servicio de los gobiernos. No queremos acusar a nadie ni elevar ningún reproche. Conocemos la debilidad de las almas individuales y la fuerza elemental de las grandes corrientes colectivas: éstas han barrido a aquéllas en un instante, porque no había defensa preparada. ¡Que, al menos, esta experiencia nos sirva para el futuro!
Y, en primer lugar, constatemos los desastres a que conduce la abdicación casi total de la inteligencia del mundo y su sumisión voluntaria a las fuerzas desencadenadas. Los pensadores, los artistas han añadido una suma incalculable de odio envenenado a la plaga que roe la carne y el espíritu de Europa. Han buscado en el arsenal de su sabiduría, de su memoria y de su imaginación, razones antiguas y nuevas, razones históricas, científicas, lógicas y poéticas para justificar el odio. Han trabajado para destruir la comprensión y el amor entre los hombres. Y así han afeado, envilecido, rebajado y degradado el Pensamiento al que representaban. Lo han convertido en un instrumento de las pasiones y, tal vez sin saberlo, de los intereses egoístas de un clan político o social, de un Estado, de una patria, de una clase. En este momento, todas las naciones enfrentadas, victoriosas o vencidas, salen de la batalla moribundas, empobrecidas y, en el fondo de su corazón (aunque lo nieguen), avergonzadas y humilladas por su crisis de locura. Junto a ellas, el Pensamiento, implicado en sus combates, sale también destronado.
¡Levantémonos! ¡Libremos al Espíritu de estos compromisos, de estas alianzas humillantes, de estas servidumbres disimuladas! El Espíritu no está al servicio de nada que no sea él mismo. Somos nosotros quienes estamos a su servicio. Nuestra misión es defender su luz y agrupar a su alrededor a todos los hombres extraviados. Nuestro rol, nuestro deber, es mantener un punto fijo, señalar a la Estrella Polar en medio del torbellino nocturno de las pasiones. Entre estas pasiones de orgullo y de destrucción mutua, nos negamos a elegir, y las rechazamos todas. Rendimos honores a la única Verdad libre, sin fronteras ni límites, sin prejuicios de razas o de castas. Desde luego, ¡no nos desentendemos de la Humanidad! Trabajamos por ella en su totalidad. No distinguimos entre pueblos: conocemos a un solo Pueblo, único y universal, al Pueblo que sufre, que lucha, que cae y se levanta, y que avanza siempre por un camino difícil empapado de sudor y sangre, el Pueblo de todos los hombres, todos hermanos por igual. Y para que, al igual que nosotros, tomen conciencia de esta fraternidad que ponemos por encima de sus ciegos enfrentamientos: el Arca de la Alianza: el Espíritu libre, uno y múltiple, eterno.
A partir del 23 de junio de 1919, esta declaración ha sido respaldada por: Jane Addams (Estados Unidos); René Arcos (Francia); Henri Barbusse (Francia); Léon Bazalgette (Francia); Jean-Richard Bloch (Francia); Roberto Bracco (Italia); Dr. Jean-Richard Bloch (Francia); LEJ Brouwer (Holanda); A. de Châteaubriant (Francia); Georges Chennevière (Francia); Benedetto Croce (Italia); Albert Doyen (Francia); Georges Duhamel (Francia); Prof. A. Einstein (Alemania); Dr. Frederik van Eeden (Holanda); Georges Eekhoud (Bélgica); Prof. A. Forel (Suiza); Verner von Heidenstam (Suecia); Hermann Hesse (Alemania); P.J. Jouve (Francia); JC Kapteyn (Países Bajos); Ellen Key (Suecia); Selma Lagerlof (Suecia); Prof. Max Lehmann (Alemania); Carl Lindhagen (Suecia); M. López-Pico (Cataluña); Heinrich Mann (Alemania); Marcel Martinet (Francia); Frans Masereel (Bélgica); Émile Masson (Francia); Jacques Mesnil (Bélgica); Sophus Michaelis (Dinamarca); Mathias Morhardt (Francia); Prof. Georg-P. Nicolaï (Alemania); Eugène d'Ors (Cataluña); Prof. A. Prenant (Francia); Romain Rolland (Francia); Bertrand Russell (Inglaterra); Han Ryner (Francia); Paul Signac (Francia); Jules Romain (Francia); G. Thiesson (Francia); Henry van de Velde (Bélgica); Charles Vildrac (Francia); Léon Werth (Francia); Israel Zangwill (Inglaterra); Stefan Zweig (Austria).
Ya se han recibido otras firmas que se publicarán más adelante.