miércoles, 7 de octubre de 2015

Mankell



El domingo pasado, ya por la noche, terminaba de leer el último libro de Henning Mankell: Arenas movedizas, publicado, como toda su obra en España, por Tusquets. Leo en su página web un comentario fechado el día 5 en que se dice que Mankell murió "in his sleep early this morning in Göteborg". Murió mientras dormía. Y tengo la profunda impresión de que mientras yo me acercaba al final de su libro, Mankell se aproximaba al final de su vida. Lo cual me vincula muy especialmente al libro y a su autor, al que ya admiraba desde hace mucho tiempo.

Aunque el cáncer está muy presente en esta obra, en realidad el libro no trata de la muerte o de la enfermedad, sino de la vida, de la humanidad, de la esperanza. Y así, he subrayado multitud de fragmentos, como estos:

  • Tenemos que procurar siempre que la esperanza sea más fuerte que la desesperanza. Sin esperanza no hay, en el fondo, supervivencia.
  • Siempre me reafirmaba en la idea de que el ser humano es un ser narrante. Más Homo narrans  que Homo sapiens. En los relatos de los otros nos vemos a nosotros mismos.
  • Todas las revueltas o revoluciones tratan de que los últimos de una sociedad exigen el derecho al deseo y la alegría de vivir.
  • Uno de los pilares de nuestra civilización es la disposición y la voluntad de, motu propio, embarcarse en un bote de salvamento. [Hoy] sigue habiendo voluntarios que dan su vida en diversos contextos.
Las arenas movedizas que dan título al libro son, como explica en el capítulo 4, el símbolo de ese diagnóstico de cáncer que recibió a principios de 2014 como una catástrofe, que al principio tuvo el efecto de paralizarlo completamente, de engullirlo, de sepultarlo, pero de las que pronto consiguió liberarse. Por eso, aunque el cáncer siempre está presente, el libro es en realidad un canto a la vida, a la amistad, al amor, a la memoria.

Mankell pasaba desde hace muchos tiempo la mitad del año en Europa y la otra mitad en África, en Maputo, la capital de Mozambique, donde era desde finales de los Ochenta director artístico del Teatro Avenida. Viviendo, como él mismo decía, "with one foot in the snow and one foot in the sand", con un pie en la nieve y otro en la arena. Su enorme capacidad para conectar culturas, geografías, experiencias y, en definitivas, personas, nace seguramente de esta condición mestiza de afroeuropeo o eurofricano. Recupero aquí lo que respondía en una entrevista en 2013:

Hace una década empecé a utilizar Lampedusa como un símbolo de los problemas de Europa. ¿Cuál es su capital? ¿Londres? ¿París? ¿Bruselas? No, es Lampedusa porque en ella se decide cómo encaramos su futuro. ¿Queremos que sea el continente a cuyas costas llegan los cadáveres de los desamparados? Este drama viene de antiguo, y lo que más asusta es que parece que no ha muerto la suficiente gente para tomar cartas en el asunto. No nos hemos dado cuenta de que África y Europa somos los vecinos más cercanos que se pueda imaginar y que hasta el colonialismo nos llevábamos muy bien. Construyamos puentes, no metafóricos, físicos. Volvamos atrás.
Por eso, cuando se accede a la página web de Henning Mankell, lo primero que vemos es un enorme anuncio de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados.


El libro se cierra con esta frase: "Nuestra familia es en verdad infinita. Aunque ni siquiera sepamos con quién nos cruzamos en la vida durante un instante brevísimo". Merece la pena cruzarse con este Mankell, felizmente liberado de las arenas movedizas.