domingo, 28 de agosto de 2011

Romper el cerco

"Hacia el final del invierno, cuando los enviados del sultán turco partieron, comprendimos que la guerra era inevitable. Ellos habían recurrido a toda suerte de presiones con el fin de que aceptáramos convertirnos en feudatarios o vasallos, como dicen los latinos, de la Puerta. Tras las lisonjas y las promesas de permitirnos participar en el gobierno de su imperio ilimitado, nos acusaron de renegados de habernos vendido a los francos, dicho de otro modo a Europa. Finalmente, como era de esperar, llegaron las amenazas. Tenéis mucha confianza en los muros de vuestras fortalezas, dijeron, pero aun cuando fueran tal como las imagináis, nosotros las cercaremos con un anillo de hierro, el de la sed y el hambre. Nosotros haremos que, cuantas veces retorne el tiempo de la siega y los días de la trilla, cuando miréis a lo alto creáis ver en el cielo un campo sembrado, y en la luna una hoz" [Ismaíl Kadaré, El cerco].

Leo EL PAÍS de hoy y mi desasosiego se dispara hasta convertirse en desconsuelo. En un largo artículo Luis R. de Aizpeolea desmenuza las claves de la decisión de reformar la Constitución para recoger un compromiso de estabilidad presupuestaria. "Cuando has participado en la aprobación de un fondo de rescate de 500.000 millones en una noche, como ha sucedido en Europa, o has decidido en otra noche, la del 9 de mayo de 2010, un duro ajuste, estás preparado para una reforma constitucional en poco tiempo si las necesidades lo requieren", señala alguien del "entorno" del presidente. Ya, ¿y si no funciona? ¿y si mañana las necesidades son otras? Por cierto, ¿las necesidades de quién? Eso es tecnocracia, no democracia.

Porque despues de leer el artículo de Aizpeolea en la sección de Política del diario, en su sección de Economía me encuentro con otro artículo cuyo titular dice así: "Los mercados ignoran la reforma para limitar el déficit público español", y continua: "Recobrar la confianza de los inversores en España es uno de los argumentos básicos que alienta el acuerdo entre el PP y el PSOE. Pero, a bote pronto, no se dieron por enterados. El pacto entre los dos partidos mayoritarios era ya conocido en la apertura del pasado viernes. Al cierre de la sesión, la Bolsa española lideró las pérdidas en Europa, con una caída del 1,4%. Y la prima de riesgo de los bonos españoles aumentó ligeramente, señal de que la desconfianza sigue ahí".
Aún es pronto, se dirá. Ya: ¿y si no es cuestión de plazos? ¿Y si el problema es, no ya la reforma, sino su objetivo de influir sobre un turbocapitalismo (Edward Luttwak) cuyo proyecto no es sólo quebrar cualquier posibilidad de regulación de la economía por parte del Estado democrático, sino convertir a la economía misma, a su lógica y sus dinámicas, en Gran Regulador del conjunto de nuestra existencia?

Leo también el artículo del profesor de Economía de la Universidad de Vigo, Santiago Lago, y saco la conclusión de que la montaña puede acabar pariendo un ratón: "Hay que matizar la idea de que trasladar el acuerdo a la Constitución es un gran avance para la práctica de la estabilidad presupuestaria. La evidencia empírica internacional tiende a mostrar que los límites al gasto y déficit son menos relevantes para estabilidad presupuestaria que los procedimientos presupuestarios, que incluyen cuestiones como la transparencia, los límites a la flexibilidad en la ejecución presupuestaria o el poder estratégico del ministro de hacienda en el seno del gobierno. Además, las reglas y límites cuantitativos suelen incentivar el recurso a soluciones creativas para centrifugar gasto y déficit a organismos no computables a efectos de aquellos". Un ratón tramposo, además, a tenor de lo de las "soluciones creativas".

Y luego está González Pons, desleal como siempre con sus críticas hacia Rubalcaba. Y el PNV proclamando que, abierto el melón constitucional, de lo suyo qué... Hemos hecho un pan con unas tortas. No creo que nadie sea más responsable o menos socialista que nadie por defender argumentadamente una posición u otra ante esta cuestión. Pero hemos hecho un pan con unas tortas.

Y todo porque hacia el final del verano, quienes habían recurrido a todo tipo de presiones con el fin de que aceptáramos convertirnos en feudatarios o vasallos de los mercados con lisonjas y promesas de permitirnos participar en los beneficios de su imperio ilimitado, nos acusaron de no ser lo suficientemente confiables, es decir, flexibles y adaptables a sus exigencias. Finalmente, como era de esperar, llegaron las amenazas de cercarnos con un anillo de hierro, como ya habían hecho con otras ciudadelas vecinas.
Las amenazas eran bien reales. Atrincherarse y esperar a que pasaran cuantas veces fuera necesario los tiempos de la siega y los días de la trilla hubiese sido una opción si realmente Europa, con francos y germanos al frente, hubiese plantado cara a los mercados. Pero solos...
Hemos debilitado un poco más la ciudadela democrática. Cuando lo que deberíamos hacer, de una vez, es romper el cerco al que nos someten.