sábado, 23 de junio de 2012

De victoria en victoria...

Desde la fundación en 1978 de Herri Batasuna han transcurrido 34 años. A lo largo de todo ese tiempo, con distintas denominaciones, la llamada izquierda abertzale ha tenido una destacada presencia en los parlamentos vasco, navarro, español y europeo, así como en municipios y diputaciones. En 2003 su por entonces marca electoral, Batasuna, fue ilegalizada en aplicación de la Ley de Partidos. Habían pasado 25 años desde que surgiera aquella histórica coalición que en las primeras elecciones generales de 1979 obtuvo 172.000 votos, lo que le permitió contar con tres diputados y un senador.Cinco lustros de actividad parlamentaria poco convencional, hasta el punto de renunciar en distintas ocasiones a ocupar los escaños logrados. Y aún habría que recordar que la ilegalización de Batasuna (y de las diversas siglas que pretendieron sucederla) tan sólo provocó la desaparición parlamentaria de la izquierda abertzale tradicional durante un trienio, entre la ilegalización en 2009 de EHAK (Partido Comunista de las Tierras Vascas) y la constitución de Amaiur en 2011.
Conviene recordar todo esto ahora que, según parece, la izquierda abertzale celebra con alborozo la legalización de su último avatar, Sortu, presentada como prueba de "la superación de la dinámica de ilegalizaciones puesta en marcha, en su momento, por el estado español". Si el socorrido extraterrestre leyera estos días la prensa y viera la alegría en los rostros de los líderes ezkerabertzales -muchos de los cuales llevan desde el principio o casi desde el principio, tres décadas, no lo olvidemos, diseñando y aplicando la estrategia política del nacionalismo vasco radical-, pensaría que nunca hasta hoy había podido la izquierda abertzale presentarse a unas elecciones en España, a pesar de haberlo querido y buscado con todas sus fuerzas desde el comienzo de la democracia.
Pero no ha sido así. Los mismos que hoy proclaman su intención de impulsar una "revolución democrática" (ni la contención ni la autocrítica han sido nunca su fuerte) son los que durante treinta años han despreciado la representación política y los parlamentos: el "vascongado", por simbolizar la participación de Euskal Herria; el español, porque nada se le había perdido allí a un abertzale de pro.
Ahora celebran la recién lograda plena legalidad. Yo también lo celebro: que lo hayan logrado y que lo celebren tanto. Pero tres décadas equivocándose tanto no es para echar cohetes.
Ya están donde estaban hace 34 años: ¡qué visión política, qué inteligencia estratégica... qué carrerón!

martes, 19 de junio de 2012

Grecia



Leer ayer la prensa se me ha atragantado, más de lo normal.
"Grecia da un respiro a Europa", coincidían las portadas de El País y El Correo.
¿Así que el problema de Europa es el ejercicio de la democracia?
Hay límites que un medio de comunicación serio no puede permitirse traspasar, so pena de intereconomizarse.
Hoy he decidido que no voy a comprar ningún diario.
Y mañana... ya veremos.

domingo, 17 de junio de 2012

Otro sistema bancario es posible



Como no entiendo nada, vuelvo a leer un libro de 2010: La mordaza: Las verdaderas razones de la crisis mundial, de la economista Loretta Napoleoni, especializada en el análisis de las dinámicas del capitalismo global. Me limito a reproducir, acompañados de alguna glosa personal, diversos párrafos de su epílogo.
"En la raíz de la crisis del crédito está la compraventa del riesgo, bancario o financiero, como si se tratara de un bien, y la producción de riqueza ligada a este comercio". El problema con los rescates a los bancos es que, tal como se están haciendo, no son más que una forma de "transferencia del riesgo de los bancos al Estado. [...] En vez de reducir el riesgo a cero, de extirparlo como un cáncer de la economía globalizada, el Estado lo está desplazando de un sector a otro: del privado al público, y así empeora la situación". En lugar de poner los medios para superar un sistema donde la creación y comercialización del riesgo se ha convertido en la principal fuente de enriquecimiento privado, los gobiernos están ofreciendo el bienestar de sus poblaciones como garantes de los rescates que inyectan miles de millones de euros en unas entidades irresponsables. "Si las altas finanzas se divertían con los juegos de azar, que paguen las consecuencias de esa locura en vez de consumir el dinero necesario para la recuperación económica", sostiene Napoleoni; a mí me parece muy razonable. Pero no: se absuelve toda irresponsabilidad pasada, blanqueada con un dinero que debería ser empleado en mejores fines. "En los seis meses posteriores al derrumbe de Lehman Brothers el mundo perdió el 5% del PIB, unos 3 billones de dólares. Durante el mismo período, 2 billones de dólares fueron inyectados a los bancos a través de planes de rescate, dinero que ha sido engullido por los balances en números rojos de las mismas entidades de crédito". He aquí una clave esencial: en lugar de circular y convertirse en crédito facilitado a particulares y empresas, todo ese dinero queda embalsado en las entidades rescatadas.
"Lo que hace falta es un Estado fuerte, que no tenga miedo de dictar las nuevas reglas del juego, ni que tenga miedo de los fantasmas socialistas", un Estado "que proteja a sus ciudadanos y no a las instituciones que les han robado". Esto es lo que propone Napoleoni:
"Si los bancos rescatados ya no prestan dinero, si las inyecciones de liquidez que están agotando las finanzas del Estado se detienen en los balances, entonces el stado debe potenciar los bancos cooperativos y los locales, depositar en sus arcas esas grandes cantidades de dinero que hasta hoy se han perdido en los rescates de los grandes bancos". Frente a estas grandes entidades irresponsables, adictas al riesgo y organizadas como timbas para el enriquecimiento personal de sus gestores, se trata de apoyar a aquellas "entidades de crédito que se apoyan en un código ético sólido y que han mantenido el papel social de los bancos: recoger y distribuir la riqueza y, así, promover el crecimiento económico". Y si esto no funciona o resulta insuficiente, "entonces que el Estado cree una red bancaria paralela, utilizando las oficinas de correos, que las transforme en filiales".
La recomendación de Napoleoni no puede ser más clara: "El apoyo indiscriminado a todos los bancos, sin una política de nacionalización razonada, sólo consume riqueza. Y la confirmación es que ningún banco estadounidense salvado, ni, sin duda, ninguno europeo, está hoy en condiciones de pagar dividendos a los accionistas preferenciales, como Obama esperaba que sucediera. Al contrario, todos se encuentran en dificultades económicas y piden más dinero. Querer salvar a toda costa un sistema averiado y anacrónico nos llevará a la ruina. Países como Italia, golpeada por la recesión pero aún alejada del crac de los bancos, deben tener presente esta lección. Seguir los pasos de los estadounidenses y de los ingleses sería desastroso".
En fin, cosas como estas se escribían hace dos años. No parece que nada de ello haya servido para el caso de Italia. Tampoco para España. Pero nadie, por estos lares, se plantea en serio el debate político sobre ese otro sistema bancario posible.