La columna
Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona
Tusquets, 2022
"Esperaba en Portbou para tomar los ferrocarriles españoles. En la sección local de las milicias antifascistas le habían estampado el sello de la Generalitat de Catalunya en el pasaporte. Entraba en un país en guerra porque no soportaba quedarse de brazos cruzados. Siempre se había considerado una pacifista, alguien incapaz de vestir un uniforme y empuñar un fusil. Pero dos días antes, al término de una reunión de apoyo a los republicanos españoles, decidió que iría a combatir. Volvió a su casa familiar, en la calle Auguste-Comte, presa de un fervor que sus padres conocían bien, un fervor que no admitía que nadie la contradijera ni le aconsejara prudencia, el mismo fervor que la había llevado a dejar la enseñanza y la filosofía para irse a trabajar a la fábrica, hacerse obrera prensadora, calderera en el horno de bobinas de cobre de la casa Alsthom, fresadora en la fábrica Renault. Hay que implicarse en cuerpo y alma, decía. Lo mismo en la guerra como en la lucha obrera, en el frente como en la fábrica: la fraternidad es un impulso del corazón. Los que la experimentan consideran inmoral rehuir el compromiso, odioso clamar contra la desgracia sin arriesgarse a sufrirla. Escribir, pensar, actuar son una y la misma cosa".
Aparentemente, nadie más lejos de la imagen de miliciana aguerrida que Simone Weil: miope, de físico endeble, atacada por terribles migrañas. Pero lo mismo cabría decir de su imagen como obrera industrial. Y sin embargo lo fue, ambas cosas: obrera y miliciana. Por poco tiempo, es cierto: entre diciembre de 1934 y agosto de 1935, lo primero, entre agosto y septiembre de 1936, lo segundo. Pero nadie debería despreciar ambas experiencias por su reducida extensión temporal, pues todo en la existencia de Simone Weil fue breve (su propia vida, agotada a los 34 años) pero sorprendentemente intenso. Su corta vida fue capaz de contener y armonizar innumerables vidas.
Este libro -biografía novelada, narración documental- está fundado sobre materiales procedentes de diversas fuentes, entre ellas las anotaciones de la propia Simone Weil en su diario de guerra y, sobre todo, la carta que envió en 1938 al afamado escritor Georges Bernanos, conservador, católico tradicionalista y simpatizante de la Falange. Situados en bandos opuestos, ambos, Bernanos y Simone Weil, saldrán de la guerra civil española profundamente desencantados con su propio bando. "Partimos como voluntarios, con ideas de sacrificio, y nos metemos en una guerra que parece de mercenarios, en la que sobra crueldad y falta la consideración debida al enemigo", escribe Simone Weil. "Si sabemos que podemos matar sin que nos castiguen ni nos culpen -advierte-, matamos; o al menos rodeamos de sonrisas alentadoras a quienes matan". Por su parte Bernanos denuncia en su libro Los grandes cementerios bajo la luna la matanza de campesinos por las tropas sublevadas:
"Allá en Mallorca vi pasar por la Rambla unos camiones repletos de hombres. Rodaban con estruendo a ras de las terrazas multicolores, recién fregadas y chorreando, con su alegre murmullo de verbena. Los camiones estaban grises por el polvo de las carreteras, grises también los hombres sentados de cuatro en cuatro, con las gorras grises ladeadas y las manos extendidas sobre los pantalones de dril, muy formales. Los sacaban todas las noches de los caseríos perdidos, cuando volvían del campo; partían para su último viaje, con la camisa pegada a los hombros por el sudor, los brazos aún cargados del trabajo del día, dejando la sopa servida en la mesa y a una mujer que llega demasiado tarde a la entrada del jardín, sofocada, con un hatillo envuelto en el paño nuevo: ¡Adiós! ¡Recuerdos! Se nos está poniendo sentimental, me dicen. ¡Dios me libre! Simplemente repito, nunca me cansaré de repetir que esas personas no habían matado ni herido a nadie. [...]
«No hay duda de que eran buenas personas, -replicarán seguramente los obispos españoles-, porque la mayoría de esos desdichados se convirtieron in extremis. Según nuestro Venerable Hermano de Mallorca, solo el diez por ciento de esos queridos hijos rechazaron los sacramentos antes de ser despachados por nuestros buenos militares». Es un porcentaje alto, lo reconozco, y dice mucho del celo de su Eminencia. ¡Que Dios se lo pague! No voy a juzgar, al menos por ahora, esta forma de apostolado" [Lumen, 2009. Traducción de Juan Vivanco].
La experiencia española no llevó a Simone Weil al desencanto con la causa de la libertad y la humanidad. Pero sí la confirmó en la imprescindible autoexigencia ética que caracteriza toda su obra y toda su vida; si debe haber algún sacrificio, que en primer lugar sea el sacrificio propio. Como escribió Albert Camus en respuesta a quienes protestaron por el contenido de la carta de Simone, publicada en 1954 por iniciativa de este en la revista Témoins: "[E]stá bien que la violencia revolucionaria, inevitable, se separe a veces de la odiosa buena conciencia en la que lleva tiempo instalada".