¿Será esta vez de verdad? En varias ocasiones me he referido a la crisis profunda del mundo rural español. Crisis demográfica (descenso y envejecimiento poblacional), socioeconómica (dificultades para emprender iniciativas económicas), cultural (pérdida de saberes, costumbres y formas de vida tradicionales), política (ausencia del mundo rural y de sus problemáticas en los programas y debates políticos) y espiritual (pérdida de esperanza en el futuro). La “España vacía” (Sergio del Molino), la “Laponia española” y sus últimos habitantes (Paco Cerdá), la “España rural que se desvanece” (Alejandro López Andrada), son algunos de los trabajos que, en tiempos recientes, han reflejado, con nostalgia y tristeza, pero también con rabia y con amor, la agonía de nuestro mundo rural.
Pero algo parece estar cambiando. Esa tristeza y esa rabia, esa nostalgia y ese amor, están impulsando iniciativas muy interesantes. Iniciativas desde la base, desde personas y organizaciones que sienten y viven la realidad del campo y la montaña.
El pasado 16 de febrero leía la noticia de que 170 descendientes de Velosillo, una pequeña aldea segoviana, han impulsado un audaz plan estratégico para salvar su pueblo, con el objetivo de garantizar que en el mismo se pueda trabajar y vivir, y no sólo pasar unos días de vacaciones.
Por otra parte, aprovechando la plataforma que ofrece el diario digital Público, un grupo de personas de diferentes procedencias y ámbitos sociales, con sensibilidades políticas diversas, puso en marcha en 2013 un foro de debate llamado “Espacio Público”. En este foro se ha discutido y propuesto sobre temas como la pobreza y las políticas para combatirla, la cuestión catalana, el drama de las personas refugiadas, la crisis de la política… Y ahora se ha abierto un interesantísimo debate sobre “Un mundo rural vivo para una España justa y sostenible”.
Lo que se propone es abrir una conversación, lo más amplia y profunda posible, sobre los problemas del mundo rural pero, sobre todo, sobre la manera de afrontarlos como problemas de toda la sociedad, no de ese 20% de habitantes que constituyen la menguante y envejecida población que habita en las pequeñas localidades rurales. Como se indica en el texto que ha dado inicio al debate: “El fracaso de nuestro modelo rural nos afecta a todos, en pueblos y ciudades”. Por eso, porque sin el mundo rural, con su vida, su cultura, su naturaleza y sus gentes, no hay futuro para nadie, “solo tendremos futuro como país si somos capaces de hacer emerger una nueva corriente de opinión sostenible, capaz de repensar nuestro modelo de desarrollo, recuperando el pulso en nuestros pueblos”.
¿Será esta vez de verdad? ¿Nos preocuparemos en serio, como sociedad, por la realidad crítica del mundo rural? ¿Invertiremos en su futuro, que es el de todas y todos? No hay garantías. Pero dependerá, en gran parte, de nuestro propio compromiso.