miércoles, 23 de junio de 2010

Incómodo

Diga lo que diga el ministro de Trabajo, yo no me siento cómodo con esta reforma. Me lo preguntan una y otra vez, todos los cercanos y algunos que no lo son tanto. Me lo preguntan en mi universidad y en mi sindicato. Y yo tengo que responder con honestidad: no, no me siento cómodo.
No me siento cómodo ni por su contenido ni por la manera en que se ha elaborado. No me siento cómodo por la ausencia de otras medidas fiscales, de regulación del mercado bursatil y hasta culturales que deberían haberla precedido y, en todo caso, acompañado. Tampoco me siento cómodo por la ausencia de una narrativa progresista -un frame o marco, que diría Lakoff- que contradiga la retórica libertariana que ha conquistado la agenda pública: el problema es el sector público, los funcionarios, el Estado, los políticos, los liberados sindicales, los perceptores de rentas mínimas, los inmigrantes...
Comprendo perfectamente, por ello, la posición que al respecto ha adoptado Antonio Gutierrez en la votación de ayer en el Congreso. Una posición que no puede discutirse en los términos estrechos de la lealtad a un grupo parlamentario que soporta a un gobierno, de la disciplina de partido o del carácter, origen y legitimidad de la representación que ostenta un diputado en virtud del sistema electoral español.
Cuando un partido incorpora a sus listas a personas como Antonio Gutierrez, lo hace porque son quienes son, por su trayectoria. Esperar que esa identidad y esa trayectoria van a anularse una vez elegidos es, primero de todo, una barbaridad antropológica (sería como querer pasar por una clonadora política que homogeneice hasta volver indistinguibles a las personas que se sientan en un escaño), pero también es una torpeza en términos estrictamente electorales: un partido que no sepa incorporar a su proyecto a personas identificadas sólo en parte con el mismo es un partido que acaba convirtiéndose en tribu.

Pero, sobre todo, no me siento cómodo por estar donde actualmente estoy. No es que no me sienta cómodo, eso es muy suave: lo que siento es que me han hecho una gran putada. Con perdón.
Con lo a gusto que estaría yo en mi despacho de la universidad, opinando con toda la libertad del mundo desde la barrera de mi blog o mis artículos de prensa sobre estas cuestiones, manifestándome con mi sindicato de toda la vida...
Pero no estoy "allí", estoy "aquí". Esta situación me obliga a hacer un delicado ejercicio de responsabilidad.


Responsabilidad, obligación, comodidad, identidad...
No es la primera vez, desde que estoy en el Senado, que me veo confrontado a moverme entre el Escila de la responsabilidad y el Caribdis de la convicción. En dos ocasiones anteriores he escogido orientar el timón hacia Caribdis: me jugaba mi identidad. Gracias, también, a la pasión por la libertad que se respira en mi grupo parlamentario, la travesía ha podido continuar hasta hoy.
En esta ocasión voy a dirigir mi nave hacia el rugiente Escila. Espero que tampoco en esta ocasión la decisión adoptada termine en naufragio.
Y no estoy pensando en mi naufragio, evidentemente.