Esta tarde he pasado por la capilla ardiente, abarrotada de gente que quería mostrar su dolor y respeto por una persona que, para quienes hemos tenido el privilegio de conocerla, nos ha dejado una profunda huella.
Nunca he conocido a nadie tan consciente de sus carencias o debilidades, que reconocía con gracia y naturalidad, pero que al mismo tiempo diera tan poca importancia a sus muchas e innegables capacidades y virtudes.
Cuando estábamos en el Senado me decía muchas veces: "A mí que no me pidan que escriba un artículo o una moción, o que prepare una conferencia, pero si quieren que me reúna con alguna asociación, o que visite a algún colectivo, o que reciba a personas que quieren plantearnos alguna cuestión, encantada". Y lo decía como si esto segundo no tuviera importancia; como si fuera fácil tener su capacidad para comunicar con naturalidad y simpatía, su preocupación sincero por cualquier otra persona, su sensibilidad.
Siempre sonriente, siempre amable, incluso durante su enfermedad. Siempre pensando en seguir trabajando para su querido PSE-PSOE y para su querida Fundación.
Lo mejor de mi paso por el Senado fue tener la oportunidad para convivir intensamente con ella hasta convertirnos, no en compañeros de escaño y de grupo parlamentario, sino en verdaderos amigos.
La sombra de su padre, poderosísima, se lo ponía muy difícil a cualquier Rubial que aspirara a hacer política en Euskadi. Pero Lentxu fue capaz de hacer su propio camino en la política vasca y española, de tener su propia y personal presencia, distinta de la de su padre, pero igualmente importante para el socialismo vasco.
En estos tiempos aciagos para la política, su vida es un ejemplo de compromiso que no debemos olvidar.
Hoy te dedico una canción de Silvio Rodríguez que refleja a la perfección lo que tú has hecho siempre, sin darte ninguna importancia, con la mayor sencillez: aflojar los odios, reparar sueños averiados, trocar lo sucio en oro...