Hoy hemos podido leer una aclaración del propio Anguita a estas declaraciones, aparentemente enfadado por las noticias sobre su supuesta renuncia al comunismo en favor del programa de los derechos humanos: "Yo jamás he renunciado al comunismo o al socialismo. Lo que pasa es que hace tiempo que renuncié a plantearlo a través de la simbología, porque es evidente que ya no gozan del prestigio de otros tiempos. Por eso, creo que la mejor forma de hacer llegar el comunismo en la actualidad es a través de los derechos humanos, que nos deben llevar a la Revolución".
Más allá del affaire Anguita, lo cierto es que José Saramago ya planteó hace algún tiempo esta reflexión. Por cierto, sorprende que el antiguo líder de IU no haga ninguna referencia a este hecho. El escritor portugués lo hizo en varios lugares, pero de manera especialmente destacada en el transcurso de una conferencia para clausurar el ciclo "Literatura y compromiso social", en la Escuela Julián Besteiro de UGT, el 29 de junio de 2000:
"Esta tarde me atrevería a proponer a los partidos de izquierdas -no hablo de los partidos de derechas porque no los conozco, no los he frecuentado nunca- algo tan simple como esto: que reúnan sus programas, sus discursos, sus propuestas y los metan en un cajón, cierren el cajón y tiren la llave. Que se olviden de esos papeles y levanten como programa y como bandera la Carta de Derechos Humanos. Nada más. Es cierto que necesitamos ideas, que las ideas con las que nos fuimos manejando a lo largo de nuestra vida se agostaron, que algunas entraron en una especie de atrofia de la que podrán ser rescatadas o no, pero, en este momento, si no me equivoco demasiado, y todo parece indicar que no, hay que apuntarse a lo básico, a lo fundamental, a los principios. El siglo XXI será el siglo donde se gane o se pierda la batalla por los Derechos Humanos".
¿Es realmente posible realizar esta sustitución?
En el transcurso de un coloquio en los años setenta, al calor del Concilio y lejos de la acritud que hoy destilan los debates sobre laicidades y laicismos, dialogaban el filósofo Herbert Marcuse y el teólogo Johann Baptist Metz. El filósofo afirmó que con las Bienaventuranzas no se podía hacer política, a lo que el teólogo respondió que tal vez fuera así en un sentido práctico, pero que sin ellas de ninguna manera podía hacerse una política humana.
Lo mismo ocurre con la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
En todo caso, comparto con Saramago y con Anguita su reivindicación y, sobre todo, su llamamiento a llevara a la práctica.
En lo que se equivoca Anguita es en sus valoraciones sobre el nivel y la calida de la conciencia política de la ciudadanía, con declaraciones como estas:
- "Los ciudadanos votan a ladrones y son plenamente conscientes. Pero se produce una complicidad tácita. Los ciudadanos se conforman con las migajas y aceptan la corrupción, que no es necesariamente robar. La corrupción también es, por ejemplo, incumplir responsabilidades".
- "La gente ama la simplicidad, y los políticos se limitan a facilitársela. Hacen representaciones para perros mentales, para vagos. Pero cuidado, la pereza de las mentes es la antesala del fascismo. De ahí a levantar el brazo no hay nada".
Al menos, espero que se equivoque. Porque si no, ni comunismo, ni socialismo, no derechos humanos, ni nada que no sea nada más que más de lo mismo, de lo peor, además.
Contrasta su opinión con la expresada por Saramago, igualmente crítica, pero infinitamente más invitadora:
"Creo que la batalla de los Derechos Humanos la tendrá que dar la izquierda, una izquierda nueva y renovada, que habrá guardado sus propuestas para enarbolar la bandera de la Declaración Universal. Y a partir de ahí comenzaremos otra vez, en todos los niveles de la sociedad, empezando por la calle, a dejar oír nuestra voz, que parece que hemos perdido la facultad de indignación. Si el Real Madrid gana al Valencia en París, se reunirán en la Cibeles un millón de madrileños. Imagínense lo que hubiera sucedido en Portugal si hubiéramos vencido a Francia ayer: todos los problemas se olvidarían en aras de la concordia nacional, finalmente obtenida por el hecho de que once chicos ganaran un campeonato de fútbol. Y de acuerdo que todo eso lo necesitamos: alegría, distracción, diversiones... Pero la vida es una cosa tan seria, y las vidas que tenemos son tan cortas, tan breves, que si no hacemos nada por ellas, no hacemos nada por nosotros ni por los demás, por los chicos que no saben quiénes son, que no saben en qué creer, a esos a los que tenemos que pasarles el testigo. Sin embargo, a ellos les podemos decir: "Mirad, tenéis aquí este papel que fue redactado hace cincuenta años, y que, al contrario de lo que ocurre con mucho de lo que se escribe, el tiempo no le ha quitado importancia, ni le ha restado vigencia, es actual. Este papel es la Declaración de los Derechos Humanos, y nos ha sobrevivido". Esta es mi propuesta".