[1] El primero es El gigante enterrado, del escritor nacido en Nagasaki pero afincado desde niño en Inglaterra Kazuo Ishiguro (Anagrama, 2016). Un libro hermoso y complejo, que exige ser leído y releído.
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Se encontrarán también, al principio y al final de la historia, con un barquero que transporta a los viajeros hasta una isla de extrañas cualidades, en la que las personas que la habitan vagan por sus prados y bosques en completa soledad, intuyendo apenas la presencia de otros moradores. Aunque hay excepciones: "Alguna que otra vez se puede permitir a una pareja cruzar a la isla juntos, pero es algo muy poco habitual. Requiere que exista entre ellos un fuerte lazo de amor. Sucede algunas veces, no voy a negarlo; por eso cuando nos encontramos con marido y mujer, o incluso con unos amantes no desposados, esperando a cruzar, es nuestra obligación interrogarlos escrupulosamente. Porque nos permite valorar si su lazo es lo bastante fuerte para poder cruzar juntos". Y en la anciana pareja surgirá el temor de que su amor actual se vea afectado afectado en el caso de que, con la recuperación de sus recuerdos, regresen también agravios y peleas que debiliten sus sentimientos mutuos. "Princesa -Axl siempre se refiere así a su esposa, Beatrice-, podemos lograr que todos estos recuerdos vuelvan. Además, lo que mi corazón siente por ti seguirá estando ahí, da igual lo que recuerde y lo que haya olvidado. ¿No sientes tú lo mismo, princesa?".
Al final la niebla se disipará. Y Axl y Beatrice sabrán por fin si su amor sobrevivirá a la lucidez recién recobrada.
[2] El segundo libro es Nosotros en la noche, del norteamericano Kent Haruf (Random House, 2016).
Con enorme sencillez, narra una de las historias que más me han emocionado en los últimos años.
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Vecinos durante cuarenta años, viudos ambos, noche tras noche se irá desarrollando una delicadísima historia de amor y descubrimiento, sometida al implacable escrutinio de su entorno social y familiar.
No digo más. Recomiendo sin duda su lectura. Como digo, me ha emocionado y me ha hecho reflexionar.
[3] Cambiando totalmente de temática y de estilo narrativo, pero también situado en el ámbito de la memoria, en este caso colectiva, está el libro del novelista sueco Per Olov Enquist La partida de los músicos (Nórdica, 2016).
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Una historia que contrasta con la posterior evolución de Sueciay que, por eso mismo, resulta tan interesante:
"Sin embargo, fue así como empezó. O mejor dicho: lo extraordinario fue que pese a todo empezase. En esta calma blanca, casta".
[4] Abandonamos el terreno de la ficción, pero no el de la memoria. Hace tiempo que decidí, por muchas razones, tomar la mayor distancia posible de todas las publicaciones, análisis e iniciativas relacionadas con la "cuestión vasca" que proliferan tras anunciar ETA el final de su actividad terrorista. Por eso, cuando apareció el libro de Edurne Portela El eco de los disparos (Galaxia Gutenmebrg, 2016), no hice otra cosa que hojearlo con escepticismo en los estantes de Cámara y dejarlo a un lado. Pero han sido muchos años de pensar, escribir, leer y actuar sobre el tema como para poder quitarme del mismo sin recaídas. De manera que acabé comprándolo y leyéndolo.
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No me arrepiento; es un libro serio. A pesar de que no puedo estar más alejado de la experiencia y del punto de vista de la autora. Nacida en 1974 en Santurce, en las primeras páginas del libro escribe que en los conciertos del rock radical vasco a los que acudía (supongamos que con 16 años, es decir, allá por 1990) "coreábamos, aunque no nos lo creyéramos gora ETA militarra", o que en aquellos tiempos "la sociedad en general no se inmutaba ante el asesinato"; mi experiencia es muy otra: en aquellos tiempos ya había quienes coreábamos NO a ETA y nos movilizábamos contra los asesinatos. Lo hacían también jóvenes de la edad que por entonces tendría Edurne Portela (yo ya era más viejo); lo hacían también en su localidad de origen. Me extraña la escasa presencia que en su reflexión tiene la experiencia de esos "otros pocos [que] han sido testigos comprometidos en denunciar la violencia" ausencia que en mi opinión debilita su pretensión de contar el "conflicto vasco" desde la perspectiva del "testigo".
En cualquier caso se trata de un libro comprometido cuyo punto de partida, aunque parcial por la ausencia referida, resulta analítica y normativamente esencial: "El punto de partida desde el que me he situado es el de una imaginación contaminada, dañada y disminuida por décadas de violencia, silencio e indiferencia, limitada a la hora de pensar al otro, lo cual ha supuesto un abandono de las víctimas de la violencia, una incapacidad para imaginar el dolor ajeno, una aceptación de las normas de 'convivencia' impuestas por los más violentos". Desde esta perspectiva el libro, excelentemente bien escrito, indaga sobre la posibilidad de "ampliar esa imaginación contaminada para espacio a la representación, desde los matices y la complejidad, de víctimas y perpetradores", a partir del análisis de diversas creaciones literarias y audiovisuales.
Es en este análisis donde la autora se la juega, con su crítica a Ocho apellidos vascos (ver comentario al respecto en El País) y su escaso aprecio por la obra de Kirmen Uribe y de Fernando Aramburu. (En una crítica del libro en El Cultural, realizada con desgana, se sale del paso con fórmulas como esta: "En cuanto a los relatos, la autora destaca los de Jokin Muñoz, Iban Zaldua y por supuesto Fernando Aramburu"; en realidad, lo que Portela escribe respecto de la obra de Aramburu es que esta no ha sido "ni la única ni la más comprometida").
Frente a estas producciones literarias y audiovisuales elevadas al Olimpo de la nueva narrativa post-ETA, Edurne Portela opta por otras menos conocidas, menos valoradas y, en algún caso, directamente tachadas de equidistantes, como los documentales Asier eta Biok (Aitor Merino, 2013) y Echevarriatik Etxeberriara. Oiartzun: Indarkeriarekin bizi izan den herri baten kronikak (Ander Iriarte, 2014), las novelas y relatos Letargo, de Jokin Muñoz (Alberdania, 2014; originalmente en euskera, Bizia Lo, Alberdania, 2013) y Twist, de Harkaitz Cano (Seix Barral, 2013; originalmente en euskera, Susa, 2011) o las fotografías de Clemente Bernard.
Nada más lejos de ser la "intelectual de moda del PP", como regurgitaba un euskotroll en el blog de Iñaki Anasagasti.
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- "Acerca de mi voz. En primer lugar, no tengo demasiada. Dispongo de la potencia, registro y durabilidad de un hombre que toca en los bares, pero no demasiada finura ni belleza tonal. [...] Mi voz hace bien su trabajo. Pero es el instrumento de un currante y, por sí sola, no va a propulsarte más arriba. Debo usar todas mis habilidades para tirar adelante y poder comunicar con hondura".
- "Somos una nación de inmigrantes y nadie sabe quién está entrando por nuestras fronteras hoy en día, pero su historia podría añadir una página significativa a la historia de nuestro país".
- "Para cuando cumplí los cincuenta ya había conocido a muchos de mis héroes (Sinatra, Dylan, Morrison, McCartney, Orbison) y lo había disfrutado, aunque seguía considerándoles muy alejados de mi persona. Seguían significando tanto para mí que no podía refrenar mis sentimientos de fan alucinado".
- Refiriéndose a la canción "Worlds Apart", del disco The Rising, y a la participación en la misma de los paquistaníes Asif Ali Khan: "El 11-S había sido una tragedia a nivel mundial. Quise voces orientales, la presencia de Alá. Quise hallar un lugar donde los mundos chocase y se encontrasen".
- "Tras la quiebra de 2008, me sentía furioso por lo que habían hecho algunas empresas financieras de Wall Street. Wrecking Ball era un disparo rabioso contra una injusticia que aún continúa y se ha extendido con la desregularización, las agencias reguladoras disfuncionales y el capitalismo salvaje [...]. Había estado siguiendo el trauma de la Norteamérica postindustrial, el aniquilamiento de nuestra fuerza industrial y de la clase trabajadora, y había escrito sobre ello durante treinta y cinco años. Así que me puse manos a la obra. [...] Si se puede hacer tanto daño a los ciudadanos de a pie sin asumir básicamente ninguna responsabilidad, entonces el juego ha terminado y el fino velo de la democracia se rebela como lo que es, un disfraz superficial para una creciente plutocracia que se ha instalado aquí y ahora de modo permanente".