domingo, 6 de abril de 2014

Treblinka

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Treblinka_memorial.jpg 

El pasado miércoles leía en EL PAÍS un reportaje de Carmen Rengel sobre las investigaciones de un equipo arqueológico británico que, tras años de investigación, han encontrado por vez primera evidencias físicas del campo de extermino de Treblinka. El artículo empieza así:

Treblinka era uno de los argumentos preferidos de los negacionistas del Holocausto. Los testimonios de los supervivientes y los documentos hablaban de un campo de exterminio a hora y media de Varsovia, pero en el punto indicado solo había una loma verde, una granja, un bosque. Nada que ver con los barracones y con las duchas de Auschwitz. Nunca se habían hallado evidencias de la maquinaria del mal que acabó con entre 700.000 y 900.000 judíos y un número indeterminado de gitanos. Nunca... hasta ahora. Un equipo de la Universidad de Staffordshire (Reino Unido), comandado por la arqueóloga forense Caroline Sturdy Colls, ha encontrado la primera evidencia física de las cámaras de gas, cimientos y losas, además de varias fosas comunes.

La lectura del artículo me dejó asombrado. Desconocía totalmente el hecho de que el intento de ocultación hubiese sido tan exitoso.Aunque sabía de la denominada Aktion 1005, la operación desarrollada en 1943 para intentar destruir las evidencias de la actividad criminal nazi en Treblinka, el hecho de haber visto la entrevista que Claude Lanzmann hace en Shoah a ex-miembros de las SS que estuvieron en Polonia, o la lectura del libro de Giotta Sereny Desde aquella oscuridad, en el que recoge conversaciones con el comandante de Treblinka, Franz Stangl, hacían de ese lugar una realidad para mi indiscutible. 
Indiscutible y terrible. Como todos los campos de exterminio... No: más.

Hace unas semanas he leído Treblinka (Seix Barral, 2014), las memorias de Chil Rajchman de su estancia de diez meses en el campo de exterminio. Impresionantes. nada más alejado de la idea de eficiente exterminio industrializado que en ocasiones acompaña a la idea del holocausto nazi. En el relato de Rajchman Treblinka es hambre, suciedad y frío, sí, pero también brutalidad sin sentido, psicopatía y sadismo, violaciones previas al asesinato. Un exterminio cara a cara, físico, en el que víctima y verdugo se miran, se tocan, se huelen:
Cuando se producía una breve pausa en el trabajo, una vez que terminábamos de limpiar una cámara y la otra todavía no había terminado por completo de gasear a las víctimas, y las personas en su interior aún mostraban signos de vida, o quizá se oían los gritos que salían de allí, las bestias nos obligaban a bailar y cantar al son de la orquesta integrada por judíos que estaba junto a nuestro barracón y que tocaban permanentemente.

Vasili Grossman, autor del epílogo de Treblinka, finaliza así su escrito:
Hoy en día toda persona está obligada ante su conciencia, ante su hijo y ante su madre, ante la patria y ante la humanidad a contestar con toda la fuerza de su alma y de su inteligencia a la pregunta de quién dio nacimiento al racismo, qué es necesario para que el nazismo, el hitlerismo no resucite en ningún sitio ni a este ni al otro lado del océano, nunca por los siglos de los siglos.
La idea imperialista de la nacionalidad, de la raza y de cualquier otro exclusivismo condujo lógicamente a los hitlerianos a la construcción de Majdanek, Sobibor, Belzec, Auschwitz, Treblinka.
Debemos recordar que los fascistas van a sacar de esta guerra no sólo la amargura de la derrota, sino también la dulzura del recuerdo de los fáciles asesinatos en masa.
De esto debe acordarse diariamente y de manera severa todo aquel que aprecie el honor, la libertad, la vida de todos los pueblos, de toda la humanidad.

Hay que seguir excavando en la historia. En esa y en esta más cercana. Haciendo memoria. haciendo justicia.