En aquel comentario reproducía el diagnóstico desolador que de la confrontación política en los EEUU hacía el filósofo Ronald Dworkin:
"La política estadounidense se encuentra en un estado lamentable. Discrepamos, ferozmente, sobre casi todo. Discrepamos sobre el terror y la seguridad, sobre la justicia social, sobre la religión en la política, sobre quién es apto para ser juez y sobre qué es la democracia. Estos desacuerdos no transcurren de manera civilizada, ya que no existe respeto recíproco entre las partes. Hemos dejado de ser socios en el autogobierno; nuestra política es más bien una forma de guerra" (Ronald Dworkin, La democracia posible).
Hoy se nos dice que Sarah Palin no es responsable de la matanza de Tucson. Seguramente no. No en un sentido penal. Ni siquiera en un sentido causal. Puedo estar de acuerdo.
Pero Palin y toda esa gente con quienes se reune para tomar el té sí son responsables de una cosa: de ser unos irresponsables. De actuar en política como si las palabras no tuvieran consecuencias.
Por eso me ha alegrado leer hoy que un diputado laborista ha perdido su escaño por acusar falsamente a un rival de no condenar la violencia para ganarle en las urnas.
Asco de política frívola, de insultos y gracietas, tontamente banal hasta que, como en esta ocasión, se vuelve trágica.