sábado, 16 de enero de 2010

Un terremoto de 200 años

En 1791 Haití, la Saint Domingue colonizada por los franceses, pudo sacudirse el yugo de la metrópoli tras la rebelión de su población esclava, inspirada por las doctrinas revolucionarias que habían incendiado Francia apenas dos años antes, liderada por Toussaint L'Ouverture. Hay un libro excelente al respecto: Los jacobinos negros, del historiador C.L.R. James.
Adam Hochschild [Enterrad las cadenas, Península, 2006] relata una anécdota que refleja perfectamente la contradicción vivida por una Francia que acababa de hacer su revolución de la libertad, la igualdad y la fraternidad, y que ahora se preparaba a sofocar la rebelión de los esclavos en sus colonias:
"La rebelión puso de relieve de manera muy embarazosa la contradicción entre la esclavitud y los objetivos declarados de la Revolución Francesa. Un general que pasaba revista a un batallón de la región del Loira a punto de ser transportado a toda prisa al otro lado del Atlántico para luchar contra los esclavos rebeldes, se sintió horrorizado al ver que el estandarte de la unidad llevaba escrita la consigna: «Vivir libres o morid», y enterarse de que los soldados habían planeado plantar un «árbol de la libertad» en el momento de su llegada. Al saberlo, hizo que se bordara en el estandarte un lema nuevo: «La nación, la ley, el rey», y que el batallón plantara un «árbol de la paz»".
Fue una rebelión sangrienta -como aquella en la que se inspirara- a cuyo término “todos los blancos de Haití habían perecido, desde el anciano en el lecho hasta el bebé de cría. Sólo se respetó la vida de un puñado de médicos”. Pero su victoria les costó muy cara. Como señala Robbie Robertson [Tres olas de globalización, Alianza Editorial, 2005], “Haití obtuvo la independencia de Francia en 1804 pero a costa de una indemnización equivalente al presupuesto anual total de Francia, lo cual les impidió contar con fondos para invertir en su desarrollo”.

miércoles, 13 de enero de 2010

Librerías

Cada cual se construye sus propios mapas de los espacios urbanos por los que transita con alguna habitualidad, convirtiendo determinados lugares -esa pequeña y recogida plaza, ese café tranquilo, esa calleja poco frecuentada...- en hitos o referencias que hacen de las ciudades más grandes territorios familiares.
Mi GPS urbano particular tiene una especial querencia por las librerías, especialmente por las que trabajan el libro viejo, usado o de ocasión.

En Madrid hay muchas, y todas mis caminatas por la ciudad pasan siempre por algunas de ellas.

Como La Tarde, en Montera.

O como la malasañera Arrebato.

En su escaparate puede leerse:

lunes, 11 de enero de 2010

50 años sin/con Camus

Cincuenta años sin Camus. Desde aquel día de enero de 1960 en que el coche en el que viajaba se estrelló contra un árbol entre Champigny-sur-Yonne y Villeneuve-la-Guyard.
Y, sin embargo, cincuenta años en los que su mirada no ha dejado de iluminarnos.

"El desempleo, para el que no había seguro, era el mal más temido. Ello explicaba que esos obreros, tanto en casa de Pierre como en la de Jacques, que en la vida cotidiana eran siempre los más tolerantes de los hombres, fuesen siempre xenófobos en cuestiones de trabajo, acusando sucesivamente a los italianos, los españoles, los judíos, los árabes y finalmente la tierra entera, de robarles su empleo -actitud sin duda desconcertante para los intelectuales que escriben sobre la teoría del proletariado, y sin embargo muy humana y muy excusable-. Lo que esos nacionalistas inesperados disputaban a las otras nacionalidades no eran el dominio del mundo o los privilegios del dinero y del ocio, sino el privilegio de la servidumbre. El trabajo en aquel barrio no era una virtud, sino una necesidad que, para asegurar la vida, condicía a la muerte".

[Albert Camus, El primer hombre, Tusquets, Barcelona 1994, p. 218]

Podría ser Rosarno, en Italia -"es una guerra de pobres contra pobres"- o el Reino Unido de Cameron. Podría ser Vic.
Podría ser hoy. Podría ser mañana.