El pasado lunes 28 de enero comenzó el segundo cuatrimestre y mi regreso a la docencia de grado, después de cuatro años. He vuelto con tres asignaturas nuevas, que nunca antes había impartido: "Instituciones y procesos sociales" en 1º de Sociología y de Ciencia Política; "Estructuras y procesos sociales en el País Vasco", en 2º de Sociología; y "Bienestar y políticas sociales", en 3º. La preparación de estas asignaturas, con sus correspondientes prácticas según el modelo Bolonia, me ha mantenido desde entonces retirado de este blog.
Instituciones y procesos, estructuras y procesos... Como hemos trabajado estos días en las clases, se trata del núcleo mismo de la ciencia social: ¿los agentes sociales son totalmente libres a la hora de actuar o están constreñidos por condicionantes estructurales? Cuando de explicar los fenómenos sociales se trata, ¿hay que buscar las claves en los comportamientos individuales o en las instituciones en cuyo seno actuamos las personas? Evidentemente, la respuesta no puede ser sólo estructural ni sólo individual. Somos y actuamos en el marco de estructuras e instituciones. Como señalara Pierre Bourdieu, "hay una fuerte correlación entre las posiciones sociales y las disposiciones de los agentes que las ocupan". Sin embargo, en condiciones normales somos más estructura que acción individual, y nuestros comportamientos se explican más adecuadamente por nuestras circunstancias que por nuestro yo más personal.
¡Es la estructura, estúpido! Dicho sea sin intención de ofender. Pero el socorrido eslogan acuñado por James Carville, asesor de Bill Clinton en la exitosa campaña presidencial de 1992 -It´s the politics, stupid!- resulta más que oportuno en estos momentos.
El PP se ha desecho de Jesús Sepulveda, ese peculiar "funcionario de esta casa" según la peregrina declaración de ese bobo solemne que actúa como vicesecretario de organización y mamporrero vocacional del PP. También caerá Ana Mato, no me cabe ninguna duda. Caerá, porque esa es la estrategia sacrificial a la que recurren los partidos con el fin de obviar sus responsabilidades institucionales y orgánicas en los casos de corrupción. Es la estrategia del "había un golfo que [nos] estaba engañado y los golfos salen inmediatamente del partido", en memorable expresión de otro secretario de organización.
Pero el problema no es individual, sino estructural. Lo señala correctamente José Antonio Gómez Llano en un artículo en EL PAÍS:
No son casos individuales de alcaldes o concejales que se forran con un plan urbanístico o una licencia; presidentes de diputación o alcaldes que colocan decenas de clientes para garantizarse su apoyo; desaprensivos (Gürtel) o financiación ilegal del partido (Filesa o Naseiro). Son metástasis en las sedes centrales abonadas por el descontrol del dinero, utilizado para “engrasar la maquinaria” o llevárselo. Es la estación término de la política de la Transición que, para estabilizar los partidos, concentró en sus cúpulas los resortes sobre el acceso, ascenso y exclusión de la política. O sea, para incluir y ordenar candidatos en listas electorales, excluir a los disidentes de los órganos del partido —controlando las elecciones internas con listas cerradas para todo—, repartir cargos en las Administraciones y satélites, dilatar el periodo entre sus congresos (cada cuatro años: solo Berlusconi y el Partido Comunista Chino lo superan), escapar al control de sus parlamentos internos (anulándolos en la práctica) y sobre sus cuentas.