El escritor Norman Mailer, que en aquel momento tenía 44 años y era ya una figura central en el panorama cultural y político norteamericano (llegó a postularse como candidato para alcalde de Nueva York en 1969) escribió en caliente (se publicó en 1968) el relato vívido de aquella marcha sobre el Pentágono Los ejércitos de la noche (edición castellana en Anagrama, serie "Compactos", 2003).
Como tantos militantes de la "vieja izquierda" ligada al movimiento obrero, Mailer se sumó a la marcha, se mezcló con esa heterogénea y a ratos incomprensible Nueva Izquierda que buscaba respuestas nuevas a preguntas que la izquierda pensaba que ya estaban respondidas, y que planteaba nuevas preguntas que la vieja izquierda jamás había intuido.La descripción que Mailer hace de esta juventud que marchaba no sólo contra la guerra sino contra el Sistema en su conjunto es insuperablemente atinada:
Había surgido una nueva generación de jóvenes norteamericanos, una generación diferente de las cinco generaciones anteriores de la clase media. Y esta nueva generación creía en la tecnología más que cualquiera de las precedentes, pero también creían en el LSD, en las brujas, en el conocimiento tribal, en la orgía, en la revolución. Y no sentía el menor respeto por la lógica inexpugnable "del paso siguiente": su fe se reservaba para el Misterio, para la revelación del happening, en el que nunca se sabía lo que sucedería en el instante siguiente; y eso era lo bueno de su actitud. Su radicalismo estribaba en su odio a la autoridad, que para esta generación encarnaba una manifestación del mal.
Precisamente por este desprecio a la lógica del paso siguiente, Mailer recuerda que la marcha sobre el Pentágono, además de responder al objetivo explícito de denunciar la guerra de Vietnam, contenía tantas reivindicaciones y objetivos como manifestantes se sumaban a la misma:
Uno no marchaba sobre el Pentágono y procuraba ser detenido como si ello fuera un eslabón de un plan maestro para tomar paso a paso los bastiones de la república; no, aquel tipo de lógica-férrea-del-paso-siguiente quedaba para los hombres del FBI. Uno, más bien, marchaba sobre el Pentágono porque... porque... (y aquí las razones se hacían tantas y tan curiosas y tan vagas, tan políticas y primitivas que no había necesidad, o acaso posibilidad, de hablar aún de ello; lo único que uno podía hacer era rumiar el asunto durante el café matinal.
De entre estos objetivos imposibles hubo uno particularmente loco, pero por eso mismo espléndidamente provocador; fue el conocido como exorcismo del Pentágono, que Mailer explica así:
El Manifestante cayó entonces en la cuenta de que aquello era el comienzo del exorcismo del Pentágono; sí, los periódicos habían hablado mucho del permiso solicitado por uu líder hippie llamado Abbie Hoffman para que mil doscientas personas formaran un círculo alrededor del Pentágono a fin de lograr un anillo de exorcismo lu suficientemente poderoso como para elevar el edificio a cien metros del suelo. Una vez en el aire -continuaba la predicción-, el Pentágono se volvería anaranjado y vibraría hasta que todos los malos efluvios lo abandonarán ante tal levitación. Y en este momento cesaría la guerra del Vietnam.
He recordado estos días la marcha sobre el Pentágono y el relato que de la misma hizo Norman Mailer. Porque los días pasados han sido pródigos en movimientos de masas ajenos a la lógica del paso siguiente. Me refiero a la aceleración soberanista de Cataluña, cuya única salida es la independencia o la absoluta frustración. O la convocatoria de huelga nacionalista en Euskadi, que ahonda la división sindical y por ello debilita aquello que la huelga debería servir para foortalecer. Movimientos ambos cuyos pasos siguientes no han sido mínimamente explicados, no sé si pensados.
Pero, sobre todo, he recordado la marcha sobre el Pentágono con ocasión de la convocatoria Ocupa el Congreso, convertida en exorcismo sin capacidad de ir más allá de la repetición: 25S, 26S, 29S..., perdiendo en cada ocasión vigor y valor ya que, como escribe Mailer, "hay una economía estética de los gestos simbólicos: uno no debe repetirse".
No obstante, hay algo en el 25S que va más allá de los movimientos-happening impulsados -¡qué paradoja!- por poderosas instituciones políticas o sindicales. Algo que lo hace interesante en sí mismo y hasta precioso. En los próximos días volveré sobre está cuestión para intentar explicarme mejor. Por ahora, hago mías las palabras de Mailer, que me sirven para comunicar algo que también he sentido al ver las imágenes de las protestas ante el Congreso:
Y sintieron -Mailer, al menos, cómo iban llenándose lenta y suavemente embalses largamente desatendidos y vacíos, y vislumbres de todos los ejércitos del pasado que se habían congregado en un campo semejante, llenos de fe en que su causa era grande y justa y heroica, y en consecuencia pasmosamente dulce...