Philip Kerr
Metrópolis
Traducción de Eduardo Iriarte
RBA Libros, 2019
“Al cabo, Rosa bostezó y susurró algo que sonó a: «Qué vidas tan peculiares llevamos los dos, ¿no te parece, Bernie?», luego apoyó la cabeza en mi pecho y se quedó dormida.
Parecía incontrovertible, y no solo por lo que había ocurrido esa noche. La vida misma transcurría a tal velocidad que era imposible no tener la sensación de que a veces las cosas se escapaban por completo a nuestro control, como si fuéramos a solas en uno de esos largos autobuses turísticos sin techo de Berlín, callejeando a toda velocidad por la metrópolis, sin conductor, haciendo turismo, en dirección a algún peculiar desastre ignoto provocado por nosotros mismos”.
Esta es la última novela protagonizada por uno de los personajes más celebrados de la novela negra, el investigador de la policía alemana durante Weimar e investigador privado en la época nazi, Bernie Gunther. Última y definitiva ya que, lamentablemente, Kerr falleció en 2018.
Se trata de una suerte de precuela de la serie de doce novelas de Bernie Gunthers, que nos situa en el Berlín de 1928, en el momento en que Gunthers deja su actividad en el departamento de Antivicio ("Con tantos millones de muertos en la Gran Guerra y la gripe que llegó justo después, y que, como una plaga bíblica, mató a otros tantos millones de personas, parecía irrelevante preocuparse por lo que los demás se metían por la nariz, o por lo que hacían en sus oscuros dormitorios Biedermeier cuando se desvestían") para trabajar en la Kriminalpolizei o Kripo, la policía criminal, especificamente en su Comisión de Homicidios.
Su tarea será investigar los crímenes de un sádico al que conocen como "Winnetou", el indio apache protagonista de las novelas ambientadas en el Oeste americano firmadas por el célebre escritor aleman Karl May. La denominación tiene que ver con la forma de actuar del asesino:
"Cuatro prostitutas de la zona asesinadas en otras tantas semanas. Siempre por la noche. La primera, cerca de la Estación Silesia. Las golpearon en la cabeza con un martillo de bola y luego les arrancaron la cabellera con un cuchillo muy afilado. Como si lo hubiera hecho el Indio Rojo que da nombre a las famosas novelas de Karl May".
Mientras investiga estos asesinatos, otro caso desplaza y ocupa el interés de la Kripo: alguien está ejecutando a veteranos de la primera guerra invalidos que mendigaban por las calles de Berlín. El asesino reta a la policía publicando cartas en los diarios en los que ofrece pruebas de su autoría a la vez que explica los motivos de sus crímenes:
"La razón por la que he matado a estos tres hombres debería ser evidente para cualquiera que se considere patriota alemán. Los hombres a los que disparé ya estaban muertos y me limité a ahorrales más sufrimiento. Mientras existian, no solo eran una ignominia para el uniforme, sino que también le recordaban a todo el mundo la derrota de Alemania. [...] A los ojos de todos los que los ven arrastrándose por las aceras cual ratas y piojos, representan una afrenta a la mirada humana y a la idea misma de la decencia cívica. En resumidas cuentas, solo he hecho lo que hay que hacer si Alemania debe empezar a reconstruirse, a dejar atrás el pasado. [...] El futuro en el que el ejército alemán asuma el lugar que le corresponde en el destino de la nación no podrá comenzar hasta que se eliminen estos obscenos manchurrones en el paisaje nacional".
Y se despide con un explícito "Heil Hitler"... ¿o es la maniobra de distracción de "alguien que quiere sonar como un nazi"?
Bernie Gunthers sospecha que ambas tramas criminales están relacionadas. En el seno de una policía infectada ya por la ideología nazi, la investigación tomará derroteros insospechados...
Pero el verdadero protagonista de la novela es el Berlín de Weimar, con sus clubs nocturnos y sus cabarés, su antisemitismo, su provocación artística, sus redes criminales, su miseria y su riqueza, por el que transitan, igual que por la novela, personajes famosos como el pintor dadaista George Grosz; el cineasta Fritz Lang y su guionista y esposa Thea von Harbou; el poeta y dramaturgo Bertold Brecht; el compositor Kurt Weill, coautor con Brecht de La ópera de los tres centavos, y su esposa, la cantante Lotte Lenya...
"-Toda esta libertad sexual y ese erotismo falso me hacen oensar en los últimos días de la antigua Roma. Y no puedo por menos de pensar que a los alemanes de a pie les gustaría que todo eso se esfumara para llevar la vida tranquila y ordenada de antaño.
-Lo más probable es que tenga razón. Lo que me preocupa es por qué lo sustituiremos. Algo peor, quizás. Y tal vez lamentemos que quedara atrás. No lo sé. Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer".
Ya sabemos lo que vino después...
Uno se apoya en la mochila. Porque en el momento en que nos quitamos el peso de nuestros hombros no sabemos enderezarnos enseguida; ¡pues resulta que era el peso lo que antes nos daba seguridad y equilibrio! [George Simmel]
sábado, 21 de marzo de 2020
jueves, 19 de marzo de 2020
Elevación
Stephen King
Elevación
Traducción de José Óscar Hernández Sendín
Suma de Letras / Penguin Random House, 2019
"-Así que... solo por ser lesbiana...
-Una lesbiana casada, lo que para muchos es un factor determinante. Ya conoces el condado de Castle, Scott. ¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí? ¿Veinticinco años?
-Más de treinta.
-Ajá, son republicanos de la rama dura. Y conservadores. En 2016, tres de cada cuatro eligieron a Trump...".
Aunque conocido y aclamado por sus muchas obras del género de terror, Stephen King es también autor de novelas y relatos de distinta temática, en los que demuestra su maestría para el retrato emocional de la vida en las pequeñas localidades de la América más provinciana, como La milla verde, Dolores Claiborne, Corazones en la Atlántida, 22/11/63, El retrato de Rose Madder, Joyland o Las cuatro estaciones (que contiene el hermoso relato "Rita Hayworth y la redención de Shawshank", en el que está fielmente basada la película Cadena perpetua). En estas obras se comprueba lo que dice Juan Soto Ivars: "King inventa fenómenos paranormales y criaturas terroríficas, pero su punto fuerte es el retrato psicológico y la descripción del ambiente en que viven sus personajes".
En esta novela King nos devuelve a la localidad de Castle Rock, escenario de varias de sus historias y de una serie de televisión homónima. El protagonista, Scott Carey, experimenta un extraño fenómeno para que no encuentra explicación: día tras día su va perdiendo peso sin que su cuerpo parezca más delgado; por si fuera poco, la báscula marca en cada ocasión el mismo peso, ya sea que Scott se pese desnudo, vestido o, incluso, portando objetos pesados. Como si viviera en un mundo que, cada día, se fuera aproximando a un estado de gravedad cero. Pero solo le ocurre a él. Y su amigo, el doctor Bob Ellis, es el único que lo sabe.
"-Me parece que la masa sigue siendo la misma, aunque el peso que debería ir asociado a ella está de algún modo desapareciendo.
-Esa idea es ridícula, Scott.
-No podría estar más de acuerdo, pero así están las cosas. Definitivamente, la fuerza que la gravedad ejerce sobre mí se ha atenuado".
Teniendo en cuenta el ritmo de progresión del fenómeno y su marcha imparable, Scott se prepara para el momento en que su peso se aproxime a cero. ¿Qué ocurrirá entonces? Su existencia cotidiana se va tornando cada vez más dificil a medida que el proceso avanza:
"Se dio media vuelta con tanta cautela como un hombre con patines y echó a andar hacia la parte de atrás de la casa. No importaba el cuidado que pusiera al caminar, sus pasos se transformaban en saltos. El peso que aún le restaba lo quería sobre la tierra; los músculos insistían en que se elevara por encima de ella. Se desequilibró y tuvo que asirse a una de las recién instaladas barras para evitar precipitarse de cabeza por el pasillo".
Pero esta es solo una parte de la historia, la fantástica. En paralelo discurre otra, realista y cotidiana. Una historia de prejuicios y de encuentros, de amistad y reconocimiento, de aceptación y compromiso. La historia de una comunidad y de lo que es necesario para que subsista como tal. Como aceptar desprenderse de las cosas, sobre todo de aquellas que nos son más preciadas.
Elevación
Traducción de José Óscar Hernández Sendín
Suma de Letras / Penguin Random House, 2019
"-Así que... solo por ser lesbiana...
-Una lesbiana casada, lo que para muchos es un factor determinante. Ya conoces el condado de Castle, Scott. ¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí? ¿Veinticinco años?
-Más de treinta.
-Ajá, son republicanos de la rama dura. Y conservadores. En 2016, tres de cada cuatro eligieron a Trump...".
Aunque conocido y aclamado por sus muchas obras del género de terror, Stephen King es también autor de novelas y relatos de distinta temática, en los que demuestra su maestría para el retrato emocional de la vida en las pequeñas localidades de la América más provinciana, como La milla verde, Dolores Claiborne, Corazones en la Atlántida, 22/11/63, El retrato de Rose Madder, Joyland o Las cuatro estaciones (que contiene el hermoso relato "Rita Hayworth y la redención de Shawshank", en el que está fielmente basada la película Cadena perpetua). En estas obras se comprueba lo que dice Juan Soto Ivars: "King inventa fenómenos paranormales y criaturas terroríficas, pero su punto fuerte es el retrato psicológico y la descripción del ambiente en que viven sus personajes".
En esta novela King nos devuelve a la localidad de Castle Rock, escenario de varias de sus historias y de una serie de televisión homónima. El protagonista, Scott Carey, experimenta un extraño fenómeno para que no encuentra explicación: día tras día su va perdiendo peso sin que su cuerpo parezca más delgado; por si fuera poco, la báscula marca en cada ocasión el mismo peso, ya sea que Scott se pese desnudo, vestido o, incluso, portando objetos pesados. Como si viviera en un mundo que, cada día, se fuera aproximando a un estado de gravedad cero. Pero solo le ocurre a él. Y su amigo, el doctor Bob Ellis, es el único que lo sabe.
"-Me parece que la masa sigue siendo la misma, aunque el peso que debería ir asociado a ella está de algún modo desapareciendo.
-Esa idea es ridícula, Scott.
-No podría estar más de acuerdo, pero así están las cosas. Definitivamente, la fuerza que la gravedad ejerce sobre mí se ha atenuado".
Teniendo en cuenta el ritmo de progresión del fenómeno y su marcha imparable, Scott se prepara para el momento en que su peso se aproxime a cero. ¿Qué ocurrirá entonces? Su existencia cotidiana se va tornando cada vez más dificil a medida que el proceso avanza:
"Se dio media vuelta con tanta cautela como un hombre con patines y echó a andar hacia la parte de atrás de la casa. No importaba el cuidado que pusiera al caminar, sus pasos se transformaban en saltos. El peso que aún le restaba lo quería sobre la tierra; los músculos insistían en que se elevara por encima de ella. Se desequilibró y tuvo que asirse a una de las recién instaladas barras para evitar precipitarse de cabeza por el pasillo".
Pero esta es solo una parte de la historia, la fantástica. En paralelo discurre otra, realista y cotidiana. Una historia de prejuicios y de encuentros, de amistad y reconocimiento, de aceptación y compromiso. La historia de una comunidad y de lo que es necesario para que subsista como tal. Como aceptar desprenderse de las cosas, sobre todo de aquellas que nos son más preciadas.
Ru: flujo y arrullo
Kim Thúy
Ru
Traducción de Manuel Serrat Crespo
Editorial Periférica, 2020
"El amor, tal como lo conoce mi hijo Pascal, se define por el número de corazones dibujados en una tarjeta o por el número de historias de dragones contadas bajo un edredón son una linterna. He de esperar algunos años aún antes de poder decirle que, en otro tiempo, en otro lugar, el amor de un padre se revelaba en el abandono voluntario de sus hijos, como los padres de Pulgarcito".
Kim Thúy sabe bien de lo que habla. Nacida en Saigón en 1968, el año de la ofensiva del Tet, un fracaso militar para el Vietcong, pero cuyo impacto sobre la opinión pública estadounidense (y mundial) significó el principio del fin de la guerra de Vietnam. A la edad de diez años, en compañía de sus padres y sus dos hermanos fue una de los cientos de miles de boat people vietnamitas que huyeron del Vietnam unificado tras la guerra y gobernado desde Hanói.
Nacida en el seno de una familia acomodada, rodeada de nodrizas, sirvientas y criados, el régimen comunista surgido tras la guerra modificó radicalmente su existencia. Es impresionante su descripción del momento en el que unos inspectores de la nueva administración comunista ocupan su casa, cómo esperan a que su padre y su madre regresen de jugar al tenis para comunicarles la decisión.
Sin embargo, su madre la enseño desde pequeña a compartir ("Alguien me dijo que los vínculos se tejen con las risas, pero más aún compartiendo, con las frustraciones de compartir"), también a arrodillarse y trabajar como lo hacían las personas que estaban a su servicio: "Cada día me obligaba a fregar cuatro baldosas del suelo y a limpiar veinte habas germinadas quitando, una a una, la raíz. Nos preparaba para la caída. E hizo bien, porque, muy pronto, perdimos el suelo bajo nuestros pies".
Y esa preparación para la caída explica, seguramente, su historia y la de su familia tras su huída de Vietnam. Su epopeya como refugiada pasó primero por un abarrotado e infecto campamento en Malasia ("Conozco de memoria el zumbido de las moscas. Me basta con cerrar los ojos para volver a oírlas volando a mi alrededor porque, durante meses,debía agacharme como un muñeco a diez centímetros por encima de un gigantesco agujero lleno hasta el borde de excrementos bajo el ardiente sol de Malasia"), para acabar en Quebec, Canadá; concretamente en la ciudad de Granby, cuyos habitantes "nos acunaron uno a uno", acogiendo con las manos y los corazones abiertos a las y los refugiados: "Sentí a menudo que no había en nosotros espacio suficiente para recibir todo lo que se nos ofrecía, para captar todas las sonrisas que nos dedicaban".
El caso es que, con el tiempo, toda su amplia familia acabó perfectamente engranada en el "sueño americano", aunque sea en su versión canadiense, y ella misma se convirtió en una mujer de éxito, segura de sí misma, a caballo entre dos mundos culturales, acostumbrada a vivir en movimiento, ligera de equipaje, liberada también en sus relaciones sentimentales y sexuales de todo lo que signifique posesión o pertenencia: "De hecho, siempre me satisface trasladarme, tengo así la ocasión de aligerar mis bienes, de abandonar algunos objetos para que mi memoria pueda llegar a ser realmente selectiva, para que pueda recordar sólo imágenes que siguen siendo luminosas tras los párpados cerrados".
Por eso su mirada al pasado está llena de comprensión y de afecto: aquel joven inspector recién salido de la jungla que dirigió la ocupación de su casa, aquella vieja vendedora de tofu en el mercado de Hanói... Un libro en el que fragmentos de una sorprendente delicadeza, como la de esas ancianas que colocan hojas de té entre los pétalos de flores de loto para que absorban el perfume de sus pistilos de manera que "cada hoja de té [conserve] así el alma de aquellas efímeras flores", se entremezclan con descripciones desgarradas de las jóvenes prostitutas que, preñadas por soldados estadounidenses, criaron hijas e hijos convertidos en "huérfanos, en sin techo, marginados por la profesión de su madre, y también por la de su padre".
Un canto a la fortaleza de "todas aquellas mujeres que cargaron con Vietnam a sus espaldas mientras sus maridos o sus hijos llevaban sobre las suyas las armas". Mujeres que en su país sembraban los arrozales, vendían su magra cosecha en los mercados, se prostituyeron, cosían prendas en talleres abarrotados, decidieron lanzarse al mar con sus familias; mujeres que en Canadá o en Estados Unidos pusieron en pie pequeños negocios, obligaron a sus hijos e hijas a estudiar, mantuvieron su cultura, dieron cohesión a sus familias.
Ru
Traducción de Manuel Serrat Crespo
Editorial Periférica, 2020
"El amor, tal como lo conoce mi hijo Pascal, se define por el número de corazones dibujados en una tarjeta o por el número de historias de dragones contadas bajo un edredón son una linterna. He de esperar algunos años aún antes de poder decirle que, en otro tiempo, en otro lugar, el amor de un padre se revelaba en el abandono voluntario de sus hijos, como los padres de Pulgarcito".
Kim Thúy sabe bien de lo que habla. Nacida en Saigón en 1968, el año de la ofensiva del Tet, un fracaso militar para el Vietcong, pero cuyo impacto sobre la opinión pública estadounidense (y mundial) significó el principio del fin de la guerra de Vietnam. A la edad de diez años, en compañía de sus padres y sus dos hermanos fue una de los cientos de miles de boat people vietnamitas que huyeron del Vietnam unificado tras la guerra y gobernado desde Hanói.
Nacida en el seno de una familia acomodada, rodeada de nodrizas, sirvientas y criados, el régimen comunista surgido tras la guerra modificó radicalmente su existencia. Es impresionante su descripción del momento en el que unos inspectores de la nueva administración comunista ocupan su casa, cómo esperan a que su padre y su madre regresen de jugar al tenis para comunicarles la decisión.
Sin embargo, su madre la enseño desde pequeña a compartir ("Alguien me dijo que los vínculos se tejen con las risas, pero más aún compartiendo, con las frustraciones de compartir"), también a arrodillarse y trabajar como lo hacían las personas que estaban a su servicio: "Cada día me obligaba a fregar cuatro baldosas del suelo y a limpiar veinte habas germinadas quitando, una a una, la raíz. Nos preparaba para la caída. E hizo bien, porque, muy pronto, perdimos el suelo bajo nuestros pies".
Y esa preparación para la caída explica, seguramente, su historia y la de su familia tras su huída de Vietnam. Su epopeya como refugiada pasó primero por un abarrotado e infecto campamento en Malasia ("Conozco de memoria el zumbido de las moscas. Me basta con cerrar los ojos para volver a oírlas volando a mi alrededor porque, durante meses,debía agacharme como un muñeco a diez centímetros por encima de un gigantesco agujero lleno hasta el borde de excrementos bajo el ardiente sol de Malasia"), para acabar en Quebec, Canadá; concretamente en la ciudad de Granby, cuyos habitantes "nos acunaron uno a uno", acogiendo con las manos y los corazones abiertos a las y los refugiados: "Sentí a menudo que no había en nosotros espacio suficiente para recibir todo lo que se nos ofrecía, para captar todas las sonrisas que nos dedicaban".
El caso es que, con el tiempo, toda su amplia familia acabó perfectamente engranada en el "sueño americano", aunque sea en su versión canadiense, y ella misma se convirtió en una mujer de éxito, segura de sí misma, a caballo entre dos mundos culturales, acostumbrada a vivir en movimiento, ligera de equipaje, liberada también en sus relaciones sentimentales y sexuales de todo lo que signifique posesión o pertenencia: "De hecho, siempre me satisface trasladarme, tengo así la ocasión de aligerar mis bienes, de abandonar algunos objetos para que mi memoria pueda llegar a ser realmente selectiva, para que pueda recordar sólo imágenes que siguen siendo luminosas tras los párpados cerrados".
Por eso su mirada al pasado está llena de comprensión y de afecto: aquel joven inspector recién salido de la jungla que dirigió la ocupación de su casa, aquella vieja vendedora de tofu en el mercado de Hanói... Un libro en el que fragmentos de una sorprendente delicadeza, como la de esas ancianas que colocan hojas de té entre los pétalos de flores de loto para que absorban el perfume de sus pistilos de manera que "cada hoja de té [conserve] así el alma de aquellas efímeras flores", se entremezclan con descripciones desgarradas de las jóvenes prostitutas que, preñadas por soldados estadounidenses, criaron hijas e hijos convertidos en "huérfanos, en sin techo, marginados por la profesión de su madre, y también por la de su padre".
Un canto a la fortaleza de "todas aquellas mujeres que cargaron con Vietnam a sus espaldas mientras sus maridos o sus hijos llevaban sobre las suyas las armas". Mujeres que en su país sembraban los arrozales, vendían su magra cosecha en los mercados, se prostituyeron, cosían prendas en talleres abarrotados, decidieron lanzarse al mar con sus familias; mujeres que en Canadá o en Estados Unidos pusieron en pie pequeños negocios, obligaron a sus hijos e hijas a estudiar, mantuvieron su cultura, dieron cohesión a sus familias.
Una historia de continuidad sostenida por y entre mujeres: "Mi nacimiento tenía la misión de reemplazar las vidas perdidas. Mi vida tenía el deber de continuar la de mi madre". Truncada por la guerra, reconstruida en el exilio, mezclada de sufrimiento y de esperanza. De ahí su título: "En francés, ru significa «arroyuelo» y, en sentido figurado, «flujo» de lágrimas -de sangre, de dinero- (Le Robert historique). En vietnamita, ru significa «canción de cuna», «arrullar»".
lunes, 16 de marzo de 2020
Viajeros en el Tercer Reich
Julia Boyd
Viajeros en el Tercer Reich
Traducción de Claudia Casanova
Ático de los Libros, 2019
"Hasta finales de la década de 1930 era posible para un extranjero pasar semanas en Alemania y no tener el menor incidente desagradable. Sin embargo, hay una diferencia entre «no ver» y «no saber». Y, después de la Kristallnacht del 9 de noviembre de 1938, no había ninguna excusa posible para el viajero que afirmaba que «desconocía» el verdadero comportamiento de los nazis. [...] La maldad nazi impregnaba todos los aspectos de la sociedad alemana, pero, cuando se mezclaba con los placeres seductores que aún se ofrecían a los visitantes extranjeros, la horrenda realidad a menudo se ignoraba durante el tiempo que hiciera falta".
Durante los años 30 del siglo XX, tras la finalización de la Primera Guerra Mundial y hasta el estallido mismo de la Segunda fueron muchas, muchísimas, las personas extranjeras que visitaron o pasaron largas temporadas en la Alemania de Hitler como turistas, estudiantes, artistas, diplomáticos o deportistas. Procedentes de los más diversos países, predominaban las nacionales de Estados Unidos y del Reino Unido. Personas corrientes, muchas de ellas, pero también famosos políticos, pintores, académicos, periodistas, que "siguieron viajando al Reich tanto por negocios como por placer [...] aunque la conciencia de la barbarie nazi se difundía y se hacía más profunda".
En este interesante libro, Julia Boyd bucea en las cartas, diarios, crónicas y memorias de casi dos centenares de visitantes, convertidos sin saberlo en testigos sobre el terreno, a pie de calle, de una de las épocas más trascendentales de nuestra historia.
Si bien la posición ideológica de la que partían al viajar a Alemania influía en muchas de ellas ("Los que eran de derechas encontraron un pueblo confiado y trabajador que trataba de sobrellevar las injusticias del Tratado de Versalles y, al mismo tiempo, intentaba proteger al resto de Europa de los bolcheviques. [...] En cambio, los que eran de izquierdas hablaban de un régimen cruel y opresivo alimentado por políticas obscenamente racistas que utilizaban la tortura y la persecución para aterrorizar a sus ciudadanos"), la mayoría apreciaron y valoraron la capacidad de recuperación del país tras la guerra, la belleza de sus paisajes y de sus ciudades, su histórica monumentalidad, la educación y disciplina de sus habitantes, la hospitalidad de sus hosteleros y hasta la personalidad de Hitler y su dimensión de "hombre de paz".
Por supuesto, muchas de estas personas mostraban en sus cartas su molestia ante la profusión de carteles antisemitas y su desagrado cuando eran testigos del mal trato que recibían los judíos, pero se trataba de un desagrado llevadero y pasajero. Incluso en el caso de personalidades como W.E.B. du Bois, el primer afroamericano doctorado en Harvard, académico de renombre y reconocido activista por los derechos civiles, que a sus 68 años de edad pasó varios meses en Alemania, coincidiendo en parte con las Olimpiadas, "para investigar la educación y la industria germanas con la esperanza de que las escuelas industriales para personas de color en el sur de Estados Unidos pudieran imitar el modelo alemán". Como señala la autora, "el viaje de Du Bois a Alemania ilustra la ambigüedad que subyacía en muchos de los viajes de extranjeros al Tercer Reich".
Todas estas apreciaciones fundamentalmente positivas se reforzaron y extendieron gracias a la inteligente utilización de los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlin como gigantesco escenario propagandístico. Basta con leer la entrevista de Archie Williams, el medallista afroamericano que ganó la medalla de oro en los 400 metros: "Cuando volví a casa, alguien me preguntó: «¿Cómo te han tratado esos sucios nazis?». Y yo contesté que no había visto a ningún sucio nazi, sólo a un montón de gente alemana muy amable. Y no tuve que sentarme en la parte trasera del autobús".
Mucho más cuestionable, mucho menos explicable, fue la valoración que de su experiencia hizo Arthur Remy, delegado de la Universidad de Columbia en las celebraciones del 550 aniversario de la Universidad de Heidelberg: "Creo que, en conjunto, la celebración fue digna e impresionante, y también primordialmente académica [...]. Desde luego, no puede atribuirse a la presencia de uniformes negros o marrones ningún significado siniestro". En conjunto, la academia fue uno de los sectores que en mayor grado fracasaron a la hora de interpretar lo que estaba ocurriendo en la Alemania de Hitler. ¡Qué ironía! Lo señala la autora:
"[Muchos] académicos optaron por viajar al Tercer Reich porque el legado cultural de Alemania era simplemente demasiado preciado para renunciar a él por motivos políticos, por desagradables que estos fueran. Permitieron que su reverencia por el pasado distorsionara su juicio del presente. En consecuencia, optaron por ignorar abiertamente la realidad de una dictadura que hacia 1936, a pesar del espejismo olímpico, ya exhibía sin ambages todos sus inconcebibles rasgos".
Este libro nos confronta con un aspecto tan complejo como siniestro de las personas y las sociedades: nuestra capacidad y nuestra propensión para mirar hacia otro lado, incluso en medio de las más dramáticas situaciones. Y no es solo algo que sepamos por la historia.
Viajeros en el Tercer Reich
Traducción de Claudia Casanova
Ático de los Libros, 2019
"Hasta finales de la década de 1930 era posible para un extranjero pasar semanas en Alemania y no tener el menor incidente desagradable. Sin embargo, hay una diferencia entre «no ver» y «no saber». Y, después de la Kristallnacht del 9 de noviembre de 1938, no había ninguna excusa posible para el viajero que afirmaba que «desconocía» el verdadero comportamiento de los nazis. [...] La maldad nazi impregnaba todos los aspectos de la sociedad alemana, pero, cuando se mezclaba con los placeres seductores que aún se ofrecían a los visitantes extranjeros, la horrenda realidad a menudo se ignoraba durante el tiempo que hiciera falta".
Durante los años 30 del siglo XX, tras la finalización de la Primera Guerra Mundial y hasta el estallido mismo de la Segunda fueron muchas, muchísimas, las personas extranjeras que visitaron o pasaron largas temporadas en la Alemania de Hitler como turistas, estudiantes, artistas, diplomáticos o deportistas. Procedentes de los más diversos países, predominaban las nacionales de Estados Unidos y del Reino Unido. Personas corrientes, muchas de ellas, pero también famosos políticos, pintores, académicos, periodistas, que "siguieron viajando al Reich tanto por negocios como por placer [...] aunque la conciencia de la barbarie nazi se difundía y se hacía más profunda".
En este interesante libro, Julia Boyd bucea en las cartas, diarios, crónicas y memorias de casi dos centenares de visitantes, convertidos sin saberlo en testigos sobre el terreno, a pie de calle, de una de las épocas más trascendentales de nuestra historia.
Si bien la posición ideológica de la que partían al viajar a Alemania influía en muchas de ellas ("Los que eran de derechas encontraron un pueblo confiado y trabajador que trataba de sobrellevar las injusticias del Tratado de Versalles y, al mismo tiempo, intentaba proteger al resto de Europa de los bolcheviques. [...] En cambio, los que eran de izquierdas hablaban de un régimen cruel y opresivo alimentado por políticas obscenamente racistas que utilizaban la tortura y la persecución para aterrorizar a sus ciudadanos"), la mayoría apreciaron y valoraron la capacidad de recuperación del país tras la guerra, la belleza de sus paisajes y de sus ciudades, su histórica monumentalidad, la educación y disciplina de sus habitantes, la hospitalidad de sus hosteleros y hasta la personalidad de Hitler y su dimensión de "hombre de paz".
Por supuesto, muchas de estas personas mostraban en sus cartas su molestia ante la profusión de carteles antisemitas y su desagrado cuando eran testigos del mal trato que recibían los judíos, pero se trataba de un desagrado llevadero y pasajero. Incluso en el caso de personalidades como W.E.B. du Bois, el primer afroamericano doctorado en Harvard, académico de renombre y reconocido activista por los derechos civiles, que a sus 68 años de edad pasó varios meses en Alemania, coincidiendo en parte con las Olimpiadas, "para investigar la educación y la industria germanas con la esperanza de que las escuelas industriales para personas de color en el sur de Estados Unidos pudieran imitar el modelo alemán". Como señala la autora, "el viaje de Du Bois a Alemania ilustra la ambigüedad que subyacía en muchos de los viajes de extranjeros al Tercer Reich".
Todas estas apreciaciones fundamentalmente positivas se reforzaron y extendieron gracias a la inteligente utilización de los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlin como gigantesco escenario propagandístico. Basta con leer la entrevista de Archie Williams, el medallista afroamericano que ganó la medalla de oro en los 400 metros: "Cuando volví a casa, alguien me preguntó: «¿Cómo te han tratado esos sucios nazis?». Y yo contesté que no había visto a ningún sucio nazi, sólo a un montón de gente alemana muy amable. Y no tuve que sentarme en la parte trasera del autobús".
Mucho más cuestionable, mucho menos explicable, fue la valoración que de su experiencia hizo Arthur Remy, delegado de la Universidad de Columbia en las celebraciones del 550 aniversario de la Universidad de Heidelberg: "Creo que, en conjunto, la celebración fue digna e impresionante, y también primordialmente académica [...]. Desde luego, no puede atribuirse a la presencia de uniformes negros o marrones ningún significado siniestro". En conjunto, la academia fue uno de los sectores que en mayor grado fracasaron a la hora de interpretar lo que estaba ocurriendo en la Alemania de Hitler. ¡Qué ironía! Lo señala la autora:
"[Muchos] académicos optaron por viajar al Tercer Reich porque el legado cultural de Alemania era simplemente demasiado preciado para renunciar a él por motivos políticos, por desagradables que estos fueran. Permitieron que su reverencia por el pasado distorsionara su juicio del presente. En consecuencia, optaron por ignorar abiertamente la realidad de una dictadura que hacia 1936, a pesar del espejismo olímpico, ya exhibía sin ambages todos sus inconcebibles rasgos".
Este libro nos confronta con un aspecto tan complejo como siniestro de las personas y las sociedades: nuestra capacidad y nuestra propensión para mirar hacia otro lado, incluso en medio de las más dramáticas situaciones. Y no es solo algo que sepamos por la historia.
domingo, 15 de marzo de 2020
Algo en lo que creer
Nickolas Butler
Algo en lo que creer
Traducción de Álvaro Marcos
Libros del Asteroide, 2020
"Porque -y esto todavía es cierto- existen pequeños pueblos en todo el mundo, tan íntimos y conectados, que el dolor o la alegría de uno de sus habitantes puede ser compartido por sus vecinos con la misma intensidad".
La primera novela de Butler, Canciones de amor a quemarropa, fue un gozoso descubrimiento, confirmado con la posterior El corazón de los hombres. A lo largo de un año, de una primavera a la siguiente, en esta nueva novela Butler nos introduce en la vida de Lyle Hovde y su esposa Peg, que llevan toda su vida habitando en la pequeña y languideciente localidad de Redford, en el Winsconsin más rural, ejemplo de esa América tan profunda como vaciada:
"En ocasiones, Lyle oía a la gente de La Crosse o de Eau Claire despotricar contra el desarrollo urbano y el crecimiento descontrolado de las ciudades, y, en gran parte, suponía, llevaban razón. ¿A quién le gustaba ver cómo los campos y los bosques eran devorados por carreteras y aparcamientos, invadidos de repente por edificios de aspecto ofensivo y construidos a toda prisa? Para muchos, se imaginaba, la reacción automática era la tristeza, la rabia o alguna forma de duelo. Durante toda su vida, sin embargo, Lyle no había hecho más que ver cómo su pueblo natal, Redford, su calle principal, sus tiendas, sus restaurantes, bares e iglesias se iban vaciando hasta tener que cerrar, y con el tiempo los locales quedaban abandonados o incluso se venían abajo. Y para Lyle, aquello suponía una tragedia mayor que la del avance del comercio, pues mucho de lo que una vez había amado había desaparecido para siempre".
En una comunidad profundamente religiosa, desde la muerte de su único hijo, siendo un bebé, Lyle mantiene una relación difícil con Dios: "Era como si, desde entonces, le hubieran drenado la voluntad de creer, la energía para hacerlo". Lo cual no es obstáculo para que el pastor luterano de la localidad, Charlie, sea uno se sus mejores amigos. Tampoco para seguir acudiendo a su iglesia de siempre (donde fue bautizado y confirmado, donde se casó y donde se celebrará su funeral), si bien más por rutina que por fe: "Aunque Lyle había dejado de creer, nunca dejó de ir a la iglesia del todo. De hecho, con frecuencia sospechaba que no era el único, que millones de cristianos, judíos, musulmanes, budistas, taoístas y mormones de todo el mundo acudían a sus iglesias, templos y mezquitas tanto por rutina u obligación como por fe o convicción reales".
Ahora su vida gira en torno a Peg (que "lo había asido de la mano mucho tiempo atrás y que no lo iba a dejar caer por más que ambos estuvieran asomados a un precipicio que se desmoronaba"); a su amigo Hoot (unos años mayor, fumador empedernido y de salud frágil); al huerto de manzanos propiedad de los excéntricos Otis y Mabel Haskell, donde trabaja algunas horas cada día no por lo poco que le pagaban a cambio, "sino porque los ciclos del huerto le brindaron algo que había estado echando en falta sin ni siquiera darse cuenta: sentido"; y, sobre todo, a su nieto Isaac, vástago de su hija adoptiva, la compleja Shiloh, que hace cinco años regresó a casa como joven madre soltera.
La tragedia y el conflicto irrumpirán en la vida de Lyle y Peg cuando Shiloh entable relación con una iglesia no denominacional de creencias fundamentalistas, entre las que destaca la curación de cualquier enfermedad a través de la oración. En un entorno sectario, el alejamiento de Shiloh y, con ella, de Isaac, de su madre y padre adoptivos, se acrecentará cuando la joven inicie una tóxica relación sentimental con Steven, el pastor de esa iglesia.
A partir de este momento, Lyle tendrá que enfrentarse a la tarea de cuidar de su amigo Hoot, afectado por un cáncer, de salvar el huerto de manzanos, amenazado por una fuerte helada en el mes de mayo y, por encima de todo, de recuperar a su nieto y a su hija. Tres luchas relacionadas, tres luchas que pueden leerse como una misma batalla por la vida: "Estamos salvando un huerto. Supongo que hay cosas más disparatadas en el mundo que salvar árboles".
Una hermosa novela de sentimientos y emociones, con descripciones de paisajes, ambientes y personajes sutiles y profundas. Unas historias que, pese a la distancia geográfica y cultural, podemos sentir como propias.
Algo en lo que creer
Traducción de Álvaro Marcos
Libros del Asteroide, 2020
"Porque -y esto todavía es cierto- existen pequeños pueblos en todo el mundo, tan íntimos y conectados, que el dolor o la alegría de uno de sus habitantes puede ser compartido por sus vecinos con la misma intensidad".
La primera novela de Butler, Canciones de amor a quemarropa, fue un gozoso descubrimiento, confirmado con la posterior El corazón de los hombres. A lo largo de un año, de una primavera a la siguiente, en esta nueva novela Butler nos introduce en la vida de Lyle Hovde y su esposa Peg, que llevan toda su vida habitando en la pequeña y languideciente localidad de Redford, en el Winsconsin más rural, ejemplo de esa América tan profunda como vaciada:
"En ocasiones, Lyle oía a la gente de La Crosse o de Eau Claire despotricar contra el desarrollo urbano y el crecimiento descontrolado de las ciudades, y, en gran parte, suponía, llevaban razón. ¿A quién le gustaba ver cómo los campos y los bosques eran devorados por carreteras y aparcamientos, invadidos de repente por edificios de aspecto ofensivo y construidos a toda prisa? Para muchos, se imaginaba, la reacción automática era la tristeza, la rabia o alguna forma de duelo. Durante toda su vida, sin embargo, Lyle no había hecho más que ver cómo su pueblo natal, Redford, su calle principal, sus tiendas, sus restaurantes, bares e iglesias se iban vaciando hasta tener que cerrar, y con el tiempo los locales quedaban abandonados o incluso se venían abajo. Y para Lyle, aquello suponía una tragedia mayor que la del avance del comercio, pues mucho de lo que una vez había amado había desaparecido para siempre".
En una comunidad profundamente religiosa, desde la muerte de su único hijo, siendo un bebé, Lyle mantiene una relación difícil con Dios: "Era como si, desde entonces, le hubieran drenado la voluntad de creer, la energía para hacerlo". Lo cual no es obstáculo para que el pastor luterano de la localidad, Charlie, sea uno se sus mejores amigos. Tampoco para seguir acudiendo a su iglesia de siempre (donde fue bautizado y confirmado, donde se casó y donde se celebrará su funeral), si bien más por rutina que por fe: "Aunque Lyle había dejado de creer, nunca dejó de ir a la iglesia del todo. De hecho, con frecuencia sospechaba que no era el único, que millones de cristianos, judíos, musulmanes, budistas, taoístas y mormones de todo el mundo acudían a sus iglesias, templos y mezquitas tanto por rutina u obligación como por fe o convicción reales".
Ahora su vida gira en torno a Peg (que "lo había asido de la mano mucho tiempo atrás y que no lo iba a dejar caer por más que ambos estuvieran asomados a un precipicio que se desmoronaba"); a su amigo Hoot (unos años mayor, fumador empedernido y de salud frágil); al huerto de manzanos propiedad de los excéntricos Otis y Mabel Haskell, donde trabaja algunas horas cada día no por lo poco que le pagaban a cambio, "sino porque los ciclos del huerto le brindaron algo que había estado echando en falta sin ni siquiera darse cuenta: sentido"; y, sobre todo, a su nieto Isaac, vástago de su hija adoptiva, la compleja Shiloh, que hace cinco años regresó a casa como joven madre soltera.
La tragedia y el conflicto irrumpirán en la vida de Lyle y Peg cuando Shiloh entable relación con una iglesia no denominacional de creencias fundamentalistas, entre las que destaca la curación de cualquier enfermedad a través de la oración. En un entorno sectario, el alejamiento de Shiloh y, con ella, de Isaac, de su madre y padre adoptivos, se acrecentará cuando la joven inicie una tóxica relación sentimental con Steven, el pastor de esa iglesia.
A partir de este momento, Lyle tendrá que enfrentarse a la tarea de cuidar de su amigo Hoot, afectado por un cáncer, de salvar el huerto de manzanos, amenazado por una fuerte helada en el mes de mayo y, por encima de todo, de recuperar a su nieto y a su hija. Tres luchas relacionadas, tres luchas que pueden leerse como una misma batalla por la vida: "Estamos salvando un huerto. Supongo que hay cosas más disparatadas en el mundo que salvar árboles".
Una hermosa novela de sentimientos y emociones, con descripciones de paisajes, ambientes y personajes sutiles y profundas. Unas historias que, pese a la distancia geográfica y cultural, podemos sentir como propias.
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