lunes, 16 de marzo de 2020

Viajeros en el Tercer Reich

Julia Boyd
Viajeros en el Tercer Reich
Traducción de Claudia Casanova
Ático de los Libros, 2019

"Hasta finales de la década de 1930 era posible para un extranjero pasar semanas en Alemania y no tener el menor incidente desagradable. Sin embargo, hay una diferencia entre «no ver» y «no saber». Y, después de la Kristallnacht del 9 de noviembre de 1938, no había ninguna excusa posible para el viajero que afirmaba que «desconocía» el verdadero comportamiento de los nazis. [...] La maldad nazi impregnaba todos los aspectos de la sociedad alemana, pero, cuando se mezclaba con los placeres seductores que aún se ofrecían a los visitantes extranjeros, la horrenda realidad a menudo se ignoraba durante el tiempo que hiciera falta".


Durante los años 30 del siglo XX, tras la finalización de la Primera Guerra Mundial y hasta el estallido mismo de la Segunda fueron muchas, muchísimas, las personas extranjeras que visitaron o pasaron largas temporadas en la Alemania de Hitler como turistas, estudiantes, artistas, diplomáticos o deportistas. Procedentes de los más diversos países, predominaban las nacionales de Estados Unidos y del Reino Unido. Personas corrientes, muchas de ellas, pero también famosos políticos, pintores, académicos, periodistas, que "siguieron viajando al Reich tanto por negocios como por placer [...] aunque la conciencia de la barbarie nazi se difundía y se hacía más profunda".

En este interesante libro, Julia Boyd bucea en las cartas, diarios, crónicas y memorias de casi dos centenares de visitantes, convertidos sin saberlo en testigos sobre el terreno, a pie de calle, de una de las épocas más trascendentales de nuestra historia.

Si bien la posición ideológica de la que partían al viajar a Alemania influía en muchas de ellas ("Los que eran de derechas encontraron un pueblo confiado y trabajador que trataba de sobrellevar las injusticias del Tratado de Versalles y, al mismo tiempo, intentaba proteger al resto de Europa de los bolcheviques. [...] En cambio, los que eran de izquierdas hablaban de un régimen cruel y opresivo alimentado por políticas obscenamente racistas que utilizaban la tortura y la persecución para aterrorizar a sus ciudadanos"), la mayoría apreciaron y valoraron la capacidad de recuperación del país tras la guerra, la belleza de sus paisajes y de sus ciudades, su histórica monumentalidad, la educación y disciplina de sus habitantes, la hospitalidad de sus hosteleros y hasta la personalidad de Hitler y su dimensión de "hombre de paz".

Por supuesto, muchas de estas personas mostraban en sus cartas su molestia ante la profusión de carteles antisemitas y su desagrado cuando eran testigos del mal trato que recibían los judíos, pero se trataba de un desagrado llevadero y pasajero. Incluso en el caso de personalidades como W.E.B. du Bois, el primer afroamericano doctorado en Harvard, académico de renombre y reconocido activista por los derechos civiles, que a sus 68 años de edad pasó varios meses en Alemania, coincidiendo en parte con las Olimpiadas, "para investigar la educación y la industria germanas con la esperanza de que las escuelas industriales para personas de color en el sur de Estados Unidos pudieran imitar el modelo alemán". Como señala la autora, "el viaje de Du Bois a Alemania ilustra la ambigüedad que subyacía en muchos de los viajes de extranjeros al Tercer Reich".

Todas estas apreciaciones fundamentalmente positivas se reforzaron y extendieron gracias a la inteligente utilización de los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlin como gigantesco escenario propagandístico. Basta con leer la entrevista de Archie Williams, el medallista afroamericano que ganó la medalla de oro en los 400 metros: "Cuando volví a casa, alguien me preguntó: «¿Cómo te han tratado esos sucios nazis?». Y yo contesté que no había visto a ningún sucio nazi, sólo a un montón de gente alemana muy amable. Y no tuve que sentarme en la parte trasera del autobús".

Mucho más cuestionable, mucho menos explicable, fue la valoración que de su experiencia hizo Arthur Remy, delegado de la Universidad de Columbia en las celebraciones del 550 aniversario de la Universidad de Heidelberg: "Creo que, en conjunto, la celebración fue digna e impresionante, y también primordialmente académica [...]. Desde luego, no puede atribuirse a la presencia de uniformes negros o marrones ningún significado siniestro". En conjunto, la academia fue uno de los sectores que en mayor grado fracasaron a la hora de interpretar lo que estaba ocurriendo en la Alemania de Hitler. ¡Qué ironía! Lo señala la autora:

"[Muchos] académicos optaron por viajar al Tercer Reich porque el legado cultural de Alemania era simplemente demasiado preciado para renunciar a él por motivos políticos, por desagradables que estos fueran. Permitieron que su reverencia por el pasado distorsionara su juicio del presente. En consecuencia, optaron por ignorar abiertamente la realidad de una dictadura que hacia 1936, a pesar del espejismo olímpico, ya exhibía sin ambages todos sus inconcebibles rasgos".

Este libro nos confronta con un aspecto tan complejo como siniestro de las personas y las sociedades: nuestra capacidad y nuestra propensión para mirar hacia otro lado, incluso en medio de las más dramáticas situaciones. Y no es solo algo que sepamos por la historia.

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