sábado, 26 de diciembre de 2020

El lugar de los secretos

Tana French
El lugar de los secretos
Traducción de Gemma Deza
RBA, 2015
 
"Una escuela de niñas pijas: guapas y seguras, habría pensado yo, si me lo hubiera planteado. Muy lejos de un barrio de viviendas de protección oficial donde los autobuses no se atreven a internarse. Pero empezaba a atisbarlo con el rabillo del ojo: un destello en el aire que anunciaba un peligro. No dirigido a mí personalmente, o al menos no más de lo que lo habría hecho en ese barrio bajo, pero ahí estaba".
 

Tana French, de la que ya hemos hablado aquí, es una impresionante creadora de tramas criminales que se desarrollan en ambientes familiares, cotidianos, lo que convierte la lectura sus novelas en una experiencia particularmente desasosegante. En sus historias no hay tiroteos ni persecuciones, tampoco tremebundos asesinos en serie. Sus personajes son personas normales, en situaciones normales, que cometen crímenes... ¿normales?

En esta novela French nos introduce en el cerrado universo del San Kilda, una selecta escuela femenina de educación secundaria, "de monjas", en cuyos jardines fue asesinado un año antes Chris Harper, un joven alumno de un instituto masculino cercano. El caso continua siendo un absoluto misterio cuando el detective del Departamento de Casos Abiertos Stephen Moran recibe una posible pista aparecida en un tablón de anuncios de la escuela conocido como "el Lugar de los Secretos": una foto del joven asesinado en la que alguien ha pegado el mensaje "Sé quién lo mató", formado con palabras recortadas de un libro.
 
La pista se la facilita una de las alumnas del San Kilda, Holly, hija de un veterano detective del Departamento de Agentes Secretos. La dura detective de Homicidios Antoinette Conway, responsable del caso, cuyas relaciones con el resto de sus compañeros son sumamente tensas ("A nadie debería escandalizar que hubiera una mujer trabajando en Homicidios, ni siquiera haría falta mencionarlo. Pero muchos de los muchachos de mayor edad están chapados a la antigua, y muchos de los jóvenes también. La igualdad tiene el grosor de una hoja de papel, desaparece rascándola solo con una uña"), acepta a regañadientes que Moran la acompañe en la nueva investigación.

Las 680 páginas del libro contienen un perfecto pero complejo mecanismo de relojería. Por un lado, el detective Moran es el narrador en primera persona del proceso de investigación, que se desarrollará a lo largo de un mismo día. Por otro, la autora actua como narradora omnisciente que nos va relatando, a modo de cuenta atrás, todos los acontecimientos que, más allá de su aparente irrelevancia, desembocarán en la muerte de Chris Harper:

"Es la primera semana de diciembre. A Chris Harper -que en aquel momento sale de la tienda de Jack Wills de la tercera planta en medio de un grupo de chavales, con la bolsa que contiene la camiseta que acaba de comprarse echada al hombro, mientras charla sobre Assassin's Creed con aquel cabello brillante como un castaño de Indias bajo la frenética luz blanca- le quedan coinco meses y casi dos semanas de vida".
 
Tana French es una genial creadora de personajes y de ambientes. Se deja sentir su experiencia teatral: se formó como actriz en el Trinity College de Dublín y es una reconocida profesional, especializada en las obras de Shakespeare. Es impresionante la forma en que la autora construye el universo en el que habitan Julia, Holly, Selena y Becca, cuatro amigas que, juramentadas a sus dieciseis años, se rebelan contra las expectativas y los miedos que se supone deben caracterizar a unas adolescentes como ellas:

"Escucha las voces que oía cuando era pequeña, tranquilizadoras y reafirmantes: 'No tengas miedo ni de los monstruos, ni de las brujas ni de los perros grandes?'. Y ahora, procedentes de todas partes, como en un chasquido: 'Ten miedo, hay que andarse con cuidado', dando órdenes como si fuera un deber absoluto.
Ten miedo de estar gorda, ten miedo de tener las tetas demasiado grandes y tenlo tambien de tenerlas demasiado pequeñas. Ten miedo de caminar sola por la calle, sobre todo por lugares tan silenciosos en los que incluso oigas retumbar tus pensamientos. Ten miedo de no vestir como corresponde, de decir algo fuera de tono, de reís cuando no toca y, sobre todo, de no ir a la moda. Ten miedo de no gustarle a los chicos; ten miedo de los chicos, son animales rabiosos, incapaces de contenerse. Ten miedo de las chicas, que son unas malvadas y te descuartizarían antes de que tú las descuartices a ellas. Ten miedo de los desconocidos. Ten miedo de no sacar buenas notas en los exámenes, ten miedo de meterte en líos. Tenle un miedo aterrador a que todo lo que eres esté mal. Buena chica".

Frente a estos miedos, contra esas expectativas, las cuatro amigas desarrollan una profundísima relación de sororidad que las empodera de tal forma que, en algunos momentos, da lugar a escenas más propias de la literatura fantástica, como si una fuerza mágica las vinculara: 
 
"Practican en el calvero. Selena lleva su pequeña luz de lectura a pilas, Holly tiene una linterna y Julia, un mechero. La noche cae densa, nublada y fría; deben caminar a tientas por los senderos que conducen hacia la arboleda, doblándose cada vez que una rama las sacude o que un montón de hojas cruje bajo sus pies. Incluso cuando emergen al calvero no son más que contornos distorsionados e indistinguibles. Se sientan a lo indio formando un círculo en la hierba y se van pasando las luces.
Funciona. Al principio de manera vacilante: unos leves parpadeos dubitativos, de medio segundo de duración, que se desvanecen cuando se sobresaltan. [...] Poco a poco dejan de ser solo parpadeos; haces de luz se elevan cual flechas hacia las copas de los cipreses, dibujan un círculo y palpitan entre las ramas como luciérnagas. Becca juraría que ve sus estelas dibujar garabatos sobre las nubes".

En una entrevista, French dice que no le interesa que quienes en su novelas cometen un crimen sean personas perversas o psicópatas, criminales predispuestos, obstinados, estratégicos: “No me interesan los simplemente malos. Espero haberles dado espacio a todos para exponer sus razones. Nadie es malo porque sí. Igual que nadie piensa de sí mismo que es malo”. Y ciertamente, en El lugar de los secretos el crimen y quien lo comete cuenta con espacio para exponer sus razones. Razones que no responden a una mente perversa o dislocada, ni a una preparación contumaz o un interés personal. Un crimen... ¿normal?
 
"Ella y aquel muchacho: aquel golpe seco hará que ambos crucen fronteras en una sola dirección y se adentren en mundos que son incapaces de imaginar. Se muerde el carrillo por dentro hasta que nota el sabor de la sangre y, con un arco de la mano, extiende un largo crujido como un ala negra por encima de las copas de los cipreses. Ese otro lugar siempre ha estado ahí; hace meses que las fronteras se han vuelto porosas y han ido desplazándose. Si quisiera estar asustada, si pretendiera echar a correr, hace tiempo que debería haberlo hecho".

jueves, 24 de diciembre de 2020

Polvo y sombra

Antonio Manzini
Polvo y sombra
Traducción de Irene Oliva Luque
Salamandra, 2020
 
"Caminaba solo hacia el centro histórico, observando a la gente. Loba se cruzó con un bóxer y jugueteó con él unos minutos. Eso era vida. Olisquear para ver quién es de los tuyos, soltar algún que otro zarpazo para tantear el peligro o las ganas de jugar del nuevo amigo, dar un ladrido y luego seguir tu camino, a la espera del nuevo cuenco de comida, de la última meada del día. A Rocco le habría gustado poder pasarse un paño por el cerebro y borrar todo lo que se había acumulado en aquellos días".
 

Sexta entrega de la serie protagonizada por Rocco Schiavone, el inclasificable subjefe de policía en la Brigada Móvil de Aosta, en los Alpes italianos. Indisciplinado, cínico, fumador de porros, permanentemente encabronado, siempre esgrimiendo su lista de "tocadas de cojones", grosero con algunos de sus subalternos, uña y carne con sus poco recomendables pero fidelísimos amigos de infancia, manchado por la sombra de la corrupción...  

Pero todo esto queda compensado por la presencia espectral de su esposa, Marina ("Marina está ahí, sólo la entreveo de pie junto a la ventana, pero sé que está"), por la compañía de su perra, Loba, por su relación cuasipaternal con su vecino Gabriele ("estoy con un adolescente gordo, lleno de granos y con un montón de problemas, que escucha heavy metal, que va a catearlas todas y al que quieren expulsar porque le ha pegado a un capullo llamado Diego"). Aparece entonces otro Schiavone: herido, melancólico, sensible, comprometido hasta el final con las víctimas de la injusticia.  

Desterrado de su amada Roma, aunque sigue viviendo su destino montañés y pueblerino como un penoso destierro, a estas alturas de su historia Schiavone ya empieza a adaptarse (¡salvo en renunciar a sus elegantes pero inútiles zapatos Clarks!) a la vida que le ha tocado en suerte: ya tiene un par de restaurantes apreciables cerca de su piso y ha iniciado una relación con la inspectora Caterina.

En esta sexta novela -que no debería abordarse sin haber leído antes, al menos, la primera entrega, y mejor alguna de las siguientes, para no perderse con las referencias a Enzo Baiocchi-, Schiavone investiga los asesinatos de una mujer transexual, Juana Pérez, cuyo cuerpo ha aparecido en las aguas del río Dora, y de un hombre degollado en una finca a las afueras de la ciudad en cuyo bolsillo lleva a puntado el móvil de Rocco. 

Desde el primer momento la investigación le llevará a chocar con algunas personas influyentes de Aosta ("hay que cabrear a ese tipo de personas, porque es gente que ha vivido siempre entre algodones y es muy fácil hacerles far un paso en falso"), para acabar regresando a su pasado romano, donde el caso de Juana Pérez se estrellará contra la "Razón de Estado" y las luces que empezaban a brillar en la vida de Schiavone se convertirán en decepcionantes fuegos fatuos.

"Ya ajustaremos cuentas al final. A la derecha la columna con el signo más, a la izquierda la del signo menos, y en medio una enorme, vacía, con las intenciones y los remordimientos".

Sin ser el mejor de los personajes protagonistas del actual género negro (no es Gamache, ni Wallander, ni Hole, ni Montalbano), sí es de los buenos. Parte ya de mi familia literaria.

lunes, 21 de diciembre de 2020

Las ciudades evanescentes

Ramón Lobo
Las ciudades evanescentes
Península, 2020 

"Hubo más sentido de comunidad en las metrópolis confinadas que en las urbes libres, displicentes e individualistas que la precedieron. Saltamos de un egoísmo estructural, sin apenas calor humano, a una melancolía dolorosa que demandaba cariño de ventana a ventana a las ocho de la tarde.
[...] Hay que trasladar a los barrios el espíritu de los balcones".

 
Partiendo de la ciudad confinada, esa en la que durante semanas la realidad quedó no solo suspendida, sino alterada (ciudades sin aceras pero con balcones, hogares abiertos al exterior, actividades esenciales por fin reconocidas como tales...), Ramón Lobo aborda una sociología urbana construida a partir de su propia experiencia, como si de un paradójico flâneur confinado se tratara.
 
En los distintos capítulos de este libro, capítulos breves, de entre ocho y doce páginas, escritos con la agudeza del periodista atento a lo local y el conocimiento del reportero internacional que ha dedicado largos años a cubrir conflictos internacionales tan dramáticos como los de la ex-Yugoslavia o Ruanda, el autor reflexiona sobre la diferencia entre la soledad impuesta (loneliness) y la soledad escogida (solitude); sobre la casa y su contenido (libros, fotos, posters, objetos de adorno, recuerdos...) como "prolongación de lo que somos"; sobre la vida de barrio y su futuro amenazado por la privatización de los espacios y servicios públicos y por la proliferación de franquicias que desplazan al comercio local; sobre ciudades asediadas por la guerra, pero también por la especulación; sobre ciudadanas y ciudadanos aisladas por la tecnología; sobre las fronteras interiores que cada ciudad contiene; sobre los cementerios urbanos...

Y todo eso lo hace combinando perfectamente sensibilidad y crítica, orientadas ambas a remover sentimiento y razón para construir unas "ciudades pospandémicas" que rescaten y defiendan lo bueno de las actuales, pero que desechen los males que hoy las asolan. Para ello, como advierte Ramón Lobo en el último capítulo del libro (reproducido parcialmente AQUÍ), será imprescindible que la ciudadanía recuerde, que haga memoria de lo que ha supuesto la pandemia y el confinamiento y que no se sumerja acríticamente en el objetivo estupefaciente de la nueva normalidad:

"Los vecinos deberán decidir entre la memoria activa y la amnesia. Recordar quiénes fueron sus sostenedores, las personas que permanecieron en sus puestos de abastecimiento. Será necesario apostar por las tiendas de proximidad y por las librerías que sobrevivieron a los ataques del mercado financiero. Tras comprar mi primer libro pospandémico, uno de Benito Pérez Galdós, sentí ganas de bailar sobre la acera.
Los patrones de pisos turísticos que empobrecieron el alma de los barrios pedirán ayudas a las autoridades para seguir esquilmando. Los turistas tardarán meses o años en regresar, en moverse en masa seguidos de sus followers virtuales. Miles de pisos sin termitas castigarán el mercado. Podría ser la oportunidad de regularlo de otra manera. De un nuevo comienzo.
No emergemos de la Gran Pandemia como Europa de la segunda guerra mundial. Las ciudades, las infraestructuras y la industria están intactas. Solo es necesario descubrir las nuevas reglas, decidir las prioridades. ¿Soportará la gente un retorno a lo de siempre en manos de los de siempre? Espero que no. Si no, todos seremos culpables"
.

domingo, 20 de diciembre de 2020

Atxulaur Haitza, Urtutxe, Axkorrigan... y deambulando por Itxina

Esta mañana he salido a las 8:25 desde Pagomakurre en dirección a Atxulaur Atea, la más conocida de las entradas al macizo kárstico de Itxina. El camino, absolutamente embarrado, es a ratos una pista de patinaje.

 
 

Nada más cruzar el ojo (8:55 h.) he girado a la derecha para trepar hasta Atxulaur Haitza (1.117 m.), primer buzón de la mañana (9:05 h.).

 
 El Anboto surge entre un mar de nubes.
 
 Siguiendo a ratos por la cresta, otras veces descendiendo al bosque para encontrar el camino menos incómodo, me he dirigido hacia el Urtutxe, el segundo buzón de hoy.
 
 
Por el camino paso por una cima intermedia que, según he visto en alguna ruta, se llama Iruagineta. Pero como no aparece reseñada en Mendikat, no la tendré en cuenta.
Urtutxe y Axkorrigan.
 
Urtutxe (1.090 m. / 9:55 h.).


Continuo hacia el Axkorrigan. El terreno es complicado, con numerosas grietas. Hay que cuidar mucho dónde se pisa.
 
 Axkorrigan (1.099 m. / 10:15 h.).
 
 
 
 Gorbea.
 
Anboto.
 
Ganekogorta.
 
El Abra.
 
Vistazo hacia atrás.

He decidido introducirme en Itxina y salir a Arraba por Kargaleku o por Igalerantz. Porque todavía era pronto, para evitar el barro del camino de Atxulo a Pagomakurre y porque en una próxima salida quiero subir a las cumbres del interior de Itxina, en el corazón mismo del laberinto, y quería echar un vistazo a la zona: Txiritxakoatxa, Hatxiki, Itxinerdikoatxa e Iturri Ederrako Puntie
 
Axkorrigan desde la hoya que hay en su base.
Esta imagen nos da una idea de los que nos encontramos en el corazón de Itxina: una sucesión de dolinas y cumbres interiores, sin caminos claros, que exigen un gran esfuerzo y un continuo sube y baja. Eso sí, el paisaje es hermosísimo.
He pasado por la cueva de Supelegor (10:55 h.).
Y junto a dos cuevas más.
Hasta regresar al cruce bajo Atxulo. Como he dicho antes, he decidido alargar la caminata cogiendo dirección a Kargaleku, pero saliéndome en ocasiones del sendero para preparar futuras ascensiones.
Al fondo, Axkorrigan y Urtutxe.
El caso es que entre subidas y bajadas, buscando el mejor camino, he llegado al paso de Igalerantz a las 12:40 h. Desde aquí he bajado a Arraba y apretando el paso he regresadoa Pagomakurre a las 13:05. Que hoy habíamos quedado en el pueblo para tomar una cerveza...