jueves, 7 de enero de 2016

La insoportable insaciabilidad del ser nacional


http://elpais.com/elpais/2012/11/22/vinetas/1353601036_574882.html

Antonio Baños, una de las caras más visibles de la CUP, ha dimitido. En su carta de explicación indica que él se metió en política con un único objetivo: “El meu pas a la política (tot plegat uns cinc mesos) tenia només un sol sentit i objectiu: Que aquesta legislatura fos la de la ruptura irreversible amb l’Estat Espanyol i que, a més, la construcció de la República es fes des de un procés constituent popular i social”. Y si para ello había que votar a Mas, pues se le vota y punto.
Por su parte, la Asamblea Nacional Catalana se excusa públicamente por haber incluido a la CUP en su petición de voto a fuerzas independentistas. Ahora resulta que por no votar a Mas van a pasar a formar parte de esos "partidos políticos españoles que están en Catalunya, como el PP y Ciudadanos", adversarios según Carme Forcadell del "resto, [que] somos nosotros, el pueblo catalán, y sólo nosotros somos los que lograremos la independencia”.
Los procesos de estatonacionalización exigen de toda la energía política contenida en una sociedad. Hasta el último julio. Son insaciables y, en última instancia, incompatibles con la práctica política. Cuando una sociedad se embarca en la construcción de un Estado-nación cualquier otra cuestión se vuelve irrelevante, inconveniente o inaceptable, al menos hasta el día después de la independencia. Lo mismo ocurre, por cierto, cuando un Estado ya constituido pretende reforzar, por la razón que sea, sus señas de identidad nacional. De manera que si Isaías representaba el futuro mesiánico con la imagen del lobo y el cordero paciendo juntos, el nacionalismo español imagina estos días su propio futuro como la posibilidad de que un indecente, un ruin (o “ruiz”) y un ambicioso inexperto gobiernen juntos para evitar la ruptura de España.
Hace ya tiempo que vengo defendiendo que el lenguaje federal puede ser la lengua franca que abra en España un espacio político liberado del lenguaje tóxico de los nacionalismos. ¿O es que alguien cree de verdad que se puede discutir en serio con quien enarbola una camiseta de la selección de Cataluña o de Euskadi mediante el recurso a agitar, con igual o mayor forofismo, la camiseta de la selección de España? Mejor esta pelea a camisetazos que la lucha a garrotazos que pintara Goya, por supuesto; pero sigue siendo una confrontación intelectualmente absurda y políticamente incapacitante.
Seguramente es cierto, en estrictos términos jurídicos, que “dentro de un Estado sólo puede haber una nación (vinculada a la soberanía), de forma que si se quiere constituir una nueva nación (política) debe pasar a la formación de un nuevo Estado incompatible con el de la nación primera” (Eduardo Vírgala, “Nación y nacionalidades en la Constitución”, p. 173). Sin embargo, desde la perspectiva de la sociología política podemos afirmar que en un mismo Estado caben varias naciones, pero ni varios ni un sólo nacionalismo. El problema de España no es el de la existencia de varias naciones, sino de varios nacionalismos. No se trata de abonar discursos rancios sobre unidades o esencias nacionales, sino de apostar por un proyecto moderno de ciudadanía definida por los derechos y las libertades de todas y cada una de las personas, en un marco de estabilidad jurídica garantizado por las distintas instituciones del Estado.
Como señala Claudio Magris: “Nadie se enamora de un Estado pero hace falta el Estado para que podamos exaltarnos tranquilamente por lo que nos dé la gana y para que nuestra libertad, según la vieja definición liberal, sólo termine donde comienza la libertad del otro” (Utopía y desencanto, Anagrama, Barcelona 2001). O en palabras de Suso de Toro: “La nación contemporánea es la de ciudadanos diversos que conviven en espacios pactados y aceptados. Los afectos nacen después. O no ¿Y qué?” (Españoles todos, Península, Barcelona 2004).
 
> Publicado en EL DIARIO NORTE.

martes, 5 de enero de 2016

Indios y bisontes en la Montaña Palentina



Pahá Sapá, "El Corazón de Todo lo Existente": así era como denominaban los sioux a las Black Hills, el centro espiritual de un extenso territorio que incluía Idaho, Wyoming, Nebraska, Iowa y las dos Dakotas.
Convertidos en población sobrante, molestos residuos de una forma de vida nómada y guerrera ligada a las condiciones naturales de las Altas Llanuras, la expansión de la civilización europea en Norteamérica fue ocupando inexorablemente todos el territorio de los sioux.
El contexto en el que Nube Roja va a enfrentarse a esta expansión queda perfectamente expuesto al principio del libro de Tom Clavin y Bob Drury El Corazón de Todo lo Existente. La historia jamás contada de Nube Roja:
"La última mitad de la década de 1860 supuso un punto de inflexión psicológico en las relaciones entre blancos e indios en la sección central del país. El primer colonialismo europeo había provocado no solo la destrucción de los pueblos nativos, sino también una veneración paternalista -influenciada en parte por James Fenimore Cooper- hacia las culturas de los 'Nobles Salvajes' [...]. Sin embargo, el romanticismo de Cooper había quedado para entonces en un mero recuerdo borroso que unos Estados Unidos recién fortalecidos empezaban a sustituir en la posguerra por la concepción del 'destino manifiesto'. Las viejas actitudes se estaban reconfigurando con una claridad cruel, sobre todo entre los habitantes del Oeste. Incluso blancos que habían considerado en otros tiempos a los indios como el equivalente a unos niños caprichosos [...] a quienes había que 'civilizar' a base de biblias y arados- empezaban a verlos ya como una raza infrahumana que la ola del progreso debía exterminar o recluir en reservas".


http://www.wikiwand.com/en/Red_Cloud's_War

Contra esta civilización se alzó en 1866 Nube Roja, "el único indio capaz de afirmar haber vencido a Estados Unidos". Porque, en efecto, en 1868 el gobierno de Estados Unidos tuvo que admitir su derrota y aceptó firmar un acuerdo de paz, "por primera vez, bajo las condiciones de los indios". La razón de su improbable éxito estriba en su capacidad para introducir en distintas tribus indias -sioux, cheyenes del norte y arapahoes- una cultura militar más cercana a la de sus enemigos blancos que a su propia tradición guerrera
Como escriben los autores de este libro: "el piel roja y el hombre blanco no obedecen al mismo concepto de guerra y, mucho menos, a las mismas normas [...] la guerra como una empresa que lo abarcase todo  era un concepto ajeno a los indios [...] la mayoría no captaba el concepto de batalla del hombre blanco como una industria que funciona todo el año o como lo que ahora se denomina juego de suma cero".
El historiador Victor Davis Hanson ha profundizado extensamente en esta cuestión en su libro Matanza y cultura. Batallas decisivas en el auge de la civilización occidental (Turner/Fondo de Cultura Económica, Madrid/México, 2004). La pregunta central a la que busca dar respuesta Hanson es la siguiente: "por qué los occidentales han sido tan diestros a la hora de aprovechar los valores de su civilización para matar a otros, a la hora de guerrear de manera brutal sin caer ellos mismos en la batalla". Y esta es su respuesta, ilustrada con el análisis de distintas batallas, desde la de Salamina hasta la ofensiva del Tet, pasando por Tenochtitlán, Rock's Drift o Lepanto:
"Ninguna otra cultura que no fuera la occidental podría haber dado muestras de la disciplina, moral y destreza tecnológica en el arte de matar que los europeos pusieron de manifiesto en la locura de Verdún, un enfoque industrial de la matanza distinto incluso a la masacre tribal más horrenda. Ninguna tribu de indios americanos, ningún impi zulú podría haber reunido, asistido, armado -y hecho matar y reemplazado- a tantos cientos de miles de hombres para combatir durante meses y meses por una causa tan políticamente abstracta como la suerte de una nación Estado. Los apaches más aguerridos, protagonistas de las incursiones más audaces y homicidas de las Grandes Llanuras, se habrían marchado a sus poblados tras la primera hora de combates en Gettysburg". Y más adelante: "La forma de hacer la guerra de los occidentales es tan letal precisamente porque es amoral y rara vez se ve constreñida por consideraciones rituales, religiosas, éticas o de tradición. Sólo la guían las necesidades militares".
Pues bien: Nube Roja fue capaz de incorporar esta cultura de la guerra total, convirtiendo a sus guerreros en una exitosa máquina militar moderna. Así lo plantean Clavin y Drury:
"Se trataba de la primera vez que Estados Unidos se había encontrado ante un enemigo que usaba el mismo tipo de tácticas de guerrilla que un siglo antes había ayudado a su país a garantizar su existencia [...]. Los combatientes de Nube Roja habían tendido emboscadas y quemado caravanas de carretas, habían asesinado y mutilado a civiles, y habían superado en inteligencia y fuerza a las tropas del Gobierno en una serie de asaltos sangrientos que sacudieron al alto mando del Ejército de EE.UU. El hecho mismo de que un 'lider' bárbaro hubiese reunido y coordinado una fuerza multitribal tan amplia suponía una sorpresa para los estadounidenses, cuyos prejuicios raciales eran representativos de la época. Pero que Nube Roja hubiese logrado mostrar la suficiente determinación para mantener la autoridad sobre sus guerreros combativos y notablemente faltos de disciplina provocaba un impacto aún mayor".
Pero la misma amoralidad que guiaba a los blancos en la guerra los guiaba en la paz, y el acuerdo suscrito en 1868 entre Nube Roja y el general Philip Sheridan en Fort Laramie pronto fue sistemáticamente incumplido: "El general Sheridan lo entendía de manera distinta y empezó a fraguar un plan a largo plazo que obligaría a los indios, sobre todo a los lakotas, a encerrarse en reservas muy al este del territorio del río Powder. El objetivo era doble: mantener al enemigo vigilado y, poco a poco, hacer que fuese más dependiente de los bienes y servicios del Gobierno".
Aún tendría lugar, en 1876, la última gran batalla india contra el ejército estadounidense: fue en Little Bighorn, donde los sioux liderados por Caballo Loco derrotaron al general Custer. Pero para entonces Nube Roja ya había renunciado a luchar por su futuro, convencido de que tal lucha estaba destinada al fracaso. Como confesó en una conversación con el Secretario del Interior Joseph P. Cox: "Ahora nos estamos derritiendo como la nieve en las laderas, mientras que ustedes están creciendo como la hierbe de primavera".
Otro acierto editorial de Capitán Swing.

Mientras leía el libro me venía a la memoria una curiosa formación rocosa que puede verse si, caminando por las crestas del Alto de los Llanos, nos olvidamos de senderos y caminos y bajamos al valle de Miranda entre peñas y bosques. Siempre me ha recordado la silueta de un indio.



Ya puestos, qué mejor ocasión para seguir manteniendo el eco de la historia de Nube Roja que visitar la Reserva del Bisonte Europeo de San Cebrián de Mudá, iniciativa que demuestra la inmensa voluntad y capacidad de una modesta administración local, liderada por su alcalde Jesús González, para buscar alternativas de vida para las comunidades de la Montaña Palentina.
El destacado politólogo norteamericano Benjamin Barber lleva tiempo explicando por qué los alcaldes deberían gobernar el mundo (aquí y aquí). Barber piensa fundamentalmente en los alcaldes de las grandes ciudades globales; yo pienso también en los alcaldes de estos pequeños enclaves rurales.



Una Montaña Palentina que, ya por sí misma, nos ofrece estampas y escenas maravillosas.