El socialismo ha perdido dos valores que son fundamentales en tiempos de crisis. El primero de ellos es la audacia. Cuando las situaciones son de enorme dificultad, solo los que muestran cierta valentía pueden convertirse en referentes para los demás. Pero una parte de la izquierda, en lugar de abanderar soluciones valientes, parece ir a remolque de los acontecimientos. Y esto es una dificultad puesto que muchos de los problemas económicos, sociales y políticos por los que pasan las sociedades europeas exigen respuestas audaces. Por ejemplo, es más que evidente que el nivel de endeudamiento público y privado de las economías del sur de Europa es un lastre para su recuperación. Pero hasta la fecha, a una parte de la izquierda le cuesta utilizar palabras como “reestructuración”. Poco a poco, los principales economistas ven más que evidente que las economías del sur de Europa están abocadas a emprender esta tarea. De hecho, ya se está haciendo de “tapadillo”. Que el plan Juncker implique que las inversiones en infraestructuras productivas no compute para la deuda y el déficit es un reconocimiento implícito a este hecho.
El segundo de los valores que la socialdemocracia debe recuperar es la creatividad. Necesitamos soluciones imaginativas y distintas. La izquierda mayoritaria lleva mucho tiempo sin ver más allá del realismo. El posibilismo la ha encorsetado tanto que, en muchas ocasiones, al socialismo le cuesta soñar con una sociedad distinta en un mundo distinto. Así, cada vez que alguien sugiere una idea nueva, se invierten más esfuerzos en desmontarla mostrando las dificultades de llevar a cabo esa propuesta, que en intentar pensar cómo se podría realizar. Un ejemplo de esto es la renta básica universal. Nadie duda de la enorme dificultad de implementar una medida de estas características. Pero, ¿realmente es imposible? ¿Acaso no existe una enorme literatura de economistas rigurosos que llevan tiempo debatiendo sobre ello?
Me parece un diagnóstico poco atinado, que no alcanza a plantear la gravedad de la prostración que afacta al PSOE. Audacia y creatividad son, en todo caso, valores instrumentales o virtudes secundarias, vehículos para la expresión o aplicación de otros valores primarios, de carácter fuertememte normativo. Estos otros valores, sustantivos, son los que la socialdemocracia ha ido perdiendo en el transcurso de su larga marcha a través de las instituciones.
Urquizu, que publica habitualmente sus artículos en EL PAÍS, ha sido colaborador de la Fundación Alternativas, y así firmaba sus artículos hasta hace un tiempo; ahora firma como coordinador del seminario de análisis político de Metroscopia. Es, sin duda, un reconocido prescriptor para el socialismo español.
En noviembre de 2012 publicó el libro La crisis de la socialdemocracia: ¿qué crisis?, en el que defiende la tesis de que el cambio ideológico experimentado por la socialdemocracia (SD) europea se ecplica, esencialmente, como un intento de responder de la manera más adecuada a las circunstancias de cada momento. Frente a la idea de que la SD ha "traicionado" con estos cambios sus principios fundamentales, el autor explica lo ocurrido como capacidad de adaptarse a la realidad de su tiempo, una realidad que también ha contribuido a cambiar. Es un libro interesante, pero hay algo en elplanteamiento del mismo que me parece, además de discutible desde la ciencia social, sumamente preocupante desde una perspectiva política aplicada.
"Si algo define a los principios programáticos de la
socialdemocracia es su capacidad de adaptarse a las circunstancias”, escribe Urquizu marcando desde el principio el terreno en el que se va a mover el libro (p. 15).
En su explicación de la situación actual de la SD el autor afirma querer huir tanto del historicismo como de la visión normativa: El historicismo serían narraciones o descripciones ya sea de un determinado momento o de largos proceso históricos, carentes de una teoría general que permita no sólo describir sino, sobre todo, explicar los cambios (p. 20). La visión normativa sería aquella que juzga los cambios: Para entender los cambios y “relativizar los momentos de transformación programática” es preciso “quitar peso a las valoraciones normativas sobre el cambio ideológico de los partidos socialistas, evitando los juicios de valor. Que la izquierda mute no es bueno ni malo, sino producto de un conjunto de factores que, en algunas ocasiones, escapan del control de los dirigentes políticos” (22).
En abstracto es cierto: cambiar no tiene por que ser en sí mismo bueno o malo. Pero despojar el análisis de estos cambios de cualquier juicio normativo condena al autor a mantener una insoportable ambivalencia ante el caso de Rosa Luxemburgo y los Espartaquistas: “El apoyo del SPD alemán a las partidas presupuestarias de la Primera Guerra Mundial fue visto como una traición y una renuncia a la lucha del proletariado” , escribe (p. 26). ¿Es que acaso no lo fue? ¿Puede ventilarse como una simple "adaptación pragmática a las circunstancias"?
En su explicación de la situación actual de la SD el autor afirma querer huir tanto del historicismo como de la visión normativa: El historicismo serían narraciones o descripciones ya sea de un determinado momento o de largos proceso históricos, carentes de una teoría general que permita no sólo describir sino, sobre todo, explicar los cambios (p. 20). La visión normativa sería aquella que juzga los cambios: Para entender los cambios y “relativizar los momentos de transformación programática” es preciso “quitar peso a las valoraciones normativas sobre el cambio ideológico de los partidos socialistas, evitando los juicios de valor. Que la izquierda mute no es bueno ni malo, sino producto de un conjunto de factores que, en algunas ocasiones, escapan del control de los dirigentes políticos” (22).
En abstracto es cierto: cambiar no tiene por que ser en sí mismo bueno o malo. Pero despojar el análisis de estos cambios de cualquier juicio normativo condena al autor a mantener una insoportable ambivalencia ante el caso de Rosa Luxemburgo y los Espartaquistas: “El apoyo del SPD alemán a las partidas presupuestarias de la Primera Guerra Mundial fue visto como una traición y una renuncia a la lucha del proletariado” , escribe (p. 26). ¿Es que acaso no lo fue? ¿Puede ventilarse como una simple "adaptación pragmática a las circunstancias"?
“Si los partidos socialistas han ido modificando sus propuestas
políticas es porque la realidad ha cambiado”, dice. “La evolución ideológica de la SD no deja de ser una
adaptación constante a las circunstancias. Los dirigentes socialistas presentan
los proyectos políticos en un contexto determinado. Por ello, una modificación
ideológica de la izquierda no puede interpretarse como una crisis” (75). “En todo caso, la socialdemocracia estaría en crisis
si no fuese capaz de amoldarse y cambiar según las circunstancias” (75-76).
¿Sin ningún límite normativo?
Urquizu explica básicamente la moderación ideológica de la SD por las exigencias derivadas de su participación en la política institucional (elecciones, parlamentos, gobiernos) y por el heco, más reciente en la historia, de tener que desarrollar su actividad política en el marco de esta Unión Europea.
De nuevo, la pregunta es la misma: ¿qué Europa ha impulsado la SD? La pregunta esencial no es “¿Qué efectos han tenido las instituciones europeas sobre la izquierda?” (59), la pregunta relevante es otra: ¿qué influencia ha tenido la izquierda sobre la construcción europea? Porquelo que debemos criticar de la SD no es que haya perdido sus batallas, sino que haya renunciado a plantearlas.
En cuanto a la primera cuestión, la participación en las instituciones representativas hace que se modere su programa máximo (28). “En la medida en que los partidos socialistas buscaban votos más allá de la clase obrera, renunciaban a su programa máximo. Pero esta renuncia ideológica les llevaba a perder apoyos entre los trabajadores, lo que reforzaba su estrategia de seguir buscando los votos de más clases sociales además de la obrera” (53). “La extensión del sufragio universal, la competición electoral y las posibilidades de gobernar influyeron en su moderación ideológica” (58). “Una vez que el socialismo aceptó la democracia representativa como instrumento político para transformar la sociedad, las preferencias del electorado se convirtieron en una parte importante de la estrategia política de la izquierda. Así, las formaciones socialdemócratas tuvieron que ‘adaptar’ sus propuestas programáticas a las demandas de los votantes” (71). “Cuando mejora la renta de la clase obrera, la SD se modera”(69).
¿Y la hegemonía? ¿Y la moralización de esas preferencias? ¿Qué ha hecho la SD para mantener vivos y activos elementos esenciales de su proyecto también en un contexto de crecimiento económico? Si ahora repasáramos la hemeroteca encontraríamos demasiadas pruebas de que el PSOE y la SD europea en general no sólo se han adaptado a unas determinadas preferencias del electorado, sino que han sido entusiastas legitimadores de estas: desde el socioliberalismo de Boyer y Solchaga al desembarco de ministros socialistas, presidente González incluido, en consejos de administración de grandes empresas.
En cuanto a la Unión Europea: “Si partimos del supuesto de que el Estado tiene un papel fundamental para el proyecto político de la SD, la unión económica y monetaria supone una seria restricción para la izquierda. Cuando los partidos socialistas acceden al poder en la Eurozona, ya no tienen la misma libertad que antes y, por lo tanto, ya no pueden desarrollar la política económica ni manejar las cuentas públicas como ellos podrían desear” (62). “Los partidos socialdemócratas que tienen que realizar propuestas ideológicas dentro de la unión económica y monetaria son mucho más moderados y están más cerca del centro ideológico que el resto de formaciones socialistas. […] Los corsés que el diseño de la Eurozona impone han hecho que la SD se haya moderado ideológicamente” (66).
En fin. La conclusión no puede ser más tranquilizadora para quienes han dirigido y dirigen el PSOE: “Cada vez que la izquierda modificaba sus propuestas, surgían los ‘guardianes de las esencias’ y acusaban a los ‘renovadores’ de traicionar los principios […] Pero, realmente, no cambiar y no adaptarse a la realidad sí que sería una crisis profunda” (130). Las burocracias de la SD aplauden con las orejas cuando leen esto. Y aún más si a continuación leen: “Calificar esta evolución programática de crisis o traición no es justo” (104). “¿Deberían ser los partidos socialistas sordos ante los cambios sociales, políticos y económicos? Es verdad que, en algunos aspectos, la izquierda tiene margen de maniobra para cambiar las circunstancias, como, por ejemplo, el diseño de la unión económica y monetaria. En cambio, en otro debería congratularse de que la sociedad sea más justa o de que los trabajadores mejoren sus condiciones de vida. Si la izquierda ha cambiado en su visión de la economía no ha sido por una traición o una supuesta conspiración, sino porque ha sido capaz de adaptarse a las circunstancias de su tiempo, unas circunstancias que ha contribuido a cambiar” (105).
Ya está, pues, tranquilidad. Lo hemos escuchado en la Conferencia Autonómica del PSOE: "Nosotros no podemos, ya hemos podido”, ha dicho Iceta. Y sí, claro que sí,claro que el PSOE está detrás de la mayoría de los avances en libertades y en derechos que se han producido en la España democrática, pero también está detrás (o al lado, como fiel pactador) de muchos grandes retrocesos.
Tras la derrota del PSOE en las elecciones generales Urquizu aconsejaba "repensar el proyecto socialista en varias de sus dimensiones", pero para nada plantear una "catarsis" o "practicar un haraquiri colectivo".
Dado que nadie entre los dirigentes y responsables políticos del PSOE se mostró particularmente catártico tras la derrota y que lo más parecido a un haraquiri que pudimos ver fue esa muerte dulce por intoxicación con gases que fue el proceso de sustitución de Rubalcaba como secretario general, me temo que consejos como los de Urquizu, seguramente bien fundados y mejor intencionados, sirvieron para construir y afirmar la opinión (tan propia de los aparatos de los partidos) de que la cosa no era para tanto, de que lo mejor era mantener la calma y de que la pregunta por las razones del fracaso electoral había que mantenerla en un perfil bajo.
Son consejos como este los que llevan adormeciendo la conciencia crítica y la capacidad de reacción del socialismo español hasta convertirlo en lo que hoy es: una caricatura de sí mismo.