viernes, 22 de julio de 2022

Buena suerte

Nickolas Butler
Buena suerte
Traducción de Álvaro Marcos
Libros del Asteroide, 2022

"Teddy había comenzado a ver la casa como un templo, aunque no era capaz de precisar a qué religión estaría consagrado. La del dinero, era lo más probable, aunque eso lo incomodaba de una forma que no había esperado. ¿Cómo podía aquella hermosa casa, a cuya contemplación se había entregado tantas mañana -el sol ascendente dorando las ventanas y el tejado mientras la fuente termal humeaba en el aire frío-, cómo podía aquella estructura no ser más que un homenaje a la riqueza? Y si ese era el caso, ¿en qué convertía sus esfuerzos? ¿En qué los convertía a ellos?".


Cuarta novela de Nickolas Butler, tras la maravillosa Canciones de amor a quemarropa, El corazón de los hombres y Algo en lo que creer. Cuatro historias muy distintas en su trama que, sin embargo, comparten elementos que son muy característicos de la escritura de Butler: historias cotidianas, de personas comunes vinculadas por fuertes relaciones familiares o de amistad, que viven en pequeñas comunidades rurales del Medio Oeste americano.

En este caso Butler cuenta la historia de tres amigos y socios de una modesta empresa de construcción que viven y trabajan en una pequeña ciudad de Wyoming. Un día reciben el encargo de retomar y concluir la construcción de una espectacular residencia en una remota zona de montaña: "Imagínese algo parecido a la Casa Schindler, solo que con tres plantas, un diseño aún más audaz y abrazando una montaña. Mil ciento cincuenta metros cuadrados, tres garajes y huella de carbono cero. Sistema geotérmico de calefacción y refrigeración, energía solar activa y pasiva. Una chimenea central
construida enteramente con piedras de canteras locales. Cuatro dormitorios, tres baños. Con eso debería poder hacerse una idea general"
. La propietaria, una exigente y adinerada abogada californiana, les ofrece trabajar en un proyecto millonario, del que podrían obtener unos beneficios económicos impensables que se verían incrementados con una prima de ciento cincuenta mil dólares para cada uno si logran tener totalmente lista la casa en el plazo de cuatro meses, antes de la Navidad. Parece una tarea imposible, más teniendo en cuenta el incierto clima de la alta montaña. Pero una mezcla de codicia y de orgullo profesional les lleva a aceptar el encargo:

"Aquella era la casa que había de cambiar su suerte para siempre. [...] Necesitaban esa obra, ese golpe de suerte. Significaba trabajo para un año entero, si no más. Nada que ver con las chapuzas ingratas y tediosas en las que se habían dejado la espalda durante los últimos años. No, esto era algo con lo que labrarse un nombre, una reputación de la que vivir durante décadas. El tipo de casa de diseño que uno puede admirar después y señalar con orgullo, diciendo: «Eso lo construí yo. Con estas manitas». La clase de vivienda que podrían visitar con sus nietos cuando fueran viejos y en la que siempre serían bien recibidos, como maestros de un arte en vías de extinción".

A partir de aquí Butler despliega toda su capacidad, que es mucha, para construir personajes complejos a los que coloca en situaciones límite, en las que se lo juegan todo: su identidad personal, sus vínculos afectivos, sus sueños y aspiraciones y hasta su vida, literalmente. Tres hombres trabajadores impulsados por el sueño americano, convencidos de haber recibido un improbable golpe de buena suerte, pero conscientes, también, de "trabajar al servicio de las apetencias del uno por ciento más rico de la población". ¿Qué podría salir mal?

martes, 19 de julio de 2022

El parque de los perros

Sofi Oksanen
El parque de los perros
Traducción de Laura Pascual Antón
Salamandra, 2022

"Empezó a repasar los motivos por los que tendrían que perseguirme hasta el fin del mundo. Me dio una lista de nombres. Chicas a las que yo había olvidado y chicas a las que nunca había conocido. Chicas a las que les habían metido muchas más hormonas de las que les habrían inyectado en otros sitios mejor regulados como, por ejemplo, Londres. Chicas que habían enfermado. Chicas a las que les habían quitado los ovarios. Chicas que habían tenido complicaciones o cuyos úteros habían sido perforados por error. Chicas que habían tenido que regresar a las clínicas de fertilidad, no como donantes sino como clientas. Chicas cuyo bienestar nadie comprobaba una vez que desaparecieron de los catálogos de la agencia".


Dos mujeres se encuentran en un parque de Helsinki en 2016. Ambas observan a una feliz y convencional familia -una mujer, un hombre, una niña, un niño- que pasean a su perro. ¿O no tan convencional? Aunque el tiempo y la vida las han tratado con dureza a una de las mujeres, estas acaban reconociéndose: ambas comparten un pasado oscuro, la una como directiva de una empresa ucraniana de vientres de alquilar, la otra como donante de óvulos, primero, y como madre gestante, después. La familia del parque forma parte de ese pasado.
 
Una historia terriblemente dolorosa, de jóvenes bellas tratadas como ganado reproductor a cambio de una promesa de fortuna que las saque de pobres a ellas y a sus familias: "Había estado dispuesta a lo que fuera, pero ahora me alegraba de poder conservar el hígado y los riñones y de no tener que ir llamando a las puertas de las agencias matrimoniales. En comparación con eso, donar unos cuantos óvulos era algo ridículamente sencillo". Jóvenes ilusionadas con una carrera como modelos que nunca llegó a despegar (también la hermosura, cuando sobreabunda, experimenta un proceso de utilidad marginal decreciente como bien de mercado); jóvenes huidas de la guerra en Donetsk ("La guerra continuaría, habría más cadáveres, sin cabeza o calcinados o reventados en mil pedazos"); mujeres jóvenes reducidas a un útero por un biocapitalismo global en el que "únicamente los futuros padres gozaban de seguridad jurídica, y ni las donantes ni las madres de alquiler tenían ningún derecho".

La mercantilización total de la vida y los cuerpos femeninos es una demostración aterradora de eso que tan bien explica Michael J. Sandel en Lo que el dinero no puede comprar (Debate, 2013; traducción de Joaquín Chamorro Mielke): que, frente a lo que sostienen los economistas hegemónicos, los mercados no son inertes o neutrales, meros procedimientos, sino que "dejan su marca" en los bienes intercambiados, y que esta marca es muchas veces la de la corrupción de tales bienes; porque "los mercados no solamente distribuyen bienes, sino que también expresan y promueven ciertas actitudes respecto de las cosas que se intercambian". "Cosas" como el cuerpo de una mujer, como sus óvulos o su útero, como la criatura que ha engendrado... 

Una economía (in)moral de la gestación subrogada que, guiada por el lucro, es terreno abonado para la proliferación de prácticas ilegales o directamente mafiosas. Y por aquí surge otra subtrama de una novela tan desasosegante como necesaria.