El parque de los perros
Traducción de Laura Pascual Antón
Salamandra, 2022
"Empezó a repasar los motivos por los que tendrían que perseguirme hasta el fin del mundo. Me dio una lista de nombres. Chicas a las que yo había olvidado y chicas a las que nunca había conocido. Chicas a las que les habían metido muchas más hormonas de las que les habrían inyectado en otros sitios mejor regulados como, por ejemplo, Londres. Chicas que habían enfermado. Chicas a las que les habían quitado los ovarios. Chicas que habían tenido complicaciones o cuyos úteros habían sido perforados por error. Chicas que habían tenido que regresar a las clínicas de fertilidad, no como donantes sino como clientas. Chicas cuyo bienestar nadie comprobaba una vez que desaparecieron de los catálogos de la agencia".
Dos mujeres se encuentran en un parque de Helsinki en 2016. Ambas observan a una feliz y convencional familia -una mujer, un hombre, una niña, un niño- que pasean a su perro. ¿O no tan convencional? Aunque el tiempo y la vida las han tratado con dureza a una de las mujeres, estas acaban reconociéndose: ambas comparten un pasado oscuro, la una como directiva de una empresa ucraniana de vientres de alquilar, la otra como donante de óvulos, primero, y como madre gestante, después. La familia del parque forma parte de ese pasado.
Una historia terriblemente dolorosa, de jóvenes bellas tratadas como ganado reproductor a cambio de una promesa de fortuna que las saque de pobres a ellas y a sus familias: "Había estado dispuesta a lo que fuera, pero ahora me alegraba de poder conservar el hígado y los riñones y de no tener que ir llamando a las puertas de las agencias matrimoniales. En comparación con eso, donar unos cuantos óvulos era algo ridículamente sencillo". Jóvenes ilusionadas con una carrera como modelos que nunca llegó a despegar (también la hermosura, cuando sobreabunda, experimenta un proceso de utilidad marginal decreciente como bien de mercado); jóvenes huidas de la guerra en Donetsk ("La guerra continuaría, habría más cadáveres, sin cabeza o calcinados o reventados en mil pedazos"); mujeres jóvenes reducidas a un útero por un biocapitalismo global en el que "únicamente los futuros padres gozaban de seguridad jurídica, y ni las donantes ni las madres de alquiler tenían ningún derecho".
La mercantilización total de la vida y los cuerpos femeninos es una demostración aterradora de eso que tan bien explica Michael J. Sandel en Lo que el dinero no puede comprar (Debate, 2013; traducción de Joaquín Chamorro Mielke): que, frente a lo que sostienen los economistas hegemónicos, los mercados no son inertes o neutrales, meros procedimientos, sino que "dejan su marca" en los bienes intercambiados, y que esta marca es muchas veces la de la corrupción de tales bienes; porque "los mercados no solamente distribuyen bienes, sino que también expresan y promueven ciertas actitudes respecto de las cosas que se intercambian". "Cosas" como el cuerpo de una mujer, como sus óvulos o su útero, como la criatura que ha engendrado...
Una economía (in)moral de la gestación subrogada que, guiada por el lucro, es terreno abonado para la proliferación de prácticas ilegales o directamente mafiosas. Y por aquí surge otra subtrama de una novela tan desasosegante como necesaria.
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