miércoles, 27 de agosto de 2014

Shakespeare and Company, o la utopía de leer un libro al día mientras se intenta cambiar el mundo



El verano se acaba y yo aprovecho para continuar con la lectura más gratuita y disfrutona, que ya llegará el momento de tener que privilegiar un criterio más instrumental: informes de investigación, ensayos de ciencias sociales, artículos científicos, trabajos de alumnas y alumnos...


Otra lectura maravillosa: el libro de Jeremy Mercer La librería más famosa del mundo, publicado por esa delicatessen que es la editorial Malpaso (libros que da gusto tener entre las manos y que son, también, una delicia visual).
El libro narra los meses que Mercier -periodista de sucesos canadiense forzado a salir de su país ante el temor de que un antiguo caso le complicara la vida- pasó en la librería Shakespeare and Company
destacada como una de esas librerías míticas para las y los librívoros.


"Ahora casi cumplía con el precepto de George de un libro por día...", escribe Mercier, y a mí se me saltan las lágrimas de emoción y rechino los dientes de envidia. ¡Un libro al día! Además de picnics junto al Sena, tertulias literarias en los cafés a la sombra de Notre Dame, personajes pintorescos provenientes de todos los rincones del mundo...

"- Mira, eso es lo que siempre he querido que fuese este sitio -reflexiona el fundador de la actual librería, George Whitman. A veces miro a Notre Dame ahí enfrente y me digo que Shakespeare & Company es un anexo de la iglesia. Un lugar para la gente que no encaja del todo en ningún otro sitio". Mercier recuerda esta reflexión al final del libro y escribe:
"Al rememorar aquellos meses me doy cuenta de que todos los que vivíamos en la librería arrastrábamos un fantasma de un modo u otro. Tal vez por eso permanecimos durante tanto tiempo allí. Pienso en lo que dijo George sobre la librería como anexo de Notre Dame y creo que es muy cierto. En puridad, sí, se trata de una célebre librería, sí, y su importancia literaria no es poca. Pero por encima de todo, Shakespeare & Company es un refugio, igual que la iglesia situada al otro lado del río. Un lugar cuyo dueño permite a todo el que lo desee que tome lo que necesite y dé lo que pueda".



 Absolutamente recomendable.

martes, 26 de agosto de 2014

Jean Giono y el canto del mundo



Leí hace unos años El hombre que plantaba árboles, publicado por la editorial barcelonesa Duomo.
Me gustó mucho la historia de ese personaje solitario, Elzéard Bouffier, que mientras Europa se desangraba en la Primera Guerra Mundial, él se dedicaba a plantar árboles en la Provenza alpina. Robles, hayas, abedules, iban creciendo y al hacerlo transformaban un paisaje desnudo, monótono y reseco, en una tierra verde y  fértil.
Me gustó tanto que se ha convertido en uno de los libros que acostumbro regalar en ocasiones o a personas especiales.

Una historia sencilla, que en su momento me hizo recordar El principito de Saint-Exupéry, en absoluto moralista, aunque sí profundamente moral. Por cierto, dos autores cuya relación con la guerra, opuesta, les convirtió en un momento de su vida en "resistente", al audaz aviador Exupéry, y en "colaborador", al pacifista Giono.




Existe una versión audiovisual, accesible aquí. También puede encontrarse el texto en la web, es muy muy breve; pero se trata de un librito que no sólo hay que leer, también hay que sentir tocándolo.
Recientemente he visto en Cámara que hay también una nueva versión, con bellas ilustraciones en relieve (pop-up)..


Ahora he leído su libro de relatos La soledad de la compasión, editado por otra independiente: la también barcelonesa Elba.
Son historias que transcurren en el mismo espacio geográfico, en la Provenza colindante con los Alpes; historias cotidianas de unos personajes que habitan en aldeas rurales, inmersos en una naturaleza a veces dura.
"Hace muchísimo tiempo que deseo escribir una novela en la que se oiga cantar al mundo".  Así empieza el último de los relatos que componen el volumen. Al leerlos, justamente en un entorno rural de montaña, sentado entre el sol y la sombra, yo diría que Giono lo ha conseguido.


La soledad de la compasión