lunes, 1 de octubre de 2012

Rajoy y la democracia inactiva

Mariano Rajoy es un auténtico purista de la democracia: cuando la democracia está amenazada por el acoso del capitalismo de casino, él critica a quienes se movilizan para denunciar este acoso y se fuma un puro. Lo dicho, un purista democrático.


Desde Nueva York, Rajoy se ha despachado contra la movilización  del 25-S con unas declaraciones impropias de un dirigente político democrático: “Permítanme que haga aquí en Nueva York un reconocimiento a la mayoría de españoles que no se manifiestan, que no salen en las portadas de la prensa y que no abren los telediarios. No se les ven, pero están ahí, son la mayoría de los 47 millones de personas que viven en España. Esa inmensa mayoría está trabajando, el que puede, dando lo mejor de sí para lograr ese objetivo nacional que nos compete a todos, que es salir de esta crisis”.

Según el ideal democrático de Rajoy el buen ciudadano es aquel que va "de su corazón a sus asuntos", que no monta líos, que trabaja si puede y que, porque calla, otorga y consiente. Más allá de la profunda insensibilidad que muestra el purista con su referencia a esa mayoría de la que trabaja "el que puede", el elogio de la mayoría inactiva y silente entonado por Rajoy es la perfecta prueba de la antipolítica que caracteriza al proyecto neocon que el PP impulsa en España. Su ideal es el de una ciudadanía desertora del espacio público, reducida a individuos consumidores retirados a sus particulares paraísos (o purgatorios) privados.

En su libro de 2003 En busca de un nuevo orden, ese liberal militante y sin tacha que era Ralf Dahrendorh escribía lo siguiente a propósito de la "política de la libertad", que él consideraba la idea rectora de todo progreso humano y el fundamento último de la democracia:

"La libertad no es nunca un cómodo cojín sobre el que podamos reposar o entregarnos a un placer pasivo. La libertad es un envite, una invitación a la acción. Y es que la actividad no siempre es algo completamente obvio. En este sentido, incluso los dos liberales más importantes, Karl Popper y Friedrich von Hayek, se mostraron demasiado modestos, por no decir pasivos. La sociedad abierta permite probar, equivocarse y corregirse. Pero ¿y si nadie intenta ya recorrer nuevos caminos? ¿Y si la apatía acaba reemplazando a la participación activa en la vida de la comunidad? En el pasado ya estuvimos, y probablemente todavía seguimos estando, muy próximos a una situación de este  tipo. En el mejor de los casos, que no es nada bueno, esta apatía es un recaer en una especie de autoritarismo involuntario. Mientras los ciudadanos duermen, los poderosos hacen y deshacen".

Dahrendorf defendía un concepto de libertad activa entendida como "la actividad capaz de hacer realidad las oportunidades que ofrece la vida". Una perspectiva incomprensible para un partido que entroniza como "liberal" a una Esperanza Aguirre cuyo testamento político ha sido Eurovegas: apoteosis del individuo consumista que confía a la suerte la superación de todas sus miserias.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Tres razones para creer en Dios (según Charlie Parker)

John Connolly es irlandés, muy irlandés, y escribe una literatura "negra" que combina con pericia la novela de detectives clásica con una apertura a lo sobrenatural que, sin embargo, no desentona en absoluto en sus elaboradas tramas.
En su última novela, titulada Cuervos, un siempre atormentado Charlie Parker busca unos instantes de paz en una iglesia dedicada a San Maximilian Kolbe (existe, sí y no es casualidad que sea esa esta advocación la que consuela a Parker), donde reflexiona sobre sus razones para creer en Dios:

En cierta ocasión, Louis me preguntó si creía en Dios después de todo lo que había visto y de todo lo que había sufrido, muy en especial la pérdida de Susan y Jennifer. Le di tres respuestas, probablemente dos más de las que esperaba. Le expliqué que me resultaba más fácil creer en Dios que no creer, porque si no creía en nada, las muertes de Susan y Jennifer carecían de sentido y razón, y prefería albergar la esperanza de que su pérdida formase parte de un designio que yo aún no entendía. Le expliqué que el Dios en quien creía a veces miraba en otra dirección. Era un Dios distraído, un Dios abrumado por nuestras exigencias, y nosotros éramos muy, muy insignificantes, y muy, muy numerosos. Le expliqué que entendía que a veces le pasara eso. Mi Dios era como un padre que siempre intentaba velar por su hijos, pero uno no siempre podía estar al lado de sus hijos, por más que se esforzara. Yo no estuve al lado de Jennifer cuando más me necesitó y me resistía a culpar a mi Dios de eso.
Y le expliqué que creía en Dios porque había visto a su polo opuesto. Había visto todo lo que no era Él, y me había sentido tocado por aquello y por consiguiente ya no podía negar la posibilidad de una bondad máxima para contrarrestar tal depravación, como no podía negar que la luz del día seguía a la oscuridad, y la noche al día.
Le expliqué todo esto, y él se quedo en silencio.