Réquiem / Poema sin héroe
Edición, introducción y traducción de Jesús García Gabaldón
Cátedra, 2023 (12ª edición)
"Quisiera llamar a todas por su nombre,
pero confiscaron la lista y no se puede encontrar.
Para ellas he tejido un vasto sudario
con las pobres palabras que les oí.
De ellas me acuerdo siempre, en todas partes.
No las olvidaré en una nueva desgracia.
Y si amordazaran mi atormentada garganta,
por la que gritan cien millones de voces,
que ellas también rueguen por mí
en la víspera del aniversario de mi muerte".
Había empezado a leer este libro de la poeta Anna Ajmátova cuando se cruzó Deseo cenizas para mi casa, de Daria Serenko, que escribe lo siguiente: "No hace mucho memoricé los nombres de varios represaliados y presos políticos por si acaso borraban las listas. Si todos memorizamos unos pocos, no conseguirán acabar con nuestra memoria. Lástima que no funcione de esa forma". Al leerlo, recordé lo que Anna Ajmátova cuenta, "en lugar de prefacio", al inicio de su Réquiem:
"En los terribles años de Yezhov [jefe de la policía política estalinista, responsable de las purgas de 1936 a 1938] pasé diecisiete meses en las colas de las cárceles de Leningrado. En una ocasión alguien, de alguna manera, me reconoció. Entonces una mujer de labios azules que estaba tras de mí, quien, por supuesto, nunca había oído mi nombre, despertó del aturdimiento en que estábamos y me preguntó al oído (allí todas hablábamos en voz muy baja):
- Y esto, ¿puede describirlo?
Y yo dije:
- Puedo.
Entonces algo parecido a una sonrisa asomó por lo que antes había sido su rostro".
Anna Ajmátova (1889-1966), una de las poetas más importantes y emblemáticas de la literatura rusa del siglo XX, fecha estos hechos en Leningrado, el 1 de abril de 1957. Su vida y su obra fueron atravesadas por los momentos más turbulentos de la historia de Rusia: la caída del zarismo, la Revolución de Octubre, las purgas estalinistas y la Segunda Guerra Mundial. Su voz, tan serena como profunda, se convirtió en un símbolo de resistencia, dignidad y dolor silencioso.
Nacida como Anna Andréyevna Gorenko en el seno de una familia aristocrática cerca de Odesa (entonces parte del Imperio ruso, hoy Ucrania), adoptó el seudónimo "Ajmátova" -el apellido de su bisabuela tártara- porque su padre, funcionario del Estado, le prohibió usar el apellido familiar para no "deshonrarlo" escribiendo versos. Se dio a conocer en los años previos a la Revolución con poemas que pertenecen al movimiento del acmeísmo, corriente literaria que se oponía al simbolismo dominante y abogaba por una poesía más concreta, sobria y clara. Sus primeros libros, como La tarde (1912) y Rosario (1914), la consagraron rápidamente. En ellos, Ajmátova exploraba el amor, el deseo, la pérdida y el orgullo femenino con una intensidad contenida que la hizo muy popular.
La historia personal de Anna Ajmátova se entrelaza profundamente con la tragedia colectiva del pueblo ruso bajo el régimen estalinista. Su primer marido, el también poeta Nikolái Gumiliov, fue fusilado en 1921 por supuesta conspiración antisoviética. Su único hijo, Lev Gumiliov, fue arrestado y enviado varias veces a campos de trabajo forzado. Ajmátova, pese a la represión, se negó a exiliarse y permaneció en la URSS, donde fue sistemáticamente silenciada y vigilada.
La historia personal de Anna Ajmátova se entrelaza profundamente con la tragedia colectiva del pueblo ruso bajo el régimen estalinista. Su primer marido, el también poeta Nikolái Gumiliov, fue fusilado en 1921 por supuesta conspiración antisoviética. Su único hijo, Lev Gumiliov, fue arrestado y enviado varias veces a campos de trabajo forzado. Ajmátova, pese a la represión, se negó a exiliarse y permaneció en la URSS, donde fue sistemáticamente silenciada y vigilada.
"No, no estaba bajo un cielo extraño,
ni bajo la protección de extrañas alas,
estaba entonces con mi pueblo
allí donde mi pueblo, por desgracia, estaba".
Durante años, no pudo publicar. Sin embargo, en la clandestinidad escribió una de las obras maestras de la literatura del siglo XX: Réquiem, un ciclo de poemas que recoge el sufrimiento de las mujeres en la cola de las cárceles soviéticas, esperando noticias de sus hijos y maridos encarcelados:
"Y no solo por mí rezo,
sino por quienes permanecieron allí conmigo,
en el frío feroz y en el infierno de Julio,
bajo el muro rojo y ciego".
[Ajmátova se refiere a julio de 1938, la época de mayor terror bajo el estalinismo].
Este texto, cargado de dolor contenido y una fe casi religiosa en la dignidad humana, fue transmitido oralmente entre amigas y amigos de confianza y no se publicó completo en Rusia hasta décadas después de su muerte.
Ajmátova es considerada una de las conciencias poéticas de su tiempo. Su obra no se rindió nunca ante la propaganda ni ante la desesperanza. Cuando fue rehabilitada parcialmente en los años 50 y 60, recibió homenajes y premios, pero nunca olvidó a quienes murieron o desaparecieron. Siguió escribiendo con una voz que hablaba por quienes no podían hacerlo.
Ajmátova es considerada una de las conciencias poéticas de su tiempo. Su obra no se rindió nunca ante la propaganda ni ante la desesperanza. Cuando fue rehabilitada parcialmente en los años 50 y 60, recibió homenajes y premios, pero nunca olvidó a quienes murieron o desaparecieron. Siguió escribiendo con una voz que hablaba por quienes no podían hacerlo.
"Y pasarán diez siglos:
torturas, exilios y ejecuciones.
Como ven, no puedo cantar".
Comparar a Anna Ajmátova y Daria Serenko es tender un puente entre dos momentos históricos distintos de Rusia, pero atravesados por un mismo eje: la opresión política, el patriarcado estructural, la represión del pensamiento crítico y la resistencia a través de la palabra. Aunque sus estilos, contextos y formas difieren, hay una poderosa continuidad entre ambas: la figura de la mujer que escribe en medio del derrumbe, que transforma el dolor y la injusticia en un acto de memoria, de testimonio y de denuncia poética.
Ajmátova vivió los horrores del estalinismo, las purgas, la guerra y el silencio forzado. Es la voz de quienes esperaron fuera de las cárceles, las madres y esposas de los desaparecidos, las que no podían gritar pero sí susurrar versos. Serenko, hija del siglo XXI, ha sido testigo y víctima del autoritarismo postsoviético, del ultranacionalismo de Putin, de la violencia del exilio y la censura digital. Como Ajmátova, ha vivido el encarcelamiento y ha visto cómo su país se hunde en otra guerra. Ambas escriben desde el corazón de un país que no tolera la disidencia y en ambas resuena la misma pregunta: ¿cómo escribir cuando todo a tu alrededor está cayendo o ya ha sido destruido? En las dos, la poesía se vuelve un acto de salvación y de memoria, una forma de conservar lo humano en medio del horror.
Podemos imaginar a Serenko como una heredera de Ajmátova, pero con una lengua diferente, adaptada a los tiempos rotos de hoy. Ambas nos enseñan que la literatura, lejos de ser evasión, puede ser un grito de denuncia y un archivo de futuro.
Podemos imaginar a Serenko como una heredera de Ajmátova, pero con una lengua diferente, adaptada a los tiempos rotos de hoy. Ambas nos enseñan que la literatura, lejos de ser evasión, puede ser un grito de denuncia y un archivo de futuro.
"cuando todo acabe
ya seré una mujer adulta
cuya juventud habrá transcurrido en una dictadura
cuyo cuerpo se habrá estremecido de miedo
más veces que de amor
[...]
cuando todo acabe
volveremos a casa
pero nuestra casa no nos va a reconocer
no va a identificar nuestro olor
nos quedaremos plantados en el umbral
sin decidirnos a entrar
temblando no de miedo
sino de cansancio".
(Daria Serenko)
"No hay otro camino para mí
sino éste que encontré de milagro
y que no tengo prisa en abandonar,
Que el emisario del siglo remoto
del sueño secreto de El Greco
me explique sin palabras,
con una sonrisa veraniega,
por qué estuve para él más prohibida
que los siete pecados capitales.
Y que entonces un desconocido
de los siglos futuros
me mire con audacia,
para que entregue a la sombra flotante
un húmedo ramo de lilas
cuando la tormenta pase".
(Anna Ajmátova)
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