jueves, 24 de octubre de 2019

Sidi: un relato de frontera

Arturo Pérez-Reverte
Sidi
Alfaguara, 2019

"La mayor parte eran hombres de frontera, curtidos en algaras y escaramuzas, de los que sabían las cosas por haberlas visto, no porque se las contaran. La prueba de que las habían aprendido era que seguían vivos. Y no se trataba de incursiones para hacerse con algún moro descuidado y un par de vacas: buena parte de ellos había lidiado en batallas serias, en aquella España incierta de confines inestables, poblada al norte por leoneses, castellanos, gallegos, francos, aragoneses, asturianos y navarros que unas veces combatían entre ellos, cambiando los bandos según soplaba el viento, y otras lo hacían contra los reinos de moros, lo que no excluía alianzas con estos últimos para, a su vez, combatir o debilitar a otros reinos o condados cristianos".

Hubo un tiempo en que España -que aún no era España y ni siquiera aspiraba a serlo- fue lo más parecido que podamos imaginar al Far West filmado/fabulado por John Ford y Howard Hawks. Estamos en la segunda mitad del siglo XI; Guadalajara, Soria y Zaragoza conformaban una frontera ferozmente disputada. Así lo formula el rey moro de la taifa de Zaragoza, Mutamán, en conversación con Rodrigo Díaz de Vivar tras el acuerdo suscrito por ambos para que el castellano y sus hombres luchen a su servicio:

"La antigua Ispaniya de los romanos y los godos es ahora un lugar complejo: Al-Andalus y reinos cristianos, sangres vertidas y mezcladas... Y esa frontera nunca tranquila, siempre en avance o retroceso".

Frontera de batallas y pillajes, pero también de encuentros y mestizajes, casi siempre fruto de la necesidad o motivados por el cálculo pero, a veces, también muestra de virtud, reflejo de una forma de vivir la complejidad propia de la existencia liminal.

Y este es el aspecto que más asombra del personaje novelado por Pérez-Reverte: no su faceta de temible guerrero y líder de guerreros (faceta reflejada magistralmente en páginas vigorosas), sino la de habitante de una frontera que es más que un espacio geopolítico, que es un espacio mental y hasta espiritual, convirtiéndolo es un individuo anfibio, mestizo, internamente plural:

"Regresaban al campamento por la orilla del río cuando la brisa trajo, desde la ciudad, el rumor lejano de los almuédanos voceando el adán en los minaretes de las mezquitas. Ruy Díaz observó que la sombra de los árboles resultaba ya igual a su altura.
-Tercera oración -comentó, deteniéndose.
Yaqub al-Jatib lo miró, agradablemente sorprendido.
-¿No te importa?
-Por favor.
Todavía lo contempló el moro un momento, pensativo. Después, agachándose en unas piedras junto a un remanso de agua, se lavó la cara y las manos; y, tras descalzarse, hizo lo mismo con los pies, hasta los tobillos. Tras pensarlo brevemente, Ruy Díaz se acuclilló a su lado.
-¿Me permites acompañarte?
La sorpresa del otro se trocó en estupor.
-¿Conoces la oración de la tarde?
-Las conozco todas...
-¿También las rakaat?... ¿Los movimientos?
-Sí.
-Pero eres cristiano.
-Rezamos al mismo Dios, que es uno solo -Ruy Díaz empezó a descalzarse, quitándose las huesas-. La ilaha ilalahu... No hay otro dios que Dios, Mahoma es el mensajero de Dios y Jesucristo otro gran profeta... ¿No es cierto?
Asintió el moro, complacido.
-Ésa es una gran verdad.
-No veo, entonces, ninguna razón que nos impida orar juntos.
Se quedó el moro inmóvil y en silencio.
-Eres un hombre extraño, Sidi dijo al fin.
-No, rais Yaqub -cumpliendo el ritual, Ruy Díaz se pasaba una mano mojada por la cara-. Sólo soy un hombre de la frontera."

Insistía el autor en esta complejidad del personaje, muy alejada de la imagen que el franquismo transmitió, en una interesante entrevista con National Geographic:

"Eso de que El Cid era un patriota español es mentira. Primero porque España no existía como tal. Era otra España, era un lugar... [...] El Cid era un tipo que, en un territorio turbulento, sangriento e incierto se buscaba la vida. Primero con su rey [Alfonso VI], como debe ser, pero luego se va con el catalán [Berenguer II] y éste lo rechaza, algo de lo que después se arrepentirá, porque más tarde lo derrotó y capturó dos veces. Y como no lo quiere, se va con un rey moro [al-Muqtadir] que sí lo quiere. ¡Era un mercenario!".

Una novela escrita con el pulso de un western clásico, un personaje construido con las mismas hechuras morales que el icónico Alatriste. Una muy buena novela histórica, ficción de aventuras a la altura de las narraciones de Bernard Cornwell, pero también una narración con un destacable fondo moral, muy apropiado para nuestro tiempo, también tiempo de frontera...

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