domingo, 20 de octubre de 2019

¡Ay Nicaragua, Nicaragüita!

Sergio Ramírez
Adiós muchachos. Una memoria de la revolución sandinista
Debolsillo, 2018 [Alfaguara, 1999]

"Y los nombres de todos esos muchachos de distintas épocas y etapas de la lucha han sido borrados del lugar que tenían en los frontispicios de las escuelas, de los edificios públicos, hospitales, clínicas, mercados, y quitados de los barrios, parques y calles, porque los olvidados, porque los olvidos del tiempo y las flaquezas de la memoria, y el desamparo ético, han dejado libre hoy día a la mano oficial y vengativa, que queriendo restaurar los valores del pasado se ensaña en los muertos que quiesieron cambiar ese mismo pasado".

Este es un libro cuya lectura vengo retrasando desde hace varios años. Tal vez para no estropear (más) un recuerdo, mejor, una emoción que me ha acompañado cuatro décadas.

Nicaragua ha sido la revolución de mi generación. De quienes éramos demasiado pequeños cuando Cuba, de quienes ya éramos demasiado viejos para cuando el zapatismo. A mi me pilló cuando recién cumplía 18 años. Ya conocía la poesía de Ernesto Cardenal y su Evangelio en Solentiname. Carlos Mejía Godoy y Los de Palacagüina cantaban "Son tus perjúmenes mujer" y "Clodomiro el ñajo". Y entonces ocurrió: el 19 de julio de 1979 triunfó la revolución sandinista. Hubo alguna persona de mi entorno universitario que en los meses siguientes hicieron la mochila y se fueron para allá. Yo sólo escribí (a máquina, cuando aquello no había ordenadores personales) un largo poema (es un decir), acaso inspirado por Cardenal, titulado "El día que el sol se hizo más grande" que terminaba así:

Y el coronel H.P. Hale
llegó por fin al piso ochenta y seis
sin resuello
desplomándose en la alfombra como un héroe;
misión cumplida
dicen
que Somoza ha caído
¿saben algo?
y en el piso ochenta y seis alguien le dijo
sí cabrón
¿acaso no escuchaste al presidente?



"Qué difícil debe ser para ustedes ser la esperanza de los demás", cuenta Sergio Ramírez que le dijo Bruno Kreisky, canciller federal de Austria. Y eso es lo que fue (y en gran parte) sigue siendo aquella revolución sandinista guiada por la regla de "vivir como los santos", acuñada por el sacerdote, poeta y guerrillero Leonel Rugama (1949-1970):

"¡Ya platicamos!
AHORA VAMOS A VIVIR COMO LOS SANTOS".

Y que, en efecto, generó comportamientos no sólo heroícos, sino directamente sobrehumanos, como el que relata el comandante Tomás Borge, responsable del ministerio del interior en el periodo revolucionario, en el libro La revolución combate contra la teología de la muerte (Desclée de Brouwer, Bilbao 1983):

"Recuerdo que hace algunos días capturaron al asesino de mi esposa. Cuando aquel hombre me vio (habían torturado salvajemente a aquella mujer, le habían violado, le habían arrancado las uñas), él pensó quién sabe qué, que le iba a matar, o que le iba a golpear por lo menos, y se quedó absolutamente asombrado cuando nosotros llegamos donde él y lo tratamos como un ser humano. No lo entendía, ni lo puede entender todavía, y creo que tal vez no lo va a entender jamás. Alguna vez dijimos: 'nuestra venganza hacia nuestros enemigos es el perdón, es la mejor de las venganzas'".

Claro que no todo fue épica, entrega, acierto. Ramírez cuenta que cuando Olof Palme visitó Nicaragua en 1983 ya les advirtió: "Cuídense, se están alejando del pueblo". Dos años antes el gobierno del FSLN abrió un escenario de conflicto con los indígenas miskitos, sumos y ramas de la costa del Caribe, a quienes desde el "paternalismo ideológico" se quiso integrar "de la noche a la mañana a la revolución y sus valores, a la vida moderna", sin conocer nada de sus culturas, creencias y formas de organización social. También chocaron con las comunidades campesinas, a las que pretendieron imponer un régimen de tenencia de la tierra basado en un cooperativismo ajeno a sus aspiraciones.

Claro que la agresión de la CIA de Reagan y la guerra de la contra afectaron gravemente a la evolución de la revolución. Pero el libro de Sergio Ramírez refleja especialmente las dificultades que supone transitar desde un proyecto revolucionario -"La emoción de sentirse comprometido en una empresa de cambio, hasta el final. Y hasta el final quería decir: o todo o nada"- hasta un proceso de nueva institucionalidad democrática:

"Era como entrar en las páginas de la novela El Señor de las Moscas, de William Golding. Muchachos entrenados en los rudimentos de las ideas marxistas habían asumido puestos de responsabilidad partidaria en las áreas rurales, que no conocían porque venían de las ciudades del Pacífico, y medían la conducta de la gente sencilla bajo esquelas ideológicos aprendidos en los manuales".

Se cometieron errores, muchos y graves, también en el terreno económico: "¿Hubiéramos creado prosperidad sin una guerra de agresión? [...] Pienso que aun sin guerra, las sustancias filosóficas del modelo que buscábamos aplicar habrían conducido de todos modos a un colapso económico, a no ser por una evolución pacífica del sistema hacia una economía mixta real, lo que a su vez hubiera demandado una mayor apertura política".

Así y todo, se pudo:

"Se pudo, habíamos llegado, el mundo iba a ser volteado al revés, el sueño de Sandino se vería cumplido, no más sumisión a los yankis, se acababa la explotación, los bienes de los Somoza iban a ser del pueblo, la tierra de los campesinos, los niños serían vacunados, todo el mundo aprendería a leer, los cuarteles se convertirían en escuelas, comenzaba una revolución sin fin, la retórica calzaba con la realidad porque las palabras eran carne y hueso con la verdad de los deseos sin que ningún cálculo pudiera intermediarlos".

No se pudo todo, no se pudo para siempre, pero se pudo. Desde el compromiso con la revolución, el libro de Sergio Ramírez es una importante contribución al conocimiento de un acontecimiento histórico fundamental, que no deberíamos permitir que se olvide o distorsione.


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