Anhelo de raíces
Traducción de Mercedes Fernández Cuesta
Gallo Nero, 2020
"¿Hay algún otro goce, salvo la jardinería, que pida tanto y dé tanto? No conozco otro excepto, quizá la escritura de un poema. Son muy parecidos, incluso en la cantidad de desperdicio que hay que aceptar en aras a un casual y raro goce, en el caso de que se consiga. También coinciden en que ambas son pasiones que traen con ellas la renovación. Sin embargo, existe una diferencia: la poesía es para todas las edades; la jardinería es uno de los goces tardíos, ya que la juventud es demasiado impaciente y está demasiado absorta en sí misma y, por lo general, carece del suficiente anhelo del arraigo como para crear un jardín. La jardinería es una de las recompensas de la madurez, cuando la persona está preparada para una pasión impersonal, una pasión que exige paciencia, una aguda conciencia del mundo fuera de uno mismo y el poder para seguir creciendo a pesar de la sequía o la cruda nevada, hacia esos momentos de puro goce en que todos los fracasos se olvidan y florece el ciruelo".
En 1958 la poetisa Eleanor Marie Sarton (1912-1995) adquirió una ruinosa casa de campo del siglo XVIII en Nelson, una pequeña localidad de New Hampshire, descrito por la autora en unos términos ("Nelson había congregado en su tranquilo corazón una indecible variedad de personas y formas de vida") que me han hecho recordar al Three Pines de Louise Penny. Allí descubrirá una vida simple pero profunda, construida sobre los pilares del trabajo duro, la ayuda mutua y la comunidad:
"Autosuficiencia, sí, pero aquella primera primavera también tuve que aprender a depender. Al pedir ayuda y ver que la ayuda venía desde varias direcciones, empecé a comprender lo que de verdad es un pueblo: por un lado, respeto por la privacidad; por otro, conciencia de las necesidades del vecino. Así, por más ajeno que algunos de nosotros podamos considerar a un forastero, en realidad somos parte de una red invisible y nos apoyamos en su existencia".
Un libro hermosísimo en el que la descripción del paisaje, de la reforma de la vieja casa, de las relaciones con sus vecinas y vecinos y de su trabajo en el jardín, da lugar a reflexiones como esta:
"En el momento de plantar un bulbo todo es esperanza, no hay zozobra. Entonces hay algo inquietantemente simbólico en el hecho de enterrar un ser vivo pensando en su segura resurrección, en un momento de la estación en que todo lo que había salido se está muriendo".
Absolutamente recomendable.
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