domingo, 14 de septiembre de 2025

Entre la luz y la tormenta

Esther Woolfson
Entre la luz y la tormenta: Cómo vivimos con otras especies
Traducción de Juan de Miquel
Carbrame, 2022 
 
“¿Por qué, de entre todas las formas posibles del pensamiento, prevalecieron aquellas que fomentaban las mayores licencias y crueldad contra las demás especies<’ ¿Por qué fueron los textos que engendran una noción de lo deseable que es una relación jerárquica y explotadora entre humanos y animales los que se volvieron dominantes? ¿Por qué se prestó tan poca atención en el pensamiento occidental a las voces más humanas, cuyos cuestionamientos resuenan a través de los mundos del pensamiento griego, del Pentateuco y de otros libros de la Biblia, como el Eclesiastés: «Porque el hombre y la bestia tienen la misma suerte: muere el uno como el otro, y ambos tienen el mismo aliento de vida. En nada aventaja el hombre a la bestia, pues todo es vanidad», o los salmistas, en particular en el más grande de los cantos de alabanza a la vida de la Tierra, el Salmo 104: «Allí ponen los pájaros su nido, su casa en su copa la cigüeña; los altos montes, para los rebecos, para los damanes, el cobijo de las rocas», con sus superposiciones y susurros de historias anteriores y referencias a mitos de la creación sobre el comienzo de la vida?”.
 
 
Este ensayo es una travesía literaria y reflexiva sobre la forma en que los humanos convivimos con los otros seres que habitan el planeta. Desde las primeras páginas percibimos el pulso de una escritura íntima y a la vez erudita, que se mueve entre la memoria personal y el análisis cultural del conocimiento científico, entre la poesía y la denuncia.

El libro parte de una experiencia vital: la autora creció rodeada de aves heridas o abandonadas a las que cuidaba con paciencia y ternura. Esa infancia marcó una relación especial con lo animal, que más tarde se traduciría en una certeza: las criaturas no humanas sienten, sufren y se alegran con una intensidad que no es distinta de la nuestra. Desde ahí, extiende su mirada hacia un panorama más amplio, una especie de historia cultural y emocional de cómo hemos pensado y tratado a los animales a lo largo de los siglos.

El relato es diverso y polifónico. Se remonta a las pinturas rupestres que celebraban a los animales como presencias sagradas, pasa por la filosofía griega que oscilaba entre el respeto pitagórico y la jerarquía aristotélica, y alcanza los discursos religiosos que durante siglos legitimaron la explotación sistemática de la naturaleza. Esta arqueología de ideas se entreteje con referencias al arte, la literatura y la ciencia, hasta desembocar en el presente, donde el peso de la industria cárnica, la experimentación científica, la caza, la posesión de mascotas o el uso de prendas de piel nos confronta con un legado de violencia normalizada.

Esther Woolfson no rehúye lo doloroso y describe con crudeza prácticas de caza, crueldades en nombre de la moda o el espectáculo y el sufrimiento invisible de millones de animales destinados al consumo. Sin embargo, frente a esa sombra, ilumina también la belleza. En medio de la exposición ética aparecen descripciones deslumbrantes -un ave que cruza el cielo con el resplandor de un tafetán rojo, el vuelo circular de los milanos sobre un valle- que nos devuelven la experiencia del asombro. La narración se apoya también en escenas cotidianas y profundamente humanas. Está, por ejemplo, la convivencia con una graja llamada "Chicken" o el gesto de salvar con cuidado a una araña. Son instantes sencillos pero reveladores, donde se percibe que la ética no se predica: se vive.
 
Aunque no sea explícito, el libro está atravesada por un sutil, pero firme, hilo feminista. Por un lado, se advierte en su manera de releer la historia cultural; cuando pone en duda la narrativa establecida de que las pinturas rupestres eran obra exclusiva de hombres, no solo introduce la posibilidad de una participación femenina invisibilizada, sino que también denuncia la forma en que el relato histórico se ha construido desde una perspectiva patriarcal. Este gesto de sospecha crítica, aparentemente menor, abre un espacio de reflexión de mucho mayor alcance: si incluso en las representaciones más antiguas de nuestra relación con los animales se oculta la presencia de las mujeres, ¿cuánto de nuestra memoria cultural está mediada por silencios y omisiones?

Por otro lado, la autora establece conexiones incisivas entre prácticas de violencia hacia los animales y ciertos imaginarios de masculinidad. En sus reflexiones, la caza deportiva, la ostentación de pieles exóticas o la defensa acérrima del consumo de carne aparecen vinculados a ritos de poder, dominio y prestigio social tradicionalmente masculinos. De este modo, la autora no reduce el carnivorismo a una mera cuestión de hábitos alimentarios, sino que lo presenta como parte de un entramado simbólico en el que se juegan jerarquías de género, fuerza y control. Su voz feminista se percibe también en el tono general del libro: es una escritura que privilegia la empatía, el cuidado y la escucha frente a la dominación. Frente a una tradición intelectual que ha tendido a abstraer y jerarquizar, recurre a experiencias personales, memorias domésticas y vínculos emocionales con los animales, reivindicando la legitimidad de esas formas de conocimiento históricamente asociadas a lo femenino y, por tanto, menospreciadas. En conjunto, el feminismo de Esther Woolfson no se enuncia como un manifiesto explícito, sino como una corriente que atraviesa su mirada: cuestiona lo que se da por sentado, expone las relaciones entre poder, género y violencia, y propone un horizonte donde tanto mujeres como animales -históricamente subordinadas y subordinados- encuentren reconocimiento y respeto. 

En última instancia, este es un libro que nos coloca frente a un espejo. Nos recuerda que vivimos entre la luz -el conocimiento, la compasión, la posibilidad de ver a los otros seres como compañeros de mundo- y la tormenta -la arrogancia, la explotación, la devastación que hemos causado-. Una llamada a escuchar, observar, reconocer, y así, comenzar a habitar la Tierra de un modo distinto. 

“Me aparece en el móvil la foto de un gato abandonado, rescatado hace poco. La criatura, un apuesto gato naranja […], tiene los ojos rojos y húmedos. «¿Puede alguien dudar de qué los animales sienten cosas y tienen alma?», pregunta la persona que ha colgado la foto. Es difícil interpretar los sentimientos de otro, pero, cuando miro a este gato, no puedo sin saber que sufre, aunque si es el resultado de una dolencia del cuerpo o del alma no puedo ni empezar a contestarlo. En mi incertidumbre, todo lo que puedo hacer es […] correr […] tras las ideas y preguntas sobre la jerarquía, el género, el poder y la crueldad que persisten en las cosas a las que somos tan reacios a renunciar –nuestra comida, nuestra ropa, el placer que obtienen algunos de matar animales por deporte-, y preguntarme si no habremos perdido, por nuestra falta de reconocimiento de lo que pueden ser las almas de otros, una parte de lo que acaso sea la nuestra”

No hay comentarios: