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lunes, 11 de agosto de 2025

Cuerpos honestos, violencias letales: feminicidios y represión a los manteros


Bilbao fue escenario de dos movilizaciones reivindicando el derecho a vivir sin miedo el pasado 4 de agosto. En la primera, convocada por la plataforma Manteroekin Bat, unas trescientas personas nos concentramos en el Portal de Zamudio, en pleno Casco Viejo, para denunciar las agresiones policiales racistas a las personas manteras. Una hora después, las organizaciones Bilbo Feminista Saretzen y Euskal Herriko Emakumeon Mundu Martxa llamaban a concentrarnos en la plaza del Arriaga para condenar el asesinato de una mujer en Zizur Nagusia, cometido por su pareja.

Fueron dos convocatorias consecutivas, a muy poca distancia una de otra, pero fuimos muy pocas las personas que, habiendo participado en la primera, participamos también en la segunda, que resultó mucho menos nutrida. Este hecho, que podría parecer anecdótico, revela algo más profundo: la dificultad que aún tenemos para reconocer que estas violencias no son paralelas, sino convergentes. Que no hay lucha contra el racismo que no deba ser también feminista. Que no hay feminismo transformador si no se posiciona contra la represión y el clasismo.

Lamento profundamente que la segunda concentración, la convocada por el asesinato machista, contara con una asistencia notablemente menor. No lo señalo como reproche, sino como llamamiento urgente a reconocernos en todas las luchas, a entrelazar las causas, a construir una comunidad política que no abandone a nadie.
 
Cuerpos honestos

June Jordan, en su ensayo de 1992 A New Politics of Sexuality, introduce el concepto de cuerpo honesto (“honest human body”) como una afirmación radical del cuerpo vivido, del cuerpo que no se esconde ni se reprime, que se expresa con integridad frente a un sistema que castiga precisamente esa honestidad. Frente a los discursos normativos de género, raza y sexualidad, Jordan nos invita a reivindicar una política encarnada que parta de la experiencia vivida, del deseo, del dolor, del gozo, y que haga del cuerpo un espacio de verdad política.

¿Qué ocurre, entonces, cuando ciertos cuerpos, por el solo hecho de existir, son percibidos como amenazas? ¿Qué pasa cuando la honestidad corporal -ser mujer, ser negra, ser migrante, ser pobre, ser visible- se vuelve motivo suficiente para sufrir violencia o incluso para morir? Esta pregunta se vuelve urgente al observar dos realidades que, aunque distintas en su forma, comparten una raíz común: el asesinato de mujeres a manos de sus parejas o exparejas y la represión violenta que sufren las personas migrantes -especialmente, aunque no solo, varones racializados- que ejercen la venta ambulante en espacios públicos (los llamados “manteros”). En ambos casos, lo que está en juego es el cuerpo: su posición social, su visibilidad, su (des)obediencia a las normas impuestas por un orden patriarcal, racista y colonial.

Los feminicidios, en su dimensión más extrema, son la expresión de un sistema de control masculino que no tolera la autonomía de las mujeres. La decisión de romper una relación, de vivir sin miedo, de tener un cuerpo libre, puede desencadenar la violencia letal de quien cree tener derecho de posesión sobre ese cuerpo. El asesinato, en estos casos, es una respuesta brutal al cuerpo honesto de una mujer que dice “no”.

Del otro lado, los manteros -migrantes africanos sin papeles- viven cotidianamente la criminalización de sus cuerpos. No hay delito más allá de ocupar el espacio público, de vender sus productos para sobrevivir. Sin embargo, su presencia se convierte en un problema de “seguridad” y la respuesta es la persecución, las multas, las agresiones físicas, el despojo. Aquí también el cuerpo honesto -visible, trabajador, resistente- se enfrenta al castigo de un poder que no tolera lo que escapa a su control: la economía informal, la movilidad migrante, la dignidad del que no se rinde.
Intersecciones letales

Como señala Patricia Hill Collins, estas violencias no son aleatorias, sino que se producen en lo que ella llama “intersecciones letales”: puntos donde el género, la raza, la clase y otras formas de opresión se cruzan de manera potencialmente mortal. Esas intersecciones nos obligan a repensar cómo y por qué se ejerce la violencia y a quién afecta con mayor fuerza. No se trata de sumar opresiones, sino de comprender cómo se entrelazan para generar formas específicas de vulnerabilidad.

Ambas situaciones -el feminicidio y la represión policial a los manteros- revelan cómo ciertos cuerpos son marcados como “asesinables”, como desechables, como no merecedores de protección. Son cuerpos que incomodan, que no encajan, que desobedecen. Pero también son, en su honestidad, cuerpos que resisten: que se niegan a desaparecer, que luchan por existir con dignidad.

Por eso, pensar desde el cuerpo honesto de Jordan no es solo una denuncia, sino también una afirmación política. Significa recuperar la potencia de los cuerpos que aman, que trabajan, que migran, que se liberan. Significa escuchar sus voces, respetar sus vidas y construir alianzas que rompan con las lógicas de violencia que los amenazan. La lucha contra el feminicidio y contra el racismo institucional no pueden entenderse por separado. Se trata de desmontar el poder que impone qué cuerpos importan y cuáles no. Y eso comienza por reconocer que los cuerpos honestos no están solos: se encuentran, se cuidan, se defienden.
 
Los cuerpos honestos no se pliegan al miedo ni a la invisibilidad, son muchos, y todos necesitan ser defendidos con la misma fuerza. No podemos permitirnos seguir mirando estas violencias de forma fragmentada. Hacerlo es reproducir la misma lógica que jerarquiza las vidas y las luchas.

La apuesta por los cuerpos honestos no puede ser parcial. Requiere de una sensibilidad radical y transversal que se implique en desmontar todas esas intersecciones letales. Eso solo será posible si aprendemos a mirar más allá de nuestras propias urgencias, a escuchar las voces que aún nos resultan lejanas, a estar, juntas y juntos, donde se nos convoca porque se nos necesita.
 

viernes, 14 de marzo de 2025

Prima facie

Suzie Miller
Prima facie
Traducción de Maia Figueroa Evans
Seix Barral, 2025

"El relato casi nunca cuadra; no digo que todas mientan, pero la verdad jurídica es otra cosa. Y eso es justo lo que hay que establecer aquí. la verdad jurídica. Y tú trabajas con eso para intentar evitar que tu cliente vaya a la cárcel".


La protagonista de la novela, Tessa Ensler, es una abogada brillante y segura de sí misma que se enfrenta a un dilema moral y personal cuando se convierte en víctima de aquello que solía defender en los tribunales. 

Tessa es inteligente, tenaz y ha aprendido a moverse en un entorno legal dominado por hombres y en un sistema judicial, el británico, exageradamente elitista, donde la victoria en los tribunales es lo más importante. Penalista brillante y ambiciosa, de orígenes sociales humildes, ha construido su carrera defendiendo a clientes acusados de delitos sexuales. Su perspectiva sobre la ley es pragmática: cree en el debido proceso, en la necesidad de pruebas contundentes y en la presunción de inocencia como piedra angular de la justicia. Su formación y experiencia la han llevado a creer firmemente en la objetividad de la ley, convencida de que los procedimientos judiciales son el único camino para determinar la verdad: "Contamos la mejor versión de la historia del cliente. Y el abogado de la acusación cuenta la historia de la policía. De ese modo, el tribunal oye todo lo que hay que oír, y el sistema judicial puede llevar a cabo su cometido".

Víctima de una agresión sexual que ella misma ha experimentado y define como violación, en contra de lo que percibe todo su entorno, decide denunciar a su agresor y se enfrenta al mismo sistema que hasta ese momento había defendido con fervor. Lo que sigue es un proceso que la expone a los múltiples obstáculos que las víctimas de agresión sexual deben enfrentar: la falta de pruebas materiales ("lo que siento es que voy a entregar mi cuerpo como prueba, que ya no estoy vinculado a él"), la necesidad de demostrar que no hubo consentimiento ("Por Dios, ¡tú no eres una víctima!"),y la presión psicológica de ser cuestionada y juzgada ("Pero la sensación que tengo es que soy yo la que se somete al juicio"). La protagonista se encuentra con un sistema que está diseñado para proteger a los acusados y que, en muchos casos, minimiza el testimonio de las víctimas: "El mensaje es que si no damos testimonio de manera pulcra, con un relato claro y lineal, si no recordamos de manera consistente, mentimos".

Como podemos ver, el eje central de la novela es la manera en que el sistema legal, construido históricamente bajo una perspectiva patriarcal, trata los casos de agresión sexual. Tessa, que alguna vez creyó en la imparcialidad de la ley, descubre que el sistema está cargado de prejuicios que dificultan que las víctimas obtengan justicia. La novela enfatiza que las estructuras judiciales pueden ser revictimizantes y que el concepto "más allá de toda duda razonable" es particularmente difícil de alcanzar en este tipo de casos. La presunción de inocencia del acusado por encima de la protección de la víctima es una cuestión esencial, muy bien planteada por Suzie Miller: la novela muestra cómo el derecho penal, al priorizar la protección de los acusados frente a posibles condenas erróneas, a menudo deja desprotegidas a las víctimas. 

Miller profundiza en el tema del consentimiento, mostrando cómo la falta de pruebas físicas contundentes puede volverse en contra de la víctima. La historia ilustra que, en muchos casos, el testimonio de la persona agredida no es suficiente para lograr una condena, y que la duda siempre suele beneficiar al agresor. Tessa experimenta en carne propia la frustración de ver cómo su palabra es puesta en duda, pese a su conocimiento del derecho: "Cuando el debate gira en torno al consentimiento, no tienes que demostrar que ella lo haya dado, solo que ÉL NO SABÍA QUE NO HABÍA CONSENTIMIENTO. Que era razonable que él pensara que podía hacer lo que hizo".

Ella, que nunca había representado a víctimas ("presuntas víctimas", dice) de agresión sexual, aunque sí a acusados de agresión, no se había percatado de que "había un look determinado", más adecuado para las víctimas a la hora de poder influenciar al jurado. En su caso, su límite es "ponerme un collar de perlas como me sugirió uno de los policías más veteranos". Entrenada para encontrar inconsistencias en los testimonios de las presuntas víctimas y para construir argumentos sólidos en favor de sus clientes, sabe que la falta de pruebas físicas y la dificultad para demostrar la ausencia de consentimiento hacen que la credibilidad de la denunciante sea el factor clave en el juicio. Ahora es ella la que se enfrenta al reto de lograr que su testimonio sea creíble ("si tengo credibilidad o no"). Como víctima, ahora experimenta en carne propia lo que significa ser interrogada, cuestionada y sometida a un escrutinio que muchas veces busca desacreditar su testimonio en lugar de esclarecer los hechos. Como abogada, Tessa ha defendido a muchos acusados de agresión sexual, utilizando argumentos que ahora son empleados para desacreditarla.

A través de la historia de Tessa, Prima Facie plantea preguntas fundamentales sobre la justicia y la credibilidad de las mujeres víctimas de violación en los tribunales. Miller deja claro que la lucha de las víctimas no termina con la agresión en sí, sino que continúa en cada interrogatorio, en cada mirada de duda y en cada obstáculo que deben superar para ser escuchadas. Prima Facie es una historia poderosa y necesaria que nos invita a cuestionar no solo un sistema judicial profundamente machista, sino también las creencias arraigadas en la sociedad sobre quién merece ser creída y quién no.

viernes, 7 de febrero de 2025

Lecho de musgo

Anja Tuckermann
Lecho de musgo
Traducción de Pilar Ylla
Círculo de Lectores, 1990
 
"Le gustaría no tener que ir más en metro, porque a todos los hombres se les puede ver ese bulto entre las piernas. Todos los hombres tienen un arma en los pantalones y sus ojos son cuchillos, cada mirada un corte en la barriga de Rinka. Las manos son serpientes imprevisibles. Si Rinka las pierde de vista, se abalanzan sobre ella".

 
La protagonista de esta novela, Rinka, es una joven que enfrenta la brutal realidad de haber sido víctima de una violación. La novela detalla no solo el suceso, sino también las consecuencias inmediatas y las secuelas a largo plazo que marcan su vida de manera irrevocable: "Se acabó. Las calles ya no son como antes. En las calles hay guerra"
 
La autora no elude la crudeza del acto ni el impacto psicológico que este deja: la pérdida de la autoestima, la sensación de culpa y vergüenza, el distanciamiento de los seres queridos, y la lucha por encontrar un nuevo sentido a la vida. A través de una narrativa directa, pero también introspectiva, Anja Tuckermann nos introduce en el calvario emocional, físico y social de la protagonista, mostrando cómo este evento traumático transforma su vida. Rinka se siente constantemente perseguida, tanto por sus propios miedos como por la sensación de que el mundo entero la juzga. La novela no solo describe el impacto inmediato de la violación, sino también el largo y doloroso proceso de intentar reconstruir su vida y su identidad, mostrando cómo afecta cada aspecto de la vida de la protagonista, a su percepción de sí misma, a sus relaciones sociales y a su ser en el mundo. Consecuencias que perduran mucho más allá del momento físico de la violación, convertido en gozne existencial, en un antes y un después en la vida de Rinka:

"Y se maravilla de que el sol salga como todos los días, un ardiente balón rojo sobre las líneas férreas acribilladas de señales y postes eléctricos, y de que ella misma pueda ver con sus propios ojos ese sol, que sus ojos puedan aún ver algo. Rinka se asombra de cada destello de la vida. ha sobrevivido a su muerte".
 
Una de las mayores fortalezas de Lecho de musgo es su representación matizada del camino hacia la recuperación. La autora no ofrece soluciones simplistas ni un arco de redención lineal, sino que retrata con crudeza la complejidad de reconstruir una vida después de un evento tan traumático. Esto no solo genera empatía con la protagonista, sino que también invita a la reflexión sobre las formas en que nuestra sociedad responde (o falla en responder) a la violencia sexual.

Una obra poderosa y necesaria que aborda un tema tan doloroso con sensibilidad y honestidad. Anja Tuckermann no solo nos muestra el horror de la violación, sino también la fuerza y la lucha diaria de una joven que intenta reconstruir su vida. A través de Rinka, la autora nos invita a reflexionar sobre el silencio que rodea a las víctimas de violencia sexual y la importancia de escucharlas, creerlas y apoyarlas. Son tantas...
 
"Ahora las amigas rompen el silencio. Algunas hablan por primera vez.
Christine dice: «Aquello me hizo cambiar de carrera. Hasta entonces había estudiado Arte. Después ya no pude pintar más».
Marion dice: «A mí antes me cortaron el pelo. Desde entonces, por miedo, no he vuelto a llevar el pelo largo».
Karolin dice: «Tuve que seguir con él en el coche. En la autopista de Berlín no se permite bajar. Tampoco nadie se para a recogerte».
Susanne dice: «Mi marido estaba borracho cuando me tiró al suelo. Nueve meses después tuve el niño».
Regina dice: «Primero lo hizo mi hermano, luego mi primo».
Petra dice: «Cuando volví a casa, él me esperaba en el piso con una pistola».
¿Queda todavía alguna mujer a la que no le haya ocurrido algo semejante?".
 
Este libro llegó a mis manos gracias a esas librerías de lance en las que tanto disfruto, como LIBU y Re-Read. Porque hay vida narrada más allá de las novedades.

miércoles, 29 de noviembre de 2023

Hierba

Keum Suk Gendry-Kim 
Hierba
Traducción de Joo Hasu,
Reservoir Books (Penguin Random House), 2022

"A ella, a Lee Ok-sun, que fue una buena hija, una madre devota, una vecina amable, pero sobre todo una mujer fuerte, así como a todas las supervivientes de la explotación sexual del Ejército japonés, las que fallecieron y las que aún siguen con vida, dedico esta obra. Gracias".

 
En su libro El holocausto asiático (Crítica 2009; traducción de Ferran Esteve), en el que se analizan los crímenes cometidos por el ejército japonés durante la segunda guerra mundial, el historiador Laurence Rees dedica algunas páginas (muy pocas, teniendo en cuenta la magnitud del crimen) a las denominadas "mujeres de asueto" (o "de consuelo", como son más comúnmente conocidas), mujeres chinas y coreanas, pero también malayas o indonesias, que fueron forzadas a ejercer la prostitución al servicio de los soldados. Recogiendo la historia de una de ellas, Rees escribe lo siguiente:
 
"Como mujer de asueto, Sol Shinto era una bestia a la que los soldados del Ejército Imperial podían tratar a su antojo. Conocidas como los 'retretes públicos' , las mujeres de asueto estaban a menudo expuestas a sufrir un trato físico brutal. [...]
No existen datos de la cifra exacta de mujeres de asueto (aunque sería más acertado hablar de 'víctimas de violaciones forzadas') que fueron empleadas y de las que así abusaron los japoneses. Las estimaciones van de las 80.000 a las 100.000. Sin embargo, la magnitud del crimen es evidente, como también lo es la complicidad del Ejército Imperial y del gobierno japonés de la época. En palabras del profesor Yuki Tanaka, que ha estudiado con especial atención las políticas japonesas hacia las mujeres de asueto, 'el caso de las mujeres de asueto podría no tener precedentes históricos como ejemplo de actividad criminal controlada por el Estado que implicara la explotación sexual de las mujeres'".
 
Este cómic recoge la historia real de una de esas mujeres brutalmente explotadas, la coreana Lee Ok-sun. Su historia, una historia terrible, pero también la historia de sus encuentros con la autora. No hará falta que aclare que la historia de Lee Ok-sun es atroz, pero Keum Suk Gendry-Kim la narra y la dibuja con una enorme sensibilidad, presentándonos a una mujer víctima de una violencia machista extrema, sí, pero sobre todo una mujer resistente y superviviente, a la que no pudieron privar de su alegría.

Un libro que conmueve y emociona. Un hermoso ejercicio de memoria.


sábado, 25 de noviembre de 2023

La credibilidad de las víctimas de la violencia machista



El pasado 4 de noviembre este diario se hacía eco de las XIV Jornadas estatales de Psicología contra la Violencia de Género, organizadas en Bilbao por el Colegio de Psicología de Bizkaia, en concreto sobre una mesa redonda en la que miembros de diversos órganos judiciales reflexionaron sobre el tratamiento de la violencia machista en el ámbito jurídico y “lo delicado que es valorar la credibilidad de una víctima de violencia sexual”. El titular de la noticia era: “Para un juez es difícil valorar el silencio de una víctima de violencia sexual”.

Se trata de una cuestión fundamental, de la que se han ocupado numerosas autoras y que incide particularmente en los itinerarios de las mujeres víctimas de violencia machista en los procedimientos judiciales. Itinerarios que se ven afectados por la persistencia de lo que la filósofa Miranda Fricker denomina “injusticia epistémica”, el hecho de que las declaraciones de ciertas personas, por efecto de imaginarios y estereotipos socioculturales profundamente asentados, muchas veces inconscientes, sufren un déficit de credibilidad frente al de otras: es el caso de personas anónimas frente a otras conocidas públicamente, el de personas racializadas frente a personas autóctonas, el de personas pobres frente a otras acomodadas y, muy especialmente, el de las mujeres frente a los hombres. No tener en cuenta la existencia objetiva de esta distribución desigualitaria de la credibilidad acaba produciendo situaciones de “injusticia testimonial”, caracterizadas por la desigual atribución de credibilidad a unas y otras personas al margen del contenido de sus declaraciones.

Las mujeres sufren sistemáticamente lo que Deborah Tuerkheimer llama “descuento de credibilidad”. En el contexto judicial la credibilidad implica mucho más que valorar la verdad de la acusación formulada. Cuando una mujer presenta una denuncia por violencia sexual está haciendo tres afirmaciones: esto sucedió, lo que sucedió está mal y eso tiene importancia. El oyente puede decidir que la conducta denunciada no ocurrió, o que, si ocurrió, no fue culpa del acusado sino (al menos en algún grado) de la denunciante, o que el hecho denunciado no es lo suficientemente grave como para merecer preocupación. A menos que las tres afirmaciones (sucedió, está mal, importa) sean aceptadas, la acusación será desestimada como falsa, ausente de culpa o sin importancia. Estos tres mecanismos de descuento de credibilidad pueden superponerse y a menudo se confunden, pero cada uno por sí solo es suficiente para hundir una declaración.

A principios de los años noventa Kathy Mack escribió: “Creer en las mujeres representa un paso radical hacia adelante porque el mundo en general, y la ley en particular, consideran a las mujeres menos dignas de ser creídas que a los hombres por la única razón de ser mujeres”. No negaremos que se han dado pasos positivos en esta dirección, sobre todo gracias a la ley de garantía integral de la libertad sexual, tan trabajosamente impulsada por la ministra de Igualdad Irene Montero. También hay que valorar que la Sala de lo penal del Tribunal Supremo (sentencia de 6 de marzo de 2018) haya reconocido que muchas veces las víctimas de violencia machista pueden declarar en una situación de "revictimización", lo que deriva en “dificultades que puede expresar la víctima ante el Tribunal por estar en un escenario que le recuerda los hechos de que ha sido víctima y que puede llevarle a signos o expresiones de temor ante lo sucedido que trasluce en su declaración”. Pero son pasos muy recientes, limitados en su implementación práctica y, sobre todo, cuestionados por un machismo que es estructural y estructurante.

La violencia sexual no es una forma más de violencia, es una violencia muy específica que expresa y encubre un sistema de poder con el que las mujeres víctimas vuelven a chocar cuando transitan por las instituciones judiciales, donde se enfrentan a la ardua tarea de hacer comprensible su experiencia luchando contra sesgos androcéntricos y estereotipos de lo que es y no es una “buena víctima”. Por eso la violencia sexual debe ser analizada como una realidad procesual: la policía, los tribunales de familia, los juzgados de infancia y los equipos psicosociales, a menudo hacen que las mujeres violentadas no se sientan creídas.

La victimización secundaria en los juzgados de las mujeres víctimas de violencia machista es un hecho probado por numerosas investigaciones y comprobado cada día por las mujeres que trabajan en asociaciones como Bizitu Elkartea o Guerreras del Alto Deba, asociaciones de mujeres supervivientes de esa violencia. Si la judicatura quiere avanzar en la tarea de valorar el silencio de las víctimas de violencia machista en los tribunales no hay mejor manera de hacerlo que escuchar a las mujeres supervivientes fuera de los tribunales: en sus organizaciones, reivindicaciones, y luchas. No sabrán interpretar los silencios de las mujeres en un tribunal hasta que no escuchen sus voces en la calle.

Amaia González Llama es socióloga y activista en Bizitu

Imanol Zubero es profesor de Sociología en la UPV/EHU
 
El Correo, 25 de noviembre de 2023 


viernes, 9 de junio de 2023

Perras de reserva

Dahlia de la Cerda
Perras de reserva
Sexto Piso, 2023

"Bueno, pues para no hacerte el cuento largo, resulta que la Huesera tiene el hobby de recolectar en específico huesos de lobo. Los busca, los guarda y cuando el esqueleto está completo, enciende una fogata y arma el cuerpo del lobo. Canta. Canta. Canta. Y como, de qué clase de brujería es esta, los huesos se cubren de piel, de músculos y de pelo, y de pronto el lobo ya anda corriendo en la vereda. Espérate, eso no es lo más loco. Lo más loco es que mientras corre aullándole a la luna, el lobo se transforma en una mujer. Una mujer que corre riéndose a carcajadas.
Luego de contarme la historia me dijo: Quizás esa es tu misión. Juntar los huesos de mujeres muertas, armarlas, contar sus historias y luego dejarlas correr libremente adonde se tengan que ir".


Hace dos semanas escribía en este blog sobre mi decisión de abandonar inmediatamente la lectura de libros firmados por autores varones en cuanto aparezca una escena de violencia machista. No por las escenas en sí, pues desgraciadamente esa violencia, esas violencias, son el pan de cada día en este mundo estructurado por el patriarcado (no sólo México, el mundo entero es "un monstruo enorme que devora a las mujeres"), sino por la forma de narrarlas y por el papel que juegan en la historia narrada, tan diferente y distante de la manera y la intención de las autoras que abordan estas mismas temáticas.

Es el caso de esta autora, Dahlia de la Cerda, y este impresionante conjunto de relatos. Trece historias breves pero intensísimas sobre mujeres que abortan en solitario, sobre mujeres que matan a hombres que matan a mujeres, mujeres apalizadas, acuchilladas, estranguladas, violadas, desgarradas, quemadas, empaladas, siempre por hombres que las odiaban o las (mal-decían) amaban, que las conocían o no, en la calle o en la casa, de noche o de el día: "No existe un cuarto propio cuando ellos creen que nuestro cuerpo les pertenece", denuncia una de esas mujeres protagonistas. Pero incluso abusadas y violentadas, incluso asesinadas, las protagonistas de este libro nunca dejan de ser mujeres fuertes, "hija[s] orgullosa[s] de una madre luchona y cabrona". No meras víctimas, objetos para la construcción de los personajes masculinos, sino personas enteras, tan duras como para hacer que sus agresores -"pinches idiotas, les gusta llevarse pero no se aguantan"- se meen encima de miedo... hasta después de haber sido asesinadas.

Perras vivas incluso después de muertas. Lobas deshuesadas reconstruidas y revividas mediante la magia de la memoria sororal, de la narración encarnada. Un libro que hay que leer sí o sí.

miércoles, 30 de junio de 2021

Recuerdos de mi inexistencia

Rebecca Solnit
Recuerdos de mi inexistencia
Traducción de Antonia Martín
Lumen, 2021 
 
"Me convertí en una experta en evaporarme, deslizarme y escabullirme, en retroceder y zafarme de situaciones difíciles, en esquivar abrazos, besos y manos indeseados, en ocupar cada vez menos espacio en el autobús cuando un hombre se despatarraba e invadía mi asiento, en desligarme poco a poco en desaparecer de golpe: en el arte de la inexistencia, ya que la existencia era muy peligrosa"
 
 
Rebecca Solnit es una de las pensadoras más interesantes del momento. Gracias a Capitán Swing, que en los últimos años ha publicado algunos de sus libros más importantes, podemos aproximarnos a su obra. Una pensadora y escritora que es tan capaz de introducirnos en la majestuosa belleza natural de Yosemite (como hace en Savage Dreams o en Yosemite in Time, aún no traducidos al español) como en las muchas capas de significado que constituyen el Área de la Bahía de San Francisco en un atlas urbano repleto de historias y experiencias (en Infinite City, tampoco traducida); una activista capaz de descubrir "paraísos" de cooperación comunitaria en medio de desastres como terremotos o inundaciones; una pensadora sumamente crítica que reivindica la necesidad de "celebrar o, como mínimo, de reconocer hitos y victorias y seguir trabajando"
 
Publicado originalmente en 2020, Recuerdos de mi inexistencia es un libro extraordinario en el que la aguda develadora del mansplaining retrocede hasta 1981, cuando, a los diecinueve años, se instaló en un apartamento en un barrio marginal de San Francisco, en el que viviría durante los siguientes veinticinco años. Es el relato de su proceso de formación como escritora y de su progresiva toma de conciencia de su posición de mujer sometida a la invisibilización, el descrédito y la afonía por un atroz sistema patriarcal:

"Entonces parecía generalizado. Todavía lo parece. Podían hacerte un poco de daño –con insultos y amenazas que te recordaban que no estabas a salvo ni eras libre ni poseías ciertos derechos inalienables-, o más daño con una violación, o más con una violación acompañada de secuestro, tortura, cautiverio y mutilación, y más aún con el asesinato, y la posibilidad de la muerte planeaba siempre sobre las otras agresiones. Podían borrarte un poco para que hubiera menos de ti, para que tuvieras menos seguridad, menos libertad, o podían socavar tus derechos e invadir tu cuerpo para que fuera cada vez menos tuyo; podían suprimirte del todo, y ninguna de esas posibilidades parecía especialmente remota. Todas las cosas malas que les pasaban a las otras mujeres porque eran mujeres podían ocurrirte a ti por ser mujer. Aunque no te mataran, mataban algo de ti: tu sensación de libertad, de igualdad, de confianza en ti misma".  
 
Sus reflexiones sobre lo que significa para las mujeres (por el hecho de ser mujeres) vivir sin parar de "imaginar su asesinato" (no vayas ahí, no vistas así, aprende artes marciales, no te diviertas de esa manera, no viajes sola...) como medida de protección, sobre el miedo y el dolor de las mujeres que pavimenta la mitad de la tierra, sobre su cuerpo como territorio propio o como jurisdicción ajena son tan desgarradoras como imprescindibles.

Afortunadamente, los recuerdos de su inexistencia acaban por componer una existencia poderosa y libre de una pensadora y activista que nos cuenta la historia de "lo que significó para mí crecer en una sociedad en la que mucha gente prefería que personas como yo estuvieran muertas o calladas, y de qué forma conseguí una voz y cómo al final llegó el momento de utilizarla [...] para tratar de contar las historias que habían quedado sin contar"

Gracias por tu existencia, Rebecca Solnit.

viernes, 18 de octubre de 2019

Laëtitia o el fin de los hombres

Ivan Jablonka
Laëtitia o el fin de los hombres
Traducción de Agustina Blanco
Anagrama, 2017

En la vida de Laëtitia hay tres injusticias: su infancia, entre un padre violento y un padre de acogida abusador; su muerte atroz a los dieciocho años; su metamorfosis en suceso, es decir, en espectáculo de muerte. Las dos primeras injusticias me dejan en un estado de impotencia y desolación. Contra la tercera, se indigna todo mi ser.

Laëtitia Perrais tenía dieciocho años el 18 de enero de 2011, cuando fue violada, asesinada y descuartizada por Tony Meilhon, un vecino condenado en trece ocasiones por delitos graves. Cuando, dos días después, la policía detuvo al asesino, este se negó a confesar dónde había ocultado el cadáver, que tardó semanas en ser encontrado.

El brutal  crimen conmocionó a Francia, se convirtió en un acontecimiento mediático y acabó politizándose cuando Nicolas Sarkozy, en aquel entonces presidente de la República, cuestionó publicamente al sistema judicial al considerar que este había fallado en su misión de controlar a un sujeto altamente peligroso.

Historiador y sociólogo, Jablonka reconstruye meticulosamente todos los hechos y sus relaciones. Se entrevista con familiares y amistades de Laëtitia, con los policías que investigaron el caso, con quienes tuvieron la responsabilidad de juzgarlo, con periodistas y personal de los servicios sociales. El resultado es un minucioso relato en torno a un dramático suceso que el autor aborda como un "objeto de historia":

"El caso Laëtitia oculta una profundidad humana y cierto estado de la sociedad: familias desestructuradas, sufrimientos infantiles mudos, jóvenes que ingresan demasiado pronto en la vida activa, y también el país a comienzos del siglo XXI, la Francia de la pobreza, de las zonas periféricas, de las desigualdades sociales. [...] Un mundo donde se insulta, se acosa, se golpea, se viola y se mata a las mujeres. Un mundo donde las mujeres no terminan de ser sujetos de pleno derecho. Un mundo donde las víctimas responden a la saña y a los golpes mediante un silencio resignado. Un fenómeno a puertas cerradas, tras el cual siempre mueren las mismas".

Es también una reflexión sobre las "masculinidades descarriadas en el siglo XXI, tiranías de machos, paternidades deformadas, el patriarcado que no termina de morir".

Pero, sobre todo, Jablonka quiere rescatar a Laëtitia de su reducción a víctima, lo que sería el último triunfo del asesino. Su objetico es "Devolver a Laëtitia su dignidad". Jablonka destaca el trabajo que, con este mismo objetivo, desarrollaron policías y jueces implicados en la investigación del asesinato de la joven. Por el contrario, el autor desvela y denuncia el "criminopopulismo", la utilización política y mediática del crimen protagonizada por políticos como Sarkozy.

El resultado es un libro único: en parte crónica periodística, en parte informe sociológico; sería un thriller angustioso si no fuera porque todo su contenido es absolutamente real. Porque Laëtitia era una joven real, de carne y hueso, con una infancia y una adolescencia terribles que, sin embargo, había conseguido llegar a su mayoría de edad convertida en una mujer joven con proyectos de futuro, con la ilusión de construirse una vida distinta de aquella que había sufrido durante tantos años. Una ilusión tristemente quebrada por la violencia machista.

Hay que agradecer a Jablonka su voluntad de afirmar plenamente la dignidad de Laëtitia que, pese a todo, pese a las circunstancias que concurrieron en sus últimas horas de vida, "al final [...] dijo no":

"Dijo que no, con una voz clara y fuerte, sin titubear, sin temblar. Y eso le costó la vida. Murió como una mujer libre".

No ha sido hasta hoy mismo, una vez terminado el libro y cuando me disponía a escribir estas líneas, que me he decidido a buscar en internet una imagen de Laëtitia. De esa joven mujer libre "ejecutada por ser mujer, porque había en ella una mujer a la que someter, a la que destruir". Me provoca un profundo dolor contemplar su imagen. Contra su injusto destino se indigna todo mi ser.

viernes, 22 de junio de 2018

Premeditación, disposición, reiteración


Premeditación. “Quillo, en verdad follarnos a una buena gorda entre los cinco en San Fermín sería apoteósico. Prefiero follarnos a una gorda entre cinco que a un pepino de tía ya solo”. Iban a lo que iban. No fue un calentón, ni un de repente, ni una “provocación”. No se buscaba seducir, compartir. Se trataba de follar, no de ser follado; de hacerlo de la manera más cutre, en el lugar más inhóspito. Igual se podían haber hecho unas pajillas, como propone Torrente (¡cuánto se le parecen!), pero no era una cuestión de satisfacción sexual, sino de violación. De violación (“tener acceso carnal con alguien en contra de su voluntad”), sí, aunque no dijeran esa palabra. Se trataba de violentar la voluntad de una mujer cualquiera. Para exhibirse. Para compartir (la manada son muchos más que los cinco depredadores, también hay carroñeros que obtienen satisfacción de la exposición de su presa). Tras consumar la agresión la abandonaron desnuda, la despojaron de su móvil. Y luego, a disfrutarlo.

Disposición. “Cuando está así con una tía o algo que él ve que tiene posibilidades de follar, se pone súper salido ¿eh? Y súper asqueroso el cabrón. Es como un enfermo. Se le cambia hasta la cara, los ojos así todos abiertos. Parece que está viendo un expositor de pollos asados”. ¿Y los demás? ¿Y los que le acompañaban? Súper salidos, súper asquerosos, como enfermos… Todos ellos en perfecto estado de revista cuando de follar se trata. Al fin y al cabo, dos son militares, y saben de lo importante que es el entrenamiento, la preparación, la disposición.

Reiteración. Me cuesta creer que fuera la primera vez: algo apuntaban sus colegas: “Cuando está así con una tía…”. Si fue la primera vez, no iba a ser la última: premeditación y disposición más que demostradas, si la agresión les hubiera salido “bien”, ¿por qué no volver a repetirla? Máxime si tenemos en cuenta que la víctima no tenía nombre y apellidos, ni rasgos físicos particulares. Era sólo “una buena gorda”. Cualquiera. Y las hay a miles. En los ya próximos sanfermines o en cualquier pueblo que celebre sus fiestas de verano.

Por favor, no me contéis más veces lo de la presunción de inocencia y lo de que es normal aplicar la libertad provisional cuando una sentencia está recurrida.

jueves, 12 de febrero de 2015

¡Qué guapos y qué listos son!

Dice Strauss-Khan que jamás pensó que las mujeres que participaban en sus orgías lo hicieran por dinero. ¿Por dinero? Un tipo como él, guapo, triunfador, vigoroso, encantador, se lleva a las hembras de calle. Es algo de sobra sabido. Mujeres jóvenes, supongo que muy atractivas, prestándose a prácticas sexuales que algunas han calificado como "carnicería" o "masacre". Pero claro, ¿qué puede haber más fascinante para una mujer que dejarse violentar por un tipo que se da un respiro en una vida tan estresante, dedicado a "salvar al planeta de una de las crisis financieras más graves"? Lo mismo que ocurría con Berlusconi, otro bollycao.

Y de orgía sexual a orgía financiera. El presidente de Kutxabank, Gregorio Villalabeitia, se ha subido un 73% el sueldo para cobrar 800.000 euros al año. Se lo merece, claro. Si el francés es el DSK de la política, el vasco es el CR7 de la economía. ¿Os imagináis que se nos ocurre racanearle el sueldo –digamos que pagarle sólo 400 o 200 mil euros- y que el tío nos abandona y ficha por otra empresa? ¡Qué desgracia, dios mío!
 

Bueno, basta de bromas. Nos hemos alarmado por el ébola cuando la infección que debería preocuparnos es el idiotismo moral. Como escribió Norbert Bilbeny hace unos años, idiota moral es aquella persona que no siente la contradicción, incapaz de distinguir las implicaciones éticas de sus actos y de sus decisiones. El hecho es que tenemos los consejos de administración, los gabinetes de gobierno, los centros de poder, llenos de idiotas morales.
 
Linda McQuaig y Neil Brooks describen perfectamente el apogeo de estos parásitos económicos en su libro El problema de los supermillonarios (Capitán Swing, 2014). Ninguno de ellos –casi siempre son “ellos”- resulta ser especialmente talentoso, ni se significan por espectaculares aportaciones personales. De hecho, se me hace muy difícil pensar que alguien, por sí mismo, pueda hacer una aportación social de tal importancia que merezca retribuciones tan elevadas como las que hoy se conceden directivos como Villalabeitia. Si acaso, de merecerse estos reconocimientos económicos yo pensaría más bien en personas como la religiosa Paciencia Melgar, que tras superar el ébola en un hospital de Monrovia se mostró dispuesta a donar su sangre para elaborar el plasma que pudiera salvar a otras personas enfermas. ¿Cuántos miles de euros podría haber pedido la religiosa a cambio de su sangre sanadora?
 
El libro está lleno de excelentes ejemplos. En 1894 Rockefeller tenía unos ingresos de 1,25 millones de dólares (unos 30 millones en dólares de hoy), 7.000 veces más que el sueldo medio de la época; en 2007, John Paulson, gestor de fondos de alto riesgo, ganaba 3.700 millones de dólares, más de 80.000 veces el sueldo medio de Estados Unidos. ¿Acaso Paulson generó 10 veces más riqueza que Rockefeller? Otro ejemplo. En 1950 el presidente de General Motors, entonces la primera compañía de Estados Unidos, ganó 586.000 dólares (unos 5 millones de dólares actuales); en 2007, General Motors pagó a su presidente 15,7 millones de dólares, a pesar de que la empresa había sufrido pérdidas por valor de 39.000 millones. ¿Cómo se puede pagar tres veces más por una gestión millones de veces peor?
 
McQuaig y Neil Brooks lo tienen claro: “Lo más normal es que obtengan sus gigantescas remuneraciones como resultado de la mera suerte, de una actuación despiadada, de su capacidad para especular, de sus fullerías o simplemente por estar mejor posicionados para dirigir las ganancias hacia ellos mismos o para capitalizar oportunidades generadas por la sociedad y de las que otros podrían -y deberían- haberse beneficiado si ellos no hubieran estado allí”. Y entre estas fullerías el amiguismo de los consejos de administración o las puertas giratorias entre política y empresa juegan un papel fundamental.
 
“Más que la creación de riqueza -concluyen-, su principal logro ha sido conseguir desviar hacia ellos mismos una enorme parte de la riqueza creada, lo que en economía se conoce como rentismo parasitario”. Parásitos, sí. Ladillas o garrapatas, según sobre qué parte del organismo social –el sexo o el dinero- se abalancen para atiborrarse.
 
Publicado en El Diario Norte, 11/02/2015
 

miércoles, 5 de junio de 2013

Ada

Acaban de comunicármelo: hace unas pocas horas ha fallecido Ada.
Esta mañana, en la tertulia de Radio Popular-Herri Irratia, Koldo mostraba su incomodidad por el hecho de que tras la brutal agresión sufrida por Ada, su rostro había aparecido profusamente en todos los medios de comunicación, contraviniendo cualquier principio de confidencialidad, anonimato o respeto a la intimidad. Entiendo su perspectiva y la valoro sobremanera, especialmente porque es la perspectiva de un profesional de la comunicación capaz de mirar críticamente a su profesión.
Pero yo decía esta mañana que la exhibición pública de la imagen de Ada -exhibición realizada por sus propias compañeras y compañeros, compatriotas o no, pero personas cercanas a ella- podía interpretarse, y así lo hacía yo, como un acto de reivindicación de la humanidad de Ada, de su personalidad completa, en absoluto reducible a la condición de inmigrante, mucho menos de prostituta, ni siquiera de víctima.
La foto más conocida de Ada, esa en la que aparece con una pose perfectamente estudiada, tan hermosa con su cuidado peinado, elegantemente vestida, es la imagen de una mujer joven plena de vida, con todo un futuro por delante, dispuesta a afrontarlo, con todo el derecho a vivirlo en plenitud,como cualquiera de nosotras, como cualquiera de nosotros.
Pero Ada se ha visto obligada a vivir en la vulnerabilidad más radical, en esa tierra de nadie que es la patria de quienes se ven privadas de sus derechos fundamentales por los nacionalismos de Estado y su discriminación entre ciudadanos y habitantes. Antes de ser asesinada ya había sido privada de su derecho a la salud, de su derecho al trabajo, de sus derechos políticos.
Sólo la cercanía de compañeras y amigos y la preocupación atenta y constante de organizaciones como Askabide han mantenido en pie esos mínimos de socialidad y empatía que nos vinculan como seres humanos.
Invisibilizada por ser prostituta, por ser negra, por ser mujer, por ser inmigrante, la exhibición pública de su imagen es, en mi opinón, un acto de afirmación de su auténtica condición: la de un ser humano cuyo derecho a tener derechos (Hannah Arendt) no debería haber sido violado de ninguna manera, ni con su asesinato -por supuesto- ni con su exclusión de la comunidad sociopolítica que conforma la ciudadanía bilbaína, vasca o española.



Como señala Étiene Balibar, Arendt desarrolla sus concepción de unos derechos humanos universales desligados de la siempre restrictiva ciudadanía nacional en el último capítulo de la segunda parte de los Orígenes del Totalitarismo, en el que aborda la "decadencia de la nación estado y el final de los derechos del hombre". En su reflexión,
Arendt desarrolla una tesis provocadora, aunque firmemente fundada en la observación de las trágicas consecuencias de las guerras imperialistas que conllevaron la aparición de masas de refugiados «sin Estado» y de seres humanos « superfluos». Todos esos seres humanos que -de alguna manera- parecen estar «de sobras», pero quienes siguen estando físicamente presentes en el espacio mundial, comparten el hecho de encontrarse tendencialmente privados de toda protección personal a causa de la destrucción o disolución de las comunidades políticas de las que formaban parte; más allá de los esfuerzos de los organismos internacionales -creados precisamente como tentativa de «repuesta» a esta situación sin precedente- y los cuales no dejan de estar permanentemente amenazados de eliminación.[Balibar]
¿Ya somos conscientes del riesgo terrible que se agazapa tras la mirada discriminatoria, esa que milita en la distinción "nosotros-ellos", esa que se apunta alegremente al "primero los de casa", esa mirada presta a alimentar el grito de "aquí no cabemos todos"? El riesgo de la exclusión radical, de la vulnerabilidad radical, el de la total desprotección, el de la eliminación física o social.

No era una inmigrante nigeriana, ni una prostituta, ni una mujer negra. Se llamaba Maureen Ada Otuya. Ada.
Y hoy deberíamos decir, como hemos dicho cuando era otro terrorismo el que asesinaba, que Ada era, es y será una de las nuestras. Y empezar a actuar en consecuencia.

sábado, 25 de mayo de 2013

Violencia contra la mujer: no caben bromas

Ayer, viernes 24 abrimos la tertulia de Radio Popular-Bilbo Herri Irratia, en la que participo desde hace muchos años, reflexionando sobre la persistencia de la violencia machista. El día anterior había sido especialmente trágico: una mujer de 26 años asesinada en Orozko por su pareja; otra de 25 años, educadora en un piso de acogida de Bilbao, brutalmente agredida y violada por uno de los residentes.
Sin duda, en todo acto de violencia hay una responsabilidad individual del victimario, intransferible e irreductible. Por supuesto. Pero el contexto social influye, y mucho, sobre las posibilidades de gestionar los comportamientos individuales. Y la cultura dominante hoy en día, sigue siendo profundamente machista.
En el marco de esta cultura, cada día la cotidianeidad banaliza la desigualdad entre hombres y mujeres, cosificando a estas en una posición de inferioridad naturalizada. Cada día, todos los días, una tupida trama de aparentes banalidades formada de chistes, miradas, sonrisas, gestos, sobreentendidos, representaciones estéticas, imágenes publicitarias, tradiciones, convenciones sociales, mantiene inalterable una estructura sociocultural machista que ni las reformas legales ni las luchas protagonizadas por las propias mujeres consiguen desmontar.
Un ejemplo.También ayer, en EL CORREO entrevistaban a Argi Gastaka, expulsada de Gran Hermano por bromear sobre ETA. En el transcurso de la conversación la entrevistadora se refiere a "los gemelos" que, por lo que compruebo, son dos  característicos concursantes de Gran Hermano (con la testosterona y las neuronas inversamente relacionadas) y pregunta a Argi: "¿Son tan violentos?", a lo que esta responde: "Se ha exagerado un poco. Son unos bestias pero no agresivos". Los mismos gemelos que, según parece, han hecho otra "broma" referida a la trágica historia de Marta del Castillo.Son bestias, sí, "tíos" al fin y al cabo, ya se sabe; pero agresivos no, qué va
Por cierto, la última pregunta de la entrevista no tiene desperdicio: "¿Le han ofrecido Interviú?".
Todo muy normal.
Eso sí, ni un chiste con ETA, faltaría más.
Hay ataques de responsabilidad de las empresas de comunicación que, simplemente, dan asco.