La morera de Jerusalén: Una historia de la guerra y la resistencia en Palestina y Oriente Próximo contada a través de los árboles
Traducción de Melina Márquez
Errata naturae, 2025
"Los árboles-guía me han susurrado cosas al oído con el paso de los años, algunas de las cuales no he sido capaz de entender, pues estaba demasiado ocupada leyendo la historia que han escrito de forma exclusiva los humanos sobre esta parte del mundo. Ahora comprendo que ha llegado el momento de escuchar otra versión de la historia, más amplia y menos cruel, que no esté escrita por humanos con la sangre de otros humanos. Demasiada sangre. ha llegado el momento de aprender de los árboles. Y pedir perdón".
En este ensayo Paola Caridi nos invita a escuchar un coro inesperado: el de los árboles que han acompañado, sufrido y resistido en Oriente Medio y el Mediterráneo. El punto de partida es un recuerdo íntimo y doloroso: una vieja morera de Jerusalén, que durante más de un siglo había florecido a la vista de generaciones, reducida a un muñón sin vida. Esa herida vegetal condensa, como metáfora, las heridas humanas de la región: colonizaciones, guerras, migraciones, despojos. Desde ahí, la autora construye un ensayo singular, a medio camino entre la crónica periodística, la memoria poética y la reflexión ecopolítica.
Su propuesta es radical en su sencillez: narrar la historia desde los árboles, descentrando al ser humano y reconociendo que el conocimiento también puede ser no antropocéntrico. Los árboles no son ornamentos mudos, sino testigos longevos, portadores de memoria y símbolos colectivos. La morera de Jerusalén, los olivos de Belén, los sicomoros de Gaza, los plátanos del parque de Gezi en Estambul..., cada árbol encarna historias de resistencia, tragedia y pertenencia. En sus troncos y raíces se inscriben no solo los cambios del paisaje, sino también las huellas de la violencia, la colonización y la explotación.
Paola Caridi muestra cómo la botánica misma ha sido un instrumento político: desde la propaganda sionista que hablaba de “hacer florecer el desierto” hasta las plantaciones coloniales destinadas a borrar identidades y paisajes. Habla de ecocidios invisibilizados, como la tala sistemática de olivos palestinos o las monoculturas de morera en el Líbano que provocaron hambre y miseria. En cada caso, los árboles revelan cómo el poder ha utilizado incluso la vegetación para controlar, disciplinar o devastar comunidades enteras.
"Entre 1947 y 1950 se plantaron más de cuatro millones trescientos mil árboles nuevos. Había que actuar rápido para esconder la guerra y lo que ésta había causado. «Su intención era eliminar incluso de la memoria los pueblos palestinos destruidos y despoblados, y prevenir así la vuelta de los palestinos refugiados», declara Al-Haq, una de las asociaciones palestinas que se ocupan de denunciar todo tipo de injusticias e ilegalidades. Así, dos tercios de los bosques y los parques del nuevo Estado de Israel «se plantaron sobre las ruinas de noventa y un pueblos palestinos que sufrieron un proceso de limpieza étnica en 1948 y 1967»".
Pero el libro no es solo denuncia, en su escritura late también una ternura política: los árboles aparecen como refugio, como lugar de encuentro, como custodios silenciosos de la memoria colectiva, "árboles plaza" bajo los que se han reunido los pueblos y las familias durante generaciones. Son los otros protagonistas de la historia, cuya voz ha sido relegada pero que, si se sabe escuchar, ofrecen un archivo alternativo al de los humanos. Desde la ecocrítica y la botánica política, la autora nos recuerda que la destrucción del paisaje va de la mano de la destrucción de los pueblos, y que reconocer a los árboles como agentes históricos es también una forma de resistencia.
En última instancia, este libro es un manifiesto contra el olvido. Leer este libro es abrirse a una doble revelación: que lo vegetal es político y que el silencio de los árboles guarda un eco que, si sabemos escucharlo, puede iluminar de otra manera las luchas y las pérdidas de los pueblos que habitan sus tierras. Nos enseña que la memoria no solo habita en los documentos y en los cuerpos humanos, sino también en las raíces, en las sombras y en la savia de los árboles que sobreviven -o que mueren violentamente- en escenarios de conflicto. Al hacerlo, Paola Caridi desplaza la mirada y nos invita a reconsiderar cómo contamos la historia, desde qué voces y a quiénes hemos dejado fuera de los relatos.
Una lectura que puede completarse con el libro de Shourideh C. Molavi Environmental Warfare in Gaza: Colonial Violence and New Landscapes of Resistance (Pluto Press, 2024), de carácter más analítico. Como señala en el prólogo Eyal Weizman, arquitecto israelí,
"La desertificación del perímetro de Gaza forma parte del mecanismo de su control. Israel envía rutinariamente sus bulldozers al otro lado de la valla para arrancar cultivos y destruir plantaciones e invernaderos. Como demostró de manera contundente una investigación de Forensic Architecture iniciada y coordinada por Shourideh Molavi, Israel amplió de forma continua la zona militar de exclusión -o «zona tapón». Su uso de avionetas fumigadoras para rociar un herbicida tóxico que mata las plantas movilizó al viento para llevar nubes venenosas al territorio de Gaza, destruyendo tierras agrícolas situadas a cientos de metros de distancia. Bulldozers en tierra y nubes tóxicas en el aire transformaron una franja fronteriza que antes era fértil y activa en lo agrícola en un suelo reseco, desprovisto de vegetación: un desierto fabricado por el colonialismo.
Esta «desertificación» proporcionó al ejército israelí líneas de visión y de tiro ininterrumpidas hacia Gaza, dejando a civiles palestinos -incluidos agricultores, jóvenes y familias- expuestos al fuego de francotiradores israelíes. En esta zona tapón, de varios cientos de metros de grosor, más de doscientos manifestantes palestinos fueron abatidos en las protestas de 2018-2019 de la Gran Marcha del Retorno, y miles más quedaron mutilados.
La desertificación de Gaza se presenta como una prueba retroactiva de un elemento central de la ideología sionista: aquel que imaginaba que los judíos habían regresado a una tierra desolada, descuidada, «muerta», y la habían revivido. Este es el núcleo del imaginario meteorológico sionista de «hacer florecer el desierto»”.
Imagen fija tomada de un dron que muestra la tierra arrasada y calcinada a lo largo del perímetro oriental de la Franja de Gaza. Estas tierras fueron anteriormente zonas agrícolas utilizadas para sostener la seguridad alimentaria de la población palestina. Actualmente, convertidas en áreas de alto riesgo con acceso restringido, este terreno conduce hasta una valla fortificada y vigilada que separa Gaza del resto del país.
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