Tránsito
Traducción e Carlos Fortea
RBA, 2005
"Conocía ya muchas caras en la corriente ininterrumpida de los empeñados en partir. La corriente se hinchaba día a día, hora a hora. Y no había redes policiales ni redadas, amenazantes campos de concentración ni duros decretos del prefecto de Bouches-du-Rhóne que pudieran evitar que la corriente de almas en pena mantuviera la supremacía sobre los vivientes que tenían aquí su asentamiento firme. Yo les tenía por almas en pena, que habían abandonado su verdadera vida en sus perdidos países, en los alambres de espino de Gurs y Vernet, en los campos de batalla españoles, en las cárceles fascistas y en las ciudades quemadas del norte. Podían hacerse los vivos, con sus audaces planes, con sus abigarrados adornos, con sus visados de países extraños, con sus sellos de tránsito. A mí nada podía engañarme sobre la índole de su travesía. Tan solo me asombraba que el prefecto y los caballeros y funcionarios de la ciudad siguieran haciendo como si la corriente de almas en pena fuera algo que se pudiera detener por medios humanos".
Marsella, 1940. En la cumbre de su poder, Hitler extiende su dominio sobre Noruega, Dinamarca, Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Francia. Miles de personas huyen de la Gestapo y se hacinan en la capital mediterránea buscando desesperadamente embarcar en un buque que los lleve a México. En España, el triunfo de Franco ha provocado un éxodo repúblicano ("ahora la cruz gamada también había caído sobre ellos") que se suma al causado por el nazismo. El protagonista y narrador de la historia, huído de un campo de concentración alemán en 1937, también ha recalado en Marsella, donde comparte y observa el angustioso transcurrir de tantas vidas amenazadas:
"En los últimos meses me había preguntado dónde iba a desembocar todo aquello, todo ese reguero, el aflujo de todos los campos de concentración, soldados dispersos, los mercenarios de todos los ejércitos, los profanadores de todas las razas, los desertores de todas las banderas. Así que allí afluía todo, a ese canal, la Cannebìère, y de aquel canal al mar, donde al fin volvía a haber espacio y paz para todos".
La novela describe una Marsella que recuerda a la Casablanca de Michael Curtiz, pero guionizada por Kafka. La búsqueda desesperada del preciado documento de tránsito ("un permiso para atravesar un país cuando está claro que no se quiere permanecer en él") sin el cual es imposible conseguir un visado para abandonar Francia:
"Ya en una ocasión había tenido un contrato, con el contrato un visado, con el visado el tránsito. Pero la concesión de la visa de sortie había tardado tanto que entretanto había caducado el tránsito, luego el visado, y después el contrato. La semana anterior le habían concedido la visa de sortie, y ahora esperaba día y noche la prórroga del contrato, que a su vez condicionaba la prórroga de su visado. Pero ésa era la condición previa para la concesión del nuevo tránsito. [...] ¿Qué finalidad tiene retener a personas que nada desean más que abandonar un país en el que se les encarcelará si se quedan?".
Anne Seghers firma un texto tan hermoso como desasosegante, un relato universal, profundamente humano. Un libro que merece la pena recuperar.
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