ETA ha asesinado a Eduardo Antonio Puelles y volvemos a leer o escuchar expresiones que no son nuevas, expresiones que se vienen repitiendo desde hace años. Son manifestaciones que nacen del dolor y la indignación, expresión conmovida de sentimientos nobles, comprensibles y respetables, pero que hoy se muestran especialmente erradas.
Se dice, por ejemplo, que ETA se sitúa “fuera de la realidad vasca”. Se afirma que sus acciones terroristas se vuelven contra “su propio entorno”. También se pide a ETA que “se mire en el espejo” con el fin de sacar las conclusiones que se desprenden de sus acciones. Se espera, por último, que la izquierda abertzale reaccione por fin –esta vez sí- y se destaca el llamamiento de Aralar para que quienes se reclaman “de izquierdas y abertzales rompan el silencio ante este tipo de atentados que van en contra de los derechos humanos, porque se dice que se hace en nuestro nombre”. Pero, ¿qué cabe esperar de quienes tanto tiempo llevan esperando a romper su silencio cómplice o cobarde?
Desgraciadamente ETA no se sitúa fuera de la realidad vasca sino en su mismo centro. Muchas veces he recordado la reflexión del escritor Anjel Lertxundi en el transcurso de la entrevista recogida en el libro Cinco escritores vascos (Alberdania, 2002): «La violencia nos ha robado la energía para decir que lo que no es justo no es justo. La sociedad vasca, sin embargo, no ha aceptado que el mal es de naturaleza moral, porque tiene miedo a mirarse en el espejo y decir: “estoy enferma”. No hemos aprendido a poner la política bajo la lámpara de la moral. Por eso, nuestro conflicto actual es moral, no político». Y concluye: «ETA se sirve de esa impotencia nuestra y se cobija en nuestra cobardía. Afirmaría que la mayoría de nosotros es consciente de ello. Pero permanecemos en silencio o miramos a otra parte. Mientras tanto, ETA proseguirá en lo suyo. Es decir, valiéndose de nuestra desidia moral». Es una infección mortal, sí, pero es sobre todo una infección moral.
El director de cine Guillermo del Toro acaba de publicar, junto con el escritor Chuck Hogan, la novela titulada Nocturna, que se anuncia como primera parte de la denominada “Trilogía de la oscuridad”. Pablo Martínez Zarracina recensiona la obra en el suplemento Territorios de EL CORREO de hoy, unas páginas más adelante del artículo –“El horror”- que firma sobre el atentado de Arrigorriaga. Los vampiros de Nocturna están muy alejados de la imagen que de los mismos se viene presentando en los últimos tiempos en novelas para adolescentes como las firmadas por Stephenie Meyer o en series de televisión como True Blood. Son seres salvajemente voraces, devorados ellos mismos por la necesidad de alimentarse con las vidas de sus semejantes, que se vuelven en primer lugar contra los suyos, contra sus familiares y amigos: hijas que se alimentan de sus padres, maridos que atacan a sus esposas… extendiendo con cada mordisco la epidemia.
Cuatro presos de ETA –Iñaki Esparza, Josetxo Zeberio, Jon González, Jon Kepa Preciado- estaban siendo juzgados el viernes en París por pertenencia al aparato logístico de la banda terrorista, cuando conocieron la noticia del atentado de Arrigorriaga. Su reacción fue aplaudir alborozadamente. ¿Qué pensarán sus padres, sus amistades? ¿Qué harán al respecto? ¿Compartirlo? ¿Comprenderlo? ¿O simplemente ignorarlo?
Jokin Muñoz finaliza su relato “Silencios” (en el libro Letargo, Alberdania 2005) describiendo una situación que resulta dramáticamente familiar en Euskadi. Un matrimonio mira la televisión, con el sonido quitado. Un informativo especial transmite las primeras imágenes de un atentado. Sospechan que su hijo pueda estar implicado en el mismo: «Trozos de carrocería y cristales diseminados y jirones ensangrentados de ropa por todas partes. Quizá el presentador pronuncie algún que otro nombre, cuando acaben de pasar las imágenes y lo enfoquen de nuevo a él. Pero ambos permanecen inmóviles, cada cual en su lado de la cama. No lo oirán. No quieren oírlo”.
En realidad ETA no es ya nuestro problema. Lo ha sido durante muchos años, pero ya no. Nuestro problema es la infección que ETA nos ha transmitido. Especialmente a los más cercanos. Una infección moral. Una infección mortal.
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